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Enrique, el sobrino de Lázaro
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Tiempo de lectura: 5 minutos

El sobrino de Lázaro es un joven de unos 19 años, muy rubio, de semblante serio que aparenta mayor edad. Se llama Enrique, lo había visto varias veces en casa de Lázaro, estudiaba informática y venía a que otro tío, Roberto, que es ingeniero cibernético, le repasara algún que otro tema complicado. Una tarde observé al llegar del trabajo a casa, que había fiesta en casa de Lázaro y vi acercarse a Enrique, que me saludó y me dijo que por qué no me llegaba a la casa, que tenían una fiestecita y que aunque Lázaro no estuviera, él me invitaba a tomar y picar algo. Que por ser amigo de Lázaro era siempre bienvenido y no necesitaba invitación. Aquello me alagó mucho, y más viniendo de un chico tan serio y hasta aquel preciso momento tan poco dado a ser amistoso, demasiado introvertido para mis preferencias. Físicamente se parece mucho a un actor de seriales de TV turca llamado Cagatay Ulusoy.

En la fiesta me presentó a su novia y a las dos o tres personas que no conocía y que allí estaban. Me llevó a la cocina y me preparó un plato con algunas golosinas y pasapalos.

–Yo sé que tu prefieres el Whisky pero te voy a preparar mi trago favorito, a ver si te gusta, que no es malo probar cosas nuevas, ¿Tú no crees?

–Creo que sí, que uno debe probar más cosas para poder hacer comparaciones –él se puso y me preparó un vodka con zumo de naranjas y un chorrito de Campari, que echó de una botella que sacó de la estantería delante de mí, por lo que tuvo que aproximarse a mí por detrás y me comprimió contra la meseta, posando con tremendo desparpajo su toletón viril medio enhiesto, en medio de la raja de mis nalgas. Sentí deseos de protestar o preguntarle si estaba borracho, pero no pude. Su atrevimiento en lugar de molestarme, me agradó. Dejé pasar como desapercibido aquél incidente presuntamente involuntario o no tanto? Me invitó a brindar:

–¿Y por qué brindamos? –le pregunto yo.

–Pues por las cosas divinas, placenteras y sorpresivas de la vida.

–Si tú lo dices, pues brindemos por esas cosas. –Y chocamos las copas.

Me empiné la copa y él también.

–¿Te gustó? –Me pregunta mirándome fijamente a los ojos, con una sonrisa socarrona entre los labios.

–¿Qué cosa, el trago? –le pregunto señalando la copa vacía y con otra socarronería provocativa.

–No, tú sabes bien a lo que me refiero –Me quedo dubitativo, pienso que es demasiado evidente que «ese huevo quiere sal». Tengo que reconocer que es un hombre decidido y valiente, y a pesar de su juventud, sabe lo que quiere y lucha por obtenerlo. Me lleno de valor y le contesto:

–Pues si, no puedo ocultártelo, aunque quisiera, que todo me ha gustado.

–Tú verás que no te vas a arrepentir nunca. Confía en mí. Espérame esta noche, que después que deje a mi novia en su casa, te haré la visita y tú verás lo bien que la vamos a pasar.

–Pero te pueden ver –objeto yo.

–No te preocupes que yo sé cómo hacerlo. Chao.

Me dio la espalda y salió al patio donde estaban los invitados. Yo me quedé que me temblaban las piernas. En tan breve tiempo se había desarrollado todo que no sabía ni qué hacer. Por un lado sentía miedo a lo desconocido, temor a las consecuencias de mis actos. También me preocupaba mi relación con Lázaro, que aunque cada día se hacía más esporádica, porque tenía nueva novia, no era correcto sustituirlo por su propio sobrino. Estaba, realmente muy nervioso. Por otro lado Enrique, aunque no es bellísimo, tiene un rostro muy macho, varonil, su mirada cautiva, se ve muy seguro de si mismo y su decisión parece inapelable.

Pasada la medianoche, sentí unos golpecitos en la puerta, pero no el timbre. Me asomo al visor de la puerta y veo que es él. Le abro.

–Pasa Enrique. No estaba seguro que vinieras, ¿dónde estacionaste el coche?

–Eso pensaste porque aún no me conoces bien. Y no te preocupes que vine en taxi y me bajé a dos cuadras de aquí. Está muy rico el aire acondicionado aquí.

–Hay algo que me tiene preocupado.

–A ver dime, ¿qué es lo que te preocupa? Aunque sin ser adivino sé por dónde vienes.

–¡Ahhh siii! ¿Adivino además? ¿Y no serás mago también?

–También soy mago –y se ríe –aunque no lo creas. Eso te lo voy a demostrar después, para que veas cómo yo desaparezco cosas grandes que tú si vas a saber dónde están. –Y se ríe con descaro y lujuria. –Yo te he estado observando atentamente desde que te vi el primer día y he sentido una atracción muy grande por ti. Y la he tenido que reprimir por respeto a mi tío Lázaro. Yo supe desde el primer momento que Uds. dos se amaban. Soy muy callado pero muy buen observador y me percaté por algunos gestos, miradas y frases que ustedes dos estaban enamorados. No vayas a creerte que me iba a lanzar contigo así, sin paracaídas. Yo no estoy loco. Bueno de la cintura hacía abajo si que tengo tremendo descontrol. –Se ríe nuevamente.

–¿Y por qué ahora te decides a intentar de que yo traicione a tu propio tío?.

–Porque ya mi tío está enamorado de Gabriela y no dudo que se case pronto y se vaya a vivir lejos. Y tú me gustas mucho y estoy seguro que te voy a hacer muy feliz. ¿Convencido?

–Dios mío, ¡qué poder de convencimiento!

–¡Y eso qué eres ateo! –Y se ríe fanfarroneando alegremente –Ven, siéntate aquí a mi lado –me toma por la cintura y me sienta en el sofá –No te preocupes que aquí no va a pasar nada que tú no quieras – creo que no es la primera vez que oigo esa frase, es para ingenuos. Después te dan un pingazo que te hace ver las estrellas.

–Pues yo quiero que pase todo lo que tenga que pasar –él no me deja terminar y me agarra la cara y me comienza a besar metiéndome la lengua dulzona y enrollando mi lengua y chupándomela. Me va desvistiendo y me pellizca los pezones de mis tetillas, me las mordisquea, me quita la camisa, me afloja el cinturón y me quita toda la ropa excepto los calcetines. Se desviste él mismo y solo se queda con los calcetines puestos.

–Ponte de lado. –Lo obedezco. Acerca su cara a mis nalgas y me abre con las manos y me escupe el ano, se pone de lado y me presenta la cabezona en el culo y va haciendo intentos de penetrarme, como en cada intento hasta que de un empujón entra aquella cabezota morada que me taladra con ardor el recto, grité de dolor.

–Ten calma, relájate. Vamos a esperar a que se adapte tu culo a mi trancona. Yo sé que la tengo grande.

–¿Grande nada más hijoeputa?

–Tranquilo, aguanta un poquito. ¿Tú no has oído el dicho de para un gustazo un trancazo?

–Si, pero te juro que no sabía el significado.

–Todos los días se aprende algo nuevo, cariño mío. Vuelve a sonreír.

Él continuó acariciándome mis nalgas y dándome besos en el cuello y la espalda. A cada rato intentaba sacármela un poco y yo me negaba.

–Dale, vamos a probar ahora – Me decía.

–No, no. Todavía no.

–No seas pendejo, deja que probemos, tú verás que lo hacemos despacito y no te va a doler más.

Así mismo fue, la sacaba lentamente y después la volvía a encajar bien profundo y me daba un gusto tremendo. Así estuvimos amándonos apasionadamente un largo rato. Voy a obviar algunos detalles, pues me los voy a reservar para nosotros solos, como parte de nuestra intimidad que no pienso compartir. Al menos por ahora.

Cerca del amanecer él me despierta y se dirige a darse una ducha, me explica que no quiere que le sorprenda la luz del día saliendo de mi apartamento y de la urbanización. Le preparo un desayuno, pero solo toma café cortado sin azúcar. Me besa, me da una nalgada y me dice:

–Chao cariño. ¿Te gustó todo? –Y muestra una maliciosa sonrisa.

–Si Enrique. Tú y todo lo que me hiciste me gustó mucho.

–A mí también me gustó mucho todo. Estamos en contacto – abrió la puerta y se esfumó.

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