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En la playa con mi marido
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Capítulo II (no es necesario leer el capítulo I para entender este).

Mi marido definitivamente era un hombre patético, además de que su aspecto era anti lívido total, su inteligencia tampoco estaba muy desarrollada. Había tardado casi una década en sacarse su carrera de Derecho, que al final no le sirvió de nada porque acabó trabajando en el negocio de su padre, como era de esperar. Tenía unas rentas decentes gracias a que el negocio de su familia paterna iba viento en popa desde antes que él lo heredara, de modo que, prácticamente no tenía que hacer nada para mantenerlo, y por supuesto, su ambición para mejorarlo era nula.

A pesar de que no me atraía nada como hombre, digamos que… me gustaba la versión que sacaba de mi misma cuando estaba con él, era como su madre, pero una madre que lo ridiculizaba y humillaba. A veces le hablaba como si fuera retrasadito, le hacía llevar pañales y le obligaba a cagarse y mearse en ellos, para así poder cambiarle como si de un bebé grande se tratara. Me acuerdo, que en una de esas ocasiones de cambio de pañal, estando el boca arriba y desnudo de cintura para abajo, con el pañal abierto lleno de caca, le extendí una toallita húmeda para que escupiera en ella, y así poderle limpiar bien el culito. Le gustó cuando se la pase por el ojete, tanto que tuvo una erección, que aproveché, para, con el dedo pulgar y el índice, apretarle el micro pene con fuerza, como una tenaza, y con la otra mano golpearle las pelotitas con la palma abierta, mientras le decía: “los niños buenos no se ponen cachondos con sus madres, eres un cochino, como sigas así te voy a cortar la cuca”. “Perdón mamá, perdón”, respondió quejoso y con una mueca de dolor en la cara.

Nos gustaba también ir a playas nudistas o seminudistas. Íbamos, nos desnudábamos y caminábamos por la playa, el con su micro pene y yo con mis tetorras caídas pero aún bellas. Cuando veía a algún hombre desnudo por la playa y bien dotado, me gustaba ir a hablar con él, mientras mi marido esperaba dándose un baño en el agua o simplemente de pie observando el panorama. Me dirigía al hombre en cuestión bien para preguntarle la hora o bien para pedirle un cigarro, para ambas cosas el hombre debía de caminar, con su gran pene colgante, junto conmigo, hasta sus pertenencia. En ese trayecto, más o menos largo, procuraba ser dulce y amable, lo que siempre o casi siempre, generaba un aumento en el tamaño del pene del hombre, por el flujo de sangre, que comenzaba a llenarlo. Me divertía mucho ver como aceleraban el paso antes de que el pene comenzara a levantarse y la erección se volviera muy evidente. Una vez llegaban a sus pertenencias, ya caminando rápido y por delante de mi, para que no viera como sus pollas apuntaban al frente, se sentaban en sus toallas tapándose el pene con las piernas y comenzaban a rebuscar en su maleta, con la cabeza gacha y evitando contacto visual conmigo, que permanecía desnuda delante de ellos sin cubrirme ni un poco, a menos de dos metros. Me encantaba que tuvieran cigarros porque así podía tener una excusa perfecta para ponerme de cuclillas frente a ellos para coger su cigarro y permitir que me lo encendieran. En esa postura mantenía las piernas bien abierta para que vieran bien mi coño peludo. Siempre que hacía esto permanecían sentados en la toalla, con la mochila tapándoles la polla, seguramente tiesa como un palo, mientras me fumaba parte del cigarro con ellos, manteniendo una conversación agradable. Al rato me iba, caminando sin mucha prisa, y sabiendo que se la estaría meneando discretamente mientras veía mi parte trasera. Si había congeniado bien con el chico, le giñaba un ojo al despedirme y en el trayecto hacia mi marido, que permanecía mirando a la nada, hacía como que se me caía el cigarro para poder agacharme y poner el culo bien en pompa, durante unos segundos, en esos momento me imaginaba al chico meneándose el pollón y corriéndose de placer.

En una ocasión tuve una experiencia de este tipo más que placentera. Estábamos en una playa por la mañana, mi marido y yo, metidos en una pequeña tienda de campaña para taparlos del sol y tener nuestra intimidad. Su enorme barriga ocupaba más de la mitad del espacio, pero me servía de almohada. Tenía puesta la radio y mientras la escuchábamos me manoseaba suavemente un pecho, jugando con mi pezón, estaba excitada. Yo mientras, jugaba con sus testículos y lo intentaba masturbar, cuando su cuquita se ponía tiesa. Cuando veía a una mujer atractiva pasar por delante de la tienda le apretaba las pelotas con fuerza y le preguntaba:

-¿ves esa mujer?

– Si, es muy guapa- respondía.

– ¿Te la follarías?

– No puedo- respondía- tengo…

– una polla enana y soy feo- le decía, completando la frase que no le dejaba terminar.

En ese momento me gustaba pellizcarle los huevos con las uñas hasta que se quejara, a la vez que le mordisqueaba un pezón. Esto lo ponía cachondo y le hacía soltar una de sus pequeñas carcajadas, y yo, en respuesta, le daba un pico en la boca, para luego besarle las pelotas, y decirle: “perdón bebé, mami se pone celosa si te fijas en otras mujeres”.

Cerca de la una del mediodía, me fijé que había un pedazo de negro de pie junto a unas rocas, la polla no se la veía bien pero algo grande se balanceaba entre sus piernas. Miré a mi marido y le señalé al negro, sacó sus prismáticos y miró al negro un rato, luego dijo:

– Que injusta es la naturaleza, unos tienen tanto y otros tan poco.

– A ver- le dije con voz divertida.

Cogí los prismáticos y miré por ellos, y vaya que negro había ahí, no era muy alto pero la polla le llegaba más allá de la mitad del muslo.

– Jojojo, menuda tiene- dije con voz lasciva.

– Cari, me apetece un cigarro, ahora vengo- anuncié.

Me incorporé, me puse a cuatro patas delante de la cara de mi marido, me sacudí la arena del culo, mientras me reía, el me dio una nalgada como gesto de complicidad, y me dijo levantando los prismáticos:

– Te observo desde aquí.

Yo le giñé un ojo, hice un bailecito de triunfo delante de él y me fui. Esos momentos de complicidad con mi marido, en los que ambos encontrábamos nuestro placer, valían oro para mí.

A medio camino me viré a ver a mi marido, que ya estaba mirando por los prismáticos, viéndome el culo seguro, el muy cerdo, ya le regañaría por eso después, pensé, pero en ese momento le saludé agitando la mano y con una sonrisa.

Me encontraba ya a unos diez metros del negro, era realmente impresionante, estaba delgado pero fibroso, sus abdominales se marcaban perfectamente. “Pura genética, deben follar con sus mujeres negras y culonas en su país que da gusto”, pensé. Me miró y yo a él, nos sonreímos mutuamente como si nos conociéramos, le saludé muy simpática y le pedí un cigarrillo. El me respondió alegre:

– Claro que sí guapa.

Se dirigió a su mochila que estaba más bien cerca, y se sentó en su toalla. Rebuscaba en su maleta, pero a diferencia del resto de hombres, no se tapaba la polla ni con las piernas ni con la mochila, parecía orgulloso de lo que tenía entre las piernas y no era para menos. Al ser tan delgado y estar sentado su pene parecía más grande que nunca, le llegaba casi al pecho, estaba alucinando. Ni me acordé de ponerme de cuclillas, porque me quedé hipnotizada mirándole el pene que ya estaba casi erecto, de modo que, al estar yo de pie, se levantó él con el cigarro y el mechero en la mano, pero su pene ya no colgaba, estaba tieso apuntando hacia a mí, y a pocos centímetros de mi vientre. Sentí el impulso de agarrárselo y apretarlo entre mis manos, pero me contuve. Me puso el cigarro en la boca y se acercó un poco más para encenderlo con el mechero, su tronco parecía no estar tan cerca, pero su pene estaba a menos de un palmo de distancia de mi zona púbica. Salí de mi hipnosis y me di cuenta que sentía calor en la cara, así que le hice una pregunta y miré hacia el mar esperando su respuesta para bajar la calentura:

– ¿de dónde eres?- dije.

– de Nigeria- respondió sonriente.

– vaya, son así todos tus amigos de Nigeria- le pregunte con una sonrisita en la cara y mirando a su pene, que aún seguía tieso como un palo.

– oh lo siento por esto- dijo mirando a su pene y fingiendo estar avergonzado.

– Lo siento de veras, no pude contenerme, estar aquí…, en esta playa, viendo pasar mujeres guapas desnudas, y que de repente se te acerque una. Los hombres somos de carne ya sabes, y deseamos la carne- se rio ligeramente esperando mi respuesta.

– No tienes por qué contenerte- le dije mientras le echaba una mirada lasciva.

Di un pequeño paso al frente y su pene se enterró en mi vello púbico. Él suspiró y se bajó la piel del prepucio, dejando al descubierto su negro glande, que estaba bien gordo. Restregó su pene por mi monte de Eva y luego se acercó un poco más y lo hizo también por mi vientre, dejándome manchada con el presemen lubricante que llevaba ya tiempo segregando. Le agarré la polla y se la apreté, era increíble sentirla en mis manos, estaba inyectada en sangre a más no poder.

Me di cuenta que nos estábamos emocionando demasiado, estábamos de pie junto a unas rocas, en una playa nudista en donde había gente, y ahí estaba yo, junto con un negro agarrándole su gran polla erecta. Le solté el miembro y miré a mi alrededor haciendo un reconocimiento de la zona, él hizo lo mismo. Había algunas personas a lo lejos que parecían distraídas con lo suyo, pero otras nos estaban mirando, solo que se hicieron los suecos cuando nos giramos. Una señora a unos quince metros, no apartó su mirada, la mantuvo fija en la polla del negro, hipnotizada por las proporciones de ese miembro que en estado de erección sobresalía absurdamente de su cuerpo, formando un puente entre su pubis y el mío, que ahora estaba inconexo. La señora me miró, me sonrió y me guiño un ojo, luego se tumbó y se puso a leer una revista distraídamente, pero con la sonrisa aún en su cara. La señora me cayó bien, tanto, que me hubiera gustado follarme a ese negro con ella, pero no quise liar más la cosa de lo que ya lo estaba.

Me dirigí al negro, cuyo miembro había bajado un poco por la vergüenza que le había entrado al ver la reacción de la señora, cosa que me hizo reír. Le puse una mano en el pectoral y le dije:

– Tengo una tienda de campaña allí, ¿vienes?

El pene se le volvió a llenar.

– pero tendrás que ocultar eso con la toalla- le dije con una sonrisa juguetona.

Cogió la toalla y se la ató a la cintura como si acabara de salir de la ducha, pero la polla le sobresalía como si fuera una espada atada al cinturón, así que cogió su maleta y se la puso en frente para cubrirse, y comenzamos a caminar.

La gente nos miraba de reojo. Conversamos:

– La gente tiene muchos tabús- dije.

No respondió, mantenía su mirada fija en el suelo mientras andábamos, hasta que, al mirar hacia la tienda, vio a mi marido dentro, mirando hacia el mar.

– Hay un señor ahí dentro- dijo.

– Si, no te preocupes, es un amigo de confianza, yo le digo que se vaya a bañar un rato al agua para que nos deje la tienda libre.

El chico negro no respondió, parecía un poco tenso.

Llegamos al fin, y mi marido nos miró, su cara no expresaba nada en particular, simplemente comprendió la situación, se levantó y dijo:

– Bueno, me voy a dar un chapuzón Maica-. Me miró con una leve sonrisa disimulatoria y marchó.

El negro dejó su mochila por fuera, se quitó la toalla y se metió dentro de la tienda. Yo esperé un momento por fuera, mirando alrededor analizando el comportamiento de la gente, todos parecían distraídos en sus cosas, miré hacia la señora, y ahí estaba mirándome nuevamente, aunque con buena cara, interesada más que juzgadora, su actitud me hizo quererla aún más. Finalmente, me metí en la tienda.

Lo que vi al entrar era extraterrestre. Ese negro tenía una polla absurdamente grande en comparación con el resto de su cuerpo. Se estaba agarrando la polla, que estaba perfectamente erecta, con las dos manos, y aun así, le sobresalían como diez centímetros más de rabo que quedaban al descubierto.

– “Vero no se va a creer que me he comido 25 cm de rabo africano”- pensé. Así que, saqué el móvil, y le pedí a mi amigo de Nigeria, que me tomara una fotito con su linda polla.

El accedió encantado, la idea de que una mujer conservara una foto de su rabo en su móvil a modo de trofeo pareció excitarlo, pues su polla se sentía más dura que nunca cuando la agarraba con ambas manos para posar para la foto. Cuando sacó la ráfaga de fotos, me metí toda su cabeza en la boca, la sentí dura y fría, quise calentársela. Chupe, chupe y chupe como una condenada. Él ya había dejado el móvil y sucumbido al placer. Me miraba con ojos caídos de goce disfrutando de las vistas, y dijo:

– Chupa, chupa, chupa- susurrando extasiado.

– Aaah si, cariño, que durita la tienes, dios mío- dije con una voz que una actriz porno no podría haber hecho mejor.

Una vez tenía toda la polla embadurnada de mi saliva, le pajee con ambas manos, que se deslizaban por su rabo con gran facilidad gracias a la abundante saliva y a la tremenda erección que tenía.

Le pedí que grabara un video con mi móvil, quería enseñarles esta maravilla a Vero y a mi marido. Se puso a grabar y le volví a chupar el rabo con vigor y alegría. Estaba tan dura que empecé a dudar si estaba chupando un tronco de manera o una polla de carne. Me golpeaba con el rabo los morros, los dientes, la lengua, me la pasaba por toda la cara, gimiendo de placer.

La paja que le estaba haciendo y la fricción de su cabeza contra mi cara y labios lo hicieron correrse. Salió propulsado un chorro se semen blanco que acabó en mi pelo y en la tela de la tienda, el resto de la corrida fue una corriente continua de lecha blanca, que contrastaba muy bien con su pene negro, y que corría por el tronco hasta mis manos que aguantaban la base del pene. Cuando terminó de salir le exprimí el conducto del tronco para que saliera lo que quedaba, acumulándose en la punta una generosa cantidad de semen, que se resistía a resbalar por el tronco, así que, aproveché y mirando a la cámara con cara morbosa, absorbí ese semen de forma ruidosa y dije:

– Hay que rico bebé, mami se lo está pasando muy bien- este mensaje se lo quise dedicar a mi marido para que luego, en casa, se hiciera una paja a gusto viendo gozar a su mujer.

El negro estaba extasiado con la cabeza echada hacia atrás tras haber experimentado el placer más supremo. Satisfecho, su pene comenzaba a perder fuerza, a lo que respondí tratando de exprimirle un poco más, consiguiendo como resultado una nueva gota blanca en la punta que chupe con gusto. Me fui de la tienda todavía relamiéndome y con semen en la cara y el pelo, para ir donde mi marido que estaba en el mar. El negro se quedó en la tienda descansando con el pene sobre su vientre, ya casi flácido.

– “Descansa”- pensé- “te he quitado toda la energía de hoy”.

Caminé hacia el mar, y me fijé que la señora me miraba de nuevo, mientras se metía los dedos en la vagina con discreción, tapándose con la revista.

Mi marido estaba con el agua por las rodillas mirándome con una ligera sonrisa en el rostro. Sin mediar palabra, me acerqué a él y le besé con mi boca llena de semen, él lo notó y me besó apasionadamente, le agarré las pelotas con la mano llena de semen, y el gemía mientras restregaba sus morros contra mi cara llena de semen. Yo reía, luego me besó por el cuello y reí más.

Regresamos de la playa sin limpiarnos el semen del cuerpo, ni siquiera nos enjuagamos la boca. Aquello fue el mejor día de playa de mi vida.

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