A: Sintiendo tu pecho desnudo en mi espalda, pegado a mí, mientras levanto mis nalgas para acercarla a tu pelvis y sentir tu virilidad. Siento tu pecho en mi espalda, siento tus vellos y me da un ligero cosquilleo. Me voy moviendo hacia ti, sutilmente, pego mis nalgas hacia tu pelvis, quiero sentirte más cerca, y tu virilidad, despierta, me roza las nalgas, en ese momento mis labios vaginales se empiezan a humedecer
B: Siento ese canal que se abre ente tus nalgas. Ah, sí, tus nalgas rosadas: firmes, duras, grandes, esculpidas en esos muslos torneados que hacen de tus piernas una atracción más. En ese edificio se sostienen. Así logran esa apariencia. Son las que levantan las miradas de envidia de las mujeres y el deseo de los hombres ¡Cuántos te habrán deseado! ¡Qué pensarían los que las han disfrutado! Y estás sabedora de ello: esas nalgas te definen como mujer y me apuntas con ellas. Despiertas mi deseo.
A: Me tomas de las caderas y me pegas a ti. Siento tu miembro firme entre mis muslos, y mientras los rozas, vas dejando un hilo de líquido, lo que me dice que estás igual de deseoso que yo, por estar juntos
B: Siento la panty que cubre sus nalgas. Lo hace infructuosamente, pues tus nalgas son redondas y paradas: no pueden ser cubiertas. Pero aun así logran cubrir tu vagina. De ahí emana esa humedad que siento impregnada en tu ropa interior.
A: Pasas tu mano y sientes la humedad, acaricias mi vagina sobre la tanga y mis fluidos traspasan la tela, tus dedos se humedecen también.
B: Acaricio su vagina por encima de la tanga. Es una superficie deliciosamente húmeda. No es una vulva protuberante, sino ligeramente cóncava, con vello púbico entre los labios. La primera vez que le ví el cabello sabía de qué color tendría el vello púbico. Y lo estaba comprobando: era castaño claro, pero brillaba por la humedad que lo bañaba. Así mojaba mis dedos, mis manos, mientras sentía esa vagina humedeciéndose rápidamente. No sólo húmeda, palpitando, esperando con deseo el momento de sentirme dentro. Mientras la toco, ella también lo hace. Sus manos han encontrado mi miembro, que la desea. Yo beso sus hombros, muerdo su cabello, mi lengua recorre su cuello.
A: Siento su lengua en mi cuello, un escalofrío me recorre el cuerpo, llevando mi mano, que busca desesperada su miembro, quiero sentirlo, tocarlo. Su textura es suave, delicada, pero a la vez fuerte y firme. Mientras acaricio su miembro escucho un ligero jadeo, su respiración es agitada. Me excita más y mi mano recorre sus testículos rodeado de vellos con los que mis dedos juegan.
B: Sus manos son hábiles. Las mueve con rapidez y me acaricia el pene y los testículos haciendo a un lado los vellos. Mi tensión aumenta y la desahogo haciéndole lo mismo. Jadea ella y yo también. Nos acompasamos, aunque no podemos vernos. Muevo ligeramente la tanga y se desprende un monte velludo, brilloso, húmedo. Siento los labios de su vagina, que se tensan y humedece los dos dedos que los recorren. Al sentirlo, ella me aprieta el miembro! Lo aprisiona y siento que escapa un chorro de líquido
A: Él recorre el mismo camino, pero en mi vagina. Sus dedos hábiles, sabe lo que hace, sus caricias me dan placer, mi clítoris se endurece, crece y palpita, siento que voy a tener un orgasmo. Mi reacción es apretar su miembro, mie tras tengo un orgasmo, en sus manos
B: Ella siente mi sensación y repite el movimiento, esta vez en mis testículos: “¿Te gusta que te los prense?” Me pregunta mientras los toma con una mano. Los acaricias, los talla, los recorre. Sabe jugar con ellos y yo lo disfruto. Lo hace rápido sin descuidar el tronco del pene, que para estas alturas está firme y húmedo. Siento su orgasmo. ¡Se ha venido y su cuerpo se arquea! La jalo de la cadera y la impulso junto a mí, mientras mi mano se moja al sentir esos fluidos y el clítoris: duro, viscoso, caliente. Me doy cuenta que su sexo pide más calor y ella sabe cómo hacerlo. No soy su primer hombre, lo sé. Imagino que esos orgasmos los ha tenido antes porque los procura, los disfruta, los necesita. Y es lo que hace ahora: mueve la vagina para que mis dedos entren en ella. Al mismo tiempo, ha prensado mi pene y lo talla, lo jala, lo acaricia Ese orgasmo es solo el comienzo, quiero más, quiero sentir más. Doy la vuelta, estamos de frente, tomo sus mejillas y con un intenso beso nos vamos hacia la cama. Sus besos, son suaves y van subiendo de intensidad, nuestros labios se entienden, se buscan. Su lengua se ha topado con la mía. Besa bien, como todo lo demás. Es una amante consumada y procura que sea bien tratada. Yo la deseo tanto, pero quiero disfrutar cada instante, cada momento, sin prisas. Podemos vernos, olernos, besarnos. Siento sus pechos moverse y crecer: están hinchados. Es el momento que esperaba para sentir esos melones en mi boca y lamerlos. Reaccionan. Se hacen duros y los pezones son desafiantes. ¡Ellos y el clítoris están erectos!
A: Estoy bajo su pecho, es velludo, suave, lo voy recorriendo lentamente, he esperado mucho este momento, quiero sentirlo, lo aprisiono con mis brazos y mis piernas se prenden a él.
B: Se ha puesto bajo de mí. Nuestros cuerpos están desnudos y sudorosos. Mi pecho siente sus senos, así como mi espalda siente sus piernas. Estamos listos: nuestra humedad nos delata.
A: Siento fluir un hilo caliente por mi entrepierna, estoy lista para recibirlo. Mi respiración es más agitada, lo tomo del cuello y con la mirada le pido que me haga suya, le doy un beso breve, pero intenso, mientras abro ligeramente las piernas, invitándolo a entrar.
B: "Ah". Sólo eso dijimos cuando finalmente pudimos acercarnos. Esa sensación única, previa al encuentro, nos mojó de nuevo al sentir a nuestros sexos desnudos, deseándose y rozándose. Nos miramos de nuevo, en complicidad: lo deseábamos. Realmente lo deseábamos y los besos nos juntaban mientras nuestros sexos seguían con ese roce erótico y húmedo. Me mira invitándome a entrar. Sus piernas de abren de manera inequívoca para confirmarlo. Solo debo mover mi pene hacia la entrada de su vagina y hacerlo. Estoy listo. Húmedo. Firme. Ancho. Y lo hago, sin pensarlo más: la siento, “¡ah, sí!” Qué dulce, tierna y cálida es está vagina. Siento sus palpitaciones, sus vibraciones: me atrapan, me acarician el pene. Así que me muevo dentro de ella, explorando, recorriendo, sintiendo esas vibraciones y emociones. De alguna manera, siento que ella lo deseaba tanto o más que yo
A: “Aaahhh!” Entró suavemente, y yo fui disfrutando cada movimiento, mi vagina húmeda facilitó la entrada. Mi vagina acarició su miembro ancho y firme, cada nervio en mi cuerpo lo sintió. Sus movimientos fueron subiendo de intensidad, no pude controlar mis gemidos, sentirlo dentro de mí era un deseo cumplido.
B: La sensación era de plenitud: ella me disfrutaba tanto como yo a ella. Decidí moverme lento pero firme: deseaba sentir sus paredes antes que llegar al fondo de la vagina-. Moví mi miembro haciendo ese movimiento circular, raspando esa vagina antes de penetrarla por completo
Ella se contoneaba. Me besaba sin acabar los besos: abria la boca y los gemidos escapaban. Sus ojos se habían cerrado, su espalda se arqueaba y yo veía esa vagina abierta, dilatada, con mi miembro adentro. La jalé hacia mí. Levanté sus caderas y la sujeté. Quería sentirla más y más. Ella abrió las piernas y sus nalgas sirvieron para elevarse a mi altura y permitirme metérsela. A cada uno de mis movimientos correspondía el mismo de sus senos. Yo me movía en círculos y sus senos se amoldaban. Ella impulsaba las nalgas hacia arriba para que yo penetrara el techo de su vagina. Jadeaba. Sudaba. Tomaba las sábanas con las manos y cerraba los ojos. Sentía su estrechez. Sabía que había tenido varios amantes, pero su vagina era estrecha. Mucho. Y me apretaba. Eso me excitaba y por eso quería hormarla para mí. Mi glande se movía de un lado al otro, de un extremo a otro de esa estrecha vagina, en esos círculos que ella completaba con las caderas y los pechos. Podía verla acostada sintiéndome. Podía verla con mi miembro adentro de su vagina. Podía ver su estrechez mientras yo la dilataba a mi anchura. ”Ah, sí, sí”. Decía ella sin que ninguna otra cosa saliera de su boca. Su ceño estaba fruncido y yo no sabía si era por la excitación o porque se arrepentía. Después de todo era una mujer casada y sabíamos que nos jugábamos mucho, pero habíamos decidido correr los riesgos. Sin embargo, al verla así no sabía qué pensaba: “¿Le duele? ¿Se arrepiente? ¿Piensa en él? ¿En alguien más? ¿Me disfruta a mí?” Me sentía confundido, pero estaba extasiado. Verla así: mojándose, moviéndose, abriéndose, debía ser evidencia de que, de alguna manera, me disfrutaba. Así que decidí no pensar más, por el momento, y sentir cómo su vagina se comía mi miembro. Sus grandes nalgas le permitían elevarse en un ángulo de 25 grados hacia mí. Yo podía penetrarla de esa forma: un roce suave de mi glande en sus labios. Otro roce metiéndolo un poco más dentro. Otro más en las paredes. Otro chocando con el clítoris. Esa sensación me gustaba: mi miembro disfrutaba esa rajita que de abría frente a mí: “¿Así se abriría con sus otros hombres?” Sabía lo que hacía. Era de esas mujeres que sabían amar, disfrutar de sí mismas y de un hombre. Me conformaba al saber que ahora había llegado mi turno. Era un deseo cumplido. Y quería saborearlo, paladearlo, para aprender de ella. Si sabía cómo le gustaba, quizá podríamos repetir el encuentro. Ella levantó la pierna izquierda. La puso sobre mi hombro y se abrió por completo: podía ver esa panochita, con los labios dilatándose más y los vellos del mismo color de su cabello. Era evidente que me enseñaba cómo le gustaba. Si era así, me enseñaba cómo se había cogido a tus amantes. Me enseñaba un camino y me ponía, quizá sin saberlo, una prueba: amarla como había amado a otros. Quería hacerle sentir lo mismo. “Ah, si”. Tenía todo para ello. Veía ese cuerpo de tentación listo para mí y yo estaba más que listo para embestirla
"Agggg, asiii". Así comenzó el jadeo al sentirme penetrándola. Me detuve un poco sin moverme. No quería que un movimiento brusco arruinara todo. Finalmente, todavía no la había sentido del todo y podía echarlo a perder. Pero no fue así. Ella impulsaba la pierna hacia mí marcando el ritmo: yo debía seguirlo. La veía y sentía tan segura de lo que hacía que entendí que esa postura la calentaba y le generaba un orgasmo tras otro.
Dicen que una mujer nunca olvida a un hombre que supo cogérsela y no sabía que ella está a tratando de sentirlo de nuevo, de alguna manera. Su ceño estaba más fruncido que antes. No sabía si era por remordimiento, por el recuerdo de sus amantes o su marido o si, simplemente, me disfrutaba. Yo la veía y me excitaba tanto. Era una mujer deliciosa. Su piel, su piel era encantadora y tenía el culo y las tetas de campeonato. Quería sentirla, tenerla. Mientras más me movía más mojaba todo. Le tomé una teta con una mano, mientas me impulsaba hacia ella metiéndole todo mi miembro. "Ahhh" fue tan rico sentir esa humedad que me conducía rápidamente al fondo de la vagina. "Ahh, Siii, Siii". Lo estaba disfrutando. No tenía idea de cuánto me gustaría probar a esta mujer y ahora sólo quería metérsela. Y lo hice varias veces impulsándome y moviendo mi miembro en cada una de las embestidas. Ella jadeaba, se arqueaba. Yo buscaba el momento para entrar y salir, metérsela y sacársela. Así, una tras otra. Mi erección era mayor. Sentía que las venas se marcaban en mi miembro, bombeando la sangre para mantenerlo así de firme y ancho. Y eso hacía: deseaba sentir a esa mujer. Era tan buena amante, tan estrecha, tan húmeda, que tengo gemía y nos mojaba.
Ella abrió los ojos. Y así se mantuvo: mirándome, con las pupilas dilatadas. Por fin dijo algo: "¿Qué, no te voy a decir nada?" Y los cerró de nuevo rápidamente. Lo que no quiso decirme no pudo negarlo con el cuerpo. Su vagina estaba siendo horadada, una vez tras otra. Me gustaba que su dilatación fuera tanta que me sostenía la erección que traía: encajamos perfectamente. Y sólo las gotas y los hilos de líquido parecían contradecir esa imagen de complementariedad. Me movía más lento. Mucho más: la había sentido hasta el fondo, pero quería que ella sintiera mi miembro raspando su vagina con calma y delicadeza. A una embestida seguía una retirada lentísima. Y de nuevo, la penetraba despacio. Sus piernas comenzaron a temblar. Era una señal inconfundible. Abrió los ojos. Me miraba de una manera diferente. "bésame", me dijo mientras me acercaba metiéndotela de un golpe. Cuando llegue a su boca sus labios estaban tensos, su boca trabada y salió un gemido desde el fondo. Comenzaba a venirse y sentía su palpitar, su respiración quebrada, que vagina dilatada con mi miembro dentro. Y sus ojos mirándome fijamente como desde entonces lo ha hecho. Ese grado de placer me calentó: "¿Piensa en alguien más? Debe ser su marido". Ah, su vagina me exprime. "No, no lo sé. ¿Quién?". Ah, me está exprimiendo más "Así debe habérselo cogido mil veces "ah, sí, sí sigue. Exprímela así. "¿Me estará disfrutando? Sí, sigue así” Duró una eternidad. Ella se venía y succionaba al mismo tiempo. Había sentido muchas vaginas, de muchos tipos, formas, colores y olores. Ésta se parecía a la de Laura. Sí, cuántas veces no nos amamos. Pero apretaba, abrazaba, constreñía en lo que sacaba chorros y chorros de fluidos. Ahhh, la sentía tan bien. Sabía cómo cogerse a un hombre: meterse su miembro y disfrutarlo adentro.
Me miró de nuevo, con incredulidad y pasión. Se acostó boca abajo y abrió las piernas. Pude ver esas nalgas en todo su esplendor. Las había sentido en las manos, pero ahora podía verla en 4, abierta, con ese gran culo apuntándome: "Eres una mujer tentadora", le dije y me acomodé tras de ella. Sentí el remordimiento. Mi mujer se había entregado muchas veces así conmigo. Durante años el sexo fue bueno, pero de unos años para acá apenas si nos tocábamos, durmiendo en la misma cama. Pero ella era lo contrario. "¿Por qué?", Pensé mientras se la metía de un sólo movimiento: ¡zas, zas, zas! Esas nalgas se movían rápidamente. Eran grandes, blancas, firmes. Eran las ancas de una yegua y me excitaban tanto. Quería sentirla. Quería tenerla. Penetrarla. Metérsela. Sentir sus gemidos. Gritos. "Aquí, así, dame duro, dámelo todo, quiero que me cojas" Se movía como una reina en mi miembro. Sabía moverse y yo le había marcado esa vagina con las venas de mi miembro que navegaba en ese canal estrecho. "Ah, sí, pequeña, mueve, mueve esas nalgas". Levántalas. Empínate. Enséñame como te coges a un hombre". Le decía ya completamente excitado. La pasión se desbordaba. Ella gemía y me pedía más y más. "Es rarísima: o no coge o no le es suficiente", pensé mientras seguía metiéndosela y viendo cómo de su vagina caía ese fluido, mío y suyo, bajándome por la pelvis hasta los testículos. "Aviéntame las nalgas con fuerza, hazme sentir tu pasión", le dije. Ella aventaba las nalgas hacia mí. Cada choque era un gemido. Zas, aggg, ahhh, zas. siii, zas "Como te mueves" , “ah, sí métemela” zaz.
Las tetas le bailaban y chocaban en su pecho: Zaz!!! Mis testículos sentían las grandes nalgas golpeándolos en casa embestida. Zaz!!! Mi verga estaba tiesa, ancha y venuda y sentía que se dilataba en casa ocasión que montaba a esta hermosa hembra que buscaba un macho. "Cógeme Papi, soy tuya", me dijo mirándome. “Soy tuya, soy para tí", me dijo bramando mientras restregaba las nalgas sobre mi verga y me provocaba un placer enorme." Méteme esa cosa, hazlo así", gritaba mientras una almohada me servía para ocultar sus gritos: “ayyy, siiiii, ahhh, ahhh” ¿Eso quieres?, De verdad eso quieres?" Le cuestioné ¡mientras me dejaba ir con todo sobre el culo que me ofrecía! Y es que el espectáculo era magnífico: si había aprendido a mover las nalgas en incontables noches de sexo, si había aprendido a comerse una verga, disfrutarla y exprimirla, ahora lo había como quizá no lo había hecho antes: su humedad no mentía. Se aplicaba. Se sabía una hembra dispuesta a todo. Se ponía a prueba. Era su naturaleza: el sexo era vital para ella. Si estaba conmigo, se debía a qué no la complacían. Pero la veía concentrada en una cosa: disfrutarme y enseñarme cómo le gustaba ser cogida, domada, poseída. “¿Quieres que te haga mía?", Le pregunté: "síi, afirmó con absoluta seguridad. Entonces ábrete esas nalgas y comencé a darle de nalgadas, con fuerza, hasta ponérselas rojas, muy rojas. Le encantó. Gimió y gritó. ¿Te gusta, mami?" Le pregunté. "Síi, Sii me encanta" dijo ella mientras movía las nalgas con fuerza y profundidad. Aullaba del placer que le causaba y me pedía que así siguiera
A: Me embestía con fuerza, como si quisiera atravesar mi cuerpo: ”Ahhh, mi hombre”, yo lo disfrutaba tanto. Gemía y gritaba, no lo podía contener, las almohadas no eran suficientes. “Awww, que rico me coges, papi. Tu verga es la más rica que me han metido… sigue, papi” Mis nalgas golpeaban con su pelvis, rebotaban en sus bolas, “awww“. El sonido me ponía más caliente. El gemía con cada grito y suspiro mío
– Te gusta? Así?? siiii, así!! “¿Te habían cogido así?” “sí, pero con nadie había tenido tantos orgasmos, awww sigue” Me la seguía metiendo, sentía gotas de sudor que caían en mi espalda y en mis nalgas. De repente me tomó del cabello, me jaló suavemente hacia él, mi espalda se arqueó más, era un movimiento nuevo, algo pasaba. No me molestó, al contrario, me excitó más, me sentía dominada. Me penetró aún más fuerte, sabía que algo venía. Me gustaba como me tomaba- “Papi, quiero ser tu mujer, tu puta, quiero que me cojas siempre” “Cuando quieras, mami. Cuando me lo pidas”
-Agrrr!!! Me voy a venir de nuevo!! –“vente, vente, “¿te gusta cómo te la meto?”
-“aww siiii, que rica verg…”
B-Le pregunté: quieres toda mi leche?
A-Aww siiii, todaaa
B- Quieres que te llene la panochita?
A- Llénamela de lechita, papi
B- Aprieta las nalgas!! Exprime la verga!
A: Awww siii, vacía la, mójame todaaa.
B- Levántalas!! Exprímela así.
A-¡Qué rica la tienes, te la voy a exprimir!
B-Dímelo de nuevo, pídemelo
A-Lléname la panocha con tu leche, quiero que me la bañes a chorros -Más!¡!! Mójame, márcame las nalgas.
B- “Quiero venirme adentro”
A-Apriétalas, mientras te exprimo la verga. Sii, vente: lléname de tu leche, papi. Que sepa mi panocha quién es su dueño, quién es mi hombre. Así, así, quiero sentir tu leche caliente escurriendo por mi vagina: “Awww, qué ricooo”
B-¡Y saqué un río de leche!
A: Me sujetó fuerte por las caderas podía sentir sus dedos hundiéndose en mis carnes, me levantó levemente las nalgas y cambió el ritmo de las embestidas, lo hizo más rápido…Toma, toma… – siii, vas a ser mío – “agrr siente la verga de tu hombre”. “Dámela, papi” Me jaló con fuerza hacia él, mientras lanzó un gemido, no se movió por unos segundos- Mi vagina podía sentir como su verga se vaciaba. Lo sentí eyacular, mientras me venía otra vez… Fundimos nuestros fluidos, se desprendía un ligero olor a sexo. Caí rendida en la cama, y él sobre mi. No dijimos palabra alguna, el ruido de nuestra respiración inundaba la habitación. Sii, todavía dentro de mi, no podíamos ni queríamos movernos.
A. Así, recostados boca abajo, el dentro de mí, agotados; con el olor a sexo envolviendo el ambiente. Podía sentir como escurrían y salían nuestros fluidos de mi vagina. Nos quedamos profundamente dormidos.