Carla comenzaba a sentir desesperación, una que no había experimentado antes. A tan solo días de haber probado el dulce placer del sexo, sentía el ardor en su vientre, el deseo de entregarse a un hombre y hacerle el amor. Ese hombre debería ser Andrés, su amado esposo, pero… ¿por qué ahora Francisco, un completo desconocido, aparecía en su mente cuando se imaginaba a ella misma gozando? De no ser por el profundo sueño de su marido, ella misma habría roto “el castigo” que le impuso por haberla apostado, y le habría dado todo lo mejor de ella hasta terminar exhaustos.
Y por más tentadora que fuese la idea de usar la llave del cuarto de su nuevo “amigo”, aún le quedaba un poco de razón para no animarse, por más que lo deseara.
Fue una noche turbia. Tuvo sueños que iban y venían, siempre terminando en lo mismo; se imaginaba sintiendo el calor de un pene llenándola, suavemente y sin parar. Sentía un par de manos masculinas recorriendo su cuerpo, su vientre, sus senos, sus hombros. Casi como si fuese real, sentía los dulces labios de su amante fusionándose con los de ella. Y en cada uno de esos sueños, era Francisco el hombre que la acompañaba, que la poseía, que la hacía suya. Sea lo que fuera que ese “desconocido” hubiera hecho, la comenzaba a volver loca.
Cuarto día (el final está cerca)
Al día siguiente despertó más tarde de lo habitual. Andrés no pudo esperar más y se adelantó a desayunar. Subió a verla y la acompañó a ella. Como siempre, insistió en conocer los detalles de su noche anterior. Ella no estaba muy contenta; no solo sentía el rencor de haber sido apostada, sino que sentía el abandono de su esposo, que no la había esperado aun sabiendo que había pasado toda la tarde en compañía de otro. ¿Qué acaso no le importaba su esposa? ¿No le preocupaba que saliera con otro? Especialmente cuando ese otro era un hombre de la talla de Francisco…
Carla presentía que, en realidad, Andrés tenía bastante de que preocuparse, aun cuando ella misma deseaba no aceptarlo.
Volvieron al cuarto. Ella estaba emocionada de encontrarse de nuevo con su compañero. Al volver, encontraron un paquete esperándolos, enviado por un anónimo, con la nota: “usa esto para venir a bailar conmigo”. En el interior había un vestido negro, atrevido y elegante. Carla se apresuró para estar lista, y dejó boquiabierto a Andrés. Perfectamente entallado a su cuerpo, corto hasta media pierna, con un escote generoso que bajaba cerca de su ombligo. Le hacía lucir un cuerpo exquisito; sus senos perfectos, blancos, casi queriendo asomarse con cualquier movimiento, sus piernas sexys y voluminosas, su cuello, sus brazos.
-Ni pienses que irás así, imposible -le reclamó Andrés. No soportaba los celos de imaginar a su bella esposa vistiendo así, y que no fuese él quien la acompañara. Carla sintió cierta ironía y molestia.
-¿Por qué no? ¿No se me ve bien? -le respondió con sarcasmo y algo de soberbia.
-Te… ves como una p… -le quería decir Andrés, arrepintiéndose de sus palabras. Era ya muy tarde cuando vio la cara de Carla, una mirada que nunca había visto en ella, la más pura decepción que una mujer puede sentir hacia un hombre.
-Tu apostaste a tu esposa como si fuera una puta… -le dijo molesta. Tomó su bolso y salió del cuarto, furiosa.
Era aún muy temprano, faltaban al menos 3 horas para su encuentro con Francisco. Sin tener a donde ir, y sin querer andar por ahí vestida así, no tuvo elección más que ir al único lugar donde podría sentirse segura… la habitación 567. Al llegar, frente a la puerta, trató de arreglarse el vestido de la forma más “decente” posible, que no era mucho. Tocó la puerta 2 veces y esperó allí hasta que Francisco abrió. Llevaba solo una bata de baño blanca puesta; para Carla se veía guapísimo, sentía un encanto muy especial en aquel momento. Sorprendido, la abrazó y la saludó, dándole un beso nuevamente en la comisura de sus labios.
-No me imaginé verte tan temprano, pasa -la invitó.- Y veo que te gustó el vestido, te ves encantadora -mirándola de arriba abajo, sin poder quitar la vista de sus pechos por unos instantes, haciéndola sonrojar.
-Es muy lindo, gracias… -le dijo sonriendo, acomodándose su cabello- aunque es demasiado, ¿no crees?
-No para una mujer como tú -le respondió con una sonrisa coqueta, haciéndola reír y olvidar su enfado.
-Bueno, la verdad es que me tomas desprevenido, quería tomar un rico baño en el jacuzzi, y no quisiera perdérmelo… ¿me acompañas? -le ofreció acercándose a ella.
-P… pero, no tengo que ponerme -le respondió nerviosa.
-No lo necesitarás, para eso están las burbujas -le dijo tras un guiño. Ella se sonrojó.
No podía negarse. Sentía una emoción que jamás había experimentado, y sabía que no valía la pena hacerse la difícil cuando… tarde o temprano iba a acceder.
-Bueno… pero entro yo primero y luego entras tú, cuando haya muchas burbujas -le dijo con coquetería. Francisco aceptó.
Entró al gran baño. Se miró en el espejo, no podría creer lo hermosa que se veía, lo sexy. Sin dejar de mirarse, deslizó los tirantes de su vestido, dejando a la vista primero sus hermosos senos, su abdomen, y finalmente la fina ropa interior que cubría su feminidad. Una vez desnuda, y con el agua ya caliente y humeante, decidió entrar con cuidado. El delicioso calor cubriéndola, la sensación de las burbujas en su espalda, casi se olvidaba que esperaba a su acompañante. Francisco le preguntó desde fuera si ya estaba lista, a lo que ella afirmó.
Vaya gran sorpresa que se llevó. Francisco entró al baño, ya sin usar su bata, completamente desnudo. La figura fuerte y fornida de su nuevo “amigo” era algo que Carla no iba a poder sacarse de la cabeza en mucho tiempo. Se quedó pasmada, viendo de arriba a abajo… y sobre todo dejando su mirada en lo que era él lo más increíble que hubiera visto. El pene, aún flácido de Francisco, colgaba imponente de un tamaño que ella nunca habría imaginado. Grueso, venoso, varonil… provocaba en Carla un sentido de lujuria y belleza que no podría ni explicar con palabras.
Trató de volver en sí y hacer el mayor esfuerzo de mirar a Francisco a los ojos, aunque su mirada la traicionaba por momentos. Él por su parte, sabiendo muy bien lo que ella sentía, se tomó su tiempo antes de entrar a acompañarla. Su vista no era para nada mala tampoco; si bien la hermosa chica recién casada estaba envuelta en burbujas que iban y venían, alcanzaba a ver su cuerpo hermoso, perfecto, y la belleza de su rostro, como nunca la había visto hasta entonces.
Una vez dentro, se sentó a su lado, sintiendo su cuerpo junto al suyo. Carla se estremeció. Era una sensación extraña, estar desnuda al lado de un hombre… y no poder lanzarse a él. Él conversaba con ella con total normalidad, como si tomara baños con chicas todos los días. Ella lo miraba con atención, no podía dejar de mirarlo en realidad. Cualquiera pensaría de ellos como una pareja de enamorados… donde ella lo estaba más perdidamente.
No notaba siquiera que Francisco acariciaba sutilmente su pierna, y ella en respuesta giraba su cuerpo hacia él. Las burbujas y el jabón no podían hacer todo el trabajo de ocultar sus senos, que se asomaban poco a poco y le daban a él una vista muy privilegiada de sus pezones, rosas. En eso, quedaron en silencio por unos segundos.
-Debes estar cansada de que siempre te diga lo hermosa que te ves, ¿no? -le dijo, seductor.
-No no… es lindo que lo hagas-le dijo sonriendo y bajando su mirada. No pudo evitar ver su miembro bajo el agua. Él tomó su barbilla y levantó suavemente su rostro.
-Seguro muchos hombres te dirán siempre lo mismo… nadie te dice algo nuevo… -le dijo él.
-¿Nuevo como qué? -le preguntó ella, animada a continuar el coqueteo.
-Como… por ejemplo… que tus senos se ven deliciosos -le dijo con total seguridad. La cara de Carla se puso roja al instante, y sintió al mismo tiempo un electrochoque en su espalda. Era como si su cuerpo tomara consciencia de lo que ocurría, pero era un placer para ella escuchar eso. Su reacción, sin embargo, fue mirar hacia sus pechos e intentar ocultarlos bajo el agua.
-No tengas pena, son muy hermosos… ¿me dejarías apreciarlos un poco más? -le preguntó acercándose aún más a ella.
Carla estaba más nerviosa que nunca. Quería gritar que sí, darse por completo. Pero no podía responder, las palabras no llegaban a su boca. Su cuerpo, sin embargo, hizo todo el trabajo. Le sonrió y se levantó ligeramente, dejando salir a sus niñas, empapadas de agua y espuma, presumiéndolas a Francisco. Volvió en sí y las miró, instintivamente cerró un poco sus brazos, apretándolas ligeramente.
-¿T… te gustan? -le preguntó tiernamente.
-Me fascinas… -le respondió.
La mano de Francisco empezaba a subir lentamente por el abdomen de Carla. Sentir su piel finalmente, lo que había deseado desde que la vio a lo lejos, era increíble. Poco a poco, su mano se topó con el inicio de uno de sus pechos; eran los más perfectos que había tocado, eran tan suaves. Carla miraba con asombro como la mano de él comenzaba a recorrer su pecho, acariciándolo suavemente, deteniéndose en su suave pezoncito. Jugaba con él con dulzura, lo acariciaba con las yemas de los dedos.
Carla comenzaba a derretirse ante él. Poco a poco perdía el control y se dejaba llevar ante el dulce tacto de su no tan desconocido compañero. Él la abrazó para guiarla y sentarla delante de él, dándole su espalda. Con sus manos bajo los brazos de ella, se dispuso a acariciar ambos pechos; tomaba espuma y la usaba para masajearlos. Ella se recostó en él, cerró sus ojos, y se entregó al placer de sus manos.
-¿Te gusta que los acaricie? -le preguntó suavemente al oído.
-Hmm… me encanta… -le dijo Carla en un suspiro.
-En serio son bellísimos… si te soy sincero, desde que te vi por primera vez no dejé de pensar en ellos -le confesó.
Carla se sentía en las nubes. No solo disfrutaba del placer físico. Cada palabra de Francisco, cada estímulo, terminaba directo en su corazón. Le encantaba escuchar que un hombre como él la deseara de esa manera. Se sentía la más feliz. Seguían su conversación, caliente, entre risitas coquetas y tímidas.
-Tienes que saber algo… -le dijo Francisco, con una mano en uno de sus senos, y mientras lentamente bajaba la otra por su abdomen hasta acariciar muy suavemente el comienzo de su vagina. Carla sintió un temblor, y un placer increíble la recorrió de arriba a abajo.
-¿Qué cosa? -le preguntó suspirando.
-Esta noche te voy a hacer el amor-le dijo Francisco, con un tono coqueto, pero más serio, dominante, casi amenazante. Carla dio un fuerte suspiro, acompañado de un gemido muy suave. Esas palabras la empezaron a poner frenética. Sentía como todas sus fantasías podrían volverse realidad, se pensaba finalmente entregada a aquel hombre que la amenazaba con poseerla.
Francisco dejó de tocarla, y le dio un suave beso en la mejilla. Carla despertó de su trance, casi sin creer lo que había pasado, o sin saber si había sido real. Francisco se levantó y salió de la tina en busca de una toalla. Carla lo miraba con aires de desesperación, no entendiendo lo que estaba pasando. Él le acercó una toalla, el dio su mano y la ayudó a levantarse. Por primera vez veía todo su cuerpo, completamente desnudo; la mujer más hermosa que hubiera visto.
-Se nos hace tarde, muero por llevarte a bailar -le dijo con un encanto que la hacía derretirse.
Carla se quedó en el baño, secándose y poniéndose de nuevo su vestido. Ya no estaba nerviosa, sino emocionada, excitada. Había decidido que ese hombre le encantaba, la volvía loca. Una vez arreglada de nuevo, salió del baño para encontrarlo vestido más atractivo que nunca; un pantalón y camisa negra, abierta, que dejaba lucir su pecho fuerte. Se acercaron, ella puso sus manos sobre su pecho, y él la besó en la frente, indicándole que era hora de irse.
Mientras tanto, Andrés estaba en su cuarto, reflexionando las palabras que le había dicho a su esposa. Se sentía tan arrepentido, de haber siquiera pensado que usarla como premio de apuesta fuera una buena idea. Era ahora que se daba cuenta que no había cantidad de dinero suficiente que valiera la pena. Se sentía desesperado por no tenerla a su lado. Al mismo tiempo, sentía alivio, como si hubiera recapacitado y estuviera listo para reconciliarse con ella. Y no solo eso, no iba solo a esperar a su llegada… estaba decidido a ir a buscarla y ponerle fin a aquel enredo, aún si le costara su propio dinero para recuperarla.
Era ya bastante tarde, cerca de las 11 de la noche. Sabía que Carla iba a bailar con Francisco, pero no le dijo en donde. El hotel tenía tres posibles clubes nocturnos en donde podrían estar, así que tendría que visitarlos todos hasta encontrarla.
Carla y Francisco disfrutaban juntos de un trago, fresco para la calurosa noche que hacía. Era difícil creer como las conversaciones que tenía con él eran tan interesantes y divertidas, luego del candente momento que habían pasado juntos. Cada cierto tiempo, Carla se desconectaba y volvía a las palabras que había escuchado algunas horas antes… “Esta noche te voy a hacer el amor”. Se preguntaba si era verdad, y cuándo iba a suceder.
Se sentía ansiosa, emocionada… y al mismo tiempo confundida. Aunque estaba molesta con Andrés, recordaba que él la esperaba, y comenzaba a sentir cierta compasión por él, y por lo que estaría sintiendo, sólo y esperándola noche tras noche. De inmediato Francisco lograba captar su atención y ella volvía a quedar hipnotizada.
La invitó a bailar, algo que ella amaba. En la pista descubrió que, por si fuera poco, Francisco era un excelente bailarín. Sabía que iba a sudar solo con intentar seguirle el paso. Pero se estaba divirtiendo como nunca, pasando un momento genuinamente maravilloso juntos. Francisco, por supuesto, aprovechaba las oportunidades para acercarse a ella, tomarla de la cintura, dominando sus movimientos, dirigiéndola. Le encantaba especialmente el baile de sus senos, que se movían rítmicamente con los movimientos sensuales de su dueña. Carla notaba su mirada, y se movía de cierta manera intentado que él tuviera pudiera disfrutarlos aún más.
Andrés llegaba al primer club nocturno, lleno de gente. Sabía que sería una tarea difícil encontrarlos, pero estaba dispuesto. Caminaba entre la gente, enfocándose en las parejas que se encontraban ahí, intentando enfocarse en un vestido negro que era… bastante revelador. Se topaba con parejas, muchas de ellas jóvenes, besándose, bailando, disfrutando juntos. Lo hacían pensar cuánto extrañaba a su hermosa Carla… y al mismo tiempo le daba una sensación de incomodidad, pensando en lo que pasaría si la llegara a encontrar… mejor no pensarlo y seguir buscando. Al recorrer todo el lugar sin suerte, sabía que tenía que ir a su segunda opción, rápido antes de que fuera tarde.
El baile entre Carla y Francisco se tornaba más y más sensual. Estaban más juntos, más cariñosos uno con él otro, y las manos de él se volvían más y más atrevidas con cada canción. Sentía un gusto especial en acariciar el abdomen de la hermosa chica, aprovechando el largo escote que lo ofrecía. Ella por su parte no podía evitar menear sus caderas al ritmo de la música, cada vez más cerca de él, acariciando su pecho, abriéndole su camisa un poco sin siquiera darse cuenta.
Andrés llegaba al segundo club. Para su suerte, estaba más vacío que el primero. Sin embargo, eso le dejaba ver que ellos podrían no estar ahí. Qué mala suerte, pensaba, que en dos intentos hubiera fallado. Recorrió el lugar, ahora más agitado y más nervioso, sin lograr avistar a su amada. Se preguntaba si se habrían ido, si quizás ella ya estaría esperándolo, si se estaría preguntando donde estaba su esposo. Podría volver a su habitación y averiguarlo, pero era arriesgado. Debía al menos intentar en el último lugar.
Carla y Francisco seguían cortejándose uno al otro. Su baile comenzaba a asemejarse más y más a los suaves movimientos de una pareja encamada. La mirada de Carla mostraba deseo, sus ojitos relajados, sus labios entre abiertos, sus mejillas rojas. Francisco la miraba con seriedad, como un depredador jugando con su presa. Sus miradas se conectaban y no se soltaban, y como si se tratase de dos imanes, sus rostros se acercaban más y más. El inevitable momento estaba comenzando, sus labios se buscaban, se rozaban, a solo milímetros.
Carla cerró sus ojos, lista para recibir el que sería el más dulce beso que había sentido en su vida. Con los labios de Francisco recorriendo los suyos, era que se daba cuenta de lo enamorada que estaba, de lo mucho que ese hombre la atraía. Se fundieron en un beso largo y romántico. Solo hasta parar de besarse, volvieron a la realidad. Ella rio tímidamente, mientras él la miraba, estaba encantado con ella. “Esta noche te voy a hacer el amor”, recordó ella.
Eran ya las 11:30 pm Andrés llegaba al último lugar posible, con la esperanza de encontrar a su bella Carla. Al andar por todo el lugar y darse cuenta que no se encontraba ahí, un sentido de desesperación se apoderó de él. Se quedó inmóvil en la pista de baile, pensando sin lograr llegar a ninguna conclusión útil. Cuando volvió a la razón, decidió ir a su habitación, deseando con todo su corazón que su esposa lo esperara ahí. Exhausto, abrió la puerta, nervioso, solo para encontrar la habitación vacía, tal y como la había dejado. Ahora comprendía la situación tan preocupante en la que se encontraba. Lo único que le quedaba, era pedir ayuda.
Irónicamente, Carla también estaba desesperada, pero por razones muy distintas. No podía esperar más por qué Francisco cumpliera su promesa… su amenaza. Lo necesitaba, lo deseaba con locura. Sus ojos se llenaron de un brillo especial cuando él se acercó a su oído:
-¿Nos vamos ya? -le preguntó lentamente.
Ella asintió sin pensarlo siquiera. Ahora tomados de la mano, salieron del lugar. Carla se abrazaba del brazo de él, dejándose conducir por los que parecían eternos minutos, antes de llegar a la habitación 567. Eran ya las 10:30 pm una vez dentro, Francisco puso cómoda a Carla en su sofá, y se sentó al lado de ella con dos copas de vino. Ambos dieron un trago y las pusieron sobre la mesa de al lado. Se miraron por unos segundos:
-¿La pasaste bien? -le preguntó Francisco.
-Muchísimo, ¿y tú? -le respondió sin dejar de sonreír.
-La pasé increíble, me encantó bailar contigo -le dijo, acercándose a ella. Poco a poco, solo centímetros separaban sus labios, que se preparaban para tocarse en un delicioso beso- te quiero hacer mía- le dijo él antes de comenzar a besarla.
Francisco abrazó a la hermosa chica, la acercaba hacia ella, la hacía sentir envuelta, mientras la besaba. Ella disfrutaba como nunca, sintiéndose absorbida por sus brazos. Se abrazó de él por detrás de su cuello. Se sentía lista, lista para entregarse a ese hombre. Sentía como si estuviera destinada a él, desde el primer momento en que lo vio. Sin embargo, al abrir ligeramente sus ojos, notó un brillo… era el anillo de compromiso en su mano, que rodeaba el cuello de Francisco. Solo tras una fracción de segundo, cayó en cuenta de lo que pasaba, y sintió un helado golpe de realidad.
Carla dejó de besarlo, y se alejó de él. Pensó en Andrés, su esposo, al que amaba. No había nada en el mundo que deseara más que acostarse con Francisco… pero sabía que no podía hacerlo. No importaba cuan culpable fuera Andrés de todo lo que ocurría.
-N… no puedo… discúlpame -le dijo a Francisco, y se levantó del sofá. Él se quedó ahí, sin mencionar una sola palabra ni intentando ir tras ella. Una vez ella dejando la habitación, él se acercó a la mesa para dar un trago a su copa de vino.
Carla corría de vuelta a su habitación, con ansias de encontrar a su esposo. Se sentía culpable, y estaba dispuesta a arreglar las cosas una vez viéndolo. Sabía que una vez en sus brazos, se olvidaría de todo esto y podría volver a la normalidad. Al llegar, abrió la puerta, frenética… y con gran decepción, encontró la habitación vacía. Entró, cerrando tras de sí. Eran ya pasadas las 11 de la noche. ¿En dónde podría estar su esposo?
¿Habría tenido el descaro de irse a otro lugar, sin esperarla siquiera? No podía sentirse menos querida en aquel momento. Rindiéndose, se propuso a dormir, no sin antes deshacerse de ese vestido que tanto le recordaba todo lo que había estado pasando. Una vez desnuda, se colocó un camisón de seda blanca, similar a un babydoll, y bastante erótico como para ser una prenda de dormir, y se metió a la cama.
Seguía sin creerlo. A su esposo no le importaba en absoluto, su luna de miel estaba arruinada y… lo peor era que había dejado ir la oportunidad de una noche inolvidable. No sabía si sentirse culpable por haberse ido o por desearlo tanto en primer lugar. Pero… no si iba a sentir culpa, no tendría que ser por ambas cosas y… aun había tiempo. Se levantó de su cama, eran ya cerca de las 11:30. Volteó a ver a la mesa del cuarto, y vio su bolso. “Habitación 567” pensó, y recordó la llave que aún estaba en su poder… “Esta noche voy a hacerte el amor”.
Las mismas palabras recorrían su cabeza, sin parar, una y otra vez. Casi como hipnotizada, se puso de pie, se dirigió a su bolso, y tomó la llave. Se miró al espejo, viéndose a los ojos, luego al escote de su “pijama”. Su corazón latía más fuerte que nunca antes en toda su vida. Se arregló el cabello, y se fue a la puerta para salir.
Andrés corrió hacia la recepción del hotel, pensando que la última alternativa, por más dolorosa que fuera, era conocer dónde se hospedaba ese tal Francisco. Insistió al recepcionista, quien en principio se negaba a dar la información por razones de privacidad. Pero la desesperación del muchacho era tal, que terminó cediendo.
-Habitación 567, señor -le dijo en voz baja. Andrés agradeció, miró el reloj, era ya pasada la medianoche.
Andrés corrió por el pasillo hacia los elevadores, no podía esperar más a que llegaran, y se le ocurrió que tomar las escaleras sería más rápido y efectivo. Fue a ellas y comenzó lo que parecía un eterno ascenso hacia Carla. Sabía que todo esfuerzo valdría la pena con tal de estar con su esposa de nuevo, abrazarla, tenerla en sus brazos y no dejarla ir nunca.
Carla se encontraba en frente de la puerta, habitación 567. Estaba temblorosa, nerviosa, dudosa… pero no tenía que decidir rápido. Estaba en medio de un pasillo de hotel, casi desnuda, cubierta únicamente por su blusa blanca, que apenas cubría su trasero. Tomó finalmente su decisión, y abrió la habitación con la llave. Entró con cuidado, casi como esperando que Francisco estuviera dormido, y cerró la puerta tras de sí, sin siquiera fijarse si habría quedado bien cerrada…
Una vez dentro, y para su muy agradable sorpresa, encontró a Francisco sentado en su cama, recostado en una montaña de almohadas… completamente desnudo y solo cubierto por la cálida luz de la lámpara de mesa. Carla sonrió, y sin decir nada, levantó suavemente su “pijama”, hasta terminar desnuda frente al que sería su amante por aquella noche. Esperó unos segundos, y comenzó a caminar hacia él…
Continuará…