Carla llevaba trabajando de receptora de llamadas de emergencias más de cinco años. Adoraba su trabajo y ayudar a la gente. Era la última hora de su turno y se encontraba sola en la sala de llamadas, su jefa había salido a fumar un pitillo a la azotea de la oficina.
El teléfono sonó y Carla atendió la llamada con el manos libres que llevaba sobre la cabeza de auricular y micro.
– Emergencias dígame.
Al otro lado, la voz de un chico joven, de tono grave pero timbre aterciopelado. Sus palabras sonaron por el altavoz.
– ¿Emergencias? Necesito ayuda – su voz se entre cortaba, la respiración era apretada.
– ¿Qué tiene? – Carla habló en tono pausado y con calma, como siempre le habían enseñado.
– Me duele el estómago, la parte baja, no sé…
Carla sintió que reconocía la voz por momentos, pero dejó hablar al chico.
– Debajo de la cintura…
– ¿Ha tenido un accidente? ¿Qué parte señor?
– La entre pierna. Me duele debajo del pantalón, tengo un bulto enorme… dentro del calzoncillo que… – el chico no pudo contener la risa.
– ¿Raúl eres tú? – Carla reconoció la voz de su novio. Era una broma, como muchas que le hacía a menudo.
– Cómo estás – respondió él. Raúl mantuvo la voz aterciopelada, estaba cachondo y quería jugar.
– Mi jefa salió un momento a fumar, me dejó sola. Si no es nada importante debes dejar la línea libre.
Raúl gimió al otro lado de la línea de teléfono. Un suave movimiento de su lengua llegó a los oídos de Clara.
– Estaba solo en casa y me acordé de ti. Estoy cachondo y la tengo muy dura ahora mismo – dijo él de forma viciosa. Se podía distinguir cómo jugaba con su polla desde el otro lado.
– Estoy trabajando… -Clara miró por encima de su cubículo para comprobar que no había nadie y estaba sola.
– En serio, deberías estar en casa ya. Tengo muchas ganas de follarte.
Carla sonrió y se sonrojó. Le excitaba que su novio le dijera guarradas y que la deseara tanto, a todas horas. Los fines de semana no paraban de tener sexo y no salían de la cama. Solo para comer, ducharse y volver a unirse en un frenesí de sudor y sexo hasta altas horas de la madrugada.
– Cómo la tienes – no fue una pregunta retórica, Carla quería que le contara.
– Muy dura y empalmada. Quiero besarte la boca. Que pases el piercing de tu lengua sobre mi punta y te la comas entera. Oh dios – Raúl no dejaba de tocarse y se excitaba más.
Carla, de forma inconsciente, abrió los labios al escuchar su voz cachonda.
– Tócate – dijo él.
– ¿Estás loco? – Carla se ruborizó, pero quería tocarse. Se desabrochó el primer botón del pantalón y bajó sus dedos entre la braguita de encaje y su pubis. Tenía el coño suave, recién afeitado de varios días. Se tocó de forma intermitente el clítoris. Raúl se tocaba y se echaba saliva para mantener deslizada su mano sobre su polla.
– Quiero que me comas la polla, entera.
– Hasta el fondo, si – dijo ella. Su respiración se entrecortaba. Gimió al sentir que se mojaban sus bragas.
– ¿Estás mojada?
– Mucho – Carla se metió un dedo dentro de su coño y sintió cómo se abrían sus labios para dejarlo entrar. Estaba caliente y húmeda.
– Imagina mi polla dentro de ti. En tu culo.
– Como en la fiesta de Halloween – Carla se introdujo otro dedo dentro. Su coño se estaba abriendo poco a poco y se le resbalaban los dedos por fuera mientras se acariciaba el clítoris. De vez en cuando miraba furtivamente por encima del cubículo.
– Sí. Quiero repetir eso. Follarte el culo de nuevo, sin que nos vean. Hacerte gemir y llenártelo entero.
Los gemidos de Carla iban en aumento. Quería la polla de Raúl dentro de ella. La necesitaba ya mismo. Raúl le dijo unas guarradas más y los dos estaban en un éxtasis de sexo telefónico. Sus mentes y órganos sexuales estaban unidos.
– Me voy a correr – Raúl sintió como se le inflaba la vena de su polla, desde la base hasta el glande. Estaba a punto de estallar y se tocaba con más rapidez. Sus manos estaban llenas de líquido y saliva. Él quería que fuera la saliva de ella, su flujo.
– ¡No te corras, aguanta! – Carla se retorció en la silla. Su espalda se arqueó y dejó su línea del pantalón a la vista. La braguita estaba muy empapada y tuvo que moverla hacia un lado para poder meter un tercer dedo en su coño – Aguanta, cuando llegue a casa quiero que me llenes la boca de tu leche. Quiero tragármela toda.
Raúl gimió, pero como buen perro fiel, dejó de tocarse. El pulso se podía sentir en la base de su polla que palpitaba sin freno. Eso le ponía más cachondo. La cogería con muchas ganas al llegar a casa. Le arrancaría la ropa, la tumbaría en el sillón y le quitaría las bragas mojadas. Le entusiasmaba comerle el coño, cuando estaba bien húmeda y saborearlo con su lengua muy despacio hasta oír cómo gemía y suplicar que la penetrase sin piedad. Hasta correrse dentro de ella.
– Hasta después entonces – Raúl colgó la llamada.
Carla no. Ella siguió tocándose, estaba a punto de correrse y lo necesitaba. Sus pulsaciones estaban a tope y su coño muy inflado. Se frotó el clítoris con rapidez, como le gustaba a ella. Su coño soltó un chorro de flujo en sus dedos, estaba mojando todo el pantalón y notaba cómo le chorreaba por los muslos. Un espasmo le salió desde la nuca, pasando por la columna, hasta la pelvis. Una oleada de calor y electricidad hasta sus pies. Su cuerpo se agarrotó y Carla solo pudo gemir para adentro y morderse el labio para no hacer ruido. Se estaba corriendo pensando en la polla de Raúl, muy dentro de ella, muy grande y muy dura.
Se sacó los dedos y comprobó que estaban goteando. Se los lamió para saborear su flujo. Si él hubiera estado allí lo hubiera hecho sin problema. Les gustaba jugar sucio. La comisura de los labios se le quedó impregnada y su boca olía a su coño. Se abrochó el pantalón y deseó estar en casa.
Entró la jefa a la sala de control de llamadas y el teléfono sonó. Carla atendió la llamada.
– Emergencias Dígame?
FIN