Después de esa cena transcurrieron casi dos meses. Por razones laborales y familiares de ambos, nuestros encuentros no fueron tan frecuentes, máximo dos veces por semana. Seguíamos planeando lo del viaje. Ajustamos nuestros tiempos y programamos un viaje de una semana al mar. Me ilusionó saber que iríamos a un resort en el Caribe mexicano. Para esto me cuidé más, asistí más días a la semana al gimnasio.
Cuando nos veíamos íbamos a cenar o a comer. Me llegó a proponer ir a su departamento pero me rehusé. No me sentía todavía preparada, a pesar del deseo y de que me complacía su compañía. Sentía todavía cierta culpa y me apenaba recordar lo que le había permitido que me hiciera en el automóvil y lo que yo le había hecho. Sin embargo, después de tantos años de no tener relaciones sexuales, el deseo surgía e imaginaba el primer encuentro sexual con Ricardo, aunque también aparecía la incertidumbre al no saber cómo reaccionaría.
Con el tiempo me sentí más cómoda con él; me hacía reír mucho y su cultura y sensibilidad me cautivaban. En una ocasión estuve a punto de dejarlo entrar a mi casa pero no lo hice. Nos besamos con mucha pasión en el auto y la excitación creció mucho pero me supe controlar y le dije que tuviera paciencia, que sería mejor en otro momento y en otro lugar, no en mi casa. Lo aceptó y esa actitud me gustó, me demostró no tener prisa ni urgencia.
Finalmente llegó el día del viaje. Acordamos de vernos en el aeropuerto. No sabía cómo vestirme; eso sí, quería agradarle. Pensé en una falda corta, en un vestido pegado al cuerpo o en unos pantalones ajustados. Pero también me apenaba pensar en eso: viuda y cincuentona. Sin embargo, tenía que superar mis miedos y sentimientos de culpa. Recuerdo que la terapeuta me había dicho que el pasado podía seguir intacto, pero que tenía que construir el futuro con las oportunidades que me ofreciera la vida. Y éste era el momento: saber que iríamos a un lugar cálido, acompañado de un hombre que me agradaba en todos sentidos, me motivaba y tenía que dar no un paso sino un salto.
Opté por un vestido blanco que me había hecho, ceñido en la parte superior y suelto de la cintura para abajo, ni corto ni largo, apenas un poquito arriba de las rodillas. Dudé respecto de los zapatos, si tacones medianos o altos, pues si me ponía los altos corría el riesgo de verme más alta que él y llamar más la atención. Me vi en el espejo y la verdad me gustaba cómo me veía, un poco blancas mis piernas pero firmes todavía, tanto por el ejercicio como por la genética. Me veía como una mujer típicamente “culichi”, como les dicen a los originarios de la capital del estado de Sinaloa. Me recogí el cabello. Traté de ser coqueta, pero no vulgar: no me puse ajustador. Y como mis senos son pequeños no me importó.
Cuando nos encontramos en el aeropuerto noté como brillaron sus ojos al verme, no esperaba verme vestida así. Desde que llegué al aeropuerto y caminé por los pasillos sentí la mirada de algunos hombres pero lo que más me llamó la atención es que me miraban jóvenes de 30 o 40 años. No pasaba inadvertida mi estatura de casi 1.80 con esos tacones, con mis pantorrillas torneadas, mis caderas anchas, acinturada y mis nalgas todavía firmes y redondas. Nos saludamos con un beso; me veía más alta que él pero mostró indiferencia. Nos encaminamos a la sala de espera, pues ya había hecho el chek in. Ya sentados, nos dimos la mano y me crucé de piernas. Sentía que hombre que pasaba cerca me volteaba a mirar mis piernas. Y eso que el vestido tampoco me quedaba muy corto. Pero él no se incomodó para nada. Mi marido, en ese sentido, sí era un poco celoso y no le gustaba que enseñara de más, aunque en realidad pocas veces lo hacía.
Ya en el avión, sentados, yo en la zona de la ventanilla y él en medio, pero afortunadamente el pasillo vacío, crucé mis piernas y me levanté un poco el vestido cuando no me veía; a los pocos minutos empecé a sentir su mirada, y de repente acercaba su mano y me las tocaba. Lo hacía discretamente pues cada rato pasaban las personas del servicio y los pasajeros que iban al baño. Como veinte minutos antes de aterrizar, le dije que iba al baño. Pero antes me pidió que me acercara para decirme algo. Me acerqué y me preguntó “¿Te puedo pedir algo?”, yo le respondí que sí. Entonces me dijo en voz baja: “Ahora que vayas al baño quítate tus pantaletas, ponlas en tu bolso y cuando regreses, lo abres y me las muestras”. Primero no supe qué decir, después le sonreí de manera coqueta y con total aceptación. Fui al baño y no dudé: hice lo me pidió.
Regresé al asiento, abrí el bolso discretamente y le mostré mi prenda. Sonrió y nos dimos un beso. Me senté y volví a cruzar las piernas. No dejaba de mirarlas. Al poco tiempo miré su entrepierna, y noté el tamaño de su bulto. Yo le miraba de reojo pero me daba pena tocárselo, no fuera a ser que me vieran los pasajeros o las aeromozas. Una y otra vez lo miraba discretamente.
Aterrizó el avión. Cuando bajamos del avión sentí la calidez del ambiente pero también una sensación rara al no traer ropa interior. Ya en el taxi, rumbo al hotel, en el asiento de atrás, me acariciaba el interior de mis muslos y yo su entrepierna, pero sin tocar su miembro. Toda esta situación me resultaba nueva y sugestiva. Por ejemplo, no traer ropa interior y sentir sus caricias en mis piernas. En mis años de casada nunca pasó por mi mente andar sin ropa interior en la calle, y mi marido nunca me lo propuso.
Llegamos al hotel, nos registramos y nos condujeron al cuarto. Tan solo entramos y estuvimos solos, nos empezamos a besar y abrazar. Yo supuse que iríamos a la cama, pero Ricardo me dijo que fuéramos al balcón del cuarto a mirar el atardecer. El sol ya estaba de color rojo incandescente. El mar caribe se contemplaba en toda su magnitud con su color turquesa. El espectáculo era increíble. De repente me abrazó por detrás, con sus manos rodeando mí cintura. Me gustó esa sensación, me sentía protegida. Pero inmediatamente sentí su miembro en mis nalgas; pero especial, supuse que por el material del vestido y no traer ropa interior. Empecé a excitarme al sentir como crecía su miembro y se ponía duro. De repente, frotaba mi trasero en su miembro al mismo tiempo que volteaba para besarle la boca.
El atardecer caía ante nuestros ojos y la brisa marina humedecía nuestros cuerpos. No dejábamos de besarnos y la excitación crecía. Había dos tumbonas en el balcón, entonces me acercó a una de ellas y me dijo que pusiera mis rodillas en ella. Tomó mis caderas y me pidió que recargara mis manos, de tal manera que quedé en posición de cuatro, como le llaman.. Entonces levantó mi vestido y empezó a acariciarme mis nalgas, mis muslos y mis pantorrillas. Después el interior de mis muslos. A pesar de la humedad del ambiente me sentía un poco reseca. Recordé que traía un gel en mi maleta, pero no quería interrumpir este momento. Supongo que él se dio cuenta de mi resequedad y entonces acercó la punta de su miembro a mi vagina, la cual se empezó a humedecer con los fluidos suyos. Me penetro suavemente pero no totalmente y después se retiró y continuó con sus dedos hurgando mi vagina y luego mi clítoris, todo ello magistralmente, sin prisa y delicadamente. Y ante mis ojos, la inmensidad del mar. Mi excitación aumentaba, él lo sentía perfectamente pues identificó el instante perfecto y empezó a penetrarme.
Indescriptible lo que estaba sintiendo, pues encontró el momento perfecto para sólo penetrarme. No me envestía, lo hacía suavemente…por lo que mi gozo se iba acumulando. Sentía el tamaño de su miembro y su erección firme. No dejaba de preguntarme si me dolía o si me sentía incómoda; también me preguntaba si me gustaba como lo estaba haciendo. Yo le decía que estaba bien y que no se detuviera. No sé cuánto tiempo estuvimos así. Me sorprendió que su miembro se mantenía rígido y sin la urgencia de eyacular. Entonces le dije que no se moviera, que se mantuviera quieto. Yo empecé a mover mis caderas en forma circular y él coordinaba el movimiento con sus manos en mis caderas. Me estaba gustando pero también me estaba cansando, hasta que, continuando con el mismo movimiento, sacaba un poco mi vagina de su miembro para concentrarme en su punta, del tal manera que sentí como su excitación aumentaba y como venían en camino sus fluidos. Explotó dentro de mí y sus gemidos no se detenían. Yo me excité pero no tuve un orgasmo, sentí demasiado semen en mi vagina. Sacó su miembro y yo me paré sin saber si ir al baño o qué, pues no tenía alguna toalla cerca de mí. Entonces su semen empezó a escurrir y caer una parte en el piso y otra a deslizarse en el interior de mis muslos. Como no tengo matriz, pues me operaron hace tiempo, el semen se me sale inmediatamente después de tener relaciones sexuales.
Nos quedamos acostados en las tumbonas, un poco cansados, dormitando, mientras la luz se desvanecía sobre el mar y la oscuridad impedía mirarlo. Seguimos así, hasta que coincidimos en que teníamos hambre, había que ir a cenar. Me dijo que si nos bañábamos juntos, le dije que sí, aunque él se adelantó primero. Yo no lo había visto completamente desnudo, pero cuando lo vi debajo de la regadera me gustó su cuerpo, atlético, sin panza y con el abdomen marcado. Me había dicho que practicaba natación pero no imaginé que estuviera bien formado. Nos abrazamos y besamos desnudos, con el chorro de agua tibia sobre nuestros cuerpos. Después tomó el jabón y empezó a enjabonar mi cuerpo, deteniéndose en mis senos pequeños y luego en mis grandes nalgas, hurgándome de repente sus dedos en mi vagina o en mi ano. Después yo hice lo mismo y recorrí con mis manos todo su cuerpo, deteniéndome en su abdomen, en su pecho y en sus brazos. Después mis manos buscaron su miembro para enjabonarlo. Me detuve allí y le masajee suavemente el miembro hasta lograr poco a poco una erección. Por primera vez se lo miraba en toda su magnitud, estando desnudo. Me llamó la atención el prepucio pues me había acostumbrado al miembro de mi marido que estaba circuncidado. Lo abracé por detrás para acariciar de otra manera su miembro, con las dos manos, las cuales apenas alcanzaban para cubrirlo todo. Lo empecé a masturbar y sentir como crecía. Luego me di vuelta, me coloqué en cuclillas y me lo llevé a la boca mirando hacia arriba buscando sus ojos. Era un disfrute fenomenal tener ese miembro grande y erecto en mi boca. Así estuve unos minutos, después me concentré en su glande para lamerlo con mi lengua. Sentí como palpitaba y como venían sus fluidos, hasta que eyaculó en mi boca pero ya no con tanta fuerza. Acto seguido él hizo lo mismo y empezó a hacerme sexo oral, dándome una cátedra con su lengua en mi clítoris, provocando en poco tiempo un ligero orgasmo.
Cuando nos empezamos a vestir para ir a cenar, Ricardo me dijo que me tenía una sorpresa, que me había comprado un vestido. Así que lo sacó de su maleta y lo extendió sobre la cama. Era de material satén, color fiusha, y que si no me incomodaba por lo corto, me lo pusiera para ir a cenar. Me lo puse, sí que estaba corto, como cinco dedos arriba de la rodilla, sin mangas, un poco ajustado a mis caderas. Me puse mis zapatillas, ahora mis muslos se notaban más, pero en ese ambiente, no me hizo sentir incómoda. Llegamos al restaurante y sentía las miradas de algunos hombres. Me sentía sensual y deseosa; gozosa y coqueta, como no me había sentido nunca. Cenamos delicioso, a la luz de las velas y con el ambiente caribeño. Antes del postre fui al baño. Y allí se me ocurrió algo. Me quité la tanga que traía y la guarde en mi mano. En el trayecto volví a sentir la mirada de los hombres, sentía que mis nalgas se movían un poco de más. Llegué a la mesa y le dije a Ricardo “Te tengo una sorpresa”, y abrió los ojos de más cuando le puse en una de sus manos mi tanga. No sabía qué decir, pero supe que le complació.
Estábamos cansados, casi inmediatamente nos dormimos, no sin antes estar unos momentos en el balcón, contemplando el océano y dándonos unos besos. Nos fuimos a la cama y dormimos desnudos. Ya en la madrugada, dándole la espalda a Ricardo, me despertaron sus manos que me acariciaban mis caderas y mis piernas. Le dije que me abrazara y en cuando junto su cuerpo al mío sentí su miembro erecto en medio de mis nalgas; me empecé a despertar pues además se escuchaban las olas del mar a lo lejos. Me voltee y nos empezamos a besar. Entonces me dijo que me pusiera encima de él. Acomodé su miembro en mi vagina y sentí como se deslizó hasta entrar completamente todo, me dolió un poco, pero me gustó. Empecé a moverme, a cabalgar, con la experiencia de tantos años de casada y como sabía que le gustaba a mi marido, en círculos sobre la punta de su miembro, lo que generalmente provocaba una inmediata eyaculación, pero en este caso, Ricardo se mantenía firme, disfrutando de mis movimientos. Su miembro seguía erecto y duro, y la que ya no pudo fui yo, tuve un orgasmo intenso que me hizo gemir. Seguimos así pero por más que me movía no eyaculaba, hasta que me voltee en la posición de vaquerita invertida y empecé con mis movimientos en círculo y concentrándome en la punta de su miembro. Esta posición le gustaba mucho a mi marido, pues me decía que contemplaba muy bien mis caderas y mis nalgas, y casi de inmediato eyaculaba. Ahora, Ricardo no tardó en eyacular y en tener espasmo tras espasmo. Ya después me dijo también que le excitó mucho verme por detrás, con esas caderas y esas nalgas grandes. Nos volvimos a dormir. Yo desperté para ir al baño y de regreso tuve la oportunidad de mirar su cuerpo nuevamente. Acaricié su torso, sus brazos y su abdomen y le di un beso, lo que hizo que despertara. Nos besamos y luego yo empecé a besar su cuerpo y cuando llegué a su parte media, su miembro nuevamente estaba reaccionando. Lo tome con mis dos manos y lo empecé a masturbar hasta lograr una breve eyaculación. No sabía de donde sacaba tanta fuerza y energía. Claro, era 13 años más joven que yo.
Nos bañamos y nos preparamos para ir a desayunar y después a la playa. Para el desayuno me puse un vestido floreado, largo pero ajustado a mis caderas y nalgas, pero antes de salir Ricardo me dijo que pusiera en la cama todos mis calzones, no sabía el porqué. Así que lo hice, los tomó todos y me dijo “Quiero que permanezcan en la caja fuerte hasta que nos vayamos”. Entonces le dije “Quieres que ande sin ropa interior todo el viaje?” sí, me respondió. Antes de salir del cuarto me dijo “Falta uno”, entonces me los quité y se lo di para que los pusiera todos juntos en la caja fuerte.
Fue un viaje maravilloso. Así fue toda la semana, con tres o cuatro veces al día teniendo sexo y cumpliendo muchas fantasías. Un día, antes del regreso, me programó un masaje en el hotel, sólo que no estaban libres las masajistas mujeres solo un hombre. Yo no quería pero finalmente dijimos que sí. Duró más de una hora y en verdad resultó estupendo, con música oriental y aceites con fragancia exquisitas. Ya en el cuarto de masajes, apareció el masajista, me llamó la atención, un tipo muy atractivo, como de 40 años, de ojos verdes y como 1.90 de estatura, vestido de blanco. Me saludo, me preguntó mi nombre y mi edad y me dijo que me colocara boca abajo. Empezó a masajearme la nuca, luego los hombros y brazos y después la espalda, donde se detuvo más. Yo sólo traía una toalla alrededor de la cintura, cubriéndome mis nalgas y mi pubis. Después pasó a masajearme mis piernas, para luego llegar a mis caderas y nalgas. En algunos momentos masajeaba de más mis nalgas. Pero me sentía demasiado sensual que no me importó. El aceite se deslizaba muy rico en mi cuerpo y la fragancia era una delicia. De repente metió de más una de sus manos en el interior de mis muslos y deslizó suavemente sus dedos en mí coño. Pero después se retiró y se puso enfrente de mí, masajeando mi cabeza. De repente abrí un poco los ojos y me encontré con su entrepierna. Pasó por mi mente que con esa estatura y ese cuerpazo este joven estaría bien dotado. Siguió dándome masaje en la cabeza y en la nuca. Después me pidió que me colocara boca arriba y me dio una toalla para cubrir mis senos. Le dije que así estaba bien y empezó a masajearme nuevamente, los brazos, mi torso, mis piernas y mis pies. Antes de terminar me dijo que el paquete del masaje incluía el pubis afeitado, pero que preguntaría si estaría libre alguna masajista mujer para que me lo hiciera, pero que si no existía inconveniente él lo podía hacer. Me quedé pensando, sin embargo le dije que él lo podía hacer, que no había problema. Así que lo hizo, con mucho cuidado, con un aparato muy moderno. Se comportó muy profesional. Me dijo que no representaba la edad que tenía, que estaba muy bien conservada. Se lo agradecí.
Pero el mayor placer vino después, cuando ese hombre se retiró, pues al poco tiempo, llegó Ricardo y me dijo que siguiera boca arriba. Me dijo que cerrara los ojos y de repente empezó a masturbarme con un consolador para demostrarme que si existía el punto G, pues habíamos hablado de este tema. Fue maravilloso, recuerdo haber gritado como loca. Ya de regreso en el avión, Ricardo me preguntó que a qué hora me había afeitado el pubis. Le dije la verdad, que venía incluido en el paquete y que el masajista lo había hecho. Sentí que esto no le gustó del todo. Luego me preguntó si era joven el masajista. Le dije que sí y se lo describí. En fin, confirmé que una mujer de mi edad y mi situación puede gozar y disfrutar del sexo y el erotismo, y que esto no es monopolio de las y los jóvenes.