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En el Palacio Chino (Parte I)
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Esta historia sucedió en el 2011, cuando yo tenía 18 años, en ese entonces tenía una novia con la que me divertí mucho y pasé bastantes situaciones atrevidas, su nombre es Quetzalli.

Éramos jóvenes, yo tenía 18 y ella 19, apenas comenzábamos a salir, yo venía de una ruptura difícil, ya sabes, en la adolescencia cada ruptura es difícil, crees que pediste al amor de tu vida y todo pierde significado, al menos así me sentía en ese momento, pero Quetzalli me estaba ayudando a llevar todo y sin haber llegado al sexo.

Era un martes de julio y mis deseos por estar con mi novia eran los de cualquier chico que mueve mar y tierra por ver a su chica especial. Llegué por ella a su casa y decidimos que no iríamos ese día a la preparatoria, comenzó la lluvia de ideas para saber qué hacíamos, la verdad es que cuando uno está enamorado hace muchas estupideces, la mía en ese momento fue aceptar caminar, me hacía caminar a todos lados, por horas, y ese día no fue la excepción, decidimos, o mejor dicho ella decidió, que caminaríamos a la Alameda central, un recorrido de aproximadamente una hora y veinte minutos y yo solo quería estar con ella y ver si podíamos ir más allá de solo tomarnos la mano y algunos besos.

Después de caminar más de 80 minutos llegamos al centro de la ciudad y nuevamente no sabíamos que hacer, así que en ese momento ella tomó la iniciativa, me tomó de la mano y me dijo “sígueme”. Comenzamos a caminar y de pronto nos metimos a una calle con muy mala pinta, basura en el piso, camionetas de carga por todos lados, portones grandes, digna de una película en los barrios bajos de cualquier ciudad. Como te había dicho, no llevaba mucho saliendo con Quetzalli, unas semanas tal vez, y la verdad es que la confianza no era completa, por mi mente pasaron algunos escenarios no muy buenos, pero todo estaba en mi imaginación.

Cuando creí que no era muy buena idea seguir caminando en esa calle, apareció “El Palacio Chino”, un cine que fue inaugurado en los 40s y que tuvo sus mejores tiempos hace medio siglo, hoy en día ya está cerrado, pero ese edificio de apariencia asiática, que hoy yace abandonado, guarda una de mis mejores experiencias sexuales.

Quetzalli sabía perfectamente lo que hacía, me había llevado a ese cine con la idea pasar una tarde fabulosa. Entramos al complejo y compramos los boletos para la función, pero aún faltaban algunos minutos para que nos dejaran acceder a la sala. Subimos al mezzanine del lugar, donde estaba la zona de alimentos, algunas mesas, sillones y una pequeña sala de juegos. Después de estar en el área de sillones decidimos acercarnos a los juegos para ver en qué entretenernos, había máquinas de videojuegos, una mesa de hockey de aire y esos juegos de motos donde debes inclinarte para manejar.

Quisimos jugar en el hockey de aire, pero nadie nos sabia decir donde pedir las manoplas, por lo que regresamos y empezamos a jugar The King of Fighters. La verdad Quetzalli era muy buena y estaba reñida la partida, decimos apostar un beso, y perdí, aunque después de lo que pasó, la verdad yo diría que gané y mucho.

Empezó como un beso normal, pero las cosas se fueron prendiendo poco a poco, no había mucha gente alrededor, ya que por ser martes y antes de las 2 de la tarde, el cine prácticamente estaba vacío. Mis manos comenzaron a recorrer su cintura hacia su cadera y sin separar nuestros labios, lentamente mis manos tomaron ese rico y delicioso culito que tenía Quetzalli, ella era de piel morena, delgada y un poco más baja que yo, con senos apetecibles y unas nalgas redondas y parditas. La sujeté con fuerza y la acerque a mí, para que pudiera sentir la erección que estremecía mis pantalones.

Instantáneamente las cosas subieron de nivel y ese ya no era un beso cualquiera, mis manos apretaban sus deliciosas nalgas mientras mi boca, mis besos lentamente se fueron deslizando hacia su cuello, mientras ligeros gemidos escapaban de su boca y llegaban a mi oído, lo que me prendía más y más.

Seguíamos en la zona de juegos, por lo que era fácil que algún trabajador o alguien más nos viera. Empezamos a caminar poco a poco hacía atrás hasta llegar a donde tenían las máquinas que ya no funcionaban, y afortunadamente había un espacio entre dos de ellas, por lo que nos metimos ahí, y pudimos incrementar la intensidad de nuestro encuentro cercano.

Mis manos comenzaron a subir por su torso por debajo de su playera, recorriendo su espalda, lo que pareció desatar una serie de reacciones en su cuerpo y provocó que sus manos bajaran por mi cuerpo hasta llegar a mi cadera. Quité mis brazos para que ella pudiera explorar libremente, liberó mi cinturón y su mano se introdujo en mi pantalón, justo encima de mi bóxer, mi pene en ese momento tenía una erección tan dura, que yo sentía que algo quería salir desde dentro de mí. Ella no perdió tiempo el tiempo y me sujetó como si supiera que había despertado algo bajo mi cintura.

Sus labios se acercaron de nuevo a los míos y nuestras lenguas comenzaron a danzar, liberando la intensidad que los dos necesitábamos externar. Su mano sujetaba firmemente mi falo, mientras mis manos inquietas decidieron retomar lo que habían dejado, levantaron nuevamente su blusa hasta llegar a sus pechos, levanté lo más que pude su blusa y pude admirar un antojable brassiere rojo con puntos blancos que imploraba por dejar de ser un estorbo para mí.

Acerqué mi cara y comencé a besarla por el contorno de su ropa interior, y mientras más intentaba hacerla a un lado con mi boca, sentía como su mano sujetaba con más fuerza mi miembro.

Mis manos regresaron a su espalda baja, mi lengua se encontraba en una batalla para adentrarse cada vez más, su mano me contenía, su respiración entrecortada me inspiraba a seguir adelante. Y escuchamos un ruido. Un par de chicos empezaron a jugar en una máquina cerca lo que provocó que nuestros cuerpos se alejaran al instante. Su blusa volvió a su lugar y de forma casi inmediata mi cinturón se acomodó para que no se notara que estaba desabrochado, vimos la hora y solo faltaban 5 minutos para que empezara la película.

Nos dirigimos al área de dulces y compramos dos Icee y unas palomitas, caminamos hacia la sala y entramos de los más tranquilos. La verdad es que yo solo quería terminar lo que habíamos comenzado por perder una apuesta.

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