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Esa noche
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Te levantas de la silla y me tiendes la mano para que haga lo mismo. “Creo que este es el momento, vamos” me dices, y caminas decidida hacia el playroom; yo te sigo sin soltar tu mano, con una emoción adolescente. El vino y los brandis que has bebido, sin llegar a emborracharte, te han puesto en un mood atrevido y sensual.

Es el primer día de esta nueva estancia en Desire; vacación que empezamos a anhelar desde el día que salimos de este paraíso para adultos, hace apenas once semanas. La mañana transcurrió deliciosa y la tarde, excitante.

En la habitación hay más gente de lo que pensábamos. Aunque no me lo has dicho, sé que vienes siguiendo a una pareja que vimos esta tarde en el jacuzzi. Cruzamos con ellos poco más que un saludo, pero con sus miradas nos dijeron más que con cien palabras. Están allí: él ya está desnudo, sentado en el borde de la inmensa cama; ella está arrodillada entre sus piernas, chupándole el pene, que, valga la mención, luce muy respetable.

Desde el desayuno pudimos ver las sutiles diferencias entre este mes especial y el resto del año. El viejo con las dos chicas que intentan pasar por gemelas y la pareja de lesbianas –una cincuentona alta, atlética y de cabello corto, la otra más joven, morena y voluptuosa- nos llamaron la atención.

Mientras nos desnudamos apresuradamente –aún de pie- y ponemos nuestra escasa ropa en la barra, me señalas hacia donde están las dos mujeres, trenzadas entre sí con la pasión que sólo puede tener una pareja que se conoce al detalle. Emanan un magnetismo mágico.

Te pongo frente al espejo y coloco tus manos contra éste, a la altura de los hombros. Te acaricio te beso la espalda y poso mi pito entre tus nalgas. Me acerco a tu nuca y soplo suavemente en ella. En esta posición, podemos vernos a nosotros mismos y podemos a la vez tener un panorama general de todo el salón. ¡Es algo genial!

Esa tarde, cuando terminamos la primera sesión de sexo en una de las camas del jacuzzi, acordamos que en el playroom sólo tendríamos sexo oral… mucho, intenso, variado… pero sólo oral, hasta que no pudiéramos más. Entonces nos iríamos a coger a otro lugar, al aire libre.

Te das media vuelta y quedas frente a mí. Con pasos cortos, me empujas hacia la cama y de un empellón haces que me siente en ella. He quedado a medio metro de la pareja que nos atrajo y de la cual no nos hemos dicho una palabra. Imitando a la mujer, te has arrodillado y tu lengua ejerce ya su magia con deliciosos lametones en mi glande. Volteas a mirarme –como tanto me gusta- mientras sujetas con fuerza mi miembro y con delicadeza lames su punta. En tu mirada hay reto, hay pasión y hay un inmenso amor. Una descarga eléctrica baja por mi espina dorsal.

Durante la fiesta de espuma volvimos a hacer el amor. Tercera de tres, parece que se volverá una tradición. La diferencia esta vez fue que, en lugar de intentar pasar inadvertidos, nos tocó junto a otra pareja que estaba en el mismo asunto y más de una vez tuvimos roces con ellos –accidentales o con intención, ¿quién podría decirlo?- y la sensación nos gustó.

Volteo a mi derecha y me encuentro con que mi vecino no está viendo a su mujer, sino a ti. Sientes su mirada y también lo ves, mientras aceleras y profundizas tu felación. Él se muerde los labios sin dejar de mirarte. ¡Siento que voy a estallar!

Te devoras mi pito y con tu lengua lo presionas desde abajo. Tiemblo y tengo un orgasmo seco que casi me nubla la vista. Lo sientes y te retiras poco a poco. Mi erección sigue al cien por ciento y lo único que mi embotado cerebro quiere hacer ahora es tenderte boca arriba y meterte toda mi virilidad en la vagina, que adivino húmeda y palpitante.

En la cena tuvimos una plática divertida como muchas de las que solemos tener. Fue una pausa a este ambiente cargado de erotismo en el que estamos inmersos; demostración de que somos tan buenos amigos como apasionados amantes. Y al final de ella, el infaltable café, esa bebida que nos unió aún antes de nuestro primer encuentro romántico.

Te pido que te levantes y que te subas conmigo a la cama. Yo me acuesto con los pies hacia la pared y la cabeza hacia el borde, no muy cerca de éste. Te montas a horcajadas sobre mi cara y acercas tu vulva a mi boca, como aquella primera vez de San Gil que tanto te sorprendió y gustó. Tu vagina escurre y tu clítoris salta de su delicado capuchón. Me demoro un poco, con toda la intención de excitarte aún más. Al fin, empiezo con leves roces con la punta de mi lengua mientras mis manos –en contraste- aprisionan con fuerza tus nalgas. Te pido que me sientas, pero que al mismo tiempo mires hacia todos lados y disfrutes.

Tu primer orgasmo llega en un minuto. Podría retirarme, pero presiento que ligarás otro mucho más intenso y eso es algo que simplemente me fascina. No me equivoco y cuando tus gritos están al máximo, te palmeo con fuerza un par de veces en la nalga. Poco a poco te levantas y yo me incorporo, recuperando mi campo visual. Me sorprende ver que la pareja vecina está paralela a nosotros, en la misma posición que teníamos hace un instante.

Una vez más, has derrumbado mi reiterada afirmación “no me gusta bailar”. Antes de subir a la disco, nos hemos fundido el uno en el otro en la pista de baile, al ritmo del grupo de esta noche. Este bailar abrazados, fajar, besarnos, reír y manosearnos lascivamente derrumba todos mis absurdos prejuicios. Nunca has siquiera mencionado mi falta de ritmo e intentas adaptarte a mis torpes pasos. ¡Disfrutamos!

Quiero llevar mi boca empapada hasta la tuya y fundirnos en un beso con sabor a ambos. Cuando hacemos una pausa, me cuentas que la mujer y tú estallaron al mismo tiempo, tomadas de la mano. “Fue algo espontáneo, natural” me explicas; y agregas: “¡me encantó!”.

Como si no hubiésemos quedado suficientemente excitados después del baile-faje en la terraza, poco después de entrar a la disco, las gemelas falsas que acompañaban al viejo se subieron a la plataforma con el tubo en medio y le hicieron un striptease a su galán, mostrando dotes profesionales. Después, desnudas, se fueron a sentar flanqueando al tipo, que disfrutaba apoltronado en uno de los sillones, con ambos manjares al alcance de sus manos.

Me acuesto nuevamente boca arriba, pero ahora tú te sitúas a mi lado, junto a mis piernas, de rodillas. Metes un dedo en tu vagina, te frotas un poco, lo sacas y lo pones en mi boca, que lo chupa con avidez. Suspiras.

Te preparas y atacas mi miembro nuevamente con tu boca. Tus rodillas están separadas, y tus nalgas apuntando hacia arriba. Chupas, te sales y me miras. Me masturbas con la mano y vuelves a usar tu boca. Vuelves a mirarme… enloquezco. Estás concentrada en la labor que tan magistralmente ejecutas.

Volteo a mi izquierda y veo que los vecinos han vuelto a imitar nuestra posición, pero como en un espejo. Ahora una nalga de la chica roza contra la tuya y ambas se frotan. ¡Lo gozo! Pero cuando creo que la situación es inmejorable, la vecina rompe el contacto con su pareja y se pone detrás de ti; con sus manos recorre tu espalda… la besa… la lame. Tú te arqueas y aceleras el ritmo de la felación; ¡No sé cuánto más aguantaré, pero quiero que esto sea eterno! Te pido que sigas… que sigas…

Nos paramos a la pista; bailábamos separados porque el ritmo de la música así lo marcaba. Tres parejas de gringos bastante bebidos irrumpieron entre la concurrencia, bailando entre todos, frotándose con los demás, repartiendo caricias y magreos a discreción. Tú te llevaste una buena sobada de tetas y yo un agarrón de pito, entre otras cosas. Nos reímos y nos gustó la experiencia.

La chica te ha metido un dedo en la vagina y lame entre tus nalgas. Gimes… no gritas abiertamente porque tienes medio pito en tu boca. No sabes qué estímulo atender. Levanto la vista y veo al hombre, junto a su pareja, que se está colocando un condón. Mi cerebro revoluciona, no sé si advertirte o dejar que las acciones corran. Tomo la segunda opción, con todos sus riesgos.

La mujer se aparta un poco, sin romper el contacto contigo. Dos manos masculinas se posan en tus nalgas; me volteas a ver y levantas las cejas. “Disfrútalo”, alcanzo a decirte. Le hago al vecino un gesto afirmativo, casi imperceptible y él entra en ti con excesiva lentitud. Empujas tu trasero hacia él, con urgencia de sentir su miembro hasta el fondo, señal que él toma para empezar a bombear con ritmo, con fuerza.

Sacas mi pito de tu boca y gritas. Con mi mano hago los tres o cuatro movimientos que faltaban para eyacular y me derramo directamente en tu boca, que no está dispuesta a desperdiciar una sola gota. Estallas en un orgasmo fenomenal. El hombre se queda un rato dentro de ti, disfrutando de tus estertores vaginales y luego sale lentamente. Tú y yo nos derrumbamos en la cama, no queremos saber más por un rato. Nos abrazamos.

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