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Tiempo de lectura: 11 minutos

No imaginaba cuánto estaría disfrutando de estar en un partido de futbol, riendo, jugando y disfrutando tanto, a escondidas. Entre la euforia del público, las personas a mi alrededor y el alcohol en las venas. Gozando como nunca de mi momento íntimo pese al explícito recinto.

Resultante del vicio y ambición de papá, tanto por las apuestas, como por los deportes, siempre he odiado todo lo relacionado con este entretenimiento. Pese a ello, ahí iba, rumbo al estadio del equipo más popular y también el más odiado por los envidiosos aficionados rivales, según la teoría de Jorge, el más fanático de los cuatro amigos con quien comentaba los pronósticos para el encuentro de esa misma tarde.

Yo solo escuchaba, respetando sus opiniones, sin más conocimiento del tema que el color del uniforme que usaría cada equipo. Me habría decidido por acompañarlos gracias a Ariana, mi mejor amiga de toda la vida, quien me habría insistido en salir para divertirnos aunque fuese a aquel espectáculo tan infame para mí.

Llegábamos los cinco al estacionamiento, caminamos hasta la taquilla y nos adentramos en la estructura deportiva. Los tres hombres se debatían sobre sus predicciones para el marcador, la alineación, estrategias y de más. En tanto, yo me arrimé con Ari para platicar de otras cosas.

El partido daba inicio, los muchachos habrían comprado una yarda de cerveza para cada quien, pese a que les había dicho que yo no solía tomar. Sinceramente no se me apetecía una bebida fría a las siete de la tarde y a unos quince o quizá diez grados centígrados, a la intemperie y vistiendo una falda corta con una camiseta deportiva que me había comprado Jorge, con el estampado y colores de su equipo.

No me juzguéis, estábamos fuera de casa desde el mediodía, cuando el sol golpeaba con todo su sentir a casi treinta grados. En fin, el clima de mi bella ciudad.

Temblaba como cachorra abandonada, ya comenzaba a lamentar haber aceptado acompañarles a ese lugar en el que sabía no me sentiría cómoda. Pero lo hacía por la amistad, por compartir ese momento tan especial con ellos. Por lo mismo, trataba de amenizar el momento comentando los viejos recuerdos con mi mejor amiga a un lado, o simplemente curioseando a mi alrededor, bebiendo poco a poco de mi cerveza, aprovechando que la tenía en la mano.

Así se fue el primer tiempo del encuentro, entre gritos, abucheos y todo eso. Entonces la mitad del estadio se dirigía al baño. –Vamos Claudia. –Me decía Ariana para que la acompañase, y como toda buena amiga, lo hice. Casi sin darme cuenta mi bebida había desaparecido de su contenedor. Supongo que con el aburrimiento me habría traicionado el subconsciente.

-Adelante, aquí te espero. –Le dije a Ari al ver que los baños estaban abarrotados. -¿No entrarás tu Clau? –Me preguntó al ver mi decidía. En verdad no quería entrar ahí, siempre he sido muy melindrosa para los asuntos íntimos y casi compulsivamente higiénica, por lo que hacer mis necesidades en baños de un estadio no me tenía especialmente entusiasmada.

Negándome tajantemente, la esperé en el corredor principal. En cuanto salió regresamos a nuestros asientos donde Jorge y sus amigos nos esperaban, cuando Jorge nos extiende un par de bebidas más, intentando quedar bien con nosotras. Insinuaba algo con alguna, estoy segura, pero, o no se decidía, o simplemente aventaba la ganzúa a ver quién de las dos mordía.

No le presté atención y agradecí el trago gratis, mientras la partida continuaba su segunda parte. Miraba fastidiada ya de ver lo mismo por casi una hora, para mí eran solo hombres corriendo de un lado a otro. Pero qué hombres, es decir, ya mirando bien, no estaban tan mal. Aún a la distancia se les marcaba su cuerpo atlético debajo del holgado uniforme.

Sin saberlo, mi cuerpo comenzaba a subir la temperatura. Aún no quería aceptarlo pero todas esas sensaciones, mis fantasiosas eróticas y el alcohol en las venas me estaba poniendo caliente como nunca, y ya no podía disimularlo.

Me perdía en mi imaginación, al tiempo que bebía mi cerveza ya casi por acabarse antes de que se calentara. ¿Qué te pasa Claudia? ¿Ya no sabes tomar? Tan solo un par de tragos y ya me sentía mareada. Me preguntaba a mí misma, sintiendo los estragos de la cebada alcoholizada en mi cuerpo.

Pero mira a ese jugador por ejemplo, ese tipo que corre por la banda derecha, llegando a la esquina del campo rival. Vaya par de nalgas que se carga el tipo, es decir, he visto mujeres con buenos traseros que a su lado se quedarían cortas y flácidas. Ya quisiera yo tener unas así, ya sea para mí misma o cuando menos para agasajarme con un hombre así; joven, de gruesos brazos, piernas de roble y abdomen marcado.

Diablos ¿Qué rayos me pasa?, quizá tenía algo la bebida. No, no lo creo, pero ya no aguantaba el bochorno del momento, pese al helado aire que golpeaba las gradas, obligándome a frotar mis desnudas pantorrillas para que no se congelasen.

Sin embargo, esas mismas caricias también acentuaban aún más mis sensaciones indecorosas, sintiendo como mis piernas me exigían ser consentidas más allá de la mera intención de protegerlas contra el frío. Al pasar mis palmas por arriba de las rodillas, de inmediato sentía esa llamada inequívoca de mis mulos queriendo abrirme paso para que llegase más profundo bajo mi falda.

Pero no. De ninguna manera lo haría. Era un lugar público, ilícito, prohibido, impúdico e indecente. ¿Qué haría una linda chica bien, como yo, haciendo esa clase de bajezas y desfiguros? Y lo peor es que el licor ya comenzaba a hacer su trabajo diurético en mi vejiga, cual me anunciaba que debía vaciar su contenido.

Esa mezcla de sensaciones me obligaba a apretar bien fuerte las piernas, tensándolas rígidamente, intentando contenerme, del frío, de mis indecencias y de esas malditas ganas de orinar. Cuales a su vez, me obligaban a estrujar los músculos de mi vagina estimulándome irremediablemente, y excitándome más y más.

Incontinencia

Intentaba no pensar en ello, creyendo estúpidamente que si lo ignoraba desaparecerían aquellas sensaciones. ¿Pero en qué me distraía? En los jugadores, sí, eso solo me pondría más caliente y con más ganas de desahogarme en el retrete. Aunque mira que ese joven lateral en la izquierda que acaba de mandar un centro, está bastante guapo. Me pregunto si tendrá edad ya para… No, ¿en qué estoy pensando?

Me perdía en mis oscuras ideas, llenas de lujuria, mientras mis manos presionaban fuertemente mis mulos, apresurándome a calentarlas o bajarme lo excitada, lo que sucediera primero. Sin embargo, lo que si estaba provocando, era que me entrara un fuerte deseo de tocarme, de meterme la mano bajo las bragas y acariciarme mi caliente vagina.

Así, mientras miraba a los deportistas en el campo juego, lentamente me llevé mi mano discretamente bajo mi falda, intentando ocultarla de las miradas de mis vecinos a mi izquierda con mi bolso, y disimulando con mi bebida en mi mano derecha para mi amiga no lo notase.

No podía creer lo que estaba haciendo, pero me gustaba, de alguna forma calmaba mis clamores y de paso me aclimataba lo suficiente como para soportar el despiadado frío de la noche. Rozándome sutilmente sobre mis bragas, haciéndome cosquillas en mis labios, sintiendo como se hinchaban al llenarse de mi ardiente sangre, lista para una buena orquesta de caricias.

Ya no sabía si era por la excitación del momento, o por aquel líquido fermentado queriendo salir de mi cuerpo, pero sentía mi vagina pulsando, como a punto de estallar. Creí que me hacía. Apreté duro y endurecí mis músculos pélvicos para evitar que me meara encima. Pero eso solo provoco que me estimulara en mi interior con mis propios espasmos, planeados o involuntarios fuesen.

No puedo fingir más, debo ir a los baños. Pero, ¿y si mejor fuese a los vestidores?, como si me hubiese perdido y no encontrase la salida. Y aquel atlético y guapo delantero entrara a cambiarse su sucio uniforme, y se desnudara frente a mí sin darse cuenta de mi presencia. Dejándome ver su musculoso cuerpo sudado, sus piernas, sus nalgas, su pene en medio de ellas, su abdomen, sus brazos y esa encantadora sonrisa que esboza al marcar gol.

Fantaseaba, imaginado que me veía descubriéndome entre las sombras. Y se acercaba a mí, desnudo, brillando de sudor, balanceando su pene cual trozo de chorizo en exhibidor. ¿Cómo sería hacerlo con él? ¿Lo besaría?, quizá no me atrevería. ¿Me lanzaría cual zorra sin recato a él para cogérmelo? ¿O simplemente me dejaría querer, dejando que me hiciese lo que quisiera?

Demonios cómo deseaba follarme a ese tío, en serio, y esas malditas ganas de mearme. Pero no iría al insalubre y mugriento baño. O quizá, ahora que el partido estaba en pleno apogeo habría menos personas ahí. Sería entrada por salida. De cualquier manera era inevitable.

Necia, intentaba posponerlo pese a que jamás llegaría a casa. Aun así luchaba por evitar lo ineludible, apretando mis piernas, frunciendo cada musculo de mi ser, endureciendo hasta la mandíbula, e intentando apaciguar las ganas, tocándome entre mis piernas, creyendo que así se confundiría a mi cerebro. Pero con ello solo conseguía excitarme más y más, y la sensación de orinar no desaparecía.

Entonces, de pronto un pequeño chorro de orina salía de mi interior, empapando mis bragas y un poco mis dedos que jugueteaban por ahí. Me asusté, y sin poderlo posponer un segundo más, me levanté de mi asiento y me dirigí a los baños, deteniendo a Ariana, quien se acomedía para acompañarme, evitando que lo hiciese al decirle que no tardaría, eso y un golpe de suerte ya que en ese momento marcarían falta a favor de su equipo favorito.

Rápidamente, emprendí una veloz caminata ya casi haciéndome. Corrí los últimos pasos al mingitorio y cerré la precaria puerta del cubículo. Enseguida me bajé las bragas, me subí la falda y apenas me incliné evitando en todo momento tocar el retrete, expulsé un fuerte chorro de orina que casi me salpica las piernas. –Haaa. –Suspiré aliviada.

Finalmente pude zacear mi sufrimiento urinario, sintiendo ese pecaminoso placer al desaguar la vejiga después de resistirse por tanto tiempo, dilatando mis labios vaginales al paso de mi tibio contenido, acompañado de una sensación extraña que despertaba dentro de mí, como un llamado que resonaba en mi vagina, con pequeñas pulsaciones que me erizaban la piel, haciéndome inflar el pecho para soltar un profundo suspiro, mientras mis músculos se tensaban y mi vulva se llenaba de sangre.

Me puse de pie, tomé papel de mi bolso, me limpié mi empapada conchita y ahí lo supe todo. Ese fugaz roce del higiénico secando mi intimidad, exponía a la luz esas tremendas ganas que tenía de relajarme, de tumbarme en mi cama, desnudarme y tocarme a placer. Ya estaba harta de ese día, pero aún no terminaba.

Entonces tomé más papel y lo coloqué cuidadosamente alrededor da la taza, un par de capaz para estar segura. Enseguida me senté, separé mis rodillas tanto como el elástico de mi ropa interior afianzada en mis tobillos me lo permitía, abrí mis piernas y me subí un poco la falda. Después me chupe mis dedos medios de mi mano y la bajé hasta mi vagina. Al instante pude sentir un poderoso escalofrío que me estremecía desde mi parte íntima y por todo el cuerpo.

Continué tocándome, recorría mis dedos por mis húmedos labios mayores, jugando en la entrada de mi vagina, rozando de paso mi clítoris que comenzaba a emerger de su escondite, provocándome pequeños espasmo de placer con mis temerosas caricias.

Afuera se escuchaban lo gritos de euforia de los aficionados, chiflidos y abucheos, propios de un partido de gran importancia. Más próximo, podía escuchar los pasos de las mujeres entrando y saliendo de los cubículos vecinos, a mi derecha e izquierda. Podía verle las zapatillas pasando cerca, por debajo de la puerta enfrente, y de las paredes de aglomerado a mis costados.

Que importa. Ni las conozco ni me conocen. Si tan solo estuviese en otro lugar. En mi recamara, a solas. O mejor aún, en los vestidores, sí, con aquel jugador que tan caliente me había puesto, entonces le podría mostrar cuan excitada estaba, por él, cómo me había puesto. Exponiéndole mi húmeda y brillante vagina con la que jugaban mis dedos. Limpia y pulcra para recibirlo, así, abierta de piernas como estaba en ese mismo instante.

Y entonces llegarían sus compañeros, dispuestos a tomar una ducha. Y nos encontrarían infraganti, y se unirían para apoyar a su coequipero estrella. No. No me atrevería. ¿O sí?

Vería cómo se acercan por todos lados, los once; completamente sudorosos y exhaustos por jugar los noventa minutos. Desnudos. Con la pija bien parada, rodeándome, mientras yo los espero sentada en la banca, sumisa, desnuda, tocándome como lo hacía en el baño, pero frente a ellos y para ellos.

Enseguida me rodearían apuntándome con sus grotescos miembros desenvainados cual condenada a muerte con once estacas al cuello. Y los chuparía, cual puta en filme porno. Me los tragaría uno a uno, o mejor aún, con la boca abierta dejaría que cada quien me lo metiera como pudiese, peleándose por metérmelo en la garganta, chocándose sus musculosas extremidades rojizas sobre mi lengua. –Delicioso.

¿Sería demasiado? ¿Sería extremista pensar tumbarme boca arriba para que abusaran de mí? No se juega con ello, pero me excita tanto. Mi corazón me explotaba en el pecho, no podía controlar mi respiración, me ahogaba con mi propio aliento cual se me escapaba del alma, mientras mis manos me sobaban mis pequeñas tetillas bajo mi camiseta con los colores de su equipo. –Diablos, que bien se siente.

Entonces me la quité, así como se festeja una buena anotación, la doblé y la metí a mi bolso. Ya de paso, me desabroché mi sostén, me quité las bragas que unían mis pies y los guardé junto con la blusa. Ahora solo restaba mi falda, cual me serviría para no tocar la mugrienta taza, aunque estuviese forrada con papel higiénico.

Suspiré nuevamente y regresé mis manos a su labor, ahora pudiéndome masajear libremente mis senos expuestos, estrujándomelos con pasión, desfogando mis fantasías más depravadas en mi mente, y todas esas malditas sensaciones arremetidas en mi cuerpo, liberadas por la cerveza y el fastidio del momento.

Se escuchaban los gritos desgarradores de la hinchada, los canticos, y los pasos a mi alrededor. Chicas estúpidas preguntando si estaba ocupado. ¡Largo de aquí perra! ¿A caso eres tarada? Claro que estoy ocupada, muy ocupada, así que no me distraigas.

¿En qué estaba? A sí, imaginaba qué pasaría si me cogiera todo el equipo. Debo estar loca. ¿Qué diablos? Es solo una estúpida fantasía, ¿O no? Y si no fuese así, y si se convirtiese en una pesadilla hecha realidad, no podría resistir un trauma así. Seguro me dolería, aunque ya con lo lubricada que estaba… No, no. ¿En qué estoy pensando? Quizá un par de ellos, solo los más guapos, ¿pero once? No, demasiados, serían once pollas para mí, en mi pequeño y esbelto cuerpo. Pero es que los once están muy lindos. Seguramente era por el alcohol, pero ninguno estaba para hacerle el feo.

¿Pero cómo sería? Dejaría que aquel delantero fuese el primero, el resto que se conformara con jalársela de lejos, o quizá, con algo de suerte encontrarían un lugar en mi boca. Y se las chuparía como loca, atascándome con tantas trancas frente a mí. Se las jalaría con desdén, les estrujaría los huevos y les agarraría las nalgas, a todos, agasajándome con sus musculosos y parados culos, sus burlescas piernas, y sus abdómenes cuadriculados. Mientras, dejaría que ese delantero me cogiera fuertemente, que me violase como quisiese. -Duro papi, métemelo todo, hasta dentro. –Le diría con la boca completamente llena de sus pedazos de pitos. Duros, mojados y carnosos.

Me encantaba, no podía creer que estuviese disfrutando tanto, gozando de ese momento, en aquel lugar que tanto detestaba. Acomodándome la mejor masturbada de mi vida sin importar que me pudiesen escuchar, riendo y jugando con mis manos complaciéndome, arrancándome poco a poco unos sítieles gemidos que no me importaba contener. Sabía que esa experiencia no se repetiría jamás. Lo que sucede en los baños para mujeres se queda ahí, o eso pensaba, de cualquier manera nadie me conocía, ni se enterarían quién sería aquella chica que se estaba dedeando como zorra en los mingitorios del estadio.

¿Qué más daba? Dejaría que mis placeres me controlaran, dejaría descarrilar mi recato y buenos modales, así como dejaba fluir mis fantasías perversas, a su vez, permitiendo que todo el maldito equipo abusara de mí y me cogieran como puta. Ya sin medida ni censura, y al borde del orgasmo, dejé que mi imaginación volara, recreando aquella escena desenfrenada, con los once futbolistas follándome por turnos.

La cosa sería así: primero se las chuparía para lubricarles el falo, todos juntos, amontonados, cuales lobos hambrientos a la caza de su indefensa zorrita. Después me follarían, fuerte y sin piedad, nada de buenos modales, ni cursilerías, simplemente me cogerían hasta llenarme el coño de semen, uno tras otro, hasta que no cupiese más, hasta que toda su mezcla tibia y grumosa me comenzase a escurrir de mi coño. Después regresarían para que les limpiara el pito recién estrangulado, como agradeciendo por su participación. Algunos no aguantarían y se vendrían en mi boca antes de penetrarme, otros eyacularían en mis tetas, eso les encanta, y yo me restregaría su leche con ambas manos por todo mi cuerpo. -Sí. Sí. Más. Llénenmela de leche amores. Cogedme. Sí.

¡Pero qué zorra! Me doy vergüenza a mí misma. Qué más daba, lo estaba gozando como nunca y segura que lo gozaría con todos esos profesionales del soccer cogiéndome por todos lados, zanjándose su tranca con mi desnudo cuerpo, metiéndomelo por la boca, por el coño ¿y por qué no?, en un momento de locura, me daría media vuelta para mostrarles mis pequeño culito para que me lo rompieran sin piedad. –Mmmm. Que rico estoy sintiendo al imaginarlo.

Me dolería, seguro que sí, nunca lo he hecho, pero me gustaría, me conozco bien. Sería como el tiempo extra, todo o nada, dejad todo en mi culo como se deja todo en la cancha. No habría medida, sería rápido y brutal, me dejarían ir la verga de una sola estocada.

Seguramente mi anito estaría lubricado por todo el batido de semen escurriendo de mi vagina, pero no sería suficiente, el sufrimiento sería inhumano. Pero lo disfrutaría, lo suficiente para permitir que me lo ensartaran sus compañeros, aquellos que aún no habían terminado, o los que pudiesen aguantar más de una zancada. –Sí, que rico, mmm, delicioso. Así es muchachos, ahora llénenme el culito de toda su lechita. Abusen de mis delicadas nalguitas, golpéenlas, penétrenme, estrújenme con fuerza, lastímenme, fólleme como su esclava, desahoguen sus instintos de hombre sobre mí, abusen de mí como les plazca hasta hacerme venir a chorros, todos juntos, como el equipo que son.

-Cuanto placer, diablos creo que me vengo. Sí. Sí. –Fantaseaba imaginadme siendo ultrajada por todo el equipo, sus vergas en mi cara, sus nalgas en mis manos, penetrándome por el culo, por el coño, por todos lados, llena de semen, escurriéndome y manchándome en todo el cuerpo.

Entonces sentí por fin que me venía. No me importaba que estuviese en un baño público, ni que estuviese sucio, ni lleno de mujeres a mi alrededor, yo seguía imaginándome a los jugadores acechando y vejando mi cuerpo desnudo y desprotegido, al tiempo que mis manos, fuera de mi fantasía, me estimulaban plácidamente, imaginándome todas esas pijas, chocando en mi piel, en mis tetas, en mi boca. Mamándoselas, jalándoselas, metiéndomela, como si fuesen mis dedos que me enterraban, fuerte y con rudeza, mojándome cada vez más y más, sintiendo como mi orgasmo se amotinaba al borde de mi coño, anchado y fastidiado por el inhumano ajetreo. -Así, más, más. Haaa.

Entonces, arqué mis dedos para estimularme mi punto de más placer, y aumente la velocidad, zanjándome con desgraciada complacencia. Me dolía, pero sabía que solo así me haría venir. Y no paré, aumente mi velocidad, obligándome a estremecer todo mi cuerpo, sosteniendo la respiración por un momento, hasta que de pronto, un potente chorro salía desde lo más entrañable de mi ser, empapándome toda la mano, hasta manchar el ya de por sí sucio piso de hormigón a mis pies.

Me asusté, y me arrepentiría, pero fue un gran orgasmo. Quizá nadie lo habría notado, aunque se hubiese escuchado el tibio contenido estampándose contra la estrecha puerta frente a mí. Intenté disimular mis gemidos con un poco de tos. Con algo de suerte habrían creído que estaba festejando a mi equipo. Aunque aquel squirt se habría estampado fuerte y sonoro en la taza del baño, mis piernas y hasta la puerta frente a mí, fue tan largo y lánguido que seguramente se pudiese haber confundió con una simple desahogada urinaria. Pero al salir y sentir todas esas miradas juzgándome, me di cuenta que no había sido así.

Lo único que lamenté es que la chica que me seguiría en turno se encontraría con el cubículo todo manchado de mis líquidos vaginales. Yo, quien siempre he sido una chica pulcra y decente. Mierda, igual valió la pena.

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Te agradezco por haber llegado hasta aquí.

Me encantaría leer tus comentarios y conocer tus sensaciones.

Que tengas felices fantasías.

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