Se acababa un año difícil para todos y por todo. La pandemia había cambiado todo el escenario. El miedo a un contagio de consecuencias incalculables había hecho que las relaciones humanas se encontrasen en pleno proceso de transformación. Después de pasar muchos meses confinados, Ana y Carlos habían tenido que separar sus vidas.
Él era abogado y ella estudiante de último año de medicina. Compartían un piso en Madrid hasta que el aviso de confinamiento hizo que decidieran volver a casa de sus respectivas familias. Carlos se quedaría en Madrid acompañando a su madre viuda. Ana viajaría hasta la residencia gaditana para pasar los meses de encierro junto a sus padres, ambos mayores.
Durante esos meses, la relación se mantuvo vía telefónica y por videollamada. Incluso echaron algún polvo frente a la pantalla de sus respectivos ordenadores. Y es que Ana era una mujer muy sexual. Le apasionaba el sexo. Sentir las manos de su novio recorrer su precioso y delicado cuerpo era algo que la excitaba solamente con recordarlo. Por eso, ansiaba la llamada de Carlos a media noche para calentarse, excitarse y mostrarle como se tocaba con alguna de sus múltiples fantasías.
Pero había veces, donde Carlos no la correspondía como a ella le gustaría. El novio solía ser bastante convencional. Incluso algo conservador llegando a tener algunos tabúes con respecto a ciertas prácticas sexuales. Ella, en cambio, tenía una mentalidad mucho más abierta para esas cosas. Quizá fuera su formación científica mientras que la de él era puramente de letras. La experimentación era algo que Ana necesitaba para colmar sus inquietudes. De manera que, aunque el sexo con su novio no se diría que era malo, por momentos su imaginación iba mucho más allá de lo que el abogado podía ofrecerle.
Llegó el verano y se fueron relajando las medidas anti Covid. Los novios volvieron a reencontrarse para pasar las vacaciones juntos. Después de tanto tiempo sin sexo Ana no veía la hora de ser penetrada por Carlos. Pero aquel primer polvo después de tantos meses de sequía le supo a poco. Lo disfrutó pero le dejó una extraña sensación de vacío. Como si no hubiese sido todo lo pleno que cabía esperar después de medio año de abstinencia forzada.
Quedó desconcertada. Su libido estaba en su máximo, durante el confinamiento había fantaseado mucho pero ahora, después de follar con Carlos, tenía la sensación de que le faltaba algo. Necesitaba algo que hacía que el sexo fuera mucho más excitante. Necesitaba morbo.
Los meses pasaron, siguió follando con Carlos pero la sensación de plenitud no le llegaba. Su mente volaba para fantasear con encuentros prohibidos, con personajes conocidos y desconocidos. Con todo tipo de prácticas y posturas. En situaciones cada vez más morbosas y peligrosas.
Pasó el verano, y Carlos volvió a Madrid, al bufete donde trabajaba. Ana, en cambio, permaneció en casa de sus padres y solo subía a la capital para realizar los exámenes. Su relación había sufrido un cambio durante el post confinamiento. La chica se sentía insatisfecha sexualmente con su novio. En los siguientes meses volvieron a hacerlo cada vez que ella subía a Madrid. Pero la necesidad de experiencias más atrevidas se volvía cada vez más imprescindible para la futura médica. El abogado, por el contrario, se mantenía en no atravesar ciertas líneas rojas.
El último trimestre del año llegaba a su fin. Las navidades se le presentaban a Ana como un ultimátum para la relación con Carlos. Ella, mujer joven, muy atractiva y sexualmente tan inquieta como activa, necesitaba que su novio decidiese qué hacer con su cada vez más aburrida vida sexual. Echar un polvo en modo misionero estaba bien cuando eres un adolescente sin experiencia. Pero a los 26 años, la chica necesitaba comenzar a experimentar nuevas prácticas, nuevas posturas. Perder los papeles, interpretar roles diferentes a los socialmente aceptados. Para ella el sexo era un juego morboso donde cabía todo un universo de posibilidades que su mente podía imaginar.
Las navidades cambiaron poco la situación. Carlos llegó el mismo día 24 para pasar junto a su novia, y la familia de ella, la nochebuena. Lo hicieron en el piso que la familia de él tenía en Cádiz. Fue un sexo convencional y aburrido que a Ana, a estas alturas, ya no satisfacía en absoluto. Lo volvieron a hacer cinco días después y tras mucho insistir ella. Carlos se estaba convirtiendo en un señor mayor con la rutinaria (y malsana) costumbre de hacerlo una vez en semana.
Ana se puso seria con él. No era la primera vez que le planteaba el tema pero aquella tarde del 30 de diciembre su paciencia había llegado al límite:
-Necesito hacerlo contigo Carlos.
-Ya Ana. Pero si lo hemos hecho hace dos días.
-Pero yo necesito hacerlo más. Mucho más.
-Venga ya Ana, ni que fuéramos perros en celo, joder…
-Y si lo soy, ¿qué, Carlos? ¿y si me siento muy perra?
-No digas tonterías joder. Hablas como una cualquiera. Tú no eres así. –Carlos se acercó a su novia y la besó con delicadeza.
Ella se retiró bruscamente:
-No soy una cualquiera. Pero necesito más de lo que me estás dando. Necesito sentirme deseada. Pero deseada de una manera pasional. Lujuriosa. Quiero sexo fuerte. Duro. Necesito nuevas experiencias.
-Ana, ¿qué te pasa? ¿Desde cuándo hablas como una…?
-¿Como una qué…, Carlos? Dilo… ¿Como una puta? ¿Como una zorrita? Quiero ser tu puta, Carlos. Tu perrita en celo. ¿O es que no te has dado cuenta?
-Mira Ana, lo mejor será que me vaya ya. Tranquilízate, date una ducha y relájate. Nos vemos el día de Reyes en Madrid. Ya estarás más calmada. Te prometo hacértelo en cuanto llegues.
Carlos besó a su novia en los labios. Ella ni abrió la boca. Algo se había roto en aquella relación.
En todos los años de su relación, Ana no se había planteado serle infiel a Carlos. Una cosa era querer un poco más de caña en la cama y otra bien diferente ponerle los cuernos porque sí. Y no es que le hubiesen faltado oportunidades. Ella sabía perfectamente lo que provocaba en los hombres. Era una chica guapa, con muy buen cuerpo. Quizá algo escasa de pecho pero compensado con un maravilloso culo trabajado a base de horas de gimnasio. Allí mismo cruzaba miradas con otros usuarios de cuerpos espectaculares con los que sí había fantaseado. Pero nunca más allá.
Lo más lejos que había llegado era a masturbarse de manera descuidada en la terraza de la casa de sus padres sin darse cuenta que un vecino maduro la observaba. Aunque se reconocía que en un primer momento pasó vergüenza ahora, en la perspectiva del tiempo, era una de las experiencias más excitantes que había disfrutado.
Con ese recuerdo se levanta de la cama la mañana del último día del año de la pandemia. Al puto 2020 solo le quedaban horas para finar. Las medidas anti Covid seguían siendo muy restrictivas. Cafeterías abiertas solo hasta las 18 horas, número máximo por mesas, prohibidas las aglomeraciones. Y la petición de que mantenerse en casa era la mejor opción para toda la población. Pocas opciones de diversión para el último día del año.
Ana se metió en la ducha. Abrió el grifo del agua caliente y dejó que ésta recorriese su precioso cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás y dejó que su melena cayese por su espalda. La curvatura hacía se pronunciase su culo. Unas espectaculares nalgas de jugadora de vóley brasileña se reflejaban en el espejo de enfrente. Ana se gustó. Se sintió muy sexy:
-Joder… este Carlos es gilipollas. Si yo fuera un tío me estaría follando todo el día… Capullo.
El agua utilizaba su cuerpo a modo de trampolín. Corría por su espalda y saltaba al llegar a su culo. Lo mismo sucedía por delante. Donde sus pezones habían reaccionado a su pensamiento endureciéndose y retorciéndose sobre sí mismos. Ahora sus aureolas se encogían provocando que sus pezones saliesen hacia fuera de manera provocadora. Las gotas de agua golpeaban sobre ellos saltando al vacío. Ana se acarició las tetas de manera sensual antes de pellizcárselos y tirar de ellos hasta provocarse dolor. De inmediato su entrepierna aumentó de temperatura.
Ana sentía como su clítoris palpitaba. Llevó su mano derecha hacia su entrepierna y comenzó a acariciarse. Sus vellos púbicos parecían más oscuros estando mojados. El perfilado triangulo sobre su monte de Venus era la antesala de unos labios, ahora henchidos por la excitación, no demasiado gruesos que cerraban perfectamente una vagina rosada. Sus dedos recorrieron la rajita que los separaba y acertó a diferenciar la textura entre los líquidos que mojaban su coño. El agua bajaba por sus piernas pero sus dedos se pringaron con el fluido viscoso que manaba de su interior. Con los ojos cerrados y suspirando, los movió instintivamente hacia su botón recordando a aquel maduro que la vio pajearse en la terraza durante el confinamiento. Movió los dedos en un movimiento circular sobre su clítoris dándose un placer inmediato.
El chorro de agua caliente caía sobre ella mientras sus dedos surfeaban por aquella acumulación de terminaciones nerviosas produciéndole calambres que recorrían su columna vertebral. La imaginación de Ana voló hacia el 2ªB, donde su vecino estaría ahora con su mujer. La joven estudiante de medicina fantaseaba con pasearse desnuda por el piso de sus vecinos, agarrar al voyeur y tirárselo sobre su sofá mientras su mujer la observaba. Impotente y derrotada por una niñata mucho más joven que ella.
A punto de llegar al orgasmo, agarró la alcachofa de la ducha y dirigió el potente chorro de agua caliente hacia su sexo. Lo hizo impactar contra su pipa mientras con dos dedos de su mano izquierda separaba los labios abriendo su coño al placer. Con el orgasmo a las puertas, Ana boqueaba tratando de tomar aire para poder gemir de placer. Una descarga eléctrica salió de su coño recorriendo toda su espalda a través de la espina dorsal hasta el bulbo raquídeo, donde impactó en un lugar indeterminado para hacerla gritar de placer. La última imagen que vio su mente calenturienta fue la de su vecino observando como su mujer empalaba por el culo a Ana con un arnés mientras ella lo miraba lasciva…
La chica salió de la ducha hacia su habitación. Aún le temblaban las piernas de la espectacular paja que se acababa de hacer. Allí se visitó con ropa deportiva ya que su intención era no salir de casa; “qué asco de pandemia” pensó mientras se embutía en unas mallas negras con las que solía acudir al gym. La prenda se ajustaba perfectamente delimitando su figura tonificada. Se colocó una camiseta Nike tipo top que dejaba ver su vientre definido.
Pese a la paja con la que había recibido al último día del año, su excitación sexual no desapareció a lo largo de todo el día. Cada cosa que leía, veía o escuchaba, sin saber muy bien por qué, la traía la cara de su vecino. Su mente la llevó a plantearse muchas cosas y ninguna “buena”. Bajó a la tienda a hacer unos recados cuando coincidió con su vecino que iba en su misma dirección. Prácticamente no se habían vuelto a ver desde aquel día en la terraza. La situación era tan incómoda como excitante.
Cruzaron sus miradas un segundo. A la joven le dio tiempo a hacer un reconocimiento rápido. El tipo era mucho más alto frente a frente que lo que le pareció desde la terraza. Le pareció realmente guapo. Su cuerpo no se correspondía con el de alguien de su edad, tampoco su vestuario. Su porte elegante hacía que rellenase los vaqueros de manera espectacular y su camisa blanca parecía echa a medida de sus hombros anchos.
Ambos iban en la misma dirección y tomaron el ascensor juntos. Dentro la tensión sexual aumentó muchos grados. Ana sabía lo que provocaba en los hombres, y éste no era ninguna excepción. Su vecino la miraba con ojos de lujurioso deseo. Prácticamente la desnudaba con la mirada. Tuvo la sensación de que le podía ver a través de su camiseta. Este pensamiento hizo que sus pezones reaccionasen, lo que unido a su falta de sujetador provocó que se marcasen de manera sensual por encima de las letras de la marca estampadas en la camiseta, sobre su pecho. Lo que no esperaba es lo que este vecino le estaba provocando a ella.
Compartir un espacio tan reducido como un ascensor con un desconocido que ha visto como se masturbaba en la terraza y con el que acababa de fantasear en la ducha, era algo que a Ana le estaba provocando espasmos de excitación. Sintió como sus bragas no podían absorber el flujo vaginal que manaba de su entrepierna. El tipo respiraba muy cerca de ella. No había apenas espacio. Estaban enfrentados. Sin decir nada se miraron. El hombre se acercó un poco más a ella sin dejar de mirarla. La chica aceptó el acercamiento con deseo reflejado en sus preciosos ojos. De repente, el vecino pulsó el botón de STOP haciendo que el aparato se detuviese bruscamente. En el movimiento ella cayó levemente sobre él. El beso fue inevitable. Se comieron la boca como dos adolescentes apasionados. Sus lenguas jugaron de manera imprudente, dadas las circunstancias, intercambiando saliva caliente de una boca a la otra. Ana mordió la de él dejándola prisionera de su pasión desenfrenada.
Las manos de los dos pugnaban por palpar cada vez más superficie corporal del otro. Ana agarraba la nuca de su vecino obligándole a agachar la cabeza para seguir besándola. El hombre, con sus grandes manos, dibujaba el contorno de la joven estudiante de medicina con predilección por su culo. Las mallas y unas pequeñas braguitas brasileñas eran las únicas prendas que le separaban de acariciar las maravillosas nalgas de la hija de sus vecinos. Poco a poco fue subiendo, metiendo la mano por el interior de la camiseta hasta palpar aquellas dos fresas con su mano.
Al tacto, Ana se sobresaltó. Era la primera vez que otro hombre diferente a su novio le acariciaba las tetas. Lo hacía de una manera muy diferente. Sin brusquedad pero con determinación. Agarró sus pezones hasta conseguir que le dolieran de placer. La sensibilidad de sus tetas era enorme y más cuando la situación era tan morbosa. En pleno éxtasis un grito les trajo a la realidad:
-Ascensor…
Algún vecino llamaba al elevador sospechosamente detenido en algún piso. Se apresuraron a ponerlo de nuevo en marcha interrumpiendo así un momento de excitación casi pornográfico. Antes de llegar hasta el siguiente piso, el hombre le pasó su número de móvil:
-Esta tarde mi mujer sale con los niños a casa de su madre. Estaré solo unas tres horas desde las cuatro de la tarde…
Sin tiempo para despedidas, la puerta del ascensor se abrió en la planta en que lo había reclamado un matrimonio septuagenario, famoso en el bloque por sus constantes quejas sobre el estado de la comunidad. Ana salió disparada hacia su casa. El vecino hacia la suya. No se miraron.
Durante el resto de la mañana, Ana no dejó de pensar en su vecino. Un semidesconocido, casado y maduro, 20 años mayor que ella. Durante el almuerzo con su familia no dejó de pensar en follárselo. Se había colado en su cabeza de manera casi obsesiva. Mientras comía, imaginó que se levantaba al baño y allí estaba él esperándola. Se bajaba las mallas y el tipo le practicaba un maravilloso sexo oral contra la puerta del baño, arrodillado ante ella.
Llegados al postre, al joven se impacientaba mirando su móvil para ver la hora. Esperaba un whatsapp que le indicase que podía ir a su piso. La última media hora se le hizo eterna. Y más aún cuando pasaban 20 minutos de las 16 y no recibía nada de su vecino:
“Joder, seguro que se ha arrepentido. He sido una ilusa al pensar que podía follarme al tío este.”
Cuando ya había perdido toda esperanza de follar ese día. Su móvil sonó al recibir una whatsapp de él:
“Mi mujer se ha retrasado y no ha salido hasta ahora. Dame 15 minutos.”
Se estuvo arreglando un poco pero mantuvo las mismas ropas y a las 16:45 anunció en su casa que salía a dar un paseo por fuera de la urbanización. Sus padres comenzaron una siesta. Aparentando una tranquilidad que no tenía salió de su casa en dirección al 2ªB. Se encontró la puerta entreabierta y entró sin llamar. La casa era inversa a la suya y se movió por ella con soltura hasta el salón. Allí le esperaba su vecino, vestido con un pantalón de chándal y una sudadera. Estaba tan sexy como en el ascensor.
Sin mediar palabras, se fundieron en un apasionado beso retomando la situación en el mismo punto en que lo habían dejado en el ascensor. Ella agarrada a la nuca de él, presionando la cabeza contra la suya. El vecino recorriendo el cuerpo de la chica con especial atención al culo y las tetas. Ana abrió la cremallera de la sudadera y fue desnudando al hombre. Él la ayudó quitándose la camiseta de mangas cortas y dejando su torso desnudo. La chica aprovechó para besar y recorrer su cuerpo con sus labios. Mordió uno de los pezones del hombre al tiempo que él le pellizcaba los suyos.
La respiración entrecortada, los gemidos y suspiros eran la banda sonora de aquella tarde previa a Nochevieja. El vecino comenzó a comer el cuello de Ana, lamiendo desde su barbilla hasta el inicio de la garganta. La futura médica se liberó de su camiseta Nike dejando a la vista de aquel casado dos preciosas tetas. Eran de un tamaño medio que el hombre abarcaba sin problemas con sus grandes manos. Ella notó como sus pezones erectos se clavaban contra la palma de la mano de él. Su sensibilidad en el pecho hacía que se excitase de manera casi animal.
Ana tiró de la mano de su vecino y lo acercó al sofá. Él quedó de pie cuando ella se sentó. Sin dejar de mirarle a los ojos, fue tirando del pantalón del chándal. Sin ropa interior, se fue liberando una polla de generoso tamaño. Gruesa, recta, en la base de la cual colgaban dos huevos considerables. La joven agarró aquel miembro prohibido y lo presionó. Tiró de la piel hacia atrás haciendo salir un glande gordo y desafiante, de color rojo intenso por el que asomaban un par de gotas de líquido pre seminal. No dudó en lamerlo, pasando la lengua por todo el glande, saboreando ese sabor agrio-salado del sexo.
Desde arriba, el vecino miraba a los ojos de Ana. Agarrándose la polla se la ofrecía para que la degustase. De repente la cogió por el pelo tirando de su cabeza hacia atrás y le golpeó la mejilla varias veces con la polla:
-Te la vas a tragar putita.
El insulto sonó en la cabeza de Ana como un disparo. Su excitación subió mucho más y se tragó la polla de aquel vecino hasta la campanilla para luego ir sacándola muy despacio. Volvió a repetir la maniobra haciendo un movimiento de cuello para encajarla perfectamente más allá de su campanilla:
-Así joder. Qué guarra eres, niñata…
Cada insulto hacía que su coño escupiera más flujo sobre sus bragas. Comenzó a tragar hasta su garganta el capullo de aquel vecino maduro provocando un sonido líquido, además de arcadas. Sus babas comenzaron a salir por la comisura de sus labios y sus ojos a lagrimear. Cuando apenas podía respirar se la sacó de la boca. La polla del tío estaba llena de babas de su joven vecina:
-Joder, vaya cerda más rica…
El vecino volvió a agarrarla del pelo y tras darle una bofetada se la volvió a incrustar en la boca. Ahora la cogió por la cabeza y comenzó a follarle la boca sin compasión. Ana dirigió una mano a su coñito y comenzó a tocarse. Se sentía como nunca antes con Carlos, su novio. Ahora se sentía como una puta y eso la excitaba. La mamada estaba llevando al hombre al orgasmo. La mujer comenzó a notar como se tensaban las piernas del tipo y entendió que estaba a punto de correrse.
El primer chorro de abundante semen, dio en su campanilla. Ana notó como comenzó a descender por su esófago. El hombre sacó la polla de la boca de ella para dirigir el resto de la corrida a su cara, impactando en sus mejillas, a su boca, manchando sus dientes, su lengua y sus labios. Y el último chorro lo dirigió contra sus tetas. Un hilo de líquido viscoso y blanquecino quedó colgando de uno de sus pezones. Ana no dudó en relamerse los restos de sus labios. Recogió con los dedos los que marcaban su cara y sus tetas para llevárselos a la boca hasta degustarlo con hambre:
-Eres un cerdo cabrón… -Dijo esto mirando a su vecino con lascivia y media sonrisa.
-Y tú una perra guarra… -Contestó el hombre totalmente extasiado con la descarga de calcio sobre la preciosa cara de Ana.
La tomó por los brazos y la levantó del sofá. Agarrándola por debajo de las nalgas al aupó sobre él. Ana rodeó el cuerpo de “su hombre” con las piernas alrededor de la cintura y se fundieron en un acalorado beso. Un beso sucio, guarro. Muy cerdo que a Ana le volvió loca.
Agarrada a la nuca de su vecino comenzó a morderle la oreja, el cuello, el hombro:
-Túmbate en el sofá que ahora me toca a mí.
Sobre un sofá de cuero negro junto a la pared, el hombre se tumbó cual largo era. La estudiante de medicina tiró de sus mallas arrastrando con ellas las braguitas brasileñas, quedando totalmente desnuda en aquel salón ajeno y ante un completo desconocido.
El hombre se deleitó con el cuerpo joven y perfectamente proporcionado, de piel canela. Las tetas de un tamaño medio desafiaban a la gravedad con una dureza casi virginal. Los pezones gordos y duros de color marrón oscuro, pedían a gritos una buena mordida. El abdomen definido por el gimnasio. Un triángulo de vellos marrón claro precisamente delimitado sobre el monte de Venus se veía realmente apetecible.
Ana se inclinó para besar a su vecino antes de subir al sofá y sentarse sobre su cara. La chica le ofrecía merendarse un coño:
-Cómeme cabrón.
-Pero que guarra eres…
-Lame perro, cómetelo todo.
Ana se tiró de los vellos para separar sus labios, abriéndose el coño de par en par. Ante el vecino quedó una vagina rosada de olor penetrante y húmeda. El maduro dio una lamida de abajo a arriba que arrancó un suspiro de satisfacción de la chica:
-Aggg, joder que caliente tienes la lengua.
-Como me gusta tu coño, putita.
-¿Te gusta más que el de tu mujer….?
-Pero que perra eres, hija de puta…
El hombre comenzó a devorar aquel manjar. Agarrado a las nalgas de Ana, acercaba el sexo a su boca para meter la lengua en aquel volcán ardiente. Los suspiros de la chica eran incontrolados, notando como aquel hombre casado recorría cada pliegue de su interior. Sintiendo cómo disimuladamente le introducía un dedo en el ojete (todavía virgen) y con la otra amasaba una de sus nalgas. La joven estudiante miró hacia abajo para ver como sus pelos del coño rozaban la nariz del vecino maduro que no dejaba de morder, succionar, trillar y masajear su clítoris a una velocidad nunca vivida por ella:
-Me corro, cabrón, no pares de mover esa lengua cerdo…
Un grito de placer anunciaba el espectacular orgasmo que acababa de alcanzar con la comida de coño de su vecino. Nunca antes había llegado al clímax con el sexo oral, pero Carlos nunca la había tratado como ella se merecía (quería), ni le había metido un dedo en el culo mientras mordía su pipa… Había sido excitante.
-Vaya corrida que me he pegado cabrón. Joder como me lo has comido. Ahora te toca a ti.
Ana se puso de pie en el sofá. Bajo ella, su vecino se acariciaba el miembro erecto deseoso de penetrarla. Apoyada con una mano en la pared y un pie a cada lado del cuerpo del hombre, fue descendiendo sobre el falo de aquel tipo. Tenía ganas de sentir aquella polla gorda y dura en su interior. La agarró con la mano derecha y la colocó en la entrada de su coño:
-Te mereces correrte dentro de una vagina joven, vecino. Un chochito estrecho como el mío. Llénamelo de leche caliente.
-Ufff, joder niña, que caliente lo tienes.
Ana se fue empalando la polla de su vecino. Sintió cada centímetro que aquel ariete de carne caliente ganaba en su interior hasta que un golpe de cadera de él se la calzó hasta el fondo. Entre suspiros y gemidos de ambos se acoplaron a la perfección. Ella comenzó a moverse sobre él, sintiendo como el glande alcanzaba todos los recovecos de su vagina. Por fin comenzó a botar sobre el hombre. Primero apoyada en el pecho de él, luego pellizcando sus pezones para acabar en una espectacular cabalgada con sus manos en la nuca.
Ahora era el vecino el que le metía dos dedos en la boca, que ella no dudó en succionar como haría con su polla, antes de agarrarle las tetas con las manos.
Ana gritaba. Nunca había echado un polvo tan bueno. Con Carlos, su novio, las relaciones sexuales eran muy planas, poco dadas a la imaginación morbosa. Pero ahora le estaba poniendo los cuernos, cepillándose a un vecino maduro y casado.
El hombre se incorporó, Le acarició el cuerpo y le metió la lengua en la boca antes de comerle las tetas. La agarraba por las nalgas, amasándoselas, buscando con sus dedos el agujero trasero. Ella le agarraba por la nuca apretando su cabeza contra sus tetas:
-Cómeme las tetas cabrón. Vamos muérdeme.
El vecino acataba sus órdenes y succionaba aquellos gordos pezones de manera lasciva:
-Ay, joder que bien –un grito de Ana resultó más excitante que nunca -. Córrete cerdo. Córrete dentro de mi coño joven. Soy tu puta.
-Toma leche, hija de puta. Toma, perra.
El vecino explotó de manera abundante dentro de la vagina de aquella joven vecina. Notaba como ella apretaba su musculatura vaginal terminando de ordeñar su polla. Descargó hasta la última gota de semen que quedaba en sus testículos. Abrazó a Ana y se fundieron en un beso líquido y caliente:
-Vaya polvazo, niñata.
-¿Te ha gustado, vecino cabrón? –Dijo ella con media sonrisa y cara de zorra.
-Me ha encantado putita hija de puta…
-Pues cuando quieras más ya sabes dónde estoy…
Seguían abrazados. La polla del hombre había empezado a perder dureza y la mezcla de fluidos había comenzado a salir del coño de Ana. Descendían por sus muslos hasta el sofá de cuero:
-Me encanta estar así contigo, guapa pero mi mujer está a punto de llegar.
-¿Te la vas a tirar esta noche pensando en mi?
-Ufff, que cerda eres…
Ana se marchó a su casa directa a la ducha. Pese a haberse duchado por la mañana necesitaba una lavarse entera. Su cuerpo estaba lleno de sudor, saliva y fluidos de uno de los polvos más morbosos de su vida. Era la primera vez que le ponía los cuernos Carlos, su novio. Pero no creía que fuera la última vez. El vecino se prestaba a muchas fantasías y habían quedado en volver a verse a poco que tuvieran otra oportunidad.
Por la noche, tras las uvas, Carlos la llamó para felicitarla y decirle lo mucho que la echaba de menos. Tenía ganas de follársela y le propuso una video-llamada pero Ana declinó ya que quería estar con sus padres… Para ella, el del vecino había sido “el último del año”.