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En las duchas con Adriana
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Ha llovido mucho desde la última vez que escribí y compartí un relato aquí. Como con los anteriores, este nuevo relato está basado en una mezcla de sueños y fantasías que hacen volar de vez en cuando mi imaginación. Espero que os guste.

—La sesión de hoy ha sido especialmente dura —dije mientras me dirigía a las duchas—. No veo el momento de relajarme con una buena ducha de agua caliente y de descansar en casa.

Elegí la cabina que estaba más alejada de todas, cerré la puerta y comencé a quitarme la ropa deportiva que llevaba puesta. Ambos, la ropa y yo, estábamos empapados en sudor. Lo cual era algo bueno, pues significaba que lo había dado todo en el entrenamiento y poco a poco iría viendo los resultados.

Tras desnudarme y coger una toalla, me fui rumbo a una de las duchas que había más allá de las cabinas. Colgué la toalla por fuera, cerré la cortina y abrí la llave para que el agua empezara a mojar mi cuerpo. Unos veinte minutos pasaron, entre que me limpiaba y me relajaba, y cuando iba a coger mi toalla para empezar a secar mi cuerpo, pude ver como alguien se había colocado en la cabina anterior a la mía y había salido para mirarse en el espejo.

—Disculpa —dijo una voz que inmediatamente asocié a una mujer—. No sabía que ya había alguien aquí ¿No te importa?

Miré por una abertura de la cortina y pude confirmar que, efectivamente, era una chica la que había entrado a las duchas y en ese momento me acordé. Habían remodelado todas las duchas del centro y ahora todas las personas las podían usar a la vez ya fuesen hombres o mujeres. Me chocó un poco, pero algo tenía que contestarle.

—Bueno, a mí no me importa, pero me tengo que secar y obviamente estoy desnudo ¿No debería de importante más a ti?

Yo seguía mirando por la abertura y vi como se quedó parada, mirando a mi dirección y una sonrisa sincera se dibujó en su rostro.

—No te preocupes, no me voy a asustar ni te voy a morder —tras acabar la frase, se metió en su cabina.

Yo salí un poco nervioso de la ducha y comencé a secarme. Cuando ya había terminado con la parte superior de mi cuerpo e iba a empezar por la inferior, vi como se abría la puerta de la cabina. Ella salía completamente desnuda, con la excepción de la toalla que la cubría desde el pecho hasta un poco por encima de las rodillas y unas cholas.

Ya que me había dicho que no me preocupara, yo seguí a lo mío y comencé a secarme las piernas y las parte del bañador. En ese momento, ella se acercó a mí, hasta ponerse justo enfrente y se quitó la toalla.

No sabía qué hacer y mucho menos que decir. Esa sonrisa que había visto en el espejo, se dibujó de nuevo en su rostro mientras me miraba a los ojos. Los suyos eran un poco pequeños pero de un bonito azul claro, su pelo castaño le llegaba hasta un poco por encima de sus hombros. Su pecho, también pequeño, estaba un poco caído pero tenía mucho encanto, al menos para mí. Seguí bajando mi mirada, pasando por su delgada cintura, su pubis velloso hasta llegar a sus pies. Los tenía cuidados y con las uñas pintadas de negro.

Era, en su conjunto, una mujer de unos treinta y pocos, muy hermosa. Al menos, a mí me lo parecía. Y como era de esperarse, sobre todo cuando tu mente ha perdido el rumbo, una erección más que evidente hizo que despertara de mi ensoñación. Iba a taparme como un acto reflejo, pero ella dio un paso más hacia mí y me dio un beso en la mejilla.

—Gracias por el piropo, aunque no te hayan hecho falta palabras para decirlo —me dijo sin borrar esa bonita sonrisa de su boca.

Tras esas dulces palabras, pasó por mi lado y se dirigió a otra de las duchas. Antes de cerrar la cortina, me miró de nuevo a los ojos y me hizo una señal, moviendo su dedo a modo de invitación. Casi se me cae la mandíbula al suelo ante lo que estaba sucediendo. Sacudí mi cabeza y comencé a caminar hasta llegar de nuevo frente a ella.

—Creo que te debo un beso para igualar las cosas —dije prácticamente sin pensar-. ¿Puedo dártelo en los labios?

Ella soltó una risa, se puso un poco de puntillas y rodeó mi cuello con sus brazos.

—Adelante, no creo que puedas fallar estando tan cerca.

En ese instante, puse mi mano derecha rodeando su cintura y con la izquierda comencé a acariciar su pelo, era muy suave y agradable al tacto. Por último, la besé en los labios y nuevamente, la sensación de suavidad hizo acto de presencia. Así como de nuevo, otra erección por mi parte.

Estábamos tan cerca, que rocé sin querer su vulva y un ligero suspiro de sorpresa por parte de ella interrumpió nuestro beso.

—Disculpa —dije dando un paso hacia atrás—. No es algo que uno pueda controlar en una situación como esta.

Esta vez, ella se echó a reír. Su risa, mezclada con el sonido del agua al caer, era una música realmente hipnótica. Cuando terminó de reír, me cogió del brazo y tiró de el para que nos volviéramos a juntar.

Yo me dejé hacer y fui nuevamente a besarle los labios. Ella, por su parte, había comenzado a frotar su vulva en mi pene. Lo estaba haciendo lento y poco a poco, notaba como se iba mojando cada vez más y más.

Tras finalizar nuestro beso esta segunda vez, bajé un poco y comencé a besarla por su cuello. Mientras lo hacía, pude notar como se le iba erizando la piel allí por donde la besaba. También se hizo obvio que su pelvis iba moviéndose cada vez más rápido.

Yo la dejé hacer mientras seguía dándole besos. Para llevar las cosas un poco más lejos, comencé a jugar con sus pechos con mi mano derecha, mientras que con la izquierda me entretenía jugando y acariciando su cabello. En ese momento, ella se acercó a mi oído y me susurró

—Me voy a correr, por favor, no pares.

Yo me quedé nuevamente sin palabras, que decir. Pero, por suerte, algo dentro de mí consiguió articular una frase.

—Yo también me vengo.

Cuando el intercambio de palabras terminó, ella comenzó a frotarse más furiosamente en mi pene. Yo por mi parte, volví a besarla en los labios y pasé a acariciar suavemente sus pechos y a pellizcar sus ya duros pezones.

Pocos instantes después, los dos llegamos al orgasmo. Y como si nos hubiésemos leído la mente, nos tapamos la boca el uno al otro para evitar que nuestros gemidos se oyesen en la sala. Tras eso, nuestras piernas cedieron y abrazados nos fuimos cayendo poco a poco hasta quedar sentados en el suelo. Había sido una experiencia increíble.

Ambos nos miramos de nuevo a los ojos y comenzamos a reír como si fuéramos unos críos. Luego de unos minutos, en los que descansamos en esa posición y dejamos que el agua se llevara el cansancio de nuestros cuerpos, nos comenzamos a levantar.

—Me lo he pasado como nunca —dijo ella—. Me gustaría repetir otro día, pero esta vez con un poco más de tiempo e intimidad —comentó mientras me guiñaba un ojo.

—Yo también lo he pasado genial—respondí—. Y por supuesto que me gustaría repetir. Sobre todo sí tenemos una cama blanda en la que estar acostados a gusto.

—Me parece una buena idea. Ahora, cuando salgamos de la ducha, deja que te dé mi número de teléfono. Prométeme que me llamarás —dijo mientras volvía a guiñar el ojo y tocaba mi nariz con su dedo índice.

—¡Por supuesto! —respondí mientras cogía su mano entre las mías—. Tendría que estar loco para no hacerlo.

—Así me gusta. ¡Por cierto! Si ni siquiera te he dicho mi nombre, qué cabeza la mía. Me llamo Adriana ¿y tú?

—Cierto, estábamos ocupados con otras cosas y ninguno nos habíamos dado cuenta. Mi nombre es Sam.

—Encantada —respondió mientras salía de la ducha y cogía su toalla—. Esperaré tú llamadas —dijo mientras se ponía la toalla sobre los hombros y me lanzaba un beso.

Yo me quedé un rato más bajo el agua. Vi como dejaba un trozo de papel con su número sobre mi mochila, para acto seguido volver a su cabina para vestirse. La vi marchar y antes de abandonar la sala, me lanzó un último beso.

Finalmente, pude despertar del trance en el que estaba y cerré la ducha. Fui a mi cabina y rápidamente guardé su número en la agenda de mi móvil. Después, me vestí y salí rumbo a mi coche.

Cuando llegué a casa, me tiré sobre mi cama y repasé mentalmente todo lo que había pasado. Aún me costaba creerlo, pero había pasado de verdad. Miré de nuevo el número de Adriana en mi móvil y ahí estaba, la última prueba de que era verdad.

Una sonrisa se dibujó en mi cara y cerré mis ojos. Era el momento de descansar. Mañana, lo más seguro, es que la llamase para poder vernos de nuevo.

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