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Ello lo indicó: debía ser la hembra
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Ya cuando mi esposa me agarra una nalga y la aprieta, es porque deja en claro sus intenciones.

Igual yo intento:

– Amor, hoy quiero hacerlo al modo tradicional.

Se ríe como si fuera absurdo, y su risa resuena por las paredes del comedor.

– Amor, hace rato que no la pongo.

Me da vuelta como un palillo y me da una nalgada, firme, fuerte.

– Dios no te dio esa envidiada cola por nada. Esta para ser usada y abusada. Anda y vestite.

Camine lentamente, pensando las palabras a decir. Llegué a la puerta del cuarto, me di vuelta y dije, casi implorando:

– Hoy quisiera hacer de hombre.

Se río de vuelta, con esa tonalidad perversa que no escuche en nadie más.

– Bebu, vos ya te olvidaste de cómo ser hombre hace rato. Dale, ponete el camisón que mucho me costó y me gusta como te queda. No me hagas enojar. Sabes cómo me pongo.

Me puse el camisón blanco semi transparente, que llega hasta poco pasadas mis nalgas, pero cuando me puse la bombacha y el ligero con medias negras, ahí la erección ya era innegable. Cómo puede ser, aún hoy me da vergüenza excitarme cuando me obliga a vestirme de nena.

Salgo del cuarto y su mirada de triunfo y dominio, perversa, preanuncia la lujuria que verterá sobre mí, sin miramientos y no tengo dudas mi cuerpo quedara dolorido, pero feliz.

Por lo pronto, me envía de vuelta al cuarto: olvidé los tacones. Elijo unos color azul oscuro.

Salgo de vuelta y está sentada en el sillón. Me hace señas que me siente sobre su regazo, y apenas así lo hago me abraza, me besa y acercando su boca a mi oreja izquierda, susurra: "nabo, ¿no sabes acaso que así vestida para mí me pones más que todos los machos alfa con los que estuve?, vas a ser siempre mía, mi querida" y ahí es cuando yo ya pierdo todo limite, ¡qué me vista de mina, de mono, que me la clave en medio de la calle, no lo sé, pero mi esposa sabe como seducirme!

En breve, se sacó la pollera y bombacha y ahí de rodillas estoy yo chupándole la concha, a lo que ella responde apretando el pelo, cuando le gusta y lo estoy haciendo bien. ¡Cuanto placer, cuanta entrega! Mi mujer se retuerce de placer, y nos cruzamos esa mirada cómplice hasta que, pasados diez minutos, dice basta.

Nos levantamos, me besa y me toma de la cintura como si ella fuese el hombre y yo la mujer (lo que en realidad está ocurriendo).

Me da tres nalgadas y le pregunto por qué me castiga.

– Porque me gusta castigarte ¿Está mal?

Y me da cinco nalgadas más, ya en la última intento apartarme del dolorcito.

– Que cola tenés bebe. Mis amigas viven comentando.

Y luego me señala el cuarto y ahí vamos, y le pregunto en qué pose quiere me ponga. No se para que pregunto si siempre es en cuatro.

Me subo a la cama y obedezco. En cuatro estoy, dándole la cola y siento sus manos acariciármela y acariciar mi espalda, y me dice que voy a ser la putita más feliz del mundo y se va al baño. Va a volver con la pija lista y con la actitud de quien es amo y señor de otra persona, de quien dispone del cuerpo y los recovecos de otro; con esa firmeza, con esa seguridad y placer.

Me estremezco de solo pensarlo, pero aún más cuando empieza a suceder: me baja levemente la bombacha, siento la punta de su pene en la entrada trasera de mi cuerpo, me lo afloja con leves movimientos y luego, ya con sus manos fuertes y firmes sobre mi cadera, y me avisa:

– Te conviene portarte bien. No luches. No resistas. Las nenas que se portan bien y conocen su lugar, son las preferidas.

Y ahí empieza a introducírmela. Firme. De a pasitos. Gozando su poder centímetro por centímetro. Pasó la punta, el capullo y un gemido mío, y ahí mi mujer se desboca.

– Voy a traer a mis amigas del trabajo para que te vean que sos una nena, les vas a servir los tragos mientras charlamos y nos ponemos de acuerdo quien te coje primera. Te van a dar duro. ¿Sabes el tiempo que llevan esperando, bebe? Ellas saben que te visto de puta y te cojo. ¿Creías que no se nota que sos hembra? Todas te desean, como nena, obvio. Hombres ya tienen.

Pude llegar a decir que solo era puta con ella y nadie más, que esto es un juego que nos acerca como pareja, pero ella, mientras me estremecía con estocadas más fuertes y firmes, continuo diciendo:

– Voy a ser la más popular de la ofi gracias a mi novio puta. Nadie se deja hacer esto. Nadie que sea hombre. Voy a ganar plata con vos. Me vas a conseguir un ascenso, o varios.

Ahí se frena, la saca lentamente y me ordena que me ponga boca arriba. Obedezco mientras ella observa en detalle. Me reclino sobre la espalda, levantó mis piernas y las abrazo para que no se caigan, quedo así totalmente expuesto (o expuesta) a que mi esposa siga poseyéndome.

Vuelve a metérmela, de prepo, me duele y pegó un gritito.

– Cállate puta que naciste para esto. Cállate puta que te encanta.

Mientras me garcha, acerca su rostro y me da besos. Me gusta, me apasiona. Es una mezcla entre rudeza (ella embistiendo mi cola cada vez más inclemente) y la ternura (ella besándome).

Reitera:

– Cállate puta abierta. Te tengo que entrenar para entregarte a mi jefe. No es justo que solo yo sea su putita. Vos también vas a serlo. Que te lleve un finde a su casa de la costa, que te haga lo que él quiera, que te vista como él quiera pero volves sí o si con mi ascenso bajo el brazo.

La imaginación de mi mujer no tiene límites. Incrementa las embestidas, se pierde en el placer, me duele toda la cola. Me duele adentro. Me abre mucho. Su mirada me muestra su disfrute de haber quebrado mi voluntad, doblegado cuerpo, de tenerme a su merced, de quedarse con mi masculinidad, pero además, con la mano izquierda se toca la entrepierna. Disfruta también con su cuerpo. Está por llegar y a medida que se acerca su orgasmo, más duro me da. La mezcla de dolor y placer es un misterio pero una realidad para mi.

– Amor, más suave porfi.

– No bebe, para esto estás. Te la tenés que bancar. Para esto servis.

Ya no lucho, ya no intento alivianar su agresión fálica. La acepto. La entrega es total.

Siento como ella explota, con una embestida tremenda, que me abre completamente, y cae encima mío, toda sudada, feliz.

Pasados unos minutos, aclara:

– Lo de mis amigas es verdad. Tiene que suceder. Te van a coger como mina. No sé cuando, pero va a suceder. No me voy a poder negar por mucho más.

Y me dio un beso en la mejilla derecha que me encantó, y lentamente saco el consolar de mi cola, que quedó abierta mal.

– También es verdad que te amo un montón.

Y agarro mi miembro y en dos movimientos me hizo tirar leche al techo. Dormimos cucharita.

¡Qué dolor de cola! (no es un problema).

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