Mi amigo, Juan, vive con su hijo diez y nueve años, Mario, alto delgado y muy, muy guapo. La madre tras el divorcio se largó y se la dio por desaparecida. Se había ido con su monitor de tenis, Todo un tópico.
Él y yo quedábamos de vez en cuando para ponernos al día. Lo normal era vernos en alguna cafetería y a veces seguir con unas copas.
Una tarde calurosa tomábamos café con hielo en su casa y estábamos solos en el salón. El chico estaba en su habitación.
Cómo siempre comentábamos las cosas de la vida cuando el hijo pasó por allí camino de la cocina.
Llevaba un pantalón de lycra muy ajustado y corto, marcando su culito prieto y respingón y una camiseta amplia con grandes escotes que apenas disimulaba su torso. Sólo lo justo.
Tenía la melena suelta cubriendo sus hombros.
No pude hacer otra cosa que quedarme mirándolo asombrado. Lo cierto es que era un espectáculo precioso.
– ¡Que guapo se ha puesto tu chico! ¿Ya tiene los diez y ocho? Juan.
– Diez y nueve recién cumplidos.
El padre se dio cuenta de cómo lo miraba, ¿con deseo?, creo que era algo evidente. No es que los hombres me atrajeran de forma especial aunque algunas experiencias había tenido de joven.
– Sí, ha crecido de maravilla. ¿Verdad?
Ahora, más maduro, no me consideraba con una sexualidad definida simplemente me exitaba lo que me excitaba.
Tanto siguiendo porno en Internet como con lo que veía en la realidad. Esa temporada andaba bastante cachondo.
El chico tenía algo especial, algo que me atraía y excitaba. Solo lo veía algunos minutos cada vez que nos encontramos pero esta vez había en él algo distinto. Más suave, más femenino.
Cuando volvía de la cocina su padre le dijo:
– Cariño por qué no le muestras a nuestro invitado lo que puedes hacer, en lo que puedes convertirte, lo que eres.
Me sonreía socarrón sabiendo la sorpresa que me iba a llevar en unos momentos.
– ¿Estás seguro?
– Pues claro. Nos divertiremos. ¿No has quedado hoy?
– No. Soy toda vuestra.
Supongo que todavía obnubilado por su duro culito no me fije en que había usado el femenino para dirigirse a ella misma. Ni en los duros pechitos que asomaban de vez en cuando por los recortes de la camiseta.
Así que en ese momento de distracción ella se giró y volvió a su habitación. Juan me sirvió otro chupito de pacharán que era a lo que habíamos pasado tras el café. Siguió la conversación como si nada hubiera pasado aumentando así mi despiste.
Esa tarde hacía mucho calor en esa casa. Me puso como excusa que el aire acondicionado se había estropeado. Pero aún no sé si todo estaba preparado.
Se quitó la camisa como si nada. Y no es que antes de esa tarde no nos hubiéramos visto desnudos en algunas ocasiones.
– No te importa que me ponga más cómodo. ¿Verdad?
– No. Para nada, como si estuvieras en tu casa.
Sonreí, sin saber muy bien de qué iba todo aquello. Y un poco asombrado por ver su torso depilado.
– No sabía que ahora te quitabas el pelo.
– Mario me ha dicho que me queda mejor así. ¿A ti que te parece?
– Que tiene razón. Yo también voy así desde hace un tiempo.
– ¡A ver!
En ese momento solo me subí la camiseta para mostrarle mi torso y barriguita depilados.
Con una copa más y la conversación fluida había pasado el tiempo suficiente para que una sublime aparición hiciera acto de presencia en el salón.
Se había vestido como una perfecta colegiala. Había recogido su larga melena en dos coletas a ambos lados de su cabecita. Un buen maquillaje disimulaba cualquier rasgo masculino que le quedara y no eran muchos.
La blusa blanca casi trasparente dejaba ver un sujetador de encaje muy sexy. No había mucho que sujetar pero la presencia de la prenda ya era un bonito detalle.
La falda tableada a cuadros era tan corta que a poco que se inclinara se le vería el prieto culito. Unas calzas por encima de la rodilla y unos zapatos con un inverosímil tacón completaban su atuendo.
Dio una vuelta sobre sí misma para que pudiera verla al completo. Se me escapó un silbido de admiración. Era eso o quedarme con la boca abierta. Y tenía que demostrar que lo qué estaba viendo me estaba encantando.
– ¡Vaya sorpresa!
Se sentó sobre los muslos de su padre de lado y empezó a darle cariñosos y húmedos besos por todo el rostro. He de admitir que yo me moría de envidia. Deseaba que esos besos fueran para mí.
– ¿Qué te parece mi hija?
– Es una preciosidad. Nunca pensaría que de un tipo tan feo como tú pudiera salir esa belleza. Y además tan cariñosa con lo cardo que has sido tú siempre.
Bromeaba, pero la verdad es que estaba deseando unirme a ellos.
– Por cierto. ¿Cómo se llama?
– Ha decidido llamarse Mónica.
– Y tú cómo siempre le has dado todos los caprichos.
– Este merecía la pena, viendo los resultados.
– Desde luego que sí. Mónica, eres un monumento.
– Gracias. Eres muy amable con una chica como yo. Papi, ¿le puedo agradecer a tu amigo sus dulces palabras?
– Pues claro cielo. Ya sé que siempre te ha gustado.
Ahora si que se levantó y vino conmigo. Su caminar meneando la cadera era hipnótico. Hasta las coletas se movían sobre sus torneados hombros.
Se sentó sobre mis muslos pero conmigo mirándome de frente, con sus rodillas a los lados de mis muslos. Me besó, pero fue un beso muy en serio, con abundante intercambio de saliva. Al que evidentemente correspondí con todas las ganas.
Dejaba caer saliva en mi boca como una fuente. Yo jugaba con la lengua con ella y se la devolvía. Era algo completamente lascivo. A la vez me acariciaba la cabeza y el cabello intentando meter más de la sin hueso entre mis labios.
Tiró de mi camiseta haciéndome levantar los brazos para sacármela. Para ello tuvo que separarse un poco de mi cuerpo. Pude alcanzar sus tetitas con mi lengua. Mordisqueaba sus pezones por encima de la ropa. Y lamía su escote.
Deslicé las manos con suavidad por la tersa piel de sus muslos, hasta conseguir aferrarme a sus prietas nalgas con las dos. Aquello parecía mármol tallado por un escultor griego de hace siglos.
Sólo llevaba un tanga para sujetar aquello que ya parecía bastante duro. Aún lo escondía la faldita pero se apoyaba en mi vientre. Así que estaba tocando la piel de su culo. Amasando las nalgas mientras acallaba sus gemidos con mis besos.
Monica empezó a bajar por mi cuerpo. Lamia mi oreja y de ahí pasaba a mi cuello. Notaba el suave roce de su piel en la mía. Se puso a mordisquear mis pezones justo como me gusta a mí hacerlo con las chicas. Y a lamer mi torso.
Me hizo levantar los brazos para pasar la húmeda por mis depiladas axilas. Lo estaba gozando pero yo también quería disfrutar de su cuerpo y hacerla gozar.
La levanté al peso y la tumbé en el sofá donde estaba yo sentado. Empecé a librarla de parte de su ropa. Abrí la blusa para disfrutar de la vista de un torso suave y cada vez más femenino.
Los pechos empezaban a apuntar y el sujetador de encaje trasparente apenas los ocultaba. Con la habilidad de la experiencia abrí el broche con una sola mano. Como la prenda no tenía tirantes eso bastó para deshacerme e ella.
Me lancé a comerme esas preciosas tetitas. Lamiendo y chupando de sus pezones como si pudiera sacar leche de ellos. Desde luego pensaba sacar leche de otro sitio. Sus gemidos suaves pronunciados con voz ronca y sensual me indicaban que le gustaba.
En ese momento se nos unió su padre y le dejé una teta para que me ayudara a hacer disfrutar a la muchacha. Nos miramos a los ojos un segundo y sobre el cuerpo semi desnudo de su hija nos besamos por primera vez.
Fue un beso suave apenas juntamos los labios. Pero de completa complicidad. Promesa de cosas más profundas y completas. Ella nos acariciaba las cabezas revolviendo nuestro cabello o la espalda de ambos.
Así que no me contuve y como lo tenía tan cerca mientras seguía mandando de la tetita deslicé una mano suavemente por su espalda hasta agarrar una nalga aún cubierta por las bermudas.
Dejé el pecho a mi amigo para seguir explorando tan deseable cuerpo. Lamí el plano vientre adornado con un pequeño pircing. Por como lo contraía al recibir mis caricias le gustaba.
Mientras mi mano subía despacio por la calza, pasando la rodilla, hasta alcanzar la suave piel de su muslo. La cara interna con largas, suaves y lentas pasadas de mis dedos.
Sus gemidos en voz gutural y en bajito nos llenaban los oídos. De pronto la mano de mi viejo amigo se posó en mi muslo subiendo hacia mi polla. Que estaba ya muy dura por cierto.
Yo ya había llegado al tanga bajo la corta faldita. Tiré de la diminuta prenda para liberarla de ella. La dura polla hacia un gracioso bulto el falda. Pero no durante mucho tiempo pues enseguida levanté ese trozo de tela.
Es un aparato fino, recto, orgulloso con el glande morado. Incluso tenía hecha la fimosis. Durísimo. Perfecto para follar cualquier culo que se le pusiera delante.
– ¡Qué lindo!
Hacia años que no veía un pene tan bonito, depilado y con olor a limpio. Y tan duro que parecía a punto de explotar. Empecé pasando la lengua por los huevos pelados con lo que conseguí un estremecimiento de su cuerpo y un profundo gemido gutural.
– Cabrón, qué bien la comes.
Me estaba esmerando con ella. Dando largas lamidas al tronco. acariciando el frenillo con la lengua y metiéndome el glande en la boca. Y salivando bien todo el aparato.
– Me gusta hacer disfrutar. Y tú te o mereces.
Para entonces mi amigo había sacando mi rabo al aire, pétreo, rocoso, forjado. Yo también lo tengo depilado y su mano me acariciaba en una lenta y placentera masturbación mientras se dedicaba a lamer las tetitas de su hija.
Ya no quería parar, deseaba su semen en la lengua y luego compartirlo con ellos en un beso lascivo. Cuando se corrió subí hasta su dulce rostro y deje caer la lefa mezclada con mi saliva en su boquita que abrió al máximo para recibirla.
De inmediato metí la sin hueso en la boca para jugar con la suya. Al cruce de lenguas se unió su padre en un beso a tres. Era la primera vez que me morreaba con mi amigo. Y lo estábamos haciendo con la lefa de su hija de por medio.
– ¿Nos vamos a la cama?
No me molesté ni en responder. Me incorporé y la cogí en mis brazos. A pesar de su altura pesa poco, es muy delgada. Ella rodeó mi cuello con sus manos acariciando mi nuca y el cabello mientras la llevaba por el pasillo.
– Ya sé el camino. Ábreme la puerta.
Iba delante de mí y creo que fue la primera vez que me fijé en el culo de mi amigo. Y parecía algo bastante apetecible. Me di cuenta de que podría… de que me iba a follar al padre y la hija esa misma tarde. Y que lo íbamos a disfrutar los tres.
La dejé caer en la cama. Tenían las sábanas revueltas y se veían ocupados los dos lados del colchón. Así que aquellos dos ya dormían juntos. Ahora fue ella la que a cuatro patas se puso a abrir mis bermudas para dejarlas caer a mis pies junto al pequeño slip que arrastró con ellas.
– Joder, sabía que estabas bueno. Pero es aún mejor de lo que pensaba.
– ¿En serio habías pensado en mí?
– Desde que me gustan los hombres y hace ya mucho de eso.
Ya me tenía desnudo del todo. Se incorporó lo suficiente como para lamer mi pecho y chupar mis pezones. La condenada sabía lo que hacía. Me estaba poniendo a mil. Mientras sujetaba mi polla con suavidad.
Fue bajando despacio, sin prisa, pasando la lengua por los abdominales y el ombligo. Iba a por mi rabo y estaba claro lo que quería hacer con él. Se metió mis huevos en la boca. Su lengua en mi escroto me provocó una corriente eléctrica que me llegó del glande por la columna al cerebro.
Sujetaba mis nalgas separándolas y deslizando un dedo por mi ano, juguetona. Yo jadeaba por todo lo que ella me hacía. Juan entre tanto se había puesto detrás de ella y le lamía y le mordisqueaba las nalgas.
Cuando Mónica tenía mi glande entre sus labios me corrí. Era imposible aguantar con todo lo que estaba sintiendo. Pero la situación era tan morbosa y ella tan bonita que mi polla quería aguantar.
Desde luego que perdió dureza. Ella siguió chupando. Pasando la lengua por mis huevos y toda la polla. Acariciando mi vientre y llegando a pellizcar mis pezones. Con ese tratamiento me recuperé enseguida.
Su padre le había abierto bien el ano con la lengua y la dedos. Le había puesto bien de lubricante y Mónica no me dejó ni moverme. Fue ella la que subió sobre mi cadera y se clavó mi resucitado rabo en ese precioso culito que siempre había admirado.
Sujetando sus marmoreas nalgas fui bajándola dejando que su cuerpo rodeara mi tronco. Un gemido se nos escapó a los dos a la vez cuando llego a apoyarse en mis muslos clavada hasta mis huevos.
– La noto en el estómago, cariño.
Juan dividía sus besos entre Mónica y yo, repartiendo saliva y lengua con generosidad. Además de sus caricias, claro.
– Acércame la polla.
Le dije. También la tenía bien depilada, más gruesa y algo más corta que la de Mónica. Y estaba genial chupar sus huevos mientras su hija me cabalgaba despacio pero profundo sintiendo mi polla en su culito. Mi mano fue sola al rabo de la nena que también se había puesto duro de nuevo. La masturbé suave al ritmo de sus movimientos.
Mi otro brazo rodeó la cintura de mi amigo para jugar con su culo, amasar sus nalgas y deslizar un dedo hasta el ano. La última vez que lo había visto en un vestuario de un gimnasio era muy peludo, ahora estaba suave y sin un pelo. Sus jadeos decían que le gustaba así que le dije:
– Súbete quiero comerte el culo.
Lo hizo me puso el trasero sobre la boca, también alcanzaba sus huevos. Mientras ellos se morreaban con lascivia dejando caer saliva sobre mi vientre, momentos después la lefa de ambos se unía a las babas sobre mi piel.
Viciosos y lascivos desmontaron para recoger esa mezcla con las lenguas. Juntando sus cabezas sobre mi estómago. Pero el que no se había corrido era yo. Aguardaba más después de mi primer orgasmo.
– Vamos papi. Prueba su polla, quiero ver como te folla.
Ella misma me ayudó a incorporarme muestras su padre se tumbaba boca arriba. Natalia se puso detrás de la cabeza de Juan para tirar de sus tobillos y arquearq la espalda dejarme en culo en la posición perfecta.
No sé cuando se había puesto lubricante pero mi polla entraba bien, fácil y suave. La cara de vicio de Natalia mientras me follaba a su padre era de antología.
No sé cuánto duramos así pero todos estábamos muy excitados. No sería mucho tiempo y le llené el culo con mi semen a uno de mis mejores amigos. Y eso que hasta ese día nunca nos habíamos tocado con lascivia.
– Ha sido genial. Que vicio tenéis. Mira que nos conocemos hace años y nunca había sospechado esto.
– Esto es bastante reciente. Tú también has estado genial. Imaginaba que eras morboso pero esto…
– ¡Vamos chicos! ¿Y yo no he hecho nada?
Eso lo dijo acariciandose sus pechitos y poniendo cara de vicio. Provocándome aún más. Los dos nos echamos a reír.
– Si cariño, tu eres perfecta. La putita más morbosa y lasciva que he conocido nunca. Eres quién ha conseguido sacar de mí todo lo que he reprimido estos años.
– Espero que me volváis a invitar. Me gustaría seguir explorando con vosotros.
Natalia se me acerco mimosa y volvió a colgarse de mi cuello.
– ¿Y conmigo a solas? ¿No me quieres llevar a cenar ya bailar algún día?
– Desde luego cielo. Si quieres salir con un viejo como yo.
– No eres nada viejo y me encantaría estar más veces juntos. Mi papi no es nada celoso. ¿Verdad?
– No claro. Mi nena puede tener todos los novios y novias que quiera. Pero no hay que parar todavía.
Ni que decir tiene que continuamos esa pequeña orgia durante toda la noche y buena parte del día siguiente. Sin vestirnos y sin dejar de acariciarnos, lamernos, besarnos más que para comer, ducharnos y dormir algún rato.