Ainhoa tiene casi treinta años. Metro setenta, cabello negro, largo y liso, rostro agradable. Ni gorda, ni delgada, pechos firmes de tamaño mediano y trasero femenino y contundente que se exhibía de manera sutil y provocadora a un tiempo enfundado en pantalones vaqueros de color negro.
Aquella tarde de invierno, pasadas las siete y media, la oscuridad exterior contrastaba con la luz artificial que iluminaba la oficina. Quedábamos tres personas trabajando y una de ellas, mi jefe, estaba a punto de irse a casa. Desde mi sitio, observé como Aihnoa se dirigía a un cuarto donde se guardaban documentos y la seguí. Cuando entré en el cuarto, se oyó el ruido de la puerta de la calle al cerrarse. Estábamos solos.
Me acerqué hasta que pude oler su perfume. Sus labios pintados de rojo estaban hechos, o así lo pensé en aquel momento, para ser besados.
– ¿Buscas algo? – me dijo levantando la mirada.
– Te busco a ti. – respondí sin pensar.
Por un momento permanecimos en silencio. Mi corazón latiendo deprisa y sus mejillas y las mías ruborizándose a un tiempo.
– Hacer calor aquí. ¿No te parece?
– Sí. – respondí.
– ¿Por qué no te quitas la camisa?
Obedecí descubriendo mi torso desnudo.
Mi compañera pasó su mano por mi pecho acariciándolo.
– Date la vuelta.
Obedecí. Pude notar su mirada observando con deseo mi espalda.
– Eres un chico travieso, ¿lo sabías? – dijo dándome un azote.
– Me has tocado el culo. – dije volviéndome.
– ¿Y qué? – respondió provocadora.
Sin esperar más la sujeté por la cintura acercando su cara a la mía y la besé con ansia. Ella respondió al ósculo abriendo su boca, invitándome a explorarla con la lengua. Chupé su lengua y disfruté del sabor entre dulce y amargo de su saliva. Sentí la piel de su rostro entre mis manos, suave. Abandoné por un instante el calor de sus labios para lamer su frente, su nariz, sus pómulos. Luego regresé a su boca, bajé las manos y agarré sus nalgas manoseándolas.
Unos minutos después, ella me apartó para quitarse la camisa quedándose en sujetador. Incapaz de resistir la tentación, comencé a besarle los senos apoyando mis labios sobre la tela del sostén.
– Date la vuelta. – ordené.
Ella se giró y yo le desabroché el sujetador y desde atrás le acaricié con delicadeza las tetas y comencé a jugar con sus pezones pellizcándolos con suavidad, haciéndola gemir, consiguiendo que su espalda se arquease por primera vez fruto del placer.
– Vamos a hacerlo. – me confesó al oído.
– ¿Aquí?
– No, ven.
Salimos del cuarto y fuimos hacia el despacho del jefe.
– Pero… – protesté.
– ¿Tienes miedo a que nos pillen? – dijo sonriendo burlona.
Dentro del despacho empezó a bailar sensualmente, moviendo el culo de manera provocativa, comenzando a bajarse los pantalones, mostrando el nacimiento de la raja de su pandero, descubriéndolo poco a poco, hasta quedarse en cueros. El espectáculo despertó a mi pene haciéndolo crecer. Me bajé los pantalones y los calzoncillos.
Aihnoa se acercó y besó la punta del miembro.
– El jefe tiene condones en el cajón… no pongas esa cara. Todo el mundo sabe que se tira a su secretaria. Incluso un día tuvieron una sesión con la vara en el que ella le zurraba a él… al parecer eso le pone un huevo. – me comentó.
Tras ayudarme con el preservativo, retiró unas carpetas de la mesa, se sentó y abriéndose de piernas, me ofreció acceso a su coño. Le metí un dedo para medir el grado de humedad y a continuación se la metí. Mi trasero contrayéndose con cada envestida. Luego la tome por detrás, disfrutando con la vista de su magnífico culo. Los huevos chocando contra las nalgas de forma deliciosa.
Terminado el encuentro sexual. Limpiamos el lugar, nos limpiamos en el baño como pudimos, terminamos nuestra tarea y nos fuimos a casa.
Al día siguiente todo me resultaba un tanto irreal. ¿Habría sido un sueño?
– Tenemos reu. – me dijo Aihnoa.
La acompañé a la sala y nos sentamos en sillas contiguas. Me enseño unos gráficos en la pantalla y luego, sin previo aviso, deslizó su mano bajo mi pantalón y comenzó a acariciarme el pene haciéndolo crecer.
– ¿Te acuerdas? – me susurró.