Siempre había sido un bar de mediana afluencia, por eso lo sugerí, pero aquel día rompió la norma, tanto que nos tuvimos que colocar en la barra, de pie. Bebíamos nuestros cócteles hablando tranquilamente, aunque subiendo un poco la voz por el volumen de la música.
– Aquella chica no deja de mirarte – me advirtió Elisa.
– ¿Cual? – Quise saber.
– La del traje blanco.
– Creo que tiene la mirada un poco perdida, no mira nada, está como ensimismada.
– La he visto.
Disimuladamente la observé, pero seguía pensando que se equivocaba. Su mirada estaba como ausente, centrada en algún punto que me temo, era invisible. Entonces levantó los ojos y coincidimos. Desvió la mirada rápidamente. Yo hice lo mismo, pero vigilándola de soslayo. La vi regresar al punto de partida y entonces lo entendí.
– Te mira a ti – le dije.
– No seas absurdo.
– No lo soy, te está mirando el culo.
– Retiro lo de absurdo, ridículo es más apropiado.
– ¿Me vas a decir que tu culo no llama la atención a estas alturas?
– No, pero es ridículo que esté tan centrada.
– No lo es, a mí me pasó igual cuando te vi por primera vez.
– Ah! ¿Y ahora no?
– ¿De verdad necesitas que te diga lo que me gusta después de todo lo que hemos vivido?
– No, eres culista, de los buenos.
– Pues ella es como yo.
– No me van las mujeres, bien lo sabes.
– Pero a ella sí, salta a la vista.
– Bueno, ya te he contado mi experiencia.
– Sí, pero sé que te gusta que te lo coman, te da morbo, aunque te niegues a besarlas y a mostrarles afecto sexual.
– Eso tiene lógica, nosotras sabemos mejor lo que tenemos y como trabajarlo.
– Seguro, pero, ¿en qué situación me deja ese comentario?
– Tú lo haces muy bien, si no, ¿no te dejaría, no crees?
– Gracias, pero hoy tengo competencia – ella me miró interrogándome con los ojos -. Tengo que ir al baño.
– No tardes,
Fui al baño y me puse en la cola. Avanzaba lentamente. No sé cuanto tiempo pasó, debieron ser varios minutos, porque cuando salí la chica que le miraba el culo a Elisa estaba hablando con ella. Me acerqué y saludé. Elisa nos presentó y pregunté sobre qué hablaban. Las dos me miraron con miradas muy distintas, Elisa estaba llena de incertidumbre, y Leo me miró expectante, como si esperara que yo dijera algo, pero Elisa se adelantó.
– Ha venido a hacerme una propuesta, y no se ha cortado cuando le he dicho que no eras mi pareja. Tenías razón, quiere algo de mí – no dije nada, solo mantuve la mirada -. Pero me temo que tengo condiciones.
Al decir esto la miró a ella, que levantó las cejas a modo de interrogación.
– Tú dirás – inquirió.
– Tú pagarás la habitación, y no esperes nada de mí, ni besos, ni caricias, nada. Puedes disfrutar todo mi cuerpo pero yo no haré nada para darte placer – me señaló -. Él estará presente todo el rato, y cuando acabes la habitación será mía, porque he salido con él para que me folle. Podrás mirar, tocarte, lo que quieras, pero repito, no esperes nada de mí.
Leo asintió con cara de sorpresa.
– Es una petición extraña, pero acepto – dijo al fin.
– Cuando él me esté follando, quizá deje que me toques o me comas las tetas, no sé, pero mantendré lo acordado.
– ¿Y a él? – Quiso saber.
– Él sabrá – volvió a mirarme.
Leo me miró fijamente.
– Bueno, yo lo que quiero es que ella disfrute – aclaré.
– Disfrutaré follándote, pero si quieres tocarla, o besarla en algún momento – hizo una pausa -. Es tu elección.
Ambas volvieron a clavar la mirada en mí.
– Por mí perfecto – dije mirando a Elisa -, pero no quiero, en ningún momento que te sientas mal, he salido contigo y contigo quiero seguir.
– No te preocupes, entiendo la situación y la lujuria.
Una vez que todo estuvo aclarado seguimos hablando, apurando nuestras bebidas. La charla fue amena, Leo parecía buena gente, eso nos tranquilizaba tanto a Elisa como a mí. Tenía buena conversación y era elegante también en sus formas, lo que hizo que nos sintiéramos cómodos y se rebajara un poco la tensión inicial.
Salimos del local juntos y fuimos a un hotel elegido por Elisa, que no dudó en seleccionar un hotel elegante, de los mejores de la ciudad. Leo hizo toda la gestión y subimos a la habitación.
Al entrar nos sentimos acogidos, era bonito y agradable, con distintos espacios, baño con jacuzzi y todo tipo de cuidados detalles. Sin duda Leo había sido generosa, nos sorprendió con su buen gusto. Me acerqué a la zona de estar y me senté en el sillón, que estaba orientado hacia la cama.
– Supongo que por ahora este es mi sitio – dije a ambas.
Elisa miró a Leo.
– Tú dirás.
Leo señaló el sofá.
– Puedes dejar ahí tus cosas.
Elisa obedeció y dejó el bolso, el abrigo y todo lo superfluo, quedando solo con su vestido ceñido que resaltaba su hermoso culo, sin duda el culpable de que estuviéramos allí. Se volvió hacia Leo.
– Algo más? – quiso saber.
– Del resto me encargo yo, acércate – ordenó señalando frente a sí.
Elisa cumplió y se colocó frente a ella. Leo la observó detenidamente de arriba a abajo, girando a su alrededor. Pasó las manos por su culo suavemente y bajó la cremallera trasera del vestido, que aflojó la presión que ejercía sobre la parte superior del cuerpo de Elisa. Introdujo una mano por su espalda baja y, poco a poco, fue subiendo. Lo hacía de manera sutil, con experiencia. Después besó su espalda.
Desde mi posición no podía ver la cara de Elisa, así que tuve que hacer un esfuerzo para imaginarla. La imaginé nerviosa, pero sensible a las caricias y besos, eso le gustaba demasiado, tanto como sentirse utilizada por otra mujer, en contra de sus creencias, y muy a su pesar. Leo bajó la parte superior del vestido dejándolo en su estrecha y bonita cintura. No llevaba sujetador, yo se lo había pedido, porque me gustaba excitarla y ver como sus pezones empujaban la tela. Leo la siguió acariciando y se colocó frente a ella, tocando su abdomen y subiendo a sus pechos. Decidí levantarme y deambular alrededor para no perder detalle. Vi como Leo empezaba a besar y lamer las deliciosas tetas de Elisa y aprecié su cara al recibir sus salivadas caricias con los ojos cerrados, amplificando el placer. Elisa abrió los ojos un momento y me vio frente a ella. Resopló dulcemente indicándome el placer y la fiebre que estaba empezando a sentir. Me sonrió. Leo comenzó a lamer sus pezones y la cara de Elisa se contrajo de placer. Cuando se sentía caliente su rostro resplandecía amplificando su belleza, estaba mucho más bonita así. Me acerqué un poco más, quedando a menos de un metro de ambas y escuché su densa respiración sintiendo un escalofrío recorrer todo mi cuerpo. Leo se separó y besó sus mejillas, lamió el lóbulo de su oreja y bajó besando su cuello. Elisa volvió a resoplar densa y sonoramente. Entonces Leo se separó y, bajando sus manos por los costados de Elisa hasta retirarlas, se miraron. Leo le sonrió, pero Elisa permaneció seria, sin dar respuesta. Leo giró sobre ella y se arrodilló, quedando frente al culo de Elisa. No quise perderme detalle. Ella agarró el vestido por su cintura y lo bajó despacio, dejando que el culo de Elisa fuese apareciendo lentamente, saboreando la imagen de aquella voluptuosa y redonda maravilla que, poco a poco, iba desnudándose para su deleite y también el mío. Cuando bajó el vestido lo sacó definitivamente, dejándola solo con su diminuto tanga. Una explosión de placer visual invadió la habitación. Era hermosa, como solo la tentación sabe serlo. Entonces puso una mano en cada nalga y apretó. Acercó la boca y lo llenó de besos. Yo sentí unas ganas tremendas de hacer lo mismo, pero no me quedó más que resignarme conteniendo mis ganas. Elisa apreció mi calentura y pasó su mano por mi paquete, sintiendo la rigidez de mi polla. Leo metió una mano bajo la de Elisa y suavemente me desplazó unos centímetros.
– Aún no – me avisó dulcemente.
Di un paso atrás, era lo acordado. Leo metió la mano entre los muslos de Elisa, a la altura de la rodilla, y fue subiendo por su parte interna hasta llegar a su tanga y acariciarla sobre la tela. No tardó en quitarlo para volver a poner la mano y sentir su humedad directamente sobre su mano.
– Está empapada, deliciosa.
Separó las nalgas y metió la cara entre ellas. Elisa sintió una sacudida de placer y me miró con la cara encendida. Me hizo un gesto, quería ver como estaba yo. Bajé la cremallera del pantalón y me la saqué para que ella misma respondiera su duda. Se mordió el labio inferior con la mirada clavada en mi polla.
– Separa las piernas – ordenó Leo.
Lo hizo y Leo se coló entre ellas y empezó a lamerle el coño. Un suspiro llenó la habitación. No pude evitar llevarme la mano a la polla y sobarla un poco. Leo retiró la boca e introdujo dos dedos hasta el fondo. Elisa gemía encantada. Los dedos jugaban en su interior. Me agaché frente a su coño viendo la mano de Leo jugar con el coño que deseaba más que nada en el mundo. Pronto sacó los dedos y la tumbó en la cama. La miró y, desnudándose, le pidió que separara las piernas sin retirar la mirada. Quedó desnuda. Tenía un cuerpo bonito, abundante en curvas, generoso. Empezó besando las piernas, subiendo hasta su cuello. Después subió a la cama, colocó su coño sobre la cara de Elisa y empezó a frotarse lentamente para ir acelerando el ritmo a la vez que gemía como loca agarrada a las tetas de Elisa. Sus caderas parecían de goma, mostrando una flexibilidad potente, llenando la cara de Elisa de su jugo a un ritmo vertiginoso. Permaneció así hasta correrse en breves segundos. Después se incorporó y le pidió que se colocara para hacerle la tijera. Se encajaron a la perfección y Leo volvió a dar nota de su habilidad para agitar las caderas.
– Ven, bésame – inquirió Elisa.
– No, ahora mando yo, me lo he ganado – intervino Leo entre gemidos.
Tenía razón, así que no lo hice y Elisa cerró los ojos entregada al placer, deseando que la besaran. Leo se corrió otra vez, ésta con desmesura, gimiendo alto, casi gritando. Su cuerpo se revolvió entre espasmos, completamente fuera de si.
Bajó el ritmo poco a poco, quedando en suaves caricias de aquellos coños empapados. Se detuvo.
– No te has corrido – le dijo a Elisa -, eso me ofende, pero no va a quedar así.
Se puso a su lado y empezó a masturbarla con maestría. Me miró.
– Acércate.
Me acerqué inmediatamente.
– Ahora mastúrbame tú a mí mientras corro a ésta perrita.
Levantó en culo para facilitarme el acceso. Enseguida pasé los dedos entre sus labios y agité su clítoris. Ella gimió y yo los colé en su interior. Empezó a masturbar a Elisa más rápido, viendo como se retorcía de placer gimiendo. Yo copié su ritmo y la habitación era un espectáculo de gemidos salvajes.
– Me voy a correr – aclaró Elisa.
– Y yo – dijo Leo.
Yo seguía su ritmo y en unos segundos el cuerpo de Elisa se convulsionó, corriéndose. Leo la acompañó corriéndose en mi mano poco después. Se dejó caer sobre Elisa, satisfechas ambas. Yo me incorporé aún con la polla fuera y dura.
– ¿Puedo seguir yo ahora? – Quiso saber Elisa.
Leo se apartó.
– Adelante – respondió.
Elisa vino hacia mí y se arrodilló frente a mi polla. Se la metió en la boca y empezó a chupármela con auténtica devoción. Yo estaba muy excitado por lo acontecido.
– Si no bajas el ritmo me correré en breve – le aclaré.
– Sí, lléname la boca, lo estoy deseando – me dijo mientras me pajeaba y volvía a metérsela en la boca.
No tardé mucho en explotar, tensando mi cuerpo por el espasmo de placer ante la atenta mirada de Leo.
Acabé y me limpió con su lengua, dejándomela impoluta. La agarré y fui a la cama a tumbarme, poniéndola a ella a mi lado. Nos besamos. En ese momento Leo se abrazó al cuerpo de Elisa por la espalda y besó su mejilla.
– Si me dejas – comenzó a decir -, te disfrutaré y te haré disfrutar un millón de veces más, hasta que me supliques ser mi novia.
Elisa me miró interrogándome y yo me encogí de hombros, haciéndole saber que era su decisión.
– Acepto con una condición – dijo Elisa.
– ¿Cual?
– Sucederá solo cuando yo quiera.
– Hecho.
Elisa se abrazó a mi fuerte.
– Quiero que me folles tú – me susurró al oído.
– ¿Y yo? – Interrumpió Leo.
– Ya hemos hablado eso, puedes quedarte, mirar, tocarte y solo si él quiere, podrás participar, hoy con su actitud se lo ha ganado. Pero repito, de mí no esperes nada.
Leo me miró.
– ¿Querrás algo de mí? – Me preguntó.
– Posiblemente, lo vemos sobre la marcha.
– Entonces me quedo. Además, aunque no participe, será un placer ver como folláis, sobre todo Elisa. Solo pensarlo me excita.
Elisa me cogió la cara y me besó en la mejilla dulcemente.
– ¿Tienes ganas? – Me preguntó.
– Sí, pero no prisa. Ahora me apetece aprovechar el jacuzzi, poner el modo hidromasaje y relajarnos.
– Qué buena idea, un baño de burbujas. Nos relajamos y vamos subiendo el ambiente. No tardarás mucho en calentarte, te conozco bien, amor.
Y me volvió a besar.
– ¿Y yo, me puedo unir al baño? – Preguntó Leo.
– Primero quiero ver el jacuzzi – respondió Elisa.
Al decir eso se levantó de la cama y entró al baño moviendo el culo. Oímos el agua correr, llenando el jacuzzi. Poco después apareció bajo el dintel y, apoyándose en el marco de la puerta, nos miró.
Leo y yo la contemplamos desnuda, era deliciosa. Ella debió adivinar nuestros pensamientos y esbozó una sonrisa deslumbrante.