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Escena de sexo en la oficina
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Sonia se ajustó las gafas, apartó de su cara un pelo rebelde y dejó el informe sobre la mesa. Luego miró a Guillermo, su jefe, que permanecía sentado tras el escritorio de madera maciza.

Guillermo era un tipo alto, de constitución atlética, pelo corto y barba de 4 días. Vestía traje y corbata. Su voz era profunda y cada vez que hablaba se tomaba su tiempo seleccionando cuidadosamente las palabras.

Aquella tarde Sonia llevaba puesta una camisa de color azul claro con un escote generoso y una falda gris que combinaba con medias oscuras y zapatos de tacón elegantes que realzaban su figura. El cabello liso y negro le llegaba a la altura de los hombros. Tenía ojos grandes de color carbón, nariz pequeña y labios pintados de rosa pálido. Su voz era grave y sensual, su conversación ágil y casual, a veces demasiado directa.

Sonia era una mujer práctica que ponía por delante sus objetivos personales.

Guillermo le devolvió la mirada posando sus ojos, durante un instante, en el escote.

Faltaría a la verdad si dijese que no había fantaseado con las mujeres que trabajaban allí. Ninguna de ellas, desde la nueva becaria de culito respingón hasta su madura y tetuda secretaria, habían estado ausentes en esos momentos en que se sueña despierto. Es más, incluso el chico nuevo, el guapo oficial, había participado de forma indirecta en un sueño nocturno con tintes sadomasoquistas.

– ¿Necesita algo de mí? – dijo Sonia con fingida inocencia.

Guillermo, agradecido de estar tras el escritorio, deslizó su mano bajo el pantalón y acomodó su pene, algo crecido, hacia un lado. "Ahora mejor", pensó tratando de relajarse.

– Sí, ¿podrías cerrar la puerta?

La empleada levantó una ceja y obedeció dirigiéndose hacia la puerta.

– Ha llegado a mis oídos que el informe contiene algunos datos que, por así decirlo, necesitan ser revisados. ¿Es así? – dijo el varón mientras miraba como las nalgas de su empleada subían y bajaban con cada paso que daba.

– Puede ser. – respondió la aludida girándose y volviendo a su lugar tras echar el cierre.

– "Errare humanum est", sin embargo, si no me equivoco, este es el informe definitivo y por lo tanto, debería haber pasado un proceso de revisión.

– Sí. Puede ser, ahora lo miro.

– Es un poco tarde para eso Sonia. Vamos a tener que revisar nuestra relación… contractual.

La empleada tragó saliva. Aquello se estaba poniendo feo y necesitaba el trabajo. Había notado que Guillermo le había mirado los pechos y estaba casi segura de que la deseaba. Lo que iba a hacer era audaz, quizás estúpido e infantil, pero no se le ocurría otra salida. Se sentía segura, se veía sexy y sabía lo que quería.

– Si quiere, podemos revisar el informe juntos… y así me indica dónde he fallado. – dijo haciendo una pausa de un par de segundos entre frase y frase.

Guillermo empezó a transpirar, de repente la corbata le apretaba.

– Ven aquí… que abro el documento en el portátil.

La mujer obedeció colocándose a su lado.

El perfume femenino se coló por las fosas nasales del dueño del laptop.

– ¿Puedo sentarme?

– Vale, trae una silla…

– ¿Le importa si me siento en sus rodillas?

– ¿Perdona?

– No se preocupe, su silla parece buena, seguro que aguanta el peso.

Sin esperar respuesta se sentó apoyando el culo sobre el muslo de Guillermo.

Los muelles de la silla protestaron desde su escondite.

– ¿Está cómodo?… Así no podemos hablar. Mejor me doy la vuelta

Sonia se levantó, miró la entrepierna de su jefe y se sentó a horcajadas sobre sus rodillas.

Guillermo posó la mirada sobre las tetas de su empleada y le apretó un pecho con la mano derecha.

– ¿Quítate la ropa, quiero ver como son tus senos?

El tema estaba encarrilado. Dejaría que ese tipo dirigiera la función, que se sintiese poderoso.

Además era una oportunidad de pasárselo bien.

Se desabrochó la camisa y desató el sostén dejando sus domingas al aire.

El hombre pellizcó suavemente un pezón y luego sacando la lengua, comenzó a chuparlo. Un minuto después cambió de teta. Sonia se mordió lo labios, contrajo las nalgas y luchó por mantener a raya la corriente de placer que recorría su cuerpo.

El beso no tardó en llegar. Las bocas y las lenguas entraron en juego. Besar era adictivo y desde el primer minuto empleada y jefe se aficionaron a la nueva droga natural con ansia y deseo. La saliva abundaba y la boca de Sonia comenzó a dar besitos y lametones a la nariz y frente de su amante. Guillermo se dejó hacer y luego contratacó besando los párpados cerrados de la empleada para a continuación, cogiéndola con suavidad por la barbilla, poner la cara de lado apartar el pelo de la oreja femenina y meterle la lengua.

El cosquilleo inundó de sensaciones a Sonia haciéndola temblar.

En agradecimiento, la mujer pasó a ocuparse del pene de su jefe. Lo tocó con mimo y lo apretó a través de los pantalones. Luego desabrochó el cinturón y se levantó del asiento notando que se había mojado las bragas. Guillermo se desabrochó el botón, corrió la cremallera y tiró de pantalones y calzoncillos dejando sus partes al aire.

Sonia empezó a chuparle los huevos mientras agarraba el falo con la mano dibujando círculos con el pulgar sobre la punta.

Minutos después, la empleada se quitó la falda y las bragas y se inclinó sobre la mesa dejando el culo a merced del varón. Este contempló la rajita y le dió un azote en la nalga derecha.

– Eres una chica muy traviesa. – dijo con la voz cargada de pasión.

Sonia apoyó el peso en la otra pierna y meneó el trasero.

– ¿Solo me vas a dar un azote? – gimió.

Guillermo la azotó de nuevo.

Y luego cayeron dos azotes más.

Después la penetró.

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