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El río. Una oportunidad para follar
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Era una plácida mañana que invitaba al paseo. Me dispuse a dar una vuelta hasta el polígono, con la intención de entretenerme disipando presiones en el pensamiento, y a la vez estirar las piernas, mi trabajo es sedentario, a pesar de ello no hago nada por moverme, desoyendo las recomendaciones que vienen por todos los lados de mover las piernas. Pues eso, comencé un paseo con buen humor y motivación relajante. En el trayecto me desvié hacia las riberas del río, parecía más bonito y sobre todo distraído.

Un paseo bucólico, pastoril y campestre aunque mis zapatos no eran los mas indicados para andar por esos vericuetos y desniveles, pero un día es un día, y siete una semana. Podría ser que la experiencia de una mañana amena y deportiva, ocasionará en mi cierta rutina, un nuevo rumbo con costumbres sanas. La variedad en otras caminatas sería cambiar la ruta.

Es un rio pequeño, de poco caudal en esta época del año. Es un rio al cual desde hace muchos años no intervienen sus orillas, no desbrozan, tampoco extraen las gravas. Poco a poco vuelve a ser un curso de agua pacifico, sosegado, sin celeridad, con continuos obstáculos naturales, que hacen posible el sonido único y relajante del agua.

En fin, desde la estrecha vereda iba disfrutando los paisajes, con su amplia tonalidad de verdes, desde el aguacate, hasta el esmeralda. Marchaba al paso de mirar escaparates en una gran avenida comercial, estaba disfrutando del paseo.

En un momento debí inclinar el peso del cuerpo hacia adelante, la senda iba empinándose, obligándome al esfuerzo en ese trecho. Al final de la cuesta aparece un perro, pastor alemán, me mira con ciertos ojos de preguntarse qué hacía yo por allí, en su territorio. Esta raza de perros siempre me recuerdan a mis héroes infantiles a Rin-tin-tin y el cabo Rusty, imaginé que la nobleza y su fama de afectuosos no iba a ponerse agresivo.

Remonte la loma, el buen perro enseñó los dientes gruñendo, no llegó a ladrar, me mosqueé un rato, parando, en perfecto estado de firmes, sin mover un solo músculo por lo que pudiera pasar. No había transcurrido nada de tiempo, segundos, cuando apareció la propietaria, a la cual en un principio no reconocí por mi estado de tensión.

– ¡Ehhh!, no tengas miedo, no hace nada es un cacho pan.

– Puede que sea sí –respondí- pero hay posibilidades que él no lo sepa, no hace nada más que mirarme el culo relamiéndose el morro con fruición.

– Ja, ja ,ja- soltó un inmensa risotada simpática.

En ese instante me di cuenta, una chica preciosa que tiene una cafetería en el pueblo, a la cual, no de manera constante, suelo acudir para tomar un cortadito con pincho de tortilla con cebolla, sí con cebolla, que le sale muy bien, casi sin cuajar, con un rico sabor. Me gusta esa textura, naturalmente creo que tiene algún añadido que no puedo identificar, es el secreto del éxito.

A pesar de llevar gafas, empecé a verla con nitidez según se acercaba con la correa del perro en la mano, paso decidido, seguro, con un contoneo natural y a la vez insinuador de naturalidad brutal.

– No sabes, Lola, que no puedes soltarlo en el campo, así a la pata de la llana, ¿y sí me ataca?

– Qué no hombre, qué no, sólo gruñe, pero no ataca, está bien enseñado – contestó Lola – tampoco pensé que podría, a estas horas, encontrar a gente por la trocha a semejante hora.

Acercándose pidió perdón con una amplia sonrisa y un movimiento sensual de ojos, estampó en la cara dos besos bien dados con cierta sonoridad afectuosa.

Llevaba una camiseta de tirantes azul oscuro, apretada a su cuerpo, falda vaquera corta sin ser exagerada. Tiene un cuerpo categórico, en posesión de grandes curvas. Sus tetas son grandes y armoniosas con su macizo y deslumbrante cuerpo. Piernas también proporcionadas, se las ve fuertes, no musculosas, esos muslos que están acolchaditos por la acumulación de primeros síntomas de adiposidad sugerente, cuando se está a mediados de los treinta. Es una chica maciza de curvas serenas, una morenaza de buen ver y mejor tocar, suponía. Lleva melena suelta hasta los hombros. Ojos negros profundos, pero con mucha vida, labios sensuales y carnosos, cuando los tiene cerrados, en el medio forma un pequeño agujerito sugestivo y sugerente. Es un labio natural propio, toda la familia, qué conozco, les llaman los morros por el pueblo. Dientes blancos y perfectos, que le permite una sonrisa atrayente con cierto toque sexual.

– ¿Dónde vas? -preguntó con cierta sonrisa encantadora.

– No lo tengo decidido -respondí- iré hasta el puente de mas adelante, cruzaré, volviendo al pueblo por la otra ribera.

– Te acompaño- contesto.

Seguimos caminando hablando de memeces, del tiempo, de la ley de terrazas municipal que tanto le atañen. Cosas simples. En mi mano llevaba una vara de avellano, con la que iba pegando a pedruscos del camino, en un juego intrascendente, por hacer algo. En estas que me dio por tirarla al aire, con la idea que el perro se lanzara a por él y ver su respuesta.

Así lo hice. No recuerdo ahora el nombre del chucho, un nombre corto, sonoro, digamos que algo así como Thor o parecido.

– Ándale, ándale Thor, ve por el palito.

El chucho se arrancó como un rayo en la distancia, saltó haciendo malabares en el aire, recogiendo la varita, trayéndomela. Lola, mirándome con sorpresa, movió la nariz intentando explicar su sorpresa

– Es la primera vez que le veo hacer eso con un extraño.

– Ya ves todos tenemos nuestros encantos ocultos.

Olvidé comentar que ella es alta, para ser chica, diría que un metro setenta y cinco. Muy alta de verdad. Se sintió ofendida, agachándose con decisión buscó otro palo. En el gesto natural y decidido olvidó adecuarse la falda, dejando a mi vista el regalo de dos cachetes morenos imponentes, torneados, respingones, curvas de perfección tal volutas de un capitel jónico. En medio de ellos, la parte visible, era poquísima, de su ropa interior.

Entendí que vestía un tanga pequeño, quizás de esos de hilo. El color era rojo puro, del cual solo distinguí a ver, la pequeña parte visible de la tela en la entrepierna. La visión y ponerse la polla tiesa como un fuste de mármol de Carrara. A partir de ese instante, el paseo no podía ser el mismo. Ella lo notó nada más darse la vuelta. No tiró el palo al aire, para que fuera recogido por el perro, simplemente fue apartado a un lado de las hierbas que marcaban el camino.

Ustedes sabrán del descaro, las salidas, y la búsqueda de la palabra rápida que tienen las camareras con un desparpajo increíble.

– ¿Que he enseñado?

Mi respuesta fue de expresión y no de palabra. Abrí los ojos hasta el límite, los labios como si estaría pronunciando la letra O, la mano derecha agitándola con esa expresión infantil de ¡Andanda!, ¡Andanda!

Estallando en una risotada inmensa, que me dieron ganas de comerla la boca, por su frescura y naturalidad, síntoma de vida feliz y franca. Sin dobleces. De enamorarse uno al instante con ese solo gesto.

– ¡Qué tonto eres! No has visto nada, te lo imaginas. Solo tengo uno, si tuviera dos te lo regalaba para tú entretenimiento.

La respuesta era atrevida, por un momento enmudecí, no tuve resorte para argumentar nada. Sólo una mueca de la boca, poner las manos y los brazos en ese lenguaje de mimos, otra vez será. Seguimos andando, pero un silencio flotaba en el aire, como si pasará un ángel o un demonio súcubo de malas intenciones.

-Perdóname un momento que no llego, necesito aliviarme, siempre me desayuno con una botella de litro de agua, y está haciendo su efecto. Retirándose a un lado del camino detrás de unas moreras frondosas.

– No vayas a mirar, te veo cara de sátiro y salido.

– Mujer, la postura no es lo más erótico que pueda inspirar, ahí en cuclillas con el tanga en las rodillas

– ¿Por qué sabes que llevó tanga?

– Pues te daré otro dato, es rojo y apostaría que es de hilo, o hilo dental que dicen las adolescentes, ¿O no?

– Claro -me respondió- cuando me agache, pero no pensé que la exposición fuese a ese nivel, confiaba en la visión de solo muslamen.

En eso, posiblemente, por la postura y el irregular terreno, perdió un poco el equilibrio dando un grito, el perro se lanzó en su auxilio, solamente provocando su caída por el pequeño terraplén, mientras gritaba de manera dolorida.

Acelere el paso para ir en su auxilio, viéndola abajo, con el tanga desplazado hasta los tobillos y ella en una postura abierta, sobre su espalda, y un poco descolocada.

– Te has hecho daño, Lola, ¿Estás bien?

Allí me mostró, sin querer, toda su intimidad. Una vulva gloriosa, equilibrada, estilosa. Perfecta. No tenía los labios menores fuera, solo los mayores abultados y cerrados. Tenía en su entrepierna un bosque bien cuidado de vellos negros, rizados, cortos y brillantes. Tengo la impresión que dedicaba tiempo a su ornamento y cuidado. Baje intentando no caer también, y ayude para su incorporación. Puesta el pie, tenía codos arañados, las rodillas y un muslo izquierdo. Bajó la falda con dignidad, pero su ropa interior seguía en los tobillos.

– No te podrás quejar del espectáculo y la visión. El panorama no te creas que lo ha visto todo el mundo.

No echamos a reír hasta la hilaridad y lágrimas asomando por los ojos.

– Déjame que te mire por si estas sangrando, e intenta si puedes caminar.

Se movió como las muñecas de Famosa, la ropa interior no daba más de sí. Mire sus hombros, brazos, codos, rodillas, muslos y en un gesto de caballero, pidiendo perdón, levante su faldita y mire sus nalgas que tenían cuatro arañazos sin importancia. Todo bien la dije. Me rogó que me diese la vuelta, así lo hice, se subió el tanga. Cuando terminó me giro agarrándome de hombro, mirándome fijo a los ojos, una mirada difícil de aguantar. No sabía que hacer ni decir, ante esa mirada que resultaba difícil descifrar.

En ese momento me agarró decididamente de ahí, sí dónde están pensado, la masculinidad física. comenzando una labor de frotamiento con ritmo diabólico. La picha se puso en guardia produciéndome hasta dolor, pensé por un momento que estallaría por la parte de los huevos. Ella se agachó, bajó mi cremallera de la bragueta y a duras penas, con muchas maniobras, logró liberarla de mis vaqueros. Estaba atónito, en silencio, incrédulo, mientras se introdujo el cipote en su sexual boca. Sólo la cabeza, que con esos jugosos labios estuvo atrás y adelante. Atrás y adelante. Atrás y adelante. No encontraba donde agarrarme, donde apoyarme para no perder la estabilidad, quería pensar en algo horrible, en algo doloroso. Sentía que estaba a punto de soltar un chorro que intuía portentoso.

Así que la agarré de la cabeza. Y al poco rato fue poniéndose en pie, ella empezó a frotar sus morros sensuales contra mis labios.

– ¿Qué, te gustas como sabes? – preguntó

– Naturalmente no llevarás ninguna goma en el bolso, ni en la cartera.

– Efectivamente has acertado, por el campo no suelo llevar, aunque conozco, por oídas, que en estos sitios abundan los conejos salvajes peludos.

Ella sonrió, yo también. Empezando un duelo desesperado con labios y lengua. Era ridículo a la vera de un camino, con una discreción que proporcionaba exiguamente la morera. El pene en todo su vigor y vistosidad, la polla para entendernos, ella abrazándome con sus torneados brazos. Yo que soy muy de tetas opté por liberarlas de un bonito sujetador de encaje. El tacto era cálido, mullido, agradable aumentando todavía mas mi excitación. Ella me ayudó, bajándose el sostén, y subiendo su camiseta. ¡Dios mío! Que pechos más bonitos y apetitosos, con unos pezones redondos a la perfección, oscuros erguidos y desafiantes. Los cuales estuve besando y chupando hasta que dijo basta, que me las vas a dejar lacias.

Baje mi mano derecha hasta su ingle, y con delicadeza y precisión acaricie el capuchón del clítoris. Arriba y abajo, Arriba y abajo. La otra mano la descansaba en sus nalgas respingonas, alternando con caricias en su esfínter. Notaba su dilatación, siendo agradecido. Percibí sus contracciones, y como mi mano se humedecía de sus flujos. Se había corrido con clase, sólo unos contenidos jaleos en mi oreja fue su aviso.

Me dio la vuelta y mi espalda situándose en el frente de su cuerpo. Con su mano derecha empezó a masajearme y sacudirme la polla. Con frecuencia improvisada, o bien cambiaba el ritmo, o bien paraba para mi desesperación. En un momento atinó a dar dos tandas con decisión, maestría y fuerza, mientras un dedo de su mano derecha era introducido en mi esfínter. En nada, en el mismo instante, solté un chorro con una fuerza de asustar de semen. Me recordó a esas faltas que tan magistralmente lanzaba Roberto Carlos, Por un momento temblaron las cachas. La chorra seguía goteando. Me di la vuelta, la miré, ella también a mi. En silencio, sobraban las palabras, el órgano agresivo fue tornando a su estado habitual. Ella se quitó del todo en tanga que restregó contra su hachazo y acto seguido me acercó el tanga.

– Toma, límpiate con mis bragas, son baratas, no son mis preferidas.

Hizo con ellas un rebullo, tirándolas debajo de unos arbustos.

El perro seguía sentado en espera, fiel, sumiso y sin decir ni Pamplona. Había sido espectador de lujo del polvo del año, tal como nosotros mismos reconocimos, eso sí, sin introducción.

Volvimos para el pueblo, sin decir ni pio, callados, mudos. La única comunicación eran las miradas disimuladas y la tierna sonrisa de complicidad. En cierto momento me acerqué a ella, la di un tierno besito en la mejilla. Tómalo como agradecimiento, como reconocimiento, algo de amigos. Ella estaba guapísima, el encenderse le sienta bien.

Al llegar a su establecimiento, ayudé a levantar la verja del establecimiento, preguntando si podía invitarla a un café. La cafetera estaba encendida, seria automática, delataba en pitorro rojo destellante.

– Tomaremos café sólo. Tengo que ir hasta al almacén a coger una botella, ahora no me apetece, y tú estás seco – seguida de una carcajada sensual y golosa.

En ese momento saqué de mi billetera dinero, tres billetes de cincuenta, creo, la miré a los ojos poniéndolos encima del mostrador.

– Mira Lola, no me juzgues mal. Espera que termine. Es para que compres en esa mercería de enfrente un conjunto de lencería sugerente roja. Un día me llamas y te la veo y doy opinión. Bueno es tú elección. Recuerda que en estos momentos no llevas bragas.

Apoyándome en el mostrador la atraje hacia mí, agarrándola de los hombros me acerqué propinando un beso de Hollywood con lengua. Girándome marché por donde había venido.

No volvimos, al día de la fecha, a tener otro contacto. Sigo entrando en su cafetería, cruzamos con complicidad las miradas con sonrisa picarona. Ella tiene ahora un novio formal, y el perro siempre está muy zalamero conmigo.

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