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En la zona de confort
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Domingo.

Teresa miró por la ventana sumida en sus reflexiones, mientras se colocaba el bikini, eso, sin dejar de reparar en el entusiasmo que reinaba en la piscina. Su marido lanzaba a sus dos hijos al agua como si de pelotas se tratase entre risas, alborozos y chapoteos. También lo hacía con los de su amiga Natalia, mientras ésta contemplaba dichosa, e incluso se unía a la infantilidad del juego.

No le apetecía bañarse, ni tampoco participar del júbilo de la pueril diversión que estaba teniendo lugar en la piscina, en cualquier caso, tampoco deseaba ser una mala anfitriona. Le extrañó que Oscar no estuviese con ellos y se preguntó dónde andaría. No tuvo que preguntárselo dos veces. Inmediatamente notó su respiración en la oreja declarándole que la deseaba. Teresa dio un respingo e intentó darse la vuelta, pero Oscar no la dejó, apoyó sus manos en la pared impidiéndole zafarse. Notó su erección a través de la tela del bikini presionando en el canal de sus nalgas.

—Estás loco. Tu mujer está ahí abajo y mi marido también.

—Me pones muy cabrón Teresa. Quiero follarte. Hace días que no lo hacemos.

—Ahora no podemos. ¡Déjame! —protestó. Aun así, sus quejas cayeron en saco roto.

Oscar deslizó la braguita, posicionó el glande a la entrada de su coño y la penetró por completo en una acometida que le hizo abrir la boca y exhalar un gemido de placer. Con ello, su vista desenfocó por un momento a sus seres queridos, sumiéndola en una neblina que se adueñó de su ser.

—¡Para! ¡No sigas! —le pidió intentando recobrar la cordura, o al menos, pretendiendo administrar un poco de sensatez a la carencia de ella que su amante demostraba. Por su parte, no pareció entender bien el mensaje y sus movimientos se aceleraron, por lo que la contundencia de los embates la obligaron a apoyar las manos contra la pared, a fin de apalancarse.

—¡Detente! Nos van a pillar, —le suplicó de nuevo.

—¿Y por qué mueves el culo si quieres que pare? —dijo él con socarronería y con el deseo a flor de piel. —Te deseo Teresa. Con ese bikini ¿cómo no voy a querer follarte delante de tu marido? Estás buenísima —le expresaba una y otra vez sin dejar de percutir en sus adentros, en tanto que el placer se adueñó de su sexo y se dejó llevar por él, tanteando un orgasmo que sabía que llegaría en breve si continuaba embistiendo de aquel modo. Tampoco había que esperar mucho una vez que se dejara llevar y diera rienda suelta a las sensaciones.

Un dedo incursionó dentro de la braguita y liberó el pequeño botón de su capucha presionándolo mientras dibujaba movimientos en espiral, de tal modo que una corriente eléctrica en forma de ráfaga creció desde su columna para trasladarse después a su sexo y materializándose en forma de clímax. El cristal de la ventana se llenó de vaho con su cercana respiración. Teresa contuvo sus gemidos y reprimió sus ganas de gritar de gusto. Las piernas espasmódicas se le aflojaron e inmediatamente notó un potente chorro de esperma caliente golpeando en las paredes de su útero. Oscar siguió arremetiendo hasta vaciar por completo la recámara, después sacó el miembro y se recolocó los shorts. Teresa lo miró circunspecta. No tenía muy claro si aprobar o reprocharle su actitud por ser tan osado. De un modo u otro podría haberse negado y no lo hizo porque estaba claro que el deseo y la pasión eran compartidos, no obstante, el morbo de las situaciones límite que a él le gustaban entraban en conflicto con lo metódica y cuidadosa que era ella, y por tanto, era incapaz de mantener el aplomo y la impasibilidad de la que él hacía gala, máxime, después de haberse follado al mejor amigo de su marido y esposo de su mejor amiga.

Se dirigió al baño para limpiarse sus genitales. A continuación se colocó el bikini de nuevo y bajó unos minutos después que Oscar, quien ya se había incorporado a los juegos como si no hubiese pasado nada, mudándose sin más a un escenario completamente antagónico. Su marido la animó a meterse en el agua y accedió de mala gana. La mirada apocada de ella se cruzó con la mirada impúdica de Oscar, después éste le dio un beso a Natalia como buen esposo. Teresa no pudo hacerlo.

Martes.

Los martes Teresa libraba en la peluquería y aprovechaban esa tarde para alquilar una habitación en un motel de carretera a 40 kilómetros de su ciudad. Oscar condujo varios kilómetros y esperó a incorporarse a la autovía para sacarse un miembro que ya le estaba plantando cara y ofrecérselo de aperitivo.

—¿Te apetece ir haciendo boca? —le dijo mostrándoselo con total impudicia.

Teresa lo miró con complicidad, sonrió, se relamió, se acercó, aferró la polla de la base y la apretó con fuerza, después deslizó la mano lentamente por el garrote iniciando una masturbación lenta.

—¡Mira la carretera! —le exhortó sin dejar de masturbarle.

Las pulsaciones de Oscar se aceleraron y tuvo que aplicar, sino los cinco sentidos, al menos tres de ellos a la conducción. Sus miradas de connivencia se cruzaron reiteradas veces. Teresa se desabrochó el cinturón de seguridad para tener movilidad, bajó la cabeza y sus fosas nasales se embriagaron del aroma. Aspiró profundamente y se emborrachó de sus feromonas. La raja se le abrió como los pétalos de una flor al recibir los primeros rayos de luz de la mañana. Su lengua acarició la cabeza morada y golpeó con ella la superficie del glande, alternando el golpeteo con cariñosos besos, después abrió la boca, sus labios abrazaron el tronco y lo engulló hasta que la punta saludó a la campanilla provocándole una arcada. Con ello, su cabeza empezó a bascular iniciando una sonora felación en la que su maestría y el morbo implícito llevaron a Oscar a eyacular en su boca. Teresa aguantó estoicamente las descargas, con lo que, primero saboreó la sustancia para luego tragarse el espeso líquido, y finalmente se relamió los labios mostrándoselo a él con lascivia.

—¡Joder Teresa! ¡Qué gustazo! —exclamó.

—¿Te ha gustado?

—Eres única.

—Me debes una.

—Voy a follarte como te mereces.

—Te tomo la palabra.

—Voy a hacer más que eso.

—¿Ah sí? ¿Qué vas a hacer? —preguntó un tanto traviesa.

—Voy a pedir el divorcio.

—Estás como una puta cabra, —rio.

—Hablo en serio. He estado pensándolo mucho, —le dijo mirándola a los ojos y sin soltar el volante.

—No digas gilipolleces, —articuló en un cambio de su semblante.

—Estoy hablando en serio.

—No me jodas Oscar.

—No nos van bien las cosas a Natalia y a mí.

—¿Cómo que no os van bien? Hace dos días, en el chalet todo os iba viento en popa. No vi que os fuese mal.

—No es oro todo lo que reluce.

—A mí no me metas en vuestra vida.

—¿Ah no? ¿A ti te parece que no estás lo suficientemente metida?

—¡Espera, espera! ¡Para el coche! —le ordenó. —¿De qué coño estás hablando?

—Llevo días pensándolo. Ya lo he decidido.

—Yo no quiero tener nada que ver con esto. Natalia es mi amiga.

—¿Ahora es tu amiga? ¿Y cuándo me la estás mamando qué es?

—Pero, serás cabrón.

—Voy a separarme, contigo a mi lado, o sin ti. Yo prefiero que estés a mi lado.

—No era esto lo que tenía que pasar, —dijo enfurecida.

—¿Y qué esperabas que pasara? Estas cosas suceden, y yo lo acepto. Quizás deberías empezar a planteártelo tú.

—¿Yo? Yo estoy bien con mi marido. No tengo por qué separarme, ni quiero tampoco.

—¿Y qué es lo que quieres, que sigamos follando en un motelucho de mierda?

—Desde luego que dejes a Natalia no es lo que quiero.

—Lo tengo decidido.

—Llévame a casa, —le exigió en un arrebato.

—¿No vamos a follar?

—Si quieres follar, hazte una paja. ¡Da la vuelta!—le ordenó sin darle opción a réplica.

Viernes.

Durante dos días su cabeza fue un hervidero de pensamientos y dudas para terminar en un vertedero de desechos. No deseaba que Oscar cortara con Natalia, pero mucho menos, que se descubriera el pastel. Su planteamiento no le había gustado en absoluto, y evidentemente, no estaba por la labor de dejar a su esposo. Lo suyo con Oscar eran calentones y morbo. Disfrutar de ello sabiendo que más pronto que tarde se terminaría, en cambio, las reflexiones de él avanzaban por otros derroteros, algo que la pilló totalmente fuera de juego.

Eran las tres de la tarde, se estaba preparando la comida cuando la llamó. Estaba sola en casa. Los niños comían en el colegio y su marido estaba en el trabajo. Se debatió entre cogerlo o no, pero, ante la insistencia optó por lo primero.

—Dime, —contestó en tono adusto.

—Ya está hecho.

—¿Qué?—preguntó indignada.

—Hemos roto, —sentenció.

—No me jodas Oscar. Pensaba que recapacitarías. ¿Qué coño has hecho?

—Lo que tendrías que hacer tú también.

—Yo no voy a hacer tal cosa. Yo estoy bien.

—Tú lo que no quieres es desanudar tu zona de confort. La he dejado por ti. Ahora es tu turno. Cuando estés preparada espero que des el paso. Yo te estaré esperando.

—Yo no quería esto, —gritó. —Yo no te pedí que lo hicieras, —volvió a gritar encolerizada, aun cuando él ya había colgado.

A las pocas horas llamaron desde abajo. Teresa vio por el video portero que era Natalia y le dio un vuelco el corazón. Volvió a dudar. No le apetecía hablar con ella, o quizás lo que no quería era dar la cara. Pensó por un momento hacer como que no estaba en casa y escurrir el bulto, pero no lo hizo sabiendo que tarde o temprano tendría que hablar con ella del asunto, en cualquier caso, confió en que él no la hubiese mencionado.

Cuando Natalia subió, Teresa la esperaba en la puerta con la incertidumbre de no saber qué esperar de ella. Sólo confiaba en que no supiera nada de su canallesco proceder. Su amiga salió del ascensor compungida y se le acercó para darle un abrazo y saludarla entre sollozos. Tras esa primera reacción cordial, supuso que no sabía nada, de lo contrario no habría sido tan afable, por lo que la hizo pasar al salón.

—¿Qué ocurre Natalia? —preguntó. —¡Espera! Voy a preparar un café y me lo cuentas, —dijo con un cinismo impropio de ella.

—Gracias, —asintió Natalia.

Teresa preparó dos cafés en la Dolce Gusto y le ofreció el suyo a su afligida amiga. Se sentó junto a ella en el sofá a la espera de que soltara prenda.

—Oscar se ha largado.

—¿Cómo que se ha largado? —se interesó interpretando su escena teatral en la que se abstuvo de hacer comentarios que pudiesen inculparla.

—Sí, se ha ido, no sé si tiene otra o qué. No me ha dicho que sí, pero tampoco me ha dicho que no, y eso me hace pensar que algo hay.

—¿Pero qué ha pasado? —preguntó.

—No lo sé. Todo iba bien. Hemos tenido nuestras diferencias últimamente, como todo el mundo. Ahora dice que necesita un tiempo para pensar, pero ¿pensar en qué? ¿Crees que esto es normal?

—No lo sé, Natalia. No puedo opinar. Si es lo que quiere, déjalo un tiempo. Seguro que se le pasará. Vive tu vida mientras tanto.

—¿Mi vida? —preguntó sin saber como enfocar esa nueva vida.

—¿Qué pasa con los niños?

—Dice que vendrá los fines de semana a verlos, pero le importa todo una mierda, —dijo gimoteando.

—Lo siento, —se disculpó casi con total sinceridad, pues en esos momentos sólo sentía lástima por ella, dado que, al ver el estado decadente de su amiga se compadeció de ella, aunque también sintió el peso de la culpa. Sin pretenderlo había sido la artífice de su lamentable situación, pensando que aquel juego de placer iba a salirle gratis hasta que ella decidiera ponerle fin y seguir con su metódica vida. Ahora era consciente de que le había arruinado la vida a su amiga, quizás también a Oscar, y no quiso pensar que posiblemente también a su esposo y a sus hijos, y eso constituía una gran vileza por su parte, y por tanto, empezaba a reconcomerle.

—Todo parecía ir bien y de repente, esto. No puedo entenderlo, —continuó entre sollozos.

—¿Entonces no sabes si hay otra mujer? —preguntó haciéndose la ignorante, pues esa era la pregunta del millón.

—No lo sé. Debe haberla, de lo contrario, no entiendo su conducta.

Teresa hubiese querido ayudar de algún modo a su amiga, pero no quería delatarse.

—¿Qué puedo hacer, Natalia?

—Nada, —dijo abatida. —Sólo te agradezco que estés aquí. No sabes lo humillante que es para mí todo esto.

—Para algo están las amigas, —respondió con una desfachatez que no tenía parangón.

—Menos mal que te tengo. Eres una buena amiga. Tengo que irme, —dijo por último. Le dio un beso y abandonó su casa agradeciendo tenerla como amiga, si bien, Teresa pensó que, teniendo amigas como ella, ¿quién necesitaba enemigos?

—He hablado con Oscar, —dijo Santi cuando entró en casa y a Teresa le dio un vuelco el corazón. Sus ojos se abrieron como platos sin poder articular palabra. —Se han separado, —dijo tras hacer una pausa.

Teresa enmudeció. No sabía qué decir, ni cómo gestionar la situación. Se le habían abierto muchos flancos a la vez en muy poco tiempo. Desconocía también lo que le había contado Oscar ni cuáles eran las líneas rojas que no debía franquear.

—¿No has hablado con Natalia? —preguntó Santi.

—Sí, —respondió tomando conciencia de que la situación la estaba desbordando. Dijera lo que dijera estaba en una encrucijada, la de seguir interpretando su papel de actriz o tener la gallardía de decir la verdad, algo que no le apetecía en absoluto después de haberse aferrado a su zona de confort durante tanto tiempo.

—¿Qué te ha dicho Oscar? —quiso saber.

—Hemos hablado por teléfono. No me ha dicho gran cosa. Sólo que se han separado. Ha dicho que ya me lo explicará con más detalle en persona, —comentó, mientras el corazón de Teresa pretendía salírsele del pecho. —¿Qué te ha dicho Natalia? —le preguntó Santi.

—Tampoco sabe gran cosa. Sólo que necesita tiempo.

—El otro día todo parecía normal. ¿Notaste tú algo fuera de lo normal?

Teresa sí que sabía lo que notó y cómo lo notó, pero su cabeza deambulaba por otros derroteros. Ella tampoco era sabedora de que los planes que deambulaban por la cabeza de Oscar en esos momentos iban más allá.

Sábado.

El sábado por la tarde Oscar visitó a sus hijos como había prometido y después de jugar con ellos, Natalia los mandó a la habitación.

—Quiero que hablemos, —le pidió en modo imperativo.

—Ya está todo hablado Natalia. He tomado una decisión.

—Me parece bien que la tomes, y si es lo que quieres no puedo hacer nada para impedírtelo, pero merezco una explicación, ¿no crees?

—¿No puedes entender que ya no sienta nada?

—No, —dijo con rotundidad y levantando un poco el tono de la voz. —Eso no ocurre de la noche a la mañana. Eso se va viendo venir poco a poco, y dos discusiones sin importancia que hemos tenido en los últimos días no son un motivo para este dictamen.

—¿Prefieres que te diga que ya no te quiero?

—Supongo que tengo que hacerme a la idea de que es así, lo cual me demuestra que eres un cínico hijo de puta. Delante de nuestros amigos les haces ver que me quieres con tus muestras de afecto. ¿Qué pretendes demostrar pues? Últimamente no me has buscado mucho, y eso me da que pensar. Tú no eres así, o mucho has cambiado. Puedo aceptarlo todo, lo que no acepto es que me vengas con embustes.

—Eres muy perspicaz Natalia. Siempre lo has sido. Tienes razón, hay otra mujer.

—Es lo que imaginaba.

—He intentado hacerte el menor daño posible y pensaba que era el modo apropiado.

—¿La conozco?

—No hace falta saber tanto.

—¿Y no crees que lo sabré tarde o temprano?

—Supongo que sí.

—Pues dime quién es.

Domingo.

Santi se había llevado a los niños a ver el partido de fútbol. Teresa se vistió con su chándal nuevo, se calzó sus Nike, se miró al espejo y se gustó pensando que todo estaba en su sitio y en su justa medida. Se disponía a correr sus cinco kilómetros de todos los domingos cuando llamaron desde abajo. Pensó que algo se les habría olvidado y habrían vuelto a recogerlo.

Al descolgar el telefonillo vio en el video portero que era Natalia y se le hizo un nudo en el estómago. No le apetecía interpretar de nuevo el papel de amiga leal y sincera. Su idea era mantenerse al margen de su separación mientras durara el temporal para que no le salpicara también a ella.

Nada más abrió la puerta supo que ya estaba al corriente de todo, en vista de que la cara mostraba el reflejo del alma. Teresa no dijo nada. Ambas mujeres se miraron, se saludaron de manera fría y distante, y Teresa la invitó a pasar ofreciéndole un café que Natalia rechazó.

La situación era violenta y la tensión se cortaba en el aire. Ninguna de las dos parecía querer hablar hasta que Natalia rompió el hielo.

—No he venido a juzgarte, ni a reprocharte nada, aunque supongo que será inevitable que lo haga. Al final será el karma quien se encargue de todo eso, es la ley del toma y daca. El que seas una zorra roba maridos ya es grave de por sí, pero el hecho de que actúes con ese cinismo ya clama al cielo, y es lo que más me ha dolido. ¿Cómo tienes la desfachatez de ofrecerme tu caridad después de todo? Eso sólo puede hacerlo alguien tan despreciable que para purgar su comportamiento canallesco ofrece su compasión después de haber arruinado la vida de su amiga, en vez de dar la cara y asumir que lo que hiciste es lo más rastrero que pueda alguien imaginar, máxime, cuando se suponía que éramos amigas. Sólo dime una cosa, ¿por qué lo hiciste? —dijo haciendo una breve pausa. — Bueno, no importa. Como he dicho, al final es el karma el que se encarga de poner las cosas en su lugar. El que a hierro mata, a hierro muere.

—Lo siento Natalia. Tienes toda la razón del mundo. No puedo justificarme y no lo voy a hacer. No puedo volver atrás, tampoco enmendar el daño que te he causado. Sé que eso no es un consuelo para ti. Sólo puedo pedirte perdón.

—No quiero tus disculpas Teresa. Aún me queda algo de dignidad. Podría perdonarte si os hubierais enamorado el uno del otro y me lo hubieras dicho, pero no es así. Oscar te quiere, ¿pero tú le quieres o sólo quieres follártelo? Él es muy buen amante, eso ya lo sabes. Me decanto por lo segundo.

—Sé que no merezco tu indulgencia. No puedo decirte más.

—No tienes que decir nada. Sólo disfruta de la vida que tú te has buscado. Adiós Teresa.

Teresa se sentó abatida en el sofá sabiendo que Natalia tenía razón y motivos más que suficientes para sentirse así, y como dijo, nada de lo que dijera podía justificar sus actos.

Miró su chándal nuevo, se incorporó en el sofá, apoyó los codos en las rodillas, agachó la cabeza, posó las manos en la cabeza, fijó la vista en sus Nike y supo que ese día no iba a correr, sino a saldar su iniquidad.

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