Durante mis dos embarazos estuve muy caliente. En el primero, mi esposo me acompañó en la calentura, hasta unas dos semanas antes del parto, cuando yo empezaba a sentir mucha incomodidad y él preocupación. Hasta ese momento, tuvimos sexo casi todos los días, al despertarnos y al acostarnos. Teníamos poco más de un año de casados y andábamos ambos a mil de deseo. Algunos días, también me masturbaba pues la calentura era casi insoportable y necesitaba descargarme. Usualmente con mis dedos, alguna vez con un pepinillo que protegía con preservativos que compraba.
El segundo embarazo, cinco años después del primero fue muy distinto. Cuando me embaracé ya había sido infiel eventualmente, nada serio, pero ya conocía del placer fuera de casa. Pero, desde el momento que decidimos tener un segundo hijo, dejé las travesuras eventuales y me dediqué a gozar lo mejor que podía con mi esposo. Estuvo bien y quedé embarazada rápidamente. Los cuatro primeros meses fueron como mi primer embarazo. Yo siempre demasiado caliente y mi esposo acompañándome en la satisfacción de mis deseos, igual necesitaba masturbarme casi cada día, pero me sentía satisfecha y feliz esperando a mi segundo hijo.
Con pretextos que me resultaron tontos, el cuarto mes de mi embarazo, mi esposo me dijo que mejor no tengamos relaciones. No detallaré las tonterías que me dijo, pero me pusieron muy furiosa. Por una semana o algo más, me masturbaba mañana y tarde. No trabajaba en esa época y tras dejar a mi hijo mayor en su jardín escolar volvía a casa y me masturbaba sobre la cama. Por la tarde, mientras mi hijo dormía, volvía a masturbarme.
No me era suficiente. Necesitaba más que mis dedos. Ni el pepinillo que usaba con más frecuencia me bastaba. Necesitaba un hombre que me complaciera e hiciera más llevadero mi embarazo. Lo peor eran las muchas horas que estaba sola en casa sin tener nada que hacer. La soledad y la falta de una actividad me tenían pensando en sexo todo el tiempo.
Supongo que fue la suerte o el destino. Un día en el ascensor, volviendo de comprar en el supermercado, me encontré con un vecino del edificio. No lo había visto antes. Amablemente se ofreció a cargar mis bolsas y acepté. Me acompañó hasta el departamento, ingresó y dejó las bolsas en la cocina. Mientras cruzamos unas palabras en las que le agradecía, me di cuenta que miraba al tendedero, que estaba al lado de la cocina, donde estaban secando unas tangas.
Darme cuenta que las miraba me puso picara y le pregunté si podíamos intercambiar números. Aceptó y quedamos conectados por el WhatsApp. Comenzamos a charlar con una cierta frecuencia y en pocos días la charla se puso caliente, pero sin ninguna propuesta específica. Solo comentarios generales sobre sexo y cosas superficiales, pero sin llegar a una cita o una insinuación directa.
Una semana después, me lo volví a encontrar volviendo del supermercado. Igual me ayudó con las bolsas e ingresó a casa. Como fue justo una semana después, al día siguiente de mi día de lavado, igual encontró mis tangas colgadas. Se la jugó y me dijo “vecina mi destino es verle las tangas”. Nos reímos ambos y unos instantes después nos estábamos besando.
En segundos, caliente con sus besos, sentí que mi tanga estaba ya desbordada por la forma en que mi vagina chorreaba de la calentura. Él se dio cuenta de lo caliente que estaba. Me levantó mi vestido de embarazo y comenzó a acariciar mis nalgas. Las tenía al aire pues tenía puesta una de mis tangas más minúsculas.
Las palabras sobraban y me puso de espaldas a él. Mientras besaba mi cuello, sentí como iba desajustando la correa y desabrochando el pantalón. Mis ansias eran muchas y pronto sentí su verga ya erecta explorando entre mis nalgas
Separó mis piernas un poco, y me inclinó hacia adelante, sobre la mesa de la cocina, sentí como su verga ingresó rápidamente en mi concha ya demasiado húmeda y sin haberla visto supe que su verga era más larga y gruesa que la de mi marido. En dos minutos o poco más tuve el primer orgasmo, me sorprendí de la rapidez y él se sorprendió más, me dijo “vecinita, como le hacía falta”
Suspirando le dije que sí, que me faltaba y mucho. Siguió disfrutando de mi concha y yo de su verga y cuando sentí que con sus dedos humedecía mi culito me incliné un poco más, para que supiera que sí, que aceptaba su ofrecimiento tácito, sentir su verga entrando en mi culito me hizo llegar incluso antes de tenerla toda dentro. Ya iba casi un mes sin tener relaciones con mi esposo y estaba muerta de deseo.
Su verga más larga y más gruesa me hacia sentir demasiado placer. Tuve un par de orgasmos más por mi culo. Jamás me había pasado algo así con mi esposo ni con ningún otro. En las contracciones del tercer orgasmo anal él se vino dentro de mí.
Me dijo que tenía que irse y la verdad yo quería que se fuera. Me ardía mi culito y estaba exhausta. Me senté y me di cuenta que su semen había caído sobre la silla. Decidí dejar para después la limpieza. Me fui al baño, me limpié y me acosté a dormir. Al despertar ordené las compras y limpié la silla. En eso me llegó un mensaje suyo “vecinita que rico estuvo”.
Todo lo que quedaba de mi embarazo cogimos.