Fue el hombre de mi vida, mi compañero en la intimidad, el padre de mis hijos. Parece que ayer falleció mi marido y una vez que todos los que vinieron al funeral se fueron me di cuenta lo sola que estaba. Los hijos son mayores y cada uno tiene su vida, mis amigas y familiares tienen sus propias parejas y también hacen su vida.
En ese caso la viudez puede resultar muy dura. No sólo has de ser capaz de sobreponerte a la muerte de tu marido, sino también a afrontar una vida en soledad Y puede que esa perspectiva no te guste. Puede ser motivo suficiente para querer tener una nueva pareja tras la muerte de tu compañero.
Pero puede servirnos de orientación el luto. El luto por la muerte de una persona cercana suele durar un año. Se entiende que en ese tiempo una mujer viuda ha tenido tiempo suficiente para asimilar el fallecimiento y para plantearse cómo enfocar su nueva vida. En mi caso no fue así, fueron más de cinco años y nunca pasó por mi mente tener una relación con otro hombre. Formó parte de la comunidad hebrea y los principios morales están muy arraigados, por lo que sentía la presión y oposición de siquiera pensar en buscar un nuevo amor o simplemente un compañero. Hay determinadas edades en las que lo que una mujer quiere no es un compañero de cama, sino alguien con quien ver la televisión por la noche y al que contarle cómo ha ido el día al llegar a casa. Es un amor al fin y al cabo, aunque probablemente diferente al que tenía con mi marido. Lo que importa no es la atracción física o una estabilidad sentimental, sino el compañerismo, la amistad y la confianza.
Estuve casada con mi marido 29 años, toda una vida si le agregamos seis años de novios; ahora tengo 59. Él era mayor que yo, falleció casi a los setenta años. Estuve en terapia casi tres años pues el duelo se extendió más de lo normal. Tanto la terapeuta como algunas amigas me decían que me abriera a otras posibilidades, pues todavía no era tan mayor y me conservaba bien. A raíz de mi viudez algunos hombres se me empezaron a acercar, sin embargo, yo sabía lo que pretendían, por lo que mi rechazo era en automático. Me veían vulnerable e intentaban aprovecharse.
Empecé a realizar actividades diversas para evitar la soledad y la depresión. Por ejemplo, asistía más tiempo al club para hacer ejercicio, salía de viaje con algunos familiares o me inscribía a talleres o cursos académicos. Y fue en un diplomado de Historia del Arte que conocí a un hombre. Le tocó impartir un módulo del diplomado, más joven que yo y divorciado. Se dio una relación alumna-profesor, me encantaban sus clases y en esa admiración me empecé a sentir atraída por él lo mismo que él hacia mí. A pesar de que era recíproco me negué en principio a sus invitaciones. Finalmente terminé por aceptar y empezamos a salir, yo me sentía incómoda de que me fueran a ver. Solo lo comenté con un par de amigas, las cuales no me juzgaron.
No quería externarlo ni siquiera a mis hijos, a pesar de que a veces me decían que si yo tenía una nueva relación no me juzgarían. Pero no se los dije. Me hacía sentir muy a gusto la compañía de este hombre, me hacía reír mucho y eso relajaba el ambiente. Me sentí culpable cuando nos besamos por primera vez en un restaurante al que fuimos a cenar, sin embargo, con el paso de los días y de la convivencia lo fui superando. Todo eran besos y abrazos, hasta que en una ocasión me invitó a su casa, sabía porque lo quería, pero no me sentía preparada. Aceptó mi negativa y no insistió más. Eso me agrado de él, pues no me presionaba. Cuando cumplimos tres meses de salir me invitó a cenar a un restaurante. Yo me vestí con un vestido negro, un poco corto y cuando me vio quedó impactado, pues siempre me había vestido conservadoramente cuando nos veíamos. Debo decir que tengo muy bonitas piernas, por herencia y por el ejercicio que hago. Además soy alta, blanca, ojos color miel y el cabello rojizo. Esa vez, además de besarnos, llegamos a un poco más. Por ejemplo, sentí cómo una de sus manos buscaba acariciar mis piernas y yo se lo permití, me gustó la suavidad con que lo hizo, para después acariciar el interior de mis muslos y dejar su mano allí. Era una experiencia distinta, nueva, se la quería retirar pero me estaba gustando. El ambiente era propicio pues estábamos a la luz de las velas y todo era muy íntimo. Luego, nos juntamos más y empecé a acariciar una de sus piernas, y sin querer sentí su miembro. Estaba nerviosa. Lo tocaba discretamente y luego un poco más. Tenía un poco de pena. Después nos separamos u y empezamos a cenar.
Nos dábamos uno que otro beso, mirándonos a los ojos. Hubo un momento en que él fue al baño y ya de regreso no pude evitar mirarle la entrepierna y detener mi mirada en su bulto. Ya sentados él volvió a acariciar el interior de mis muslos y yo acariciarle su pierna y de vez en vez tocaba su miembro. Hubo un momento en que pretendió acercar sus dedos a mi vagina y no lo permití, me dio pena, pues a pesar de mi edad estaba húmeda y me estaba excitando. Terminamos de cenar y nos retiramos. Cuando esperábamos que el valet parking nos trajera el auto me abrazo por detrás y sentí su miembro en mis nalgas. Me gustó esa sensación después de tanto tiempo, sentir en mi trasero un miembro, pero éste lo sentía muy grande, demasiado grande y muy duro.
Ya en el automóvil nos dimos algunos besos y también me seguía acariciando con su mano mis piernas y el interior de mis muslos, hasta que hubo un momento en que, con innegable maestría, acercó sus dedos a la orilla de mis calzones, los hizo a un lado y buscó sentir mi humedad. Para eso bajó la velocidad del auto. No pude resistirme y deje que sus dedos empezaron a acariciar mi clítoris. Lo hacía con una delicadeza y paciencia que provocó el despertar de esa sexualidad que había permanecido casi muerta. Lo hizo de tal forma que no tuve problemas en tener un orgasmo, recuerdo haber gemido y no dejar de moverme.
Ya estábamos por llegar a mi casa y en ese breve trayecto le acaricié nuevamente su pierna hasta llegar a su miembro, el cual ya estaba duro y grande. Se estacionó y me dijo que si podía entrar a mi casa, le dije que no, que eso si no podía hacer. Se me venía a la mente la recamara y la cama en la que había dormido con mi marido tantos años. No insistió, le dije que mejor programáramos un viaje, que eso sería lo mejor para hacer lo que deseábamos. Quedó satisfecho con mi propuesta. Luego nos dimos un beso largo y apasionado y mi mano nuevamente buscó su entrepierna. Miré su bulto y lo desee, hasta que no pude resistirme y empecé a desabrocharle el cinturón y el pantalón. Traía una trusa blanca y su miembro se miraba impactante, hasta que le baje un poco la trusa y saqué su miembro.
Nunca había visto un miembro que no fuera el de marido, éste era diferente, tanto por el prepucio, pues el de mi marido estaba circuncidado, por cuestiones religiosas, como por el tamaño y el grosor. Lo acaricié con mis dos manos, sentía su humedad, y luego con el dedo índice acariciaba su glande y sentía como aumentaban sus fluidos, hasta que no pude más y me lo llevé a la boca. Tenía deseos de tener ese miembro en mi boca, había pasado por mi mente en el restaurante cuando le miré el bulto y luego cuando me lo pegó a mi trasero. Se lo mamé con deseo y gusto, suave sin prisa, como sabía hacerlo, con la experiencia de tantos años, como tantas veces se lo había hecho a mi marido. No quería que eyaculara, sin embargo, supuse que ya no podía y sentí como venía el flujo de sus entrañas. Fue espectacular como explotó tanto semen en mi boca, me gustó su temperatura y la fuerza con la que salió y seguía saliendo. Sentía que me ahogaba con tanto semen en mi boca, no sabía si tirarlo o qué por lo que preferí tragármelo.
Nos despedimos y acordamos programar un viaje a la playa. Entré a mi casa. Luego me dirigí a mi recamara. Me desvestí y entre al baño a bañarme y bajo la regadera me cepille los dientes, sentía un sabor raro en mi boca. Miré la recamara, mi cama y debo confesar, me sentí culpable pero al mismo tiempo sentía como una energía poderosa había salido de todo mi cuerpo. Dormí profundamente, no quise pensar en nada, tal vez solo en el viaje que me esperaba.