Teníamos hambre y queríamos cenar, pero no teníamos ganas de prepararnos algo. Decidimos pedir un delivery de pizza por la aplicación Rappi. Elegimos sabor, proveedor, cuatro cervezas artesanales para acompañar e hicimos el pedido.
En unos 45 minutos llegó el repartidor. Llamó por el intercomunicador y lo dejamos subir al departamento. Yo estaba en short y un polo, con sandalias. Mi esposa casi igual en short y un top de gym. Cuando el repartidor tocó el timbre fui a abrir la puerta. Era un negro venezolano (eso pensé), quizás de más de 1.90 m, delgado, pero obviamente con un físico cultivado. Entró, sacó la pizza de su caja repartidora. Fui a la habitación a buscar mi tarjeta de crédito para pagar. Me habré demorado un par de minutos a lo sumo.
En ese breve lapso de tiempo, mi esposa se le había acercado y estaban conversando. Al acercarme mi esposa se alejó unos pasos, pero mientras se retiraba me di cuenta la forma grotesca en que el repartidor le miraba el culo. Y percibí que el movimiento de mi esposa era algo más sensual que de costumbre. Eso me calentó casi inmediatamente. Me hice el tonto y le dije al repartidor que disculpe, que me había equivocado de tarjeta y volvería con la correcta.
Volví a la habitación y me demoré más, quizás unos 3 minutos. Cuando volví a la sala, mi esposa ya estaba conversando con risas con el repartidor. Era obvio que el primer contacto había fluido y se había escalado en la confianza. Llegué, le pregunté si era venezolano. Me dijo que no, que era colombiano. Eso me disparó. En ese momento mi esposa ya sabía que el tipo era colombiano. Y por eso se había calentado tan rápido, recordando nuestra aventura en Cartagena.
Le pregunté de que parte de Colombia y me dijo que de Cali. Tras un silencio embarazoso de unos segundos, me preguntó si podía usar el baño un momento. Cerca de la sala había uno para las visitas y le di el paso. Fue al baño y con descaro dejó la puerta abierta, se abrió el jean y orinó. Escuchamos todo el proceso con mi esposa, ambos ya muy calientes.
Ella me miró y yo asentí. Fue hacia el baño y le preguntó al repartidor si deseaba un pedazo de pizza. El volteó con la verga aún al aire y joder que era grande, muy grande, lo que uno espera en un negro. Ya no había que gastar más palabras y protocolos. Mi esposa se la cogió con la mano derecha y lo condujo hasta nuestra habitación.
Lo acostó en la cama y se puso a mamársela sin preámbulos ni palabras innecesarias. Yo me acomodé detrás de ella. Le fui sacando el short y la tanga. Mientras ella se deleitaba con la verga del negro, yo disfrutaba el coño húmedo y el culo palpitando de mi esposa. La verga del negro se puso tiesa y enorme en pocos segundos y mi esposa jadeaba de placer con ella en la boca. Supongo mi lengua entre su vagina y su culo algo ayudaban.
Mi esposa me dijo “Alonso, ven mira como la chupo”. Dejé de lamerla, me moví un poco y puse mi rostro a su lado, viendo como lamia, chupaba y relamía esa enorme verga negra. Me daban unas ganas infinitas de lamerla también, pero me pude contener. Luego mi esposa, recordando nuestro encuentro en Cartagena, me ordenó acuéstate. La obedecí. Rápidamente se puso en 69 sobre mí y el negro se acomodó sobre mi rostro para penetrarla.
En ese momento no resistí más y mientras él la embestía comencé a lamerle las bolas, ella llegó intensamente y sus flujos cayeron sobre mis labios. El negro siguió dándole y pude ver cómo le untaba el culo con saliva, y de pronto su verga fue al culo de mi mujer. Estaba tan caliente que empezó a entrar sin problemas, eso sí, poco a poco, pero sin pausas, hasta que la tenía completamente enculada.
Mi esposa estaba a morir de placer, gemía y tuvo un par de orgasmos terribles. El negro le dijo “puta, tu marido me va a tener que limpiar la mierda que me estas dejando”. Ella sólo respondía “si, si, lo hará”.
El negro insistió “puta que va a hacer tu marido” y ella finalmente respondió “limpiarte la mierda que te estoy dejando”. Eso puso a mil a mi mujer que volvió a llegar y el negro con ella. Luego el negro le sacó la verga del culo y si, estaba sucia, de semen y mierda. Sin decir nada, la metió a mi boca.
Sentí el sabor de mierda y de semen y comencé a lamer hasta que la verga quedó limpia. Mi esposa miraba gimiendo suavemente y temblando. Luego, al concluir, me besó intensamente. Mis labios, con el sabor de su mierda y el semen del negro que se la había, cogido le trasladaron el sabor a puta sucia que es.
Le pagué al repartidor, con una buena propina. Nos acostamos con mi esposa. No cenamos. Estábamos exhaustos ambos.