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El verdulero bruto
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Es un día triste y aburrido. Llovizna afuera. Esta ventisca insoportable me tiene loca y aburrida en el departamento.

Necesito salir, necesito caminar y desplegar mi putez. Necesito una buena verga en mi OGT. Necesito esa zanahoria de placer que llene mis espacios que ansían una descarga de adrenalina y de leche para vencer el hastío de un otoño frío y solitario.

No soporto más, y me pongo mi tanga más cavada. Me miro al espejo y me siento todavía insatisfecha. Me pongo un portaligas de color negro que le da forma a mis piernas y me marca la cola. Arriba de eso me pongo un pantalón de jean bien ajustado. Me calzo unos zapatos de plataforma que no son de mujer pero tampoco son masculinos, algo unisex digamos…

Arriba me pongo una remera, un buzo slim fit de polar color azul con detalles fucsia y blanco. Una camperita arriba de corderoy y con piel de cordero por dentro. Muy ajustada, muy muy de puto mi outfit. No me importa, estoy acostumbrado a las miradas, soy inmune a las puteadas. Estoy dispuesta a salir a comprar comida porque ya no me queda casi nada en la alacena. Comida para mi cuerpo, desahogo para mi mente.

Hace frío en la calle, camino y tirito de frío. Me consuelo a mí mismo frotándome los brazos con mis manos, como abrazándome para darme calor. Silva el viento y la llovizna toca mis mejillas, las moja, las humedece con el frío del inclemente otoño que me quita el calor corporal, el calor externo, pero en el interior sigo más caliente que nunca deseando un pedazo de carne que me haga sentir bien.

Camino rapidito, con pequeños pasos de puto, caminando en puntas de pie casi a los saltitos. Me meto en una galería para resguardarme del frío y la llovizna, pero no hay nada nuevo para ver. Sigo caminando sin rumbo, en una dirección random sin tener ni idea dónde podría terminar. Encuentro una verdulería abierta y me meto casi sin mirar. Estaba full de ricas frutas de estación, amontonadas en una pared como al azar. Descuidadamente un grupo de hortalizas muy aromatizadas hacían sentir su frescura e inhalé con fuerza para sentir un poco de pureza entre tanto cemento y viento congelados. Con los ojos cerrados siento el aroma de las hortalizas hasta que una voz ronca y masculina me despierta de golpe: ¿Qué buscabas?

Pegué un gritito de mina asustada y un pequeño salto en el lugar.

Yo: -¡Ay! ¡Perdón, no me di cuenta que había alguien!

Un vendedor como de unos 35 o 40 años, barbudo, pelo negro, delgado de físico marcado (se le notaba a través de la camisa de leñador que tenía puesta), un chaleco inflable sin mangas y pantalón de jean gastado con manchas de tierra por haber manipulado papas, cajones de verduras, etc. Me miraba fijamente con un dejo de desprecio.

Verdulero: -¿Qué andabas buscando?

Su voz no era nada complaciente. No me importó. Su sola visión me llevaba a un sitio aislado que dejara desplegar "nuestra" calentura. Así lo imaginaba, en una cabaña en la montaña abrigados con un hogar a leña y sólo vestidos con nuestra ropa interior. Mi imaginación volaba mientras él solamente esperaba una respuesta.

Yo: -Quisiera un poco de verduras para llevar…

Me interrumpió y no me dejó continuar

Verdulero: -¡¿Cuáles?!

Yo: -No… no sé, algo como para hacer una sopa…

Mi mente trataba de pensar ante su insistencia porque no traía una idea previa de lo que quería, más su hostilidad me ponía nervioso y menos podía pensar.

Verdulero: -¿Cuáles verduras? Si vos no sabés yo menos puedo adivinar

Yo: -¡Ay, bueno, no sé! ¡Algo de verdeo, puerro, zapallo anco, no sé…!

El tipo empezó a agarrar las verduras que le había nombrado y las iba poniendo en una bolsa, las pesaba y armaba un paquete más grande.

Verdulero: -¿Qué más?

Yo: -¡¿Pero por qué tanta hostilidad?!

Sus malos tratos no me amedrentaban. Sentía en mi interior mucho entusiasmo, muchas ganas de hablar, y sobre todo me gustaba mucho lo que estaba viendo así que no me iba a dejar ahuyentar así no más

Yo: -Disculpame si te molesto, pero ¿tenés algún problema?

Verdulero: -Dejémoslo ahí.

Yo: No, no. Decime si algo te molesta, por ahí te puedo ayudar

Verdulero: -Lo que me molesta no se puede decir, menos hoy en día. Así que dejémoslo ahí…

Insistente como pocas seguí hablándole para ablandarlo y quitarle su rispidez, aunque ya me estaba imaginando lo que le molestaba.

Yo: -A mí me podés decir lo que sea, es muy difícil que me ofenda.

Verdurlero: -La verdad no me gusta la gente como vos

Yo: -¿Como yo?

Verdulero: -Dejémoslo ahí…

Yo: -¿Querés decir… puto…?

Verdulero: -Sí, no me gustan, no los entiendo, no me caen bien

Yo: -Bueno, muchos dicen eso, pero después terminan queriendo algo conmigo y más aún, terminan pidiendo repetir

Verdulero: -¡Jajajaja! Eso nunca va a pasar. No te hagas ilusiones

Yo: -¡¿Ay, por qué sos así, tan arisco!? -. Le hablaba con mi voz más de puto que pudiera tener o hacer

Verdulero: -Ya te dije, no me caen bien ustedes.

Yo: -¿Y cómo sabés que no te gusta si nunca probaste? La única forma de saber si te gusta o no es probando.

Mientras yo decía eso me había puesto de espaldas a él, fingiendo que revisaba las verduras, sacando el culo para afuera, y lo miraba de reojo haciendo una caída de ojos con una mirada muy seductora, me llevaba un dedo a los labios y chupaba haciéndome la gata.

El verdulero me miraba fijamente, con los ojos bien abiertos, muy concentrado en lo que yo hacía, no sabía hasta el momento si quería darme una trompada o comerme el culo a besos ahí mismo.

Yo: -La única forma de saber si alguien te gusta es haciéndoselo.- Yo le hablaba con una voz suave y muy seductora. -Solamente podés saber si penetrás a alguien, si te la sabe sobar bien… Si te seduce con sus suaves movimientos…. Si te pide que lo claves una y otra y otra vez….

Mientras yo decía todo esto me acariciaba las caderas, pasaba mi mano por mi pecho y bajaba de nuevo contoneando la cintura, gimiendo suavemente con mi mayor vocecita de putito femboy.

El verdulero no aguantó más y me agarró por el brazo y me arrastró hacia atrás del local, me llevó a un depósito donde guardaba las verduras. Me tiró contra una pared y me apoyé con mis dos manos dándole la espalda. No sabía si me quería coger o si estaba a punto de darme la paliza de mi vida…

Verdulero: -Ahora vas a ver, puto de mierda, lo que es bueno

Yo: -¡Ay, AY!

Verdulero: -¡Callate puto, callate que nos pueden escuchar!

Yo: -¡Ay! -. Logré decir y después ahogué mis palabras tapándome la boca yo mismo con mi mano izquierda, mientras con la otra me apoyaba contra la pared.

El verdulero empezó a bajarme el pantalón elastizado desde atrás, me dejaba el culo al descubierto y yo para ayudarlo me desprendí el botón y el cierre. Descubrió por completo mi culo redondo, suave y depilado, totalmente entangado y soltó una frase que pretendía ser hiriente pero que se notaba lo llenaba aún más de calentura:

Verdulero: -¡Pero qué puto de mierda! ¡Mirá la tanga que tenés! ¡¿Cómo podés salir así a la calle?!

Yo: -¡Sí, señor! ¡Castígueme, castígueme! ¡Soy un puto de mierda, hágame lo que usted quiera!

Verdulero: -¡Ahora vas a ver lo que es bueno, así se te van a pasar las ganas de andar de puto por ahí!

Acto seguido se desprendió el pantalón de jean, se bajó el cierre y peló una verga gruesa que ya estaba muy, muy dura. Una verga venosa, caliente, ardiente como una braza volcánica, y me la empezó a meter sin lubricación.

Yo: -¡AY, AY!

Verdulero: -¡Callate puto, si te gusta! -. Me tapó la boca con una mano mientras con la otra me arrancó la tanga negra que yo traía puesta. ¡Esa tanga me salió carísima! Pero en ese momento no me importó porque la calentura que tenía era mucho más fuerte que cualquier razonamiento monetario.

Verdulero: -¿Te gusta, puto? ¿Te gusta? ¿Esto es lo que querías, no?

Yo: -¡Sí, señor! ¡Me porté muy mal, no me tenga piedad, castígueme señor verdulero!

Yo gemía como una puta en celo y me derretía de placer. Mi cuerpo flojito se dejaba hacer y no oponía resistencia ante la brutalidad de este animal que me zamarreaba con cada empujón.

Mi ojete estaba dilatado a la fuerza por esa verga siniestra que se abría paso a empellones sin piedad y sin saliva. Cada embestida de ese cuerpo fibroso, furioso, caliente, me hacía delirar de calentura y de morbo candente. No soportaba más y mi líquido pre-seminal estaba chorreando por mi pequeño pene. Me calentaba tanto la situación que mi verguita estaba chorreando saliva peneana.

El verdulero me tomaba por la cadera con una mano y con la otra me tapaba la boca para que no hiciera ruido, al punto ya casi de quitarme el aliento. Lejos de asustarme esa situación aumentaba mi orgasmo a punto de venirme en cualquier momento. (La asfixia aumenta la sensación de placer, no la disminuye)

Verdulero: -¿Esto es lo que te gusta, no? ¡Putito! ¿Esto es lo que te gusta? ¡¿Eh!?

Yo: -¡¡Sí, sí, señor!! ¡Castígueme, me lo merezco!! ¡¡Sí, sí, ay, ay…!

Su cuerpo era como un escudo que me cubría por completo. Sus brazos me abrazaban desde atrás impidiendo cualquier movimiento mío. Me sacudía con los empujones de su pelvis, de su cintura. Me zarandeaba como una locomotora sin piedad y sin rumbo. Me clavaba su lanza implacable hasta sentirla en lo más profundo de mí. Hasta que empezó a gemir él, empezó a resoplar más fuerte como un garañón agitado y sediento. Me abrazó trayéndome hacia su cuerpo y me levantó en el aire con su fuerza de macho, llenándome con litros y litros de leche caliente, leche espesa que estuvo meses esperando el momento de salir.

El verdulero me había dejado el culo bien abierto, chorreando de leche.

Se sentó en unas bolsas que había por ahí y yo sin decir palabra, sin importarme en lo más mínimo los insultos anteriores que me había propinado, sin dejarme inmutar o amedrentar, tomé la tanga del suelo que él me había arrancado, le di un beso a esa tanga y se la tiré a la cara. Me fui caminando mientras me levantaba el pantalón de jean ajustado, y antes de salir del local le dejé una de mis tarjetas en el mostrador de su verdulería con mi número de teléfono celular.

A las dos semanas más o menos suena mi teléfono con un número que no tenía agendado. Era el verdulero que me llamaba porque quería volverme a ver…

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