Esta historia la viví hace unos meses atrás en la Capital Federal. Con mi pareja nos tomamos dos días en el trabajo y decidimos pasarlos en la gran ciudad.
Viajar, pasear, conocer nuevos lugares, nuevas personas, es muy importante para mí. Le da aventura a mi vida, adrenalina, oxitocina, me excita, en fin, voy en busca de nuevas historias que contar.
Llegamos muy temprano ese día a nuestro destino, un hotel ubicado en plena calle Corrientes. Luego de hacer el check in y dejar las valijas, dejamos el hotel camino a un café cercano donde desayunar rico.
Al cabo de un hora nos encontrábamos caminando en una plaza cercana, al llegar a un banco nos sentamos a descansar, apreciar la arquitectura del lugar, y a hablar de todo. Hablamos de la historia de la ciudad, la gente que por allí pasaba, de nuestra relación, hablamos de todos esos temas que no conducen a ninguna conclusión, esas conversaciones sin finales.
Y mientras hablábamos, entre la multitud de la plaza una pareja capturó nuestra atención, haciendo que el silencio nos invadiera y nuestros ojos se fijaron en ellos.
Su presencia nos atrapó, nos erotizó. Los observábamos, estrenaban la tercera década de vida, rebosaban energía y alegría, y también erotismo y sensualidad.
Estaban sentados en el pasto, sobre una pequeña manta ocupada en su totalidad, además, por bultos que desde la distancia parecían ser bolsos y abrigos.
Podíamos ver como se acariciaban y se miraban a los ojos mientras cruzaban palabras y risas.
Mi mirada solo era para ellos, como si el bullicio de la ciudad y de los transeúntes hubiera desaparecido y, el tiempo pareciera pasar más lento.
Los miraba a lo lejos y veía cómo sus labios se movían sensuales al hablar, las lenguas los humedecían y se encontraban en un beso.
Las manos de uno acariciaban los muslos del otro acompañando siempre con un beso.
Podía ver el suave movimiento de sus lenguas erotizadas al besarse.
Las manos del muchacho acariciaban con el dedo índice suavemente los pezones duros que la camisa de la muchacha dejaba traslucir.
El roce de los cuerpos era constante.
Ellos estaban calientes y nos calentaron a nosotros.
Crucé miradas con mi pareja, apreté mis dedos sobre sus muslos y nos fundimos en un beso caliente, como toda esa situación.
La joven, desprejuiciada, libre, caliente, cruza sus piernas por encima de las del muchacho y enciende un cigarrillo. Las risas y las caricias iban en aumento. Ya era tiempo de retirarse, esa pareja necesitaba intimidad.
Rápidamente juntaron sus cosas y se fueron de la plaza, caminando juntos, riendo abrazados.
Por otro lado, nosotros, quedamos encendidos, calientes, pero estábamos en un lugar público, con niños jugando y no queríamos hacer nada inapropiado.
Permanecimos un tiempo más en aquella plaza, pero los besos, las caricias y la calentura fueron menguando.
Nuestro próximo destino turístico era una estación de subte, y hacia allí fuimos.
Yo vivo en una ciudad pequeña donde no existe ni el cine, ni el subte, ni el taxi, ni la línea de ómnibus interno, lo que explica porque hacíamos turismo en el subte de la capital.
Al llegar y bajar las escaleras de la estación ingresamos a otro mundo, a un mundo de paso, veloz. Un mundo donde las personas corren para no perder tiempo y llegar a horario a su trabajo, a la facultad o al turno de su médico. Pero nosotros no corríamos, estábamos calientes, pero no apurados.
La muchedumbre y el caos producido durante el ingreso y el egreso de pasajeros fue abrumador para mi y me quedé paralizada, mi pareja me tomó de la mano, me tranquilizo y continuamos nuestro viaje a la próxima estación.
Ingresamos al tren, estaba lleno de gente, cientos de personas desconectados entre sí, pensando cada uno en sus problemas, en sus proyectos, o no pensando, solo cumpliendo su rutina.
Pero en un rincón del vagón, en una esquina creí ver a la pareja que ese día más temprano se mimaba en la plaza.
Mire picara y sorprendida a mi pareja y busqué su mano, la sujeté con fuerza, apretando reiteradas veces para llamar su atención.
Al mirarlos nuevamente notamos su calentura a flor de piel, igual de evidente a nuestra excitación.
Eran muy eróticos, muy atrevidos con ganas de ser mirados, creyendo que nadie los miraba o no importándoles que eso pasara, continuaban mostrando con sensualidad como hay que besarse.
Ahora estábamos a unos escasos metros y podía ver sus lenguas que con movimientos sutiles humedecían sus labios, podía escuchar sus jadeos mudos, mi excitación comenzó a mojar mi entrepierna, mis pezones se endurecían.
No podía dejar de mirarlos y de imaginarme estar ahí, recibiendo los besos de ella, tocando esa piel, rozando nuestros pechos desnudos, besar su abdomen, su vagina, acariciar su espalda.
Con cierta vergüenza le conté a mi pareja lo que esa muchacha provocaba en mí, sonrió de costado y tomados de la mano sorteamos desconocidos hasta llegar frente a aquella joven pareja.
Me acerqué a la chica y en su oído le conté mi fantasía.
Su reacción refleja fue la de sorprenderse, pero luego de unos minutos y una breve presentación cerramos el trato con un beso. Un beso tan caliente que lo sentí entre mis piernas, justo en mi clítoris.
Mordí su labio inferior, exquisito, suave.
Nos citamos en un hotel alojamiento cercano. Solo nosotras, solo nos gustamos y queríamos cogernos. Llegada la hora de la cita nos encontramos en la habitación del hotel.
Nos desnudamos rápidamente, y juntas decidimos ducharnos.
Jugamos con el agua y la espuma, nos divertía mucho saber que nuestros muchachos se morían por participar sentados en un sillón con el único título de espectadores.
Desnudas y mojadas bese su cuerpo, me detuve en sus deliciosos pechos y me entretuve mucho con su vagina, le practique sexo oral, mordió mis pezones y rozó su vagina empapada sobre la mía.
Al salir de la ducha y comenzar a secar nuestros cuerpos, los muchachos se acercaron a nosotras que hambrientas y lujuriosas los invitamos a sumarse.
Nos arrodillamos enfrentadas sobre la cama, nuestras bocas no podían dejar de tocarse, y comenzamos a ser cogidas.
Podía ver a mi pareja penetrándola gozando y sentir como su pareja me penetraba a mí.
Podía escuchar los gemidos, ver sus rostros de placer.
Y podíamos tocarnos y vernos.
Mordió mi boca en varias ocasiones. Los minutos finales de placer llegaron con un orgasmo increíble y hermoso.
Cuando la calma llegó a nuestros cuerpos besé su boca, besó mis pechos y nos despedimos.
Salimos del hotel juntos, esa fue la última vez que nos vimos.