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El viejito en la residencia (2)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Tres días después volvió Elena al trabajo después de un descanso necesario. Cuando entró por el jardín de la residencia, con firmeza, derrochando elegancia natural, Javier estaba sentado en un banco a la sombra de un árbol con su libro en la mano. Levantó la mirada y la observó caminar. Ella no se dio cuenta, continuando su paso hacia la entrada hasta desaparecer adentrándose en ella.

Después de comer Javier caminaba hacia su habitación para hacer la siesta, cuando vio a Elena doblar la esquina del pasillo y caminar hacia él. Ambos se miraron y sonrieron. Javier se quedó quieto, viéndola acercarse, pero ella no se detuvo, pasó a su lado sin dejar de mirarlo sonriente. Para Javier fue como ver una estrella fugaz, la siguió con la mirada volviéndose al verla pasar a su lado y observándola de espaldas. Ella era consciente. El peso de lo acontecido tres días atrás pesaba entre ellos. Javier siguió su camino hasta la habitación y se tumbó en la cama, pensativo.

Pasaron varios minutos cuando Javier sintió que lo despertaban con una mano en su pecho.

Despierte Javier, que luego no podrá dormir – escuchó somnoliento.

Cuando fue consciente vio a Elena frente a él.

No me trates como a un viejo, puedo hacer una buena siesta y después, si no duermo, leo, no tengo problema – aclaró.

Es mi trabajo, no lo tome personalmente.

Te he visto entrar esta mañana por el jardín, ibas preciosa.

No empiece, por favor – dijo ella destensando la situación.

Es la verdad, tienes algo cercano a la magia.

Debería dejar de leer a esos poetas, le trastornan los sentidos.

Entonces sería uno más, y me niego.

Usted no es uno más, desde luego.

No quiero que me huyas – le soltó convencido.

No lo haré, es imposible compartiendo el mismo centro.

No me gusta esa respuesta, es evasiva.

Es real.

Javier, aún tumbado, le puso la mano en la cintura.

La realidad se inventa, y se puede mejorar.

Ella sonrió y puso su mano sobre la mano de Javier, que aún descansaba en su cadera. Sonrió.

Levántese y salga a pasear – inquirió Elena.

Acompáñame.

Tengo trabajo, lo sabe bien.

Acompañar a un viejito es parte de su trabajo.

Elena sonrió la ocurrencia, apretó la mano de Javier y la quitó de su cintura.

Salga a caminar, igual le alcanzo – sentenció Elena.

Javier caminaba por el jardín hasta que decidió sentarse en un banco y sacar su inseparable libro. No pasó ni un minuto cuando oyó la voz de Elena.

¿Ya se ha cansado de andar, viejito?

Javier levantó la mirada y vio la mano tendida de Elena. La agarró y se incorporó agarrado a ella. Una vez en pie caminaron por el jardín. Al principio todo era silencio. Javier se percató y rompió el silencio.

¿Estás bien?

Ella se sorprendió por la pregunta.

Claro, ¿por qué lo preguntas?

Me refiero a si estás bien conmigo – Elena quedó en silencio unos segundos -. No me gustaría que por lo que pasó el otro día cambie nuestra relación.

¿Relación? – Preguntó Elena sorprendida.

No te escandalices, relaciones hay de mil maneras, no malinterpretes. Si lo que pasó va a modificar la manera de comunicarnos, maldito sea el día.

Elena pensó unos segundos.

He pensado en ello estos días, no es lo normal, nunca antes me había pasado. Al principio me sentía extraña, como si hubiera hecho algo malo, afortunadamente los días aclaran algo, pero aún sigo en proceso.

Pues yo no puedo sino darte las gracias, la vida aquí no es una juerga, ni siquiera están mis amigos de siempre, no tengo a nadie afín, y sentir como vas envejeciendo no es la mejor de las artes. En ti he encontrado un poco de todo lo que me falta, te has convertido en una ilusión, y eso siempre empuja hacia delante.

Elena se detuvo, miró a su alrededor y comprobó que había poca gente y que no miraban en su dirección. Entonces abrazó a Javier. Él se abrazó a ella sintiendo sus pechos aplastarse. Poco después se separaron.

Eres un buen hombre – le dijo Elena.

No es para tanto, créeme – bromeó Javier viendo como ella sonreía la ocurrencia.

Y un canalla – añadió ella.

Eso sí, me sacas esa parte.

Ella sonrió de nuevo y volvió a mirar a su alrededor para comprobar que nadie estaba pendiente de sus actos. Entonces le dio un beso en la boca, corto, pero intenso. Al separarse lo miró a los ojos.

Pero no me hagas sentir mal, por favor.

¿A qué te refieres?

No quiero que insistas, ni que nadie note esa “debilidad” que dices que provoco en ti.

No es nada malo.

Malo no, pero no quiero sentirme incómoda.

Tampoco yo quiero que te sientas así.

Lo sé, pero tenía que decírtelo. ¿Volvemos?

¿No puedo llevarte de la cintura? – Preguntó irónico Javier.

No – afirmó Elena echando a andar.

Javier se quedó mirándola caminar hasta que ella se dio la vuelta.

¿Vienes?

Javier asintió y caminó junto a ella de vuelta. Unos segundos de silencio se instalaron entre ellos.

No voy a dejar de cortejarte – dijo Javier rompiendo ese silencio -, la vida que me das, la ilusión, no quiero perderla.

Eres testarudo.

Y tú encantadora.

Después de cenar Javier caminaba hacia su habitación para retirarse y concluir el día, cuando al girar el pasillo Elena venía de frente. Ambos siguieron su ruta mirándose sin poder contener una sonrisa que ni ellos sabrían definir. Al llegar a la misma altura le hizo un gesto invitándola a pasar por su habitación.

Lee – le respondió Elena sonriendo sin detenerse.

Él se quedó mirándola hasta que desapareció girando al final del pasillo.

En la habitación leía su libro de cabecera cuando el sueño lo hizo caer sobre su abdomen. Un rato después Elena entró y lo vio dormido con la luz de la mesita encendida, le quitó el libro y apagó la luz de la lámpara. Caminó para salir de la habitación.

No te vayas – oyó a su espalda.

Al volverse vio que Javier se estaba sentando en la cama. Lo miró.

Tengo que seguir trabajando.

Claro, soy consciente.

¿Entonces?

Ven – inquirió Javier.

Ella lo pensó unos segundos antes de empezar a caminar hacia él. Se detuvo justo enfrente, a unos centímetros, sin decir nada. Él alargó sus brazos y puso sus manos en la cadera de ella. Elena lo miró seria, pero él no se aminoró y la acercó hacia él colocándola entre sus piernas.

No quiero que te vayas – le dijo.

Lo sospecho.

Javier bajó sus manos a las nalgas de Elena y apretó.

Javier, por favor.

¿No te gusta? – Quiso saber él.

Sabes que sí, pero no podemos excedernos tanto.

¿Dónde está el límite?

En el sentido común.

A ese estoy respondiendo – y apretó más aún sus manos.

Ella resopló levemente, y Javier subió la bata para poner sus manos directamente sobre sus nalgas, sintiendo su piel en las palmas de sus manos. Contemplaba el rostro de ella sin ver ni un atisbo de rechazo. Elena, por su parte, empezó a desabrochar la bata frente a él, dejándole ver un sencillo pero bonito sujetador. Llevó las manos a su espalda y lo desató, dejando sus tetas libres frente a él. Sus miradas se cruzaron ya envueltas en el completo entendimiento. Javier subió sus manos hasta las tetas de Elena y las empezó a masajear. Llevó su boca hasta ellas y empezó a lamerlas, recreándose en los pezones rosados y erectos. Elena facilitaba el acto de Javier con un movimiento leve, dejándole hacer. Cuando lo creyó oportuno se separó poniendo sus manos en el pecho de él. A Javier le sorprendió este gesto. Ella bajó sus manos despacio por el pecho, el abdomen, hasta llegar a su entrepierna, comprobando que él estaba completamente dispuesto, esperándola. Con habilidad introdujo sus manos por la bragueta y sacó la polla, masajeándola. Javier sintió como el aire entraba mejor en su cuerpo, denso pero con una eficacia sorprendente.

¿Estás bien? – Preguntó Elena.

Perfectamente, quizá mejor – afirmó Javier.

Elena mojó su mano llevándola a su boca y volvió a bajarla. El tacto se suavizó en su erecta polla. Un gemido salió de la boca de Javier. Elena lo miró a los ojos sonriente, sabiéndose con todo el poder en sus manos. Empezó a agacharse sin desviar la mirada de sus ojos. Comprobó que él estaba abandonado a ella, casi pudo sentir la enorme admiración que le procesaba en su rostro. Se arrodilló sin dejar de mirarlo, supo que en esa mirada estaba todo lo necesario. Ella pasó la lengua por el glande sin desconectar la mirada. Sabía que él era consciente de lo que le estaba regalando, podía verlo en sus ojos, en su boca entreabierta. Entonces abrazó el glande con sus labios y se deslizó hacia abajo, introduciendo su polla en su boca hasta donde pudo, como haciendo una primera prueba, un primer aviso. Javier apoyó sus brazos en la cama dispuesto a dejarse hacer, había comprendido la situación. Elena, despacio, empezó a entregarse abstraída, haciendo de aquella polla el único lugar del mundo donde asirse. Javier no quitaba la mirada, era incapaz.

Admiraba su suerte, la belleza de Elena en esa situación, la propia belleza del momento a media luz, su entrega. Ella rodeó la polla con la mano y se ayudó con ella unos minutos, después la quitó y pasó la lengua desde su nacimiento hasta el glande para volver a engullirla con entusiasmo. Ahora sólo usaba la boca con maestría, entrando y saliendo, mirándola cuando le apetecía ver cómo respondía a su buen hacer. Entonces agarró sus testículos y los movió hacia arriba y abajo, viendo como la polla se movía en el aire erecta y desafiante. La agarró y empezó a masturbarla con la mano, subiendo y bajando la mano haciendo un giro espiral por todo el tronco, recreándose en el glande y mirando a Javier. La cara de placer de él era la gasolina que ella necesitaba. Siguió masturbando aquella polla con vigor, y volvió a meter el glande en su boca, lamiéndolo con entusiasmo. Después iba intercambiando los movimientos bucales, introduciendo la polla en la boca hasta donde le apetecía y volviendo al glande para recorrerlo atrapado entre sus labios. Javier sintió una ola de placer invasiva, notando que ya estaba cerca, sintiéndose incapaz de contener aquel aluvión que se acercaba.

Ella la sacó de su boca con un gesto brusco, haciendo que la polla diera varias cabezadas en el aire, como un resorte, ante sus ojos. La mirada de aquella polla completamente erecta recobrando la posición vertical que su rigidez le exigía le encantó, y optó por volver a introducirla en su boca, esta vez con ansiedad, con verdadera entrega. Javier se sintió vulnerable como nunca, agarró las sábanas entre sus manos y apretó la mandíbula. Iba a avisar de lo que estaba a punto de pasar, pero el dedo de ella se puso en sus labios haciéndole callar. De alguna manera había percibido lo que se avecinaba, ella sabía tanto o más que él, era la artífice, consciente de su poder.

A Javier este gesto le volvió loco, su cerebro estalló y se instaló en el lugar de no retorno. Elena chupaba con destreza, subiendo y bajando la mano sin sacar la polla de Javier de su húmeda boca, buscando el estallido final. Sintió como Javier tensaba su cuerpo y siguió entusiasmada su labor. Javier despegó el culo de la cama, inclinando hacia delante su cuerpo tenso, y empezó a correrse mientras ella no se detenía. Al sentir el semen en su boca, Elena bajó el ritmo, suavizó las formas sin dejar de mamar, masajeando aquella rica polla aún con su boca. Tragó. Después lamió con su lengua todo el tronco mirando a Javier, cuya cara era un poema, quizá había sido la mejor mamada que le habían hecho en su vida, ella lo adivinaba en su rostro. Siguió dando lametones hasta dejarle la polla impoluta, ya bajita de su erección. Entonces se puso en pie frente a Javier y lo miró a la cara.

¿Cómo está el señor? – Preguntó con una sonrisa irónica.

Javier respiró profundo sin dejar de mirarla.

Es la me… – Elena le tapó la boca sin dejar que terminara la frase.

Lo sé – afirmó.

Creo que no voy poder olvidarte nunca – añadió Javier aún absorto en diversas sensaciones.

Eso espero, mi viejito.

Elena lo besó, se recreó en el beso con ternura. Después se separó, se abrochó la bata.

Voy a seguir trabajando – le dijo a Javier.

No te vayas, o vuelve sólo para dejarte ver.

Elena sonrió, se giró y caminó hacia la salida, desapareciendo de la habitación.

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txuso
txuso
Sólo quiero que disfrutéis, espero conseguirlo. Para cualquier cosa: [email protected]

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