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El sereno (partes 1 y 2)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Mi marido era recepcionista en un hotel y cada tanto debía trabajar por las noches. Eso lo sabía Sergio el veterano que ejercía de sereno en la obra frente a casa. Esto fue en el año 2003 lo recuerdo bien porque mi sobrina festejó sus 15 en diciembre del año anterior. Sergio siempre estaba atento y era muy amable, saludaba con gentileza y siempre estaba a la orden. Una noche de verano como a las once salí a pitar un cigarrillo y el estaba ahí. Nos saludamos me convido con el mate, nos quejamos del calor porqué había que quejarse de algo y cómo supongo sucede en estos casos le dì palo a mi esposo que desde un tiempo a esta parte siempre estaba agotado. A lo que de inmediato aprovechó para tirarle un camión de escombros.

-Si yo tuviera una hembra como vos no te dejo dormir. Sentenció el veterano canoso. Que fácilmente duplicaba mi edad yo tenía 28 recién cumplidos y nunca había estado con otro hombre que no fuese mi marido al cual conocía desde la adolescencia. No sé si fue la sofocante calor, la situación o el desgano de Marcelo (mi esposo), pero ese comentario y la forma en que lo dijo me calentó de una manera inenarrable., le sostube la mirada y percibí el deseo plasmado en sus grises ojos y una leve mordida a sus labios inferiores que todavía recuerdo, le apetecía poseerme. Y quedé como una idiota perpleja ante tamaña insinuación. Tartamudeee para retirarme con afán argumentando que necesitaba poner una pastilla para los mosquitos.

-Si, esta lleno de mosquitos y aquí dentro hay uno grande que pica fuerte. Así que cualquier cosa que necesite me dice… Recalcó con interés. Sonreí nerviosamente y regrese turbada. Me temblaban la piernas al cruzar la calle, unos 12 metros que separaban la puerta de mi casa del aguijón que no dejé de pensar esa noche y la otra…

Obviamente oculté aquél provocador lance que en el fondo me agradó. Me sentí deseada, es cierto que por alguien más viejo pero no por eso menos interesante, entre la duda y la curiosidad asomaba el morbo y a la tercera noche luego de una larga deliberación decidí averiguar que tan lejos podría llegar más allá de los doce metros. Shorts de yeans apretados y una leve musculosa amarilla sirvieron de casual para un encuentro perfectamente craneado.

-Sigue el calor, eh? Rompí el hielo.

-Es un infierno, Laura. Contestó.

Y conversamos de manera trivial sentados en unos tablones que oficiaban de banca. En ningún momento se desubico ni apeló al doble sentido. Unos momentos antes de la media noche acomodé mis gafas y consulte el reloj…

-Bueno ya es hora… Dije mientras me levantaba.

-Si querés te puedo enseñar mi habitación. Y no será fácil de olvidar. Agregó. Mi media sonrisa avaló su propuesta y la exitación creció aún más al trancar la puerta.

Entre la penumbra de aquellos senderos inacabados llegamos a cuarto de ladrillos desnudo y polvoriento. Un colchon arrojado en el suelo, unas almohadas encima y un ventilador ronroneando fueron la decoración perfecta de aquella infidelidad. Mi metro sesenta estaba siendo intimidado por la sombra masculina que se despojó de la remera a los pies del colchón, fue deliciosamente delicado el primer beso tembloroso. Mi cuerpo se aferró con desesperación a él, ese cuerpo de macho peludo y ancho que destinguí mejor antes de que cayeran mis lentes y desprovista de la musculosa me agache a recogerlos para encontrar a medio camino aquel mástil erecto y puntiagudo aún asfixiado en su jogging del cual liberé para darme cuenta de la magnitud del problema.

-Dios, mío! Exclamó el hombre desde arriba en una mezcla de dolor y satisfacción.

-Chupalo por favor. Rogó susurrando roncamente. Y juro que jamás había probado algo tan duro como inmenso.

Me llené la boca de carne, le lamí a lo largo y lo ancho hasta que ya no soportó aquel delirante martirio y su gran cuerpo se desplomó de placer. El viejo cayó y se desnudo por completo y yo me subí a él sin las bragas que flameba en su puño como un trofeo de guerra. Apoyé el glande en la cueva empapada y grité… y grité… Y grité…

Posesa de aquel miembro venoso cabalgue en la madrugada como una loca delirante. El viejo cojudo me estaba dando una clase magistral en aquel desierto polvorirento. Nunca me sentí tan mujer, sintiéndome su hembra toda la madrugada. Sergio se vino tres veces yo muchas más. Mi marido nunca se enteró, casi 2 años después nos separamos. Sergio trabajó de sereno hasta el final de la obra unos dos o tres meses. Y les puedo asegurar que mis noches más infelices era cuando mi esposo no trabajaba en ese turno.

Parte 2

Laura vivía frente a la casa en construcción que me tocaba costudiar cuando caía el sol. Esto ocurrió antes del 2005 pero no logro ubicarlo bien en el calendario, sé que fue en verano. Ella Tendría unos treinta años y yo deambulaba los 60. Siempre tuvimos un diálogo escueto pero respetuoso, me gustaba. A quien no? Una mujer linda de facciones delicadas, cabello corto rubia, ojos azules enfundados en gafas de marco rojo. Piernas bien torneadas, colita redonda, pechos pequeños y firmes a juzgar por sus deliciosos saltitos al caminar. En invierno casi no se veía pero en verano era imposible que pasara desapercibida. El esposo era un desabrido, un cara de piedra de su edad un tal Mateo o algo así. Trabajaba en una hostería y muchas veces lo hacía durante la noche. Lo sabía porque le veía salir 21 y 10.

La esposa lo despedía con un pico y varias veces hablábamos después de su partida. Era una vecina bien y en aquel verano en particular comencé a percatarme que algo no andaba bien entre ellos. Estaba apagada, no sé, la note desconforme por ciertas palabras que dejó caer en más de una ocasión. Los muchachos de la obra habían desarmado un andamio y parte del mismo yacía en el patio y yo lo utizaba para sentarme a tomar mate.

Una noche como tantas calurosa la vi fumando un cigarrillo afuera y me adelante a ofrecerle unos mates desde mi asiento. No fue sorpresa que se sentará junto a mi y sin disimular soltó que el marido la tenía desatendida. Al menos eso entendí yo, que ni lento ni perezoso le dije.

-Si vos fueras mi esposa no te dejaría dormir ni dos horas. O algo por el estilo. La mujer menor que mi hija me clavo los dos puñales azules y cristalinos. Se apoderó de mi una exitacion que intenté disimular con el termo. Se puso nerviosa y de pie e improviso una escusa para huir. Esa noche fue eterna y no sólo para mí, pude ver la luz detrás de cortina de su cuarto encender y apagarse muchas veces. Los días sucesivos fueron pasando y solo intercambiamos miradas cómplices con silencios incómodos. Pero unos días después me sorprendió justo a mi lado, jovial, risueña. Como si nada hubiera sucedido y es que realidad nada había pasado. Compartimos el mate hasta que se acabó el agua, no dejé de pensar en cómo me gustaría penetarla ni un instante y creo que ella pensó lo mismo. Sino por que estaba allí? A que vino? La mujer estaba caliente y no se iba a ir sin el alimento.

-Ya es tarde, me tengo que ir. Se disculpó.

-Segura? Porque mejor no pasas y te muestro la casa. Le sugerí agachando la mirada. Se río, nos reímos… Entró tres pasos antes que yo que no podía dejar de mirar ese culito perfecto que el shorts realzaba. Caminamos un breve laverinto que nos depósito en el aposento deslucido, la bombilla de luz dejaba ver el colchón sepultado en el suelo y ventilador rumoreando. Nos besamos de pie y tuve que inclinarme para vever de esa boca deseosa, sin palabras me quite la sudadera y le mostre mi pecho donde el crucifijo nadaba entre los bellos. Deslice su musculosa hacia arriba y me ayudó levantando los brazos, como quien pela una fruta deliciosa.

Mi pene estába reventando el sleep y ella lo noto, se arrodilló bajó mi jogging y descubrió en el matorral la anaconda cabezona y torcida. Abrió sus ojos más de la cuenta para certificar el tamaño del brutal falo que la iba a atravesar. Me acarició la bolas con énfasis hasta que le implore que succione mi pija. Y así estuvo largo rato en una sinfonía de gozos auténtica. La desvesti con máxima cautela, la última muralla en caer fue la braga de encaje blanco no sin antes correrla y dedearla con la punta del pulgar que se percato de su humedad. Laura tenía en sus manos el material que vino a buscar y sabía muy bien dónde encastraba. Apuntó el cañon insegura justo en la gruta lubricada y se dejó caer después de varios titubeos.

Gritó, gritó y gritó más aún. Parecía virgen y yo la cogí con extrema fiereza, acaso hay otra forma?… Esa noche su marido fue cornudo y no sería la única noche que lo fue se los puedo asegurar, hicimos todo menos el anal que por un tema de angostura no fue posible. Al poco tiempo se me terminó en trabajo ahí y ya no la volví a ver pero de seguro Laura no lo olvida y tampoco yo.

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