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El señor taxista (01)
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Tiempo de lectura: 12 minutos

La llovizna se intensificó, dificultando la vista de mi próximo cliente. Esta vez era una dama, parecía tambalearse y dudé en detenerme a subirla a bordo. Quienes han trabajado como taxistas me comprenderán, pues el llevar a un pasajero ebrio es una lotería, puede que termine pagándote más, o que te termine obligando a llevarlo a la estación de policía en medio de la noche, haciéndote perder valioso tiempo. Como sea, el verla sola, un tanto mojada y ebria me hizo compadecerme, así que me detuve y bajé la luna.

—Buenas señorita ¿para dónde va? —le pregunté, mirando una de las caritas más angelicales que he podido apreciar en mi vida. Era una chavala de poco más de veinte, tenía un vestido rojo de infarto que acentuaba muy bien el tono de su piel, se agachó un poco para ponerse a la altura de la ventana.

—Solo sáqueme de aquí por favor —me contestó.

No era lluvia lo que resbalaba por sus mejillas, esa joven estaba llorando. No pregunté más y saqué el seguro de la puerta, ella abrió y se subió en el asiento de atrás. Casi de inmediato se llevó ambas manos a la cara y se puso a llorar desconsoladamente. Avancé lentamente, la avenida estaba desierta, pues ya estaba muy avanzada la noche, la dejé llorar por un buen tramo, hasta que sentí que se calmó un poco y me animé a volver a hablarle.

—Tranquila amiga, ya no llore, para todo problema hay una solución.

—¡No quiero su lástima! —me contestó casi gritando.

—Bien… —dije conciliador, pues tenía una tigresa en el vehículo— pero necesito saber hacia dónde llevarla.

Cruzamos miradas en el espejo retrovisor, y esos ojos ¡oh, Dios! Esos ojos, pese a estar hinchados y enrojecidos me parecieron los más sensuales que he conocido. Ninguno de los dos apartó la vista, finalmente ella pareció darse cuenta de que yo esperaba una respuesta y volvió a ponerse a llorar.

La dejé estar así, por un rato más, el encanto fue desvaneciéndose y decidí enrumbar a un parque cercano, para estacionarme y poder dialogar tranquilo con mi cliente, tampoco quería que me malogre lo que quedaba de trabajo por la noche, pues el dinero siempre hacía falta y mi caridad tenía un límite.

Llegué a un parque conocido por los taxistas debido a que algunos puestos de comida rápida atienden toda la noche, así que bajé y compré dos hamburguesas con dos refrescos, pese a la llovizna era una noche cálida. Regresé al vehículo y abrí con cuidado la puerta de atrás. Ella seguía llorando.

—Niña come algo —le acerqué la comida— te hará bien, ya verás.

Asintió y luego de limpiarse con una toallita húmeda se sentó de costado sacando las piernas del vehículo, como para no darme la espalda mientras yo mantenía la puerta abierta. La cadera y el ancho de sus piernas tenían tal balance y perfección que no pude apartar la vista a tiempo de que ella se percatara de mi lujuriosa mirada. Pero no me reprochó nada, se acercó la hamburguesa y le dio un bocado. Ella tenía un curioso olor a ron, alcohol dulce y algo afrutado, de seguro habría estado bebiendo cocteles y gracias a eso estaba ebria. Lo que no entendía era el motivo de su llanto.

—¿Esta rico? —le pregunté, pues devoraba con su pequeña boquita la hamburguesa, mientras sorbía un poco de refresco.

—Si, gracias por preguntar, lamento lo de hace un momento —me contestó, sonando apenada.

—Bueno, estamos en paz —me dispuse a retomar el trabajo— ahora si dime ¿dónde te llevo? ¿dónde queda tu casa?

Ella me miró abriendo mucho los ojos, y casi de inmediato, como si hubiese recordado algo se volvió a ponerse a llorar. Entendí que ese es el punto sensible de la señorita, pero los demás taxistas me estaban lanzando miradas un tanto hostiles, así que decidí pedirle que guarde sus piernas en el vehículo, cerré la puerta y puse en marcha el taxi de nuevo, a esperar a que se calme.

Mientras conducía empecé a divagar un poco con el sonido de su llanto de fondo. Ella era bellísima, sus rasgos delicados, la ropa y accesorios que vestía definitivamente no era baratos, además el lugar de donde la recogí era una zona nocturna costosa (buena para trabajar como taxista en la noche). De seguro al llevarla a su casa la resondrarían por haber bebido, o por haber salido sin permiso de los padres, o cosas por el estilo, luego ella dormiría, se despertaría y seguiría con su vida perfecta. Estacioné el vehículo en un parque iluminado, para evitar suspicacias. Volteé en el asiento y le volví a hablar.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté, evitando tocar el tema que la hacía estallar en lágrimas.

—Juliana —me dije, al cabo de un rato de estarla mirando, parecía habérsele pasado un poco la embriaguez.

—Un gusto conocerte Juliana, me llamo Simón. Como puedes ver soy taxista y ya van a ser las cuatro de la mañana, así que necesito seguir trabajando.

—¡Por favor no me deje aquí! ¡No me deje sola! —me dijo casi gritando de pánico.

Su reacción me tomó por sorpresa, tampoco es que pensara dejarla en ese parque, pero no sabía dónde llevarla, ni cómo ayudarla.

—Si te ha pasado algo o te han hecho daño puedo llevarte con la policía.

—¡No! ¡eso sería peor! ¡Mucho peor! —su tono era de súplica, de agonía. Me estaba asustando.

—Bien, tranquila. Dime ¿te he hecho algo malo? —intenté hacerla razonar.

—No usted no.

—Entonces ¿quién? ¿por quién lloras?

—Mi… mi ex… ese bastardo… —contestó por fin, empezando a darle forma al motivo de sus penas.

—Hija, ya encontrarás a alguien mejor. Ve a casa a dormir, cuando despiertes todo estará mejor, la vida no es tan mala como crees.

—Aquí no tengo casa, ni familia, ni amigos, aquí solo lo tenía a él… y me engañó… ¡y en mi cumpleaños! —dijo mientras lloraba.

Quedé en silencio por un rato, ella tenía motivos para llorar, desde luego que sí.

—¿De qué parte eres? —necesitaba distraerla nuevamente, para que se calme.

—De San Ramón.

—Eso es en ¿Ayacucho?

—No, es en Chanchamayo.

—¿Allí están tus padres?

—No tengo a nadie, estoy sola —las lágrimas empezaron a brotar otra vez, pero esta vez ella no perdió el control, sorbió un poco su refresco acabándoselo.

Nos pusimos a charlar un poco, tenía una voz sensual, ligeramente ronquita, el tipo de voz ideal para una locutora de programas de madrugada, de esos que los taxistas solemos escuchar. Ella realmente estaba sola, además de su enamorado y tal vez unos tíos lejanos que apenas conocía, no tenía a nadie más en el mundo. Y el enamorado era una joyita, la sacó de su zona, la trajo y luego de endulzarla con buena calidad de vida la empezó a maltratar, humillarla, a ella le tocaba soportar todo por depender de él, pero hoy, en su cumpleaños número veintidós, se había cansado por otra obvia infidelidad (puede que algo más) y había decidido dejarlo por fin.

Sentí verdadera lástima por la joven y me hubiera gustado continuar charlando, sin embargo, la cabeza me martillaba un poco, estaba cansado y deseaba terminar mi jornada, hasta pensé en renunciar el cobrarle el servicio de transporte a Juliana e irme a descansar.

—Bueno amiga mía, tengo que dejarte en un lugar para que puedas seguir con tu vida.

—No tengo donde ir.

—¿Si regresas con tu enamorado? ¿tal vez conversando las cosas se arreglen? —me sentí mal inmediatamente después de haberle sugerido esto, a ella pareció dolerle también.

—No puedo hacer eso —me dijo— por favor señor taxista déjeme dormir en su carro, o ayudarle en su casa, sé cocinar y puedo cuidar a sus hijos, pero no quiero regresar con ese hombre.

—Mira, iremos a mi casa, te llevaré para que te abrigues y puedas descansar un poco, pero debes prometerme que cuando amanezca contactarás con alguno de tus tíos y reharás tu vida.

Ella saltó hacia adelante y rodeando mi asiento me abrazó, agradeciéndome el detalle.

Manejé charlando con ella, que parecía estar de mucho mejor ánimo. Llegamos al condominio donde vivo y aparqué el vehículo. El cielo empezaba a aclarar, abrí su puerta y la ayudé a bajar. Vamos, era una joven de buena talla, los zapatos de tacón la hacían ver aún más alta, claro que estaba lejos de mi altura (mido metro ochenta). Al estar sentada la falda del vestido rojo se le había subido hasta por encima de los muslos, y pude distinguir un poco de su tanga, también roja y de encaje, muy sensual.

Me quedé parado mirándola, sus ojitos seguían hinchados por el llanto, pero esa carita de boca pequeña me pareció aún más bella que cuando la vi al momento de hacerla subir a mi nave. Ella me levantó una ceja, como esperando la indicación de hacia dónde ir, haciéndome volver a la realidad.

—Mi departamento queda arriba, en el último piso de este edificio —le dije señalando uno de los bloques.

—¿Hay ascensor?

—No, lo siento, son edificios algo viejos, pero son solo cinco pisos —le contesté un poco avergonzado.

Ella pareció arrepentirse de su pregunta y me sonrió coqueta, agachándose un poco y sacándose los zapatos de tacón, empezando a caminar descalza. Viendo su verdadera talla era pequeña y graciosa.

—Tranquilo señor taxista Simón, yo solía subir árboles en la montaña, verás que soy fuertecita —dijo, flexionando su fino brazo.

—Pues vamos —le dije— apoyándole mi mano en uno de sus hombros para guiarla. Pese a haber comido y tomado un poco de refresco ella seguía tambaleándose, supongo que consecuencia del alcohol.

Subimos las escaleras de a pocos, ella me contaba dando saltitos (mostrándome sus bellas piernas) y haciendo aspavientos que de pequeña solía sacar frutas de los árboles, y que su vida en el campo no había sido realmente mala. De pronto se había vuelto muy expresiva, por lo que me mantenía alerta de que pueda caerse y lastimarse. En uno de esos momentos, mientras ella estaba un poco más arriba que yo, por agarrarla temiendo que caiga le terminé tocando el culo, y por un solo instante pude sentir la redondez y suavidad de sus nalguitas, con el toque necesario de dureza que le daba forma, la costura de su ropa interior. subí de inmediato mi mano y la volví a apoyar en la espalda. Ella volteó abriendo mucho los ojos y me sonrió.

—Espero que te haya gustado lo que tocaste —me dijo muy coqueta.

—Disculpa, fue por accidente, no saltes tanto, te puedes caer.

—¿Entonces no te gustó?

—No es eso.

—¿Cuántos hijos tienes?

—No tengo hijos, soy viudo —ella cambió de cara.

—Disculpa, no sabía.

—De eso ya ha pasado buen tiempo, no les des importancia, aquí es —dije señalando mi departamento.

Abrí la puerta del departamento, pues acabábamos de llegar, y la dejé ingresar a la sala, le señalé el sillón e ingresé al baño. Mi mente bullía de ideas, pues hacía buen tiempo que no metía a una mujer a mi casa. Entre miles de ideas me quité la ropa y me duché, que era lo normal cuando volvía a casa. Al salir del baño la dama estaba un tanto acurrucada en el sillón, parecía dormida. Me sentí culpable por no haberle alcanzado una manta o algo. Ingresé a mi cuarto y cogí una cobija, retornando a la sala. Allí estaba echada de costado, tenía las piernas recogidas y eso había hecho que su vestido quedase mucho más arriba que sus muslos, mostrando todo el culito, cubierto por un diminuto hilo rojo como tanga. Trague saliva.

—Niña quítate esa ropa mojada, te vas a enfermar —le dije, deseando poder ver aún más, sin recibir respuesta, aunque realmente estaba humedeciendo el sillón.

Me plantee el dejarla ahí y simplemente cubrirla con la cobija. Pero mi verga ya estaba llenándose de sangre. Yo estaba vestido únicamente con una toalla envuelta en mi cintura, así que, si permitía que se me terminara de parar, seguramente la pinga se me asomaría entre la toalla. Ella era una belleza y yo no quería esperar más, pero quería que, si surgía algo, surgiera de manera normal, hasta casual, por lo que finalmente el morbo ganó, e intenté despertarla.

—Vamos despierta, te ayudaré —le dije, con una pizca de lujuria.

La senté como pude, ella entreabrió los ojos, haciendo un puchero, le repetí que su ropa estaba mojada, que tenía que quitársela, a lo que ella levantó los brazos, como para ayudarme a sacarle el vestido. Tomé la falda y fui levantando. Fue como pelar una fruta y quedarse solo con la pulpa. Era un cuerpo de revista, su carita con el maquillaje medio corrido la hacía ver aún más sensual, casi irreal.

—Gracias señor taxista —me dijo, con voz inocente muy fingida, lo que me prendió aún más.

Se sentó en el sillón, lo que hacía sobresalir sus prominentes caderas con su hilo dental cortando la piel. Su brasier tenía muchos encajes, cubriendo un notorio busto con piel de durazno. Ella me devolvía la mirada, y algo cambió. De pronto su vista bajó, y yo seguí su mirada. Ella se estaba fijando en la mitad de mi falo que asomaba entre la toalla.

—Señor taxista, ¿Sabe qué hago antes de dormir? —dijo de forma muy sensual, estirando su mano y cogiendo el tronco de mi verga.

—No lo sé, ¿qué hace una belleza como tú antes de dormir? —le contesté, sin creer aun lo que estaba ocurriendo.

—Me tomo mi vaso de leche caliente —me dijo, levantando mi pinga y mientras ella se agachaba, lamiendo todo el tronco sin dejar de mirarme. Eso hizo que mi otro yo interior, dormido por años despertara.

Le separé un poco la verga de la cara y retrocedí un par de pasos, quería estar seguro de lo que ella quería (como si una mamada no fuese suficiente confirmación). Pero ella se puso de rodillas y avanzó hacia mí, tomando nuevamente mi falo llevándoselo a la boca. Con ello se diluyeron todas mis dudas. Y si quería pagar mi amabilidad de esa manera, yo no se lo impediría.

Y así la tenía a ella, de rodillas con la boca llena, moviendo su cabeza hacia adelante y hacia atrás, dándome tímidas miradas de tiempo en tiempo mientras se dedicaba a la faena. Seguía con sus ligeras prendas, me agaché un poco y liberé su brasier, que de inmediato cayó, dejando libres sus tetitas juveniles, redondas y brillosas por la humedad.

Era tan bella que le empecé a acariciar la cabeza, escuchando algo similar a un ronroneo de su parte mientras mamaba. Nuevamente me miró y se la sacó de la boca, así mirándome me habló:

—Trátame con rudeza —me dijo— ¡quiero que me pegues! —siguió hablando, generándome muchas dudas en como seguir adelante. Al verme así, abrió su boca y me mordió la cabeza de la verga, causándome un chingo de dolor. Le agarré el cuello y le di una bofetada, no muy fuerte, solo lo suficiente para hacerla soltar mi pedazo. Ella cayó de costado y se tocó la cara, y en su mirada no había pánico, sino deseo, se levantó y se metió toda la verga en la boca, me agarró de la cadera y se la metió hasta que sentí que tocaba su garganta, e incluso más. Eso me jodió la mente.

Le agarré el cabello y le hice un mete y saca brutal. Le hacía tener arcadas mientras ella lograba meterse casi hasta la base mi falo.

—Traga perra, ¿eso querías esto no? —le dije, y ella asentía, pellizcándose los pezones, mientras lagrimeaba por no poder respirar. La chavala era una loca del sexo duro, y ¡me encantaba! Así que le seguí el juego.

—¡Vamos! ¿acaso no quieres leche? ¡Tienes que ganártela! —le dije cogiéndola del cuello con algo de fuerza, sometiéndola.

—¡Si quiero! ¡dame mi leche! —me dijo fingiendo su voz, moviendo el culete a los lados, juntando sus pechos con sus dos manos. Era una escena en extremo erótica, que me hizo sentir como si fuera un actor porno.

Le volví a entregar mi verga y siguió mamando con fuerza, yo la tenía tomada del cabello, acompañando sus movimientos, de rato en rato me daba mordiscos en el falo, por lo que se ganaba una que otra bofetada para que se controle, lo que la arrechaba aún más. Una de esas mordidas fue más fuerte de lo soportable por lo que tuve que apretarme el falo con ambas manos para controlar el dolor, liberando su cabello en el proceso. Ella riendo como una histérica se volteó para poder escapar, todo esto mientas la mocosa seguía arrodillada, sin aún haberse podido incorporar.

Tengo buena talla y fuerza, así que con dos zancadas la alcancé e hice caer, logrando ella poner sus manos justo antes de golpear su angelical y mamona carita con el suelo, así que quedó dándome la espalda, en un semi perrito muy erótico, como si me regalase el ojete. Aún adolorido opté por pisarle la cabeza, solo lo suficientemente fuerte para inmovilizarla, mientras que con uno de mis manos le agarré la cadera y se la levanté, dándole una sonora nalgada en su blanca piel. Eso la hizo gritar y gemir, animándome a seguir dándole nalgadas mientras la regañaba.

—¡Perrita traviesa! ¡se mama pero no se muerde! ¿has entendido? —pregunté, mientras veía como enrojecían sus perfectos glúteos.

—¡haaa! ¡haaaa! ¡si amo ya entendí! —respondió, y admito que ser llamado amo me gustó mucho, por lo que le di dos sonoras nalgadas más.

—¡Ahora eres mi perra! ¡mi esclava! ¡Entiéndelo! —dije, continuando con mis fuertes caricias.

Iba amaneciendo, la luz era suficientemente fuere para captar todos los detalles de mi alrededor y de su cuerpo. Sentía mi miembro sumamente hinchado, por la diferencia de tamaños podía mantener sometida a mi perrita sin mucho esfuerzo, le separé las nalgas, moviéndole la tanga a un lado, y vi una vulva finamente depilada, con fluidos goteando (vamos, ella lo estaba disfrutando de sobremanera) y más arriba un hermoso ojete oscurecido y agrandado. Le puse saliva a mi pulgar y presioné el ojete, un poco más y se lo metí en el culito. Para mi sorpresa todo el dedo entró con suma facilidad, eso sí, mi esclava soltó un gritito de placer, acompañado de pequeños temblores. Más ideas me llenaron la cabeza.

Le quité el pie y le levanté la cabeza, ella sin necesidad de que yo se lo indicara tomó con su mano mi pinga, la apretó fuerte acercándola a su cara y se puso a ensalivarla, lamiendo, escupiendo y mojándome todo el falo.

¿Quién me creería? ¿estaba soñando? Un ligero mordisco me hizo volver a la realidad, ella reclamaba mi atención, de pronto me volvió a morder fuerte, se levantó y echó a correr por mi sala. Yo cojeando por el penetrante dolor la perseguí. Su ágil cuerpo saltaba por todos lados, esas nalguitas merecían ser alcanzadas, en un momento la cogí por la cintura pero logró zafarse, abrió una puerta al azar del departamento y entró intentando escapar. Había entrado en mi cocina, que era pequeña, por cierto, no había otra salida así que la alcancé, agarrándola por la nuca.

—¡Ahora vas a ver qué es lo bueno zorrita! —le dije con rudeza

—¡No te creo! —me contestó, retándome a hacerle algo.

La pegué hacia la pared, con sus pechos presionados contra el muro, le hice a un lado el hilo y sin más dilaciones le acomodé el pedazo entre las nalgas y empujé. Sentí resistencia pero finalmente mi verga entró en ella, que estaba cálida y muy estrecha. Por la diferencia de tamaños prácticamente la puse primero de puntitas, luego quedó suspendida contra la pared, clavada por mi falo mientras ella se retorcía dolor, pues resulta que le había invadido y abierto mucho, muchísimo su hermoso ano.

Volteó su cabeza hasta donde pudo para mirarme, movía sus brazos sin control, con una de sus manos me jaló el cabello y con la otra intentó apartar mi abdomen. Mi sentido común hace ya mucho que se había perdido. Saqué un poco de verga y con fuerza se la volví a meter. Su culito palpitaba y me apretaba dándome una sensación que solo los dioses conocen. Ella por su parte logró contornearse lo suficiente para morderme uno de mis brazos que estaban apoyados contra la pared. Yo le tiré el cabello para morderle el cuello, volvía sacar y meter, ahora con más facilidad. Sentía que ella aflojaba su resistencia. Saqué y metí de nuevo, esta ver moviendo más mi pedazo. Tiró de mi cabello para alejarme de su cuello y volteando todo su tórax me besó.

—¡Así que te gusta! ¿no es así perrita? —Le susurré ente beso y beso.

—¡Que rica verga! ¡dame más duro! —me dijo apretando los dientes, totalmente ida al placer.

Ella puso ambas manos en la pared y aflojó el culito hacia atrás, yo la tomé de la cadera y la hice totalmente mía, mi falo entraba y salía a máxima velocidad de su cola, podríamos haber encendido fuego con nuestros movimientos. Sus nalgas rosaditas y con marcas de mis dedos estaban separadas por mi virilidad. Sus glúteos aplaudían contra mi cadera, yo se la metía, movía la cintura a los lados y la sacaba, ella por su parte se echaba hacia atrás, impidiéndome salir por completo. Juliana gemía con fuerza y yo rugía por el esfuerzo y el cansancio de taladrarla sin piedad. Sentí mi cuerpo entero vivo, teniendo el que, tal vez, sería el mejor sexo de mi vida, y con una muñeca de revista. Y grité, lanzando un gran ¡SI! Y la penetré hasta el fondo, cargándola como si ella fuese un juguete. Mi falo se hinchó con furia, empezando a lanzar borbotones de leche caliente en su interior, fueron incontables chorros de semen, que brotaba y brotaba mientras gritaba y ella tensaba su cuerpo, mientras temblaba y mojaba sus piernas, apretando el culito dándome aún más placer.

Sin descorcharla la abracé y le mordí el cuello mientras nuestros corazones se calmaban. Ella volteó con los ojos repletos de lágrimas, me besó y echó la cabeza hacia atrás, rendida al cansancio.

Con delicadeza, aun penetrándola, la llevé a la ducha y abrí la llave para que con agua tibia nos diésemos una buena mojada. Ahí, poco a poco se la fui sacando, cuando salió por completo ella dio un respingo y me sonrió. veía en su cuerpo vestigios de mi tosquedad, pero seguramente mi cuerpo estaría lleno de marcas también, ella me enjabonó y yo hice lo propio con su piel, fue un duchazo muy agradable. Ahora más calmado sentía culpa por lo ocurrido, así que la sequé con mimo, descubriendo en el proceso que la pequeña tenía cosquillas en varias partes de su cuerpo. La llevé a la cama para que descansara. La acomodé y tapé, saliendo yo a la sala.

—Señor taxista ¿piensa dormir en el sillón? —me preguntó.

—Si… tu descansa tranquila.

—Pero no llegué a tomar mi vaso de leche —me dijo, volviendo a despertarme el morbo.

—Te la inyecté ¿recuerdas?

—Así no vale —contestó, haciendo un puchero con esa bella cara.

Reí y me acerqué a ella, que levantó la manta volviendo a mostrarme su desnudez. Me metí en la cama y la abracé, ella obediente se acomodó. Por ahora ambos queríamos dormir, ya más tarde volvería a dejar que la mamona me ordeñe.

Continuará…

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