Nos miramos a la cara con actitud interrogante. La verdad no teníamos ninguna opción que no fuera aceptar sino queríamos quedarnos afuera, a la intemperie pasando toda la noche a esperar a que el primer transporte transitara para llevarnos a nuestras respectivas ciudades.
Luis respondió a la muchacha con tono resignado:
-Si, dénosla.
La recepcionista sonrió con su rostro bonito y registró en un cuaderno con mucha paciencia nuestros nombres. Nos entregó las llaves y nos indicó que la habitación doscientos tres estaba en el segundo piso a mano izquierda. Subimos con aire contrariado y Luis abrió la puerta, encendió la luz y ante nuestros ojos, apareció una escueta pero pulcra habitación con una única cama doble con una sábana azul, dos mesitas de noche con gavetas, lamparita y un ventilador de techo. Había una ventana de madera vieja con persianas de cristales que miraba hacia el patio del hotel. El piso era una placa de cemento rojizo algo descascarado y las paredes eran todas blancas sin mayor estilo ni decoración. Hacía calor. Mucho calor esa noche.
Entramos. Luis fue al baño que procuraba intimidad con una cortina gruesa oscura. Yo mientras. Acomodé mi maletín en la mesita de la derecha y me quité la camisa ya sudada. Deseaba una ducha con urgencia.
Luis salió de baño y me hizo seña de que podía usar el baño si deseaba. Tomé una ducha con mucha ansia. El agua refrescante en mi cuerpo me retornó el sosiego que había perdido. Ni me di cuenta lo básico y grisáceo que era ese baño de hotel barato. Pero funcionaba que era lo más importante. Salí envuelto en mi toalla. Luis miró mi cuerpo con cierto atisbo de interés. Al menos eso percibí. Él estaba ya listo con su toalla envuelta en su cintura para también tomar su ducha.
Cuando salió ya en short caqui, le pregunté si estaba bien si el quedaba del lado izquierdo de la cama. Me dijo que le daba igual. Puso en máxima potencia el ventilador y apagó la luz. Nos metimos exhaustos a la cama. Cada uno bien definido en un extremo. Pero el calor era simplemente insoportable. Yo tuve que quitarme mi short y decidí quedarme en solo calzoncillo. Luis hizo también lo mismo.
Conversamos un poco sobre la jornada de trabajo pesada que habíamos tenido en la vía. No éramos amigos. Solo dos conocidos que no solo nos había tocado trabajar juntos esa jornada y alguna anteriores, sino que por razones de mala organización empresarial, habíamos tenido que quedarnos en el primer hotelucho que encontramos. Para colmo de males no había sino una habitación con cama doble. La tomábamos o la tomábamos. Así terminamos en esa situación. Había cierta incomodidad y el calor aumentaba el fastidio y el bochorno.
Nos meneábamos tratando de acomodarnos. Pero en un momento dado, yo estando de espaldas a Luis, sentí su respiración detrás de mí. Él estaba medio lado con su pecho volcado hacía mi espalda. Saberme allí acostado con otro hombre igual, casado como yo, en solo bóxer, me produjo un morbo inescrutable. Extrañé un tanto estar en mi casa, en mi cama junto a mi mujer. Yo había tenido curiosidades de esas comunes de morbo entre hombres, pero no más allá. Era extraño sentir esa tensión sexual por estar allí en una cama con otro hombre. Me dio fastidio conmigo mismo sentir eso.
Pero la respiración de Luis era insistente no lejos de mi cuello. No sabía si dormía o si al igual que yo, estaba despierto cavilando algún asunto. No podía yo ser indiferente a su presencia justo allí detrás de mí. Quería sentir su cuerpo más cerca del mío a pesar del calor. Que tonterías se me pasaban por la cabeza. Sin embargo, tuve el coraje de echarme un poco hacia detrás muy disimuladamente. Simplemente deseaba sentir más cerca su respiración. Estaba oscuro y solo penetraba por la ventana abierta la luz tenue de una lámpara pública.
Para mi sorpresa, Luis también se corrió un tanto hacia mí. Me puse nervioso cuando sentí su presencia y el calor irradiando de su cuerpo justo a mis espaldas. Su respiración fuerte, de hombre, casi soplaba mi cuello. Un hilo de sensaciones raras y nuevas, se sumaron al nerviosismo. No estaba seguro si era todo casualidad o si era deliberado como yo. Lo cierto es que ahora estábamos más cerca. El morbo de tener a un hombre semidesnudo tan cerquita en una cama magnificó la atmósfera. Morbo, morbo, morbo puro y simple.
Pero yo no podía saber si Luis también tenía fantasías o curiosidades como yo. Me daba miedo dar un paso en falso y quedar como un tonto. De todos modos, él era un tipo bastante varonil y casado. Qué raro era todo eso. Había excitación, tensión, morbo, miedo y nervio al mismo tiempo en mí. Tal vez en él no pasaba nada. Quizás no se daba ni por enterado. Así que me corrí hacia atrás para ver su reacción. Tuve cuidado de no pegar mi cuerpo con el de él. Solo quería probar si acaso lo anterior no había sido pura casualidad. Pero mi pierna tropezó levemente la de él. Me asusté. Me quedé paralizado a esperar que hacía o que decía.
El simplemente se corrió aún más hacía mí. Sentí su pierna casi encima de la mía y su pelvis toparse levemente en mis nalgas. No, no podía ser casualidad. Estábamos jugando el mismo juego. Mi corazón quería reventar mi caja torácica. Luis y yo estábamos cerquita, muy cerquita. Demasiado. Mucho más allá del límite permitido por el pudor masculino. Su aliento lo podía sentir rebotando en mi cuello. Poco a poco sentí que su pelvis se fue aplastando contra mis nalgas. Una sensación placentera inesperada me sobrevino. Casi que instintivamente tuve ganas de restregarme contra él. Quería sentirlo. Deseé saber si lo tenía erecto o no.
Pegué mis nalgas contra él. Me lancé al vació a ver qué ocurría. Yo mismo me sorprendí del coraje para hacer semejante acto suicida. Él, al sentirme, simplemente, comenzó a menear su cadera. Sentí su bulto pegarse morbosamente contra mi culo. Ambos danzábamos al vaivén del erotismo tácito. Luis puso su mano por fin en mi cadera para controlar el ritmo de mi movimiento. Su verga estaba abultada debajo de su bóxer. Si, la podía sentir dura y aplastada contra mis nalgas. El me respiraba en mi cuello mientras se restregaba. Pegó su pecho velludo al mi espalda desnuda. Sentí el calor quemante de su piel sudada. Rompió entonces el hielo.
-¿Te gusta?
-Sí, ¿y a ti? -le respondí con voz nerviosa.
-¿Qué crees?
Nos quedamos en silencio sin dejar de menarnos en esa pose de morbo.
Luis deslizó mi bóxer. Yo tuve que levantar mi torso para permitirle el avance. El mismo me lo quitó. Mi culo quedó desnudo. Fue una sensación de tensión sexual fuerte. Encendió la lamparita porque me expresó que quería verme el culo.
-Créeme, nunca había visto un culo de hombre tan provocativo. ¿Te han clavado ya?
-No.
-¿En serio?
-Si. En serio. Es primera vez que estoy así con otro hombre. ¿Tu si has estado antes?
-La verdad. Si. Aunque pocas veces. Hace rato que no. Pero me tienes súper caliente.
Entonces me giré y lo miré a la cara. Sus ojos brillaban. Me dio vergüenza destaparme así ante otro similar. Su bóxer vinotinto estaba abultado. Que morbo ver a un hombre así, con su bóxer y erecto.
-¿Dime, te gusta la verga, verdad?
-Creo que sí. Tengo esa curiosidad.
-No pasa nada. Es normal. Se nota que te gusta. A mí también me gusta, pero me encanta más el culo.
-¿Eres activo?
-Si. Anda, no tengas miedo. Coge mi verga. Sé que la quieres.
Me resultó vulgar, descarado y atrevido eso que dijo, pero me produjo morbo esa actitud de macho con ganas. Hizo resaltar mi lado femenino oculto. Se puso de rodillas encima del colchón. Su aspecto era todo dispuesto y tentador. Se bajó su bóxer por debajo de sus testículos y su pene duro, apuntando al horizonte salió disparado como un resorte. El morbo me sobrepasó al verle.
Sus vellos púbicos, su piel morena, su abdomen de hombre de la construcción tosco y su verga perfectamente derecha y en perfecta horizontalidad me fascinaban la vista. Luis, la sobaba, pelaba su glande y lo cubría con el prepucio. Su cabeza rojiza brillaba como su pecho. Todo un macho para mí. Pensé en ese instante en Laura mi mujer, que debía estar dormida sola en nuestra cama matrimonial. Hubo cierto atisbo de culpa, pero no era momento para eso. Ahora era Luis y yo juntos en una cama de hotel barato a punto de pasar una noche de erotismo entre machos.
Él se bajó de la cama y se puso de pie. Me incitó a que yo me sentara al borde de ésta. Lo hice. El olor de su verga era tenue, el aroma que se desprendía de su abdomen y sus vellos era más intenso, pero atenuado por el jabón del baño reciente. La blandura de mi lengua tanteó su glande. Una sensación novedosa en mi boca pude detectar. Entonces la engullí. No me lo podía creer. Estaba chupando verga. Si. Una verga de macho. No era más esa mera fantasía o curiosidad. Metía poco más que la mitad en mi boca y volvía a sacar. La chupé como si hubiera ya hecho eso antes, sin titubeos, con intensidad y ganas. Luis gemía. Definitivamente un hombre conoce bien el cuerpo de otro hombre. Sabía bien dónde y en qué momento apretar más con mis labios al chupar su falo.
Lamía, acariciaba, mamaba, chupaba. A diferentes ritmos e intensidades. Nunca dejé de acariciarle los huevos o el abdomen o el pecho. No pensé que un macho podía ser tan placentero. Lo era. Y más de lo que me lo imaginaba. Comprendí entonces a las mujeres. Lamí sus testículos mientras lo masturbaba. Luis gemía y decía: chupa, chupa así, que rico, que bien la mamas.
Su verga en mi boca llenaba todo. Su pulso, el calor y la textura dura y blanda a la vez me encantaban. Había un sabor indescifrable. Debía ser el sabor a hombre. Me encantaba. Pero me agoté de estar así menando mi cuello con la quijada exigida. Tuve un receso. Miré su rostro de goce y sonriente.
-¿Te gusta?
-Mucho. Rico
-Sabía que te iba a gustar la verga. Se nota que te gusta.
Me daba golpecitos con su pene en mi cara. Eso me encantaba. Era tan morboso.
-Lástima no hay condón ni aceite para culearte. Tengo unas ganas de romperte ese culo lindo.
-Si. Lástima. Yo quiero probar.
Entonces él se agachó. Y sin avisarme. Sentí la tibieza de su boca envolver mi verga. Me dio una breve pero intensa mamada de verga. Es distinto definitivamente sentir a un hombre haciendo eso. No hay la suavidad ni la sensualidad de una mujer, pero si hay un morbo quizás más intenso. Dejó mi verga y se encimó en mí obligándome a acostarme boca arriba en la cama. No sabía bien que quería hacer. Me beso mi pecho y fue subiendo por mi cuello. Intentó besarme, pero yo alejé mi rostro. Nunca había imaginado eso de besarme con otro tipo. No estaba en mi presupuesto. Pero Luis insistió. Me beso en la mejilla muy tenuemente y sentí su cuerpo encima del mío. Su verga dura contra mi ombligo. Todo era agreste, pero tremendamente morboso. Luis buscó otra ve mis labios. Esta vez no tuve escapatoria. Simplemente por complacerlo dejé que me diera un beso. Me dio otro y otro. Cortos. Sus labios se pegaban y se despegaban de los míos. Eso me sorprendió porque sentí mucho erotismo. Tomó mis mejillas entre sus manos con mucha ternura y otra vez me besó. Eso me gustó para mi sorpresa y correspondí el beso.
Mis labios cedieron, los suyos cálidos y suaves se pegaron y nuestras lenguas comenzaron una danza. Fue un beso largo, lento, intenso, apasionado. Él encima. Yo debajo. Ambos sudados y excitados. Vaya! Que iba yo a imaginarme de estar así. Besándome tan eróticamente con otro hombre. Una auténtica noche de amor.
El beso no cesaba. Su cuerpo se meneaba y sentí que su verga se acomodó entre mis testículos. Su pene palpitaba. Su boca me devoraba a besos. Besos suaves, muy ricos. Sorprendentemente placentero. Era yo quien no quería que acabara. Luis encajó su verga debajo, más debajo hasta que su glande juguetonamente puyaba afuerita de mi ano.
-No te preocupes. No te la voy clavar así. Solo quiero morbosearte el culo.
Sentí su verga puntear mi ano. Era una sensación nueva. Lástima no estábamos listos para penetrar, pero igual disfrutaba de ese morbo novedoso. Luis me pidió que me volteara. Me puse en cuatro para él. Me sentí tan femenino y eso me dio placer. Un placer que recorría como cosquilla mi cuerpo.
Luis sobaba su verga por mis nalgas, la metía entre mi raja y la deslizaba con morbo como masturbándose. Yo sentía ese palo deslizarse entre mis nalgas.
-Me quiero pajear. ¿Me dejas que te moje el culo?
-Sí, pero. Quiero ver semen. ¿Podrías?
-Si quieres te hecho un poco en la cara.
-Si, si.
Yo me quedé en cuatro y Luis mirando mi culo se jalaba su verga asiduamente. Podía escuchar su mano agitando. Lo hizo con mucho morbo y me anunció el momento feliz.
Sentí unos chorritos caer en la raja de mi culo. El semen tibio y pegajoso. Sentí una sensación de triunfo. Fue especial. Él me tomó del brazo y desesperadamente me dijo con voz jadeante: ven, ven, ándate, pon tu cara. Hice lo que pude. Él tenía su verga bien apercollada con su mano como reteniendo chorros. Un chorro fuerte y después otros más débiles inundaron mi cara. Otra vez, esa sensación tibia y pegajosa que mojaba mis nalgas la tuve en mi cara. Fue algo morboso. Tremendamente morboso. Sentir y ver los pálpitos de su verga gruesa.
-Lámela, por favor.
Dude por un instante. No sabía si iba a darme asco. Pero algo me impulso a hacerlo. Verle así, tan macho, tan excitado. Engullí su verga algo sucia y chorreante. Aunque nunca tragué su líquido, un extraño sabor me inundó la boca. El sabor a semen no era ni especialmente agradable ni tampoco desagradable, pero psíquicamente generaba morbo. Se la mamé despacio y Luis gemía al sentir mi lengua pasearse por las zonas sensibles de su verga eyaculadora. Temblaba su cuerpo. Estaba en pleno goce viendo como yo me comía su sexo. Su verga fue poco a poco dando pálpitos cada vez menos intensos y encogiendo su tamaño.
-Anda, pajéate. Quiero verte chorrear.
-¿Puedo mojarte tu verga?
-Ja, ja, ja. Si quieres, claro.
Me di con ansias, pero estaba tan excitado que no tardé mucho. Luis se había acostado boca arriba en la cama y yo de rodillas a un lado de él. El punto de no retorno anunció mi explosión. Apunté mi verga hacia su pene dormido y él atónito contempló como todos mis chorros de leche se estrellaron en su sexo, su pubis, sus testículos mientras sonreía.