-¿Que eres qué?
No supe reaccionar, sobre todo porque no deseaba reírme de él, o herirle… y sobre todo, con lo que yo he sido… Mientras mis amigas se enamoraban y sufrían, yo tenía aventuras y me divertía. Siempre me he considerado una “chica alegre”, alguien que disfrutaba del sexo sin complicaciones, sin compromisos, algo que por otra parte, con dos carreras de letras acabadas en tiempo récord y un trabajo de locos como traductora y profesora de literatura a mis 26 años tampoco podía permitirme… pero empecemos por el principio, será lo mejor.
Y creo que el principio fue aquella noche de viernes que quedamos cuatro amigos en el pub de cervezas al que solíamos ir. Éramos dos chicos y dos chicas, aunque no éramos pareja. Alberto y yo lo habíamos sido, pero habíamos terminado casi un año atrás, él deseaba una estabilidad que yo no podía darle… ahora él estaba buscando una novia fija y yo simplemente hacía lo que había hecho siempre: divertirme. Me llamo Irina. Mi padre era ruso y yo he heredado sus enormes ojos azules con el cabello castaño claro de mi madre y sus facciones suaves y naricita respingona.
No soy muy alta, pero tengo buena figura y como he ido a clases de baile desde niña, sé moverme muy bien y contonearme graciosamente, si se me permite la inmodestia… mi rostro, mi cuerpo y sobre todo mi modo de tomarme la vida, y mi actitud, por qué no decirlo, coqueta, me ha hecho tener muchos amigos… Y aún después de que hubiera terminado la posibilidad de relación carnal, seguir conservándolos. Aquella noche Alberto y yo hablábamos de conseguir una novia para él, una chica con la que poder casarse, y entonces él se fijó en alguien de la barra…
-No soy yo quien más necesita una novia por aquí… ¡Oli! – y saludó efusivamente con la mano. Miré hacia donde saludaba, y le vi por primera vez: pantalones caqui, zapatos marrones, camisa blanca y americana un poco más oscura que los pantalones. Sentado en un taburete de la barra, balanceando las piernas, bebiendo un batido de chocolate con pajita. Nos vio y sonrió, más con los ojos que con los labios, porque no soltó la bebida y devolvió el saludo.
-¿Quién es? – quise saber.
-Le conozco del trabajo. Se llama Oliverio… Oliver, suele decir, pero le llamamos Oli para acortar. Es muy buena persona, pero le cuesta mucho socializarse.
-¿Por qué no le dices que venga y se siente con nosotros…?
Alberto sonrió y me dijo, confidencial:
-… Porque aquí hay dos chicas.
-Oh… ¿es homosexual y le molesta que…?
-No, no es homosexual… lo sé, me lo ha dicho. Es sólo que es tímido. Muy tímido, de hecho. Si ya le cuesta hablar con la gente, con las mujeres más aún. Le asustan, siempre tiene miedo de quedar en ridículo o no saber qué decir, por eso las esquiva.
-¿Y tú te dices amigo suyo y no le invitas precisamente donde hay chicas, para que pierda el miedo…?
-¡Je! Precisamente, estando tú, es la peor manera de que pierda miedos… que nos conocemos, Irina… que cuando te pones, darías miedo a Chuck Norris…
-Pero también puedo ser encantadora, y tú lo sabes…
– Eso sí es cierto – tuvo que reconocer tras pensar unos segundos. – Bien, ¿sabes qué? Mira a ver si puedes traerlo aquí. Te apuesto lo que quieras a que no le despegas de su taburete ni con agua caliente.
Dicho y hecho. Me levanté de la mesa, me alisé el vestido verde que llevaba y empecé a caminar hacia él, mirándole fijamente. El tal Oli se me quedó mirando mientras me acercaba. Ya no balanceaba las piernas y tuve la sensación de que tampoco sorbía de su pajita… miró a derecha e izquierda sin mover la cabeza, como para ver si yo podía estar dirigiéndome a otro, y su expresión de estupor aumentó más aún cuando tuvo que reconocer que venía a por él. Cuando llegué a su lado ni siquiera parpadeaba. Tenía la boca llena de líquido y parecía incapaz de tragarlo.
-Hola… – dije sonriendo – Eres Oliver, ¿verdad? – las piernas de mi interlocutor dieron un temblor y finalmente tragó lo que tenía en la boca, haciendo ruido como un pavo y asintió con la cabeza, inseguro. Pude darme cuenta que una fina gota de sudor le corría desde la sien, a pesar de que la temperatura del pub era normal. – Mi amigo Alberto me ha hablado de ti, y nos gustaría que te sentaras un rato con nosotros, a charlar… si quieres.
Oli intentó hablar, pero tuvo que hacer el esfuerzo dos veces hasta que al fin le salió algo más que un balbuceo o un “eeh…”
-Yo… yo no quisiera m-molestar… yo… bueno…
-¡Estupendo, ven!
-Eeh… eeh…. – Yo sabía que su “bueno” no había sido una afirmación ni mucho menos, sino tan sólo una palabra en la que se apoyaba para continuar su excusa, pero ya era demasiado tarde, le había agarrado del brazo y tiraba de él para llevarle a nuestra mesa. Alberto se levantó para estrecharle la mano y decirle lo mucho que se alegraba de que hubiera decidido acercarse, y Oli medio sonrió, rígido como una tabla, sin saber ni qué hacer o decir…
Pude darme cuenta que se sentía muy incómodo, para él, lo mejor hubiera sido que yo lo dejase en paz con su batido de chocolate… pero también me di cuenta que era incapaz de plantar cara y decir “no me apetece estar con vosotros, prefiero estar solo…”. Le aterraba quedar como un grosero tanto como el trato con la gente, de modo que se aguantó. Alberto lo sentó entre él y yo, y lo cierto es que al principio estaba tan tenso que me sentí culpable de haber usado un truco tan sucio para traerle, pero cuando salió el tema del trabajo, las cosas empezaron a cambiar…
-¿A qué te dedicas? Alberto dice que te conoce del trabajo, ¿trabajas en la Universidad?
-Eeeh… s-sí…
-Y… ¿qué haces allí, también das clases? ¿Eres de Medicina también?
-Nnn… no. Más bien no. Soy… bibliotecario. – Lo dijo bajando la voz y eludiendo mi mirada, como si no estuviera muy contento con su empleo… pero sus palabras no tuvieron tal efecto en una filóloga de dos lenguas (español y ruso) y enamorada de la letra impresa.
-¿De veras? – me maravillé – ¿en qué facultad?
Oli quedó tan sorprendido de mi reacción que levantó la cara para mirarme a los ojos… y cuando vio en ellos un interés genuino, se sorprendió más todavía.
-En… bueno, se puede decir que en todas… soy el bibliotecario jefe, me… me encargo de las biblios de… todas las facultades… Llevo la administración de todas… A-aunque mi favorita es la de Filosofía y Letras… allí empecé.
Antes de que me diese cuenta, le estaba bombardeando a preguntas, pero él parecía feliz. Contestaba todo, de vez en cuando una diminuta sonrisa afloraba en su rostro y hasta estaba empezando a dejar de tartamudear… mientras le escuchaba, me fui fijando en él. No era muy alto, yo llevaba tacones y le sobrepasaba un poco, cosa de dos centímetros, pero se notaba… tenía el pelo oscuro muy bien peinado, y un rostro bastante anodino, donde lo único que destacaba eran los ojos, no muy grandes, pero sí muy expresivos en su, por lo demás, inexpresivo rostro.
Durante aquélla noche, y a través de tres batidos más, me enteré que Oli (me dejó llamarle así), había sido retraído desde pequeñito, introvertido y poco hablador, muy poco dado a las diversiones movidas o a las travesuras, y ante la carencia de amigos con gustos afines, se había refugiado en los libros, convirtiéndose en un estudiante modélico, que entró a trabajar como becario en la biblioteca de la facultad de Filosofía y Letras con apenas 18 añitos para pagarse la carrera de la misma facultad… y había ido ascendiendo hasta ocupar el cargo de bibliotecario jefe de la universidad sin haber entrado en la treintena, y llevaba ejerciendo ese cargo desde hacía cinco años, ahora tenía treinta y tres.
Llevaba la vida tranquila que le gustaba llevar. No sabía lo que era meterse en un lío, mentir o romper un plato. Nunca le habían puesto ni una mala multa de tráfico. No fumaba ni bebía. Su juego favorito era el ajedrez… era lo que se podía definir como El Hombre Más Aburrido del Mundo… y sin embargo, me estaba resultando interesante. Quizá fuera esa timidez que lo hacía parecer tan tierno, o su voz, nasal, bajita y dulce, o su aspecto inseguro… fuese como fuese, cuando los amigos dijeron de volver allí el viernes siguiente, logré que aceptase y volvimos a vernos… ahora era ya la tercera vez que nos veíamos.
Oli siempre se sentaba junto a mí y con frecuencia, se me quedaba mirando sin decir nada, sólo contemplándome… pero no pasaba más allá. Por regla general, cuando me gustaba un hombre, se lo hacía saber enseguida para llevármelo a mi casa cuanto antes, pero en esta ocasión, sabiendo que a él le costaba lanzarse, había decidido darle un margen… pero después de tres citas, no aguantaba más, iba a tirarme al río. Así, al llegar la hora de irnos a casa, le dije que mi coche estaba en el garaje y si no le importaba llevarme…
-Aaah… Eemh… N-no… no me importaría… Si… si me vas guiando… – Oli, tan seguro cuando hablaba de su trabajo o de libros, o cuando se le pedía que citase a los clásicos, se había convertido de nuevo en el hombrecito apocado a quien me acerqué por primera vez tres viernes atrás, pero no puso pegas.
Me senté junto a él en su Smart azul y no por accidente, la falda negra que llevaba se subió un par de centímetros al hacerlo, dejando a la vista más de la mitad de mis muslos. El bueno de Oli intentó mirar sólo al frente, pero en cada semáforo sus ojos se desviaban de reojo hacia mis piernas, por más que intentaba no volver la cabeza para disimular. Su actitud me resultaba tan adorable y tenía tantas ganas de que se soltase, que no me resistí a subir la temperatura un poco más…
-Qué fastidio…. Prácticamente nuevas, y me parece que se me ha saltado un punto de las medias… ¿lo ves desde ahí…? – dije, y me aupé un poco sobre el sillón, levantándome un centímetro más la falda, como si pretendiera buscar por debajo de mi muslo, peligrosamente cerca del final del mismo… Oli estaba tan colorado que yo podía notar el calor que desprendía a ráfagas. Intentó hablar, pero no logró decir nada, y finalmente llegamos a mi casa. – ¿Por qué no subes a tomar la penúltima…..? – insinué bajando el tono de mi voz, y debió ser más descarado de lo que yo pretendía, porque Oli pisó con tal fuerza el freno que, de no haber llevado cinturón, podíamos habernos golpeado contra el cristal.
-Yo… que… que yo… Nnn… no estoy seguro de… – se agarraba al volante del coche ya detenido y seguía mirando al frente como si temiera que si me miraba a los ojos no fuese capaz de resistirlo… parecía debatirse entre su miedo a lo que iba a suceder si subía y las ganas que tenía que de realmente sucediera. En un intento de calmarle, le cogí de la mano… su corazón iba tan deprisa que podía notar los golpes de su pulso sin esforzarme. Oli dejó escapar un suspiro y se mordió el labio inferior.
-Oli, relájate… no va a suceder…. nada, si tú no lo quieres.
-Esss… es que… no sé si lo quiero o no…
-Bueno – sonreí – en tal caso, tú subes, tomamos la penúltima, y… después decides, ¿conforme?
Oli pareció aliviado y subimos a mi apartamento. Mis paredes color melocotón llenas de estanterías repletas de libros le dieron una cálida bienvenida…
-¡Cuántos libros…! – parecía extasiado. Cerré la puerta y me acerqué a él, pero apenas me notó a su espalda, pareció salir huyendo – ¡Mira… Crimen y Castigo… e-en ruso! E-es uno de mis libros favoritos…
-También lo es mío… – ronroneé arrimándome a su pecho, mirando sus labios… Oli se colocó el libro delante de la boca y buscó a la desesperada…
-¡Mariposas…! ¿Te gusta coleccionar mariposas también a ti…? Y-yo lo adoro, aunque no las tengo en casa… co-como puedo mirar cuando quiera las de la facultad de Ciencias Naturales…. Mira, ésta es una Parthenos Silvya… – Tenía la cara colorada como un tomate mientras miraba la vitrina de mariposas… Era excelente haciendo regates, no cabía duda…
-¿Qué te apetece tomar? – dije, intentando atacar por otro lado.
-Eeeh… ¿tienes Nesquick….?
Sonreí. Sí, sí tenía. Se lo preparé mientras él miraba mariposas y los libros de mi salón, algunos muy valiosos por su antigüedad y la imposibilidad de encontrarlos hoy día. Yo me puse un refresco y salí con él al salón de nuevo. Me senté en el sofá y di una palmadita en el asiento vecino para que se sentase junto a mí. Hizo ademan de sentarse en el sillón monoplaza, pero viendo que yo le señalaba un sitio a mi lado, hubiera sido grosero no aceptarlo, y Oli no podía ser grosero… con manos temblorosas, cogió el vaso de leche con cacao y se llevó la pajita a los labios.
Cerró los ojos al sorber… me había quedado muy rico, era indudable, pero Oli había aprovechado la circunstancia para quedarse callado como un muerto… si no hacía algo pronto, se acabaría su bebida y se iría… Aquello era mucho más árido de lo que yo había pensado… con los otros hombres, era mucho más sencillo… simplemente, decías que querías sexo, y todos estaban siempre dispuestos… con Oli no era así de fácil… él estaba aterrado por la posibilidad y yo tenía miedo de asustarle y que ya no quisiera verme… decidí ser sincera.
-Oli, tengo que decirte algo…. – puse mi mano sobre su rodilla y al pobre le dio tal respingo el cuerpo que casi se le salió la leche por la nariz. – … Me gustas. Me gustas mucho. Realmente quiero que pases aquí la noche. Conmigo… que me hagas feliz… que me hagas el am…
-Soy virgen. – me cortó. Tenía la mirada fija en una baldosa del suelo, las manos tan apretadas en torno al vaso que los nudillos le palidecían y el cuerpo entero tenso como un cable de acero.
-¿Que eres QUÉ?
-V-virgen… A-así que no… nnno puedo hacerte nada, porqueee… no sé cómo se hace.
Durante un par de tensos segundos, no supe reaccionar. Una parte de mí quería reírse con toda el alma, ¡un hombre virgen con 33 tacos! Pero otra parte de mí, afortunadamente, tomó el control… lo último que yo querría, sería herir sus sentimientos…
-Y-yo… yo siento que tengas esos sentimientos… pe-pero la verdad es que tú te mereces a alguien mejor… yo no tengo idea de cómo… satisfacer a una chica… no sé cómo… ¿qu… qué… qué haces? – dijo, temblando de pies a cabeza, al notar que yo le quitaba suavemente el vaso de entre las manos y me acercaba a él sin ningún tapujo, buscándole la boca.
-Enseñarte… – contesté y quise besarle, pero una vez más, intentó escurrirse, sólo que esta vez, no calculó el borde del sillón, y al intentar apartarse, cayó de culo. Me lancé a por él entre risas, y de rodillas le besé la nariz, la cara y la frente mientras le quitaba la americana.
-Nnn… no… no… por favor, Irina… me da mucha vergüenza… no sé hacerlo… ¿qué pretendes hacerme…?
-El amor. Tú no tendrás que hacer más que dejarte llevar… ven conmigo, y vas a ver que es muy fácil… – Le ayudé a levantarse del suelo y cogido de las manos, le llevé a mi alcoba y cerré la puerta con el pie, para no tener que soltarle. Oli estaba muy nervioso… bueno, para ser francos: estaba aterrorizado y tenía pinta de ir a ponerse a gritar de un momento a otro. – Relájate… No va a pasar nada malo… yo me encargaré de todo… tú limítate a dejarme hacer a mí… y disfrutar. Siéntate, por favor.
Sin permitir que le soltara las manos, se sentó en el borde de la cama. Mientras le acariciaba las manos muy suavemente para que me soltara, besé de nuevo su cara, la comisura de sus labios… su boca se abría y cerraba ligeramente, como si instintivamente quisiera besarme aunque no supiera cómo… finalmente, logré que me dejara soltarle las manos y quise ir al cuarto de baño para ponerme algo más apropiado.
-No… No irás a marcharte… ¿verdad…?
-Claro que no, ni siquiera saldré del cuarto…
-Y m-mientras… yo… ¿qué debo hacer…? –susurró.
-Descálzate y apóyate en la almohada para estar cómodo, pero no te quites nada más. Enseguida vuelvo… – lo cierto es que temí que al dejarle solo aprovechase para escapar, pero no lo hizo. Por la puerta entreabierta del baño de mi cuarto le oí quitarse los zapatos y pude entrever que se miraba al espejo y susurraba algo… me pareció entender algo como “he llegado niño, me van a hacer hombre…” e intuí que se estaba dando ánimos.
Después oí el roce de su cuerpo contra la colcha cuando se sentó en ella… yo me despojé de toda mi ropa y me puse el “equipo de noche” que había dejado allí previsoramente esa tarde: tanga rojo y picardías transparente del mismo color. Mis pechos se insinuaban claramente bajo el tul rojizo… sólo esperaba no asustarlo demasiado. Saqué el brazo por el espacio de la puerta entreabierta y bajé la luz del cuarto hasta dejarlo en penumbra, y salí. Oli tenía los ojos tan abiertos que me extrañó que no se le cayeran.
Estaba sentado en la cama, la espalda apoyada en el cabecero, y abrazado a la almohada… para ocultar su rubor y su excitación a la vez. Se había quitado los zapatos y también los calcetines, un detalle de buen gusto, que había dejado pulcramente doblados dentro de sus zapatos, a los pies de la cama.
Sonreí, contenta porque le gustase mi atuendo y feliz por tenerle por fin, y gateé por la cama hasta llegar a su altura.
-¿Te gusto…? – pregunté, mientras le quitaba la almohada de los brazos y la ponía en su espalda para que estuviese cómodo. Asintió.
-Eres… esto es… Es demasiado para un inocente bibliotecario…
-Lección número uno: nada de infravalorarse… – me acerqué a él buscando su boca, mientras con la mano le desabrochaba los botones de la camisa – Lección número dos: besar… separa los labios y deja que tu lengua piense por ti… – muy suavemente, posé mis labios sobre los suyos.
Noté como Oli temblaba violentamente al sentir mi caricia, mis labios húmedos y suaves frotar los suyos, y mi lengua acariciarlos, abrir su boca, penetrarla, explorarla… su respiración golpeaba su pecho y sus manos agarraban con fuerza el edredón, y cuando ocasionalmente lo soltaban, no sabían a dónde dirigirse, qué tocar o qué hacer… sin soltar su boca, le cogí de una de las muñecas y llevé su mano a mi cintura (era menos agresivo que llevársela directamente a mis pechos, supuse que eso le haría sentir más cómodo) y le hice acariciar mi cuerpo, aún cubierto por el picardías.
La punta de mi lengua, acariciaba sus mejillas, rozaba el filo de sus dientes, hacía cosquillas en su paladar… pero su lengua parecía haberse atrincherado en el fondo de su boca y no quería participar en el juego. Me separé lentamente de él, lamiendo dulcemente sus labios… sudaba copiosamente e hizo un gesto de dolor. – ¿Qué pasa?
Oli eludió mi mirada con gesto de embarazo, pero supe qué pasaba: su pantalón hacía un bulto más que considerable… totalmente nuevo en una caricia tan sensual como un beso francés, su miembro había reaccionado poderosamente, y era indudable que los testículos debían dolerle… sonriendo, acaricié su pecho, no muy peludo pero tampoco lampiño, bajé haciendo casi cosquillas y mis manos se dirigieron hacia su pantalón.
Oli dio un respingo de sorpresa y gusto y dejó a la vista su lengua… justo lo que yo había esperado. Sin darle tiempo, me lancé una vez más por su boca, con la lengua por delante, de modo que cuando quiso contraerla, ya era tarde: había tocado la mía. Un profundo suspiro de placer salió de su pecho y por un momento pensé que acababa de correrse, pero no. Sólo había sido un subidón de placer.
Mientras mis manos se afanaban en su cinturón, bajaban su cremallera y tiraban de sus slips blancos, mi lengua acariciaba la suya… lentamente, nuestras bocas se acercaron de nuevo y nos fundimos en un profundo beso… en esta ocasión, el brazo de Oli, aun titubeando, se dirigió a mi nuca y me abrazó. Le temblaba, y la otra mano estaba rígida, apretada sobre la colcha… pero ya estaba participando.
Quise soltarme de su abrazo para besarle el pecho, pero con un delicioso gemido de protesta, me apretó junto a él, quería seguir besándome… el brazo con el que rodeaba mi cuello se deslizó hasta mi brazo, mi costado… no se atrevía a ir más allá, de modo que yo misma le cogí la mano nuevamente y la acerqué hasta mi pecho. Oli se separó de mí con un sonido de ventosa, por la sorpresa.
-Mmmh… ¿no quieres tocarme…? – susurré, llevando su mano sobre mi pecho para que lo amasara. – ¿No te gusta el tacto que tiene…?
-S-sí… Claro que sí… – admitió, empezando a mover su mano – es muy blandito… y cálido… es sólo que… me ha sorprendido… ¿pu… pu…puedo… puedo tocar… por dentro…?
Me reí suavemente, y levanté mi picardías para que metiera la mano por dentro y tocara mi piel. Oli puso los ojos en blanco y me pareció que iba a desmayarse.
-Ooh… Es… Es mucho más suave así… Qué calorcito da… tienes… Tienes los pezoncitos marrones… marrones como el cacao… me… me hace cosquillas en la mano… es asombroso…
-¿Te gustaría chuparlos…? – Me saqué el camisoncito y acerqué mi pecho a su boca… ni a terminar de hablar me dio tiempo cuando tenía mi pezón entre sus labios, sorbiendo de él como si fuera la pajita de su habitual bebida… lamía con tal deleite que todo mi cuerpo escalofrió de gusto y mi sexo se inundó. Su lengua acariciaba mi pezón, lamía por la aureola, por el entreseno, hacía círculos en mi teta, cada vez más pequeños, hasta volver de nuevo al pezón… los tenía tan erectos que casi dolían, pero me hubiera pasado horas recibiendo aquéllas deliciosas lamidas…
El pene de mi compañero supuraba líquido preseminal, estaba rojo, suplicaba por recibir también él su parte de mimos… a pesar de que Oli quería seguir mamándome las tetas y acariciando mi espalda, no quise ser egoísta… quería que gozase hasta caer inconsciente. Dulcemente, me solté de su abrazo y mientras besaba su pecho e iba bajando hasta el ombligo, tiraba de sus pantalones hacia abajo… Excitado, nervioso, pero lleno de ganas, Oli tironeó con las piernas para terminar de quitárselos él mismo.
-¿Vas a… vas a… montarme…? – preguntó, como si quisiera prepararse para lo que se avecinaba… pero yo me limité a sonreirá, y antes de que pudiese preguntar más, me incliné sobre su polla y la metí en mi boca. – ¡Oooh! – Oli dejó escapar un gemido profundo y soltó la risa; el placer encontrado y la vergüenza perdida eran superiores a todas sus fuerzas, y los suspiros de gusto se le mezclaban con risas de gozo y timidez mientras se retorcía en éxtasis.
Sus caderas se movían solas, sus piernas se acalambraban… de pronto, se le cortó la risa y me suplicó que me detuviese – ¡Para… No, no, noo… Po-por favor, paraaa… nooo… mmmh… noo… no… puedo… aguan… aaaaah…! – Entre espasmos deliciosos y gemidos derrotados, una espesa descarga de semen inundó mi boca y lo tragué rápidamente, sin soltar ni dejar de succionar por un momento. Su pene se contrajo en mi boca, y Oli se estremeció de placer, gimiendo y respingando con cada placentera sacudida de su miembro para expulsar la descarga hasta que quedó casi encogido sobre sí mismo, respirando trabajosamente… Sólo entonces le solté, suavemente, lamiendo y dando besitos a su miembro…
-Oh, no… – apenas repuesto del placer, Oli escondió la cabeza bajo la almohada – Lo… lo siento… yo no… no quería terminar tan pronto, pero… es que estaba tan calentito y tan suave que… no pude evitarlo… fue superior a mí… era tan dulcecito…
-Lo sé. Fue adrede.
Oli se asomó levantando un poco la almohada.
-¿Qué?
-Que lo hice a propósito. Pude haber parado, pero no quise.
-¿Eso quiere decir que no estás enfadada…?
Oli tenía el don de despertar mi ternura como nadie hasta el momento lo había logrado.
-Claro que no, bobín… En primera, quería que gozaras y te quedaras bien a gusto… y en segunda, aunque no hubiera sido aposta, yo no me enfado por tan poca cosa.
Mi compañero pareció realmente aliviado y feliz. Me tendió los brazos y yo me metí entre ellos, disfrutando de su calidez.
-Eres increíble, Irina… increíble es la palabra… Pero… eeeh… ahora está… caída… ¿c-cómo te puedo satisfacer…? – Con una mano le cerré los ojos y le besé los párpados, lamiéndolos a golpecitos, muy suavemente.
-Lección tres: no sentirse culpable por gozar, ni preocuparse por nada… – Oli sonrió al notar que tiraba suavemente de él para hacer que se tumbara por completo mientras seguía teniendo una mano sobre sus ojos. Me despojé del tanga, y me puse de rodillas con su cabeza entre mis piernas. – Ya puedes abrir los ojos.
-¡Hah! – Oli ahogó un grito de sorpresa. Él nunca había visto un coño tan de cerca, y menos aún uno “real”… no uno de foto o similar. Abrí los labios con dos dedos para que lo observase plenamente.
-¿Ves lo húmedo que está…? Está así sólo por ti, porque tú me excitas… Me gustas mucho, me encanta que me mires… ¿te gustaría tocarlo…?
Oli asintió con la cabeza, demasiado excitado para hablar… sacó los brazos de entre mis piernas y acarició mis muslos, mi entrepierna, mi monte de Venus, totalmente depilado… gemí suavemente al notar sus manos, húmedas de sudor, pero cálidas, tan cálidas… su timidez le seguía cortando, no se atrevía a tocar más abajo o más profundamente…
Sonriendo, le tomé de la mano y llevé sus dedos a mis labios, le permití mojarlos en mis jugos y Oli cerró los ojos al notar mi suavidad… me separé los labios y llevé la punta de sus dedos a mi perlita, impaciente por obtener caricias… Nada más rozarla, mis piernas temblaron de gusto, ¡qué maravilla…! Estaba excitadísima, me sentía de gelatina… Oli empezó a acariciar mi clítoris en círculos, muy lentamente, mientras se le escapaban los gemidos, de nuevo estaba a punto… y yo no podía esperar más. Necesitaba tenerle, lo necesitaba ahora…
-Oli… cariño… penétrame, por favor… – gimió dulcemente al oírse llamar “cariño”. Me dejé caer junto a él y coloqué la almohada bajo mis riñones para orientarme mejor hacia él. – Ven aquí… – Me abrí de nuevo el coñito y Oli se situó entre mis piernas, con cara de inseguridad… ni siquiera sabía por dónde… pero no tenía que preocuparse. Le acaricié la polla y la guie hacia mi interior, hacia mi agujerito palpitante y deseoso, que desprendía calor… – Es aquí… Aquí… ¿ves lo calentito que está…? Empuja suavemente… entra…
Oli jadeaba de nervios, pero se inclinó, se apoyó en la cama y lentamente comenzó a empujar… muy despacio…
-No… ¿no te haré daño, verdad…? – preguntó en un susurro ahogado.
-Nooo, claro que no, me encanta… por favor… hasta el fondooo… – Mi Oli ya no aguantó más; empujó de golpe hasta que sus caderas quedaron pegadas a las mías. Un poderoso gemido de placer le rasgó el pecho y yo grité de gusto al sentir mi intimidad invadida por su calidez, ¡qué gusto! ¡Qué placer…! Me sentía tan llena, tan feliz… Lo abracé contra mí, gritando mi felicidad, mientras él no podía parar quieto, ¡me volvía loca cómo se convulsionaba por ser su primera vez…!
-¡Oh, dios…! – gritó sin poder contenerse – ¡Es… M-mi pene está siendo aplastado… Es genial! ¡Es tan… tan caliente… Tan ricoooo…! Irinaa… ¡te adoro!
Le agarré de la cara y le besé, y en esa ocasión, fue su lengua la que invadió mi boca, ¡mmmm…! Sus caderas se movían frenéticas, se le escapaba la risa, era tan tierno… El placer me invadía y me subía en olitas deliciosas… estaba a punto de correrme, pero no era la única… me agarré a sus costados, pero enseguida bajé mis manos a sus nalgas para empujarle más aún. Oli volvió a temblar de placer al sentir mis manos apretar su culito.
-Oli… Aah… me… me corrooo… Eres sensacional… no aguanto más….Voy a… ¡Voy a acabar en tu polla, vas a hacer que explote de placeeer…! – Dicho y hecho, me estremecí en un feroz arrebato orgásmico, apretándole contra mí, sintiendo cómo el placer estallaba en mi sexo y subía por mi espina dorsal, acariciando mi cuerpo en deliciosas contracciones que me hacían dar respingos y temblores… mi coñito se contrajo, cerrándose sobre sí mismo y abrazando con mayor fuerza el pene de Oli, que tampoco aguanto más:
-Qué… qué linda eres… O…Otro…. Vuelvo a… aaa… me muerooo… cómo aprietaaas… ah… ah… ¡aaaah… Siento como si me derritieraaa…!
MI Oli se dejó caer sobre mí, extenuado. Estaba empapado en sudor, jadeante… y sobre todo, feliz, profundamente feliz… como yo. Nos abrazamos, todavía fundidos en uno con el otro… Oli dio un escalofrío, el sudor se le enfriaba, y quise separarme para cubrirle con la colcha, pero no me le permitió. -Tenerte así… bien vale un resfriado… – dijo, soñoliento y sonriente. Poco después se quedó profundamente dormido y entonces pude por fin deslizarme de debajo de él y taparle bien. Me acosté junto a él y lo abracé bajo las mantas… qué gustito estar así… Oli debió medio despertarse, porque le oí susurrar algo como “¿virginidad….? No he perdido nada… lo he ganado todo…”
Con lo que yo he sido… una chica alegre, chica de aventuras, de sexo sin compromisos, sin complicaciones, sólo diversión… y he ido a caer en brazos de un pringadillo virgen. Pero no puedo evitarlo. Lo amo… Ahora mismo está junto a mí, en nuestro dormitorio. Lo único que lleva puesto es el reloj, y su sonrisa de placer aún dormido, atestigua lo que acaba de suceder…