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El regalo: Un antes y un después (Vigésima sexta parte)
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Tiempo de lectura: 27 minutos

—Señora Silvia ya está listo su té y la taza de café para el señor. ¿Se lo alcanzo ya? —No dolores, muchas gracias. Le respondí.

—Deja qué se lo llevo yo. Amanda me avisó que se demora un poco pero de Magdalena aún no sé qué le ocurrió. ¡Espero que don Hugo no se dé cuenta! Mejor voy a hablar con él. ¿Podrías rociar las flores, mientras tanto? —Y la señora Dolores como siempre, muy humilde me sonrió, para devolverse luego al interior de su cocina y yo, iba tras de ella por esa taza de té y claro, el café también.

Y bandeja en mano, abusivamente me introduje a su oficina, sin golpear.

—Buenos días don Hugo, aquí tiene su café. ¿Cómo se encuentra hoy? —Lo saludé con normalidad en la voz, y un súbito temblor en mi interior.

—Buenos días Silvia, yo estoy bien. ¡Gracias por el café! ¿Y tú? ¿Ya te encuentras mejor? —Me saludó tan común y corriente, como si entre los dos no hubiera sucedido nada fuera de lo normal.

—Ayer me pasé la mañana sumamente preocupado, pensando en ti. Espero que puedas superar la situación con él. —Me habló bajando un poco la voz, previendo que alguien fuera de la oficina nos escuchara, más yo sabía que estábamos, prácticamente solos.

—¡Ayer se lo confesé todo! —Le contesté.

Ni supe bien porque a él se lo tenía que decir. Tal vez lo hice para ir abriendo un camino a las disculpas que sentía yo que le debía, por mi mutismo, tan abstraída en mis pensamientos, al salir del hotel y al comportamiento huidizo, cuando llegamos a Madrid. De paso sentándome en la silla de la izquierda, al frente de su escritorio y sosteniendo la taza de té con las dos manos y mi jefe en frente mío, con sus ojos grises analizando seguramente, mi relajada postura, buscando en mi expresión, la fisura que le permitiera acercarse de nuevo a su ángel salvador. ¡Con sus segundas intenciones!

—Magdalena llega hasta la tarde, ayer solicitó permiso para adelantarse una revisión ginecológica. —Me comentó, disipando mi preocupación–. Por lo tanto podremos hablar de lo sucedido en Turín, con tranquilidad. ¿Y cómo se lo tomó tu esposo?

—La verdad que es la hora y no lo sé. —Le respondí con sinceridad. —Rodrigo la noche anterior se mantuvo distante y alejado de mí. De nuestros hijos no. Creo que está sopesando… ¡Evaluando mi comportamiento en esa ciudad! —Le terminé por comentar.

Y bebiendo un buen sorbo a su café, se puso en pie dando el rodeo acostumbrado a su escritorio para llegar a sentarse en una esquina del cómodo sofá de piel. Por lo tanto, me vi en la imperiosa necesidad de girarme en la silla y con femenina discreción crucé una pierna sobre la otra, estirando lo que pude el largo de mi falda entallada y que gracias a su abertura trasera, me facilitó aquel movimiento.

—Ayer hizo demasiado calor y por lo visto hoy no será diferente. —Dijo de improviso, dirigiendo el gris de sus ojos hacia el exterior y liberando de presión un poco su garganta, ampliando en algunos centímetros el nudo de la corbata.

Y sí, giré mi cabeza hacia el ventanal y fuera pude observar por el diáfano cristal, el azul cielo matinal sobre la ciudad. De pronto me sentí absurdamente vestida con aquel blazer de crepé negro que al mirarme más temprano frente al espejo del tocador, sabía yo muy bien que realzaba mi silueta, pero que más tarde con seguridad me iba a acalorar. Aún lo portaba encima cerrado por el único botón, más aun no sentía elevarse mi temperatura corporal.

—Silvia, –musitó reclamando mi atención– debo pedirte disculpas por mi intromisión. Entiendo que con mi actitud soberbia, puse en peligro tu estabilidad matrimonial. Y lo siento mucho, pues comprendo lo importante que era para ti mantener tu imagen de esposa fiel para él. —¿Fue eso una disculpa?

Ese había sido un comentario que no me gusto para nada. ¿Estaba poniendo en duda la estampa de mujer casada y leal? Por lo tanto, colocándome en pie, caminé hasta la puerta de la oficina y bajo el marco de aluminio, eché una mirada para confirmar que Amanda no hubiera llegado y que la señora Dolores no estuviera por allí cerca y pudiera escuchar nuestra conversación.

Regresé mis pasos pero no busqué apoyo en la silla que permanecía inanimada en diagonal hacia mi jefe, tal cual la abandoné. Y ese mueble sé quedó esperando por mí, pues decidí sentarme junto a él, de medio lado. Y me acerqué lentamente hasta rozar su muslo con mis rodillas, don Hugo me miró con algo de sorpresa en su rostro y nerviosismo reflejado en el leve movimiento de la taza que se balanceaba soportada entre sus dedos. Mi cara fue acortando distancias, yo en calma y en él, acelerándose su respiración. Abrí un poco mis labios sin dejar la conexión en nuestras miradas, y muy cerca de los suyos, a milímetros nada más de su cumplir su deseo, esquivé los labios ágilmente para muy cerca de su oreja, pronunciar con la voz más sexy que pude, las siguientes palabras…

—Mi imagen sigue intacta, Hugo. La distinta soy yo. Fue una oportunidad para poder brindarle a mi esposo, la posibilidad de hacer realidad una fantasía, que tenemos en común. —Y me aparté de aquella cercanía, echándome hacia atrás hasta la otra esquina del sofá.

—También debo disculparme por mi comportamiento durante nuestro regreso. Usted realmente no logró conmigo nada, aunque con su obligada presencia, culpable si fue un poco, y por eso me enfadé. ¡Lo lamento! —Y mi jefe cambio de posición, ladeando un poco el tronco hacia mí para hablarme.

—Vaya, y yo que pensaba que fantaseabas conmigo, Silvia. Pero veo que me equivoqué contigo. Sigues amándolo y yo no represento nada para ti.

Lo vi como agachaba su cabeza, tomándose de la nuca con la mano derecha y naufragando de nuevo en aquel mar de tristeza, tiempo atrás. ¡Y me apené por él! Ese hombre de allí, sentado justo a mi lado, necesitaba ganar confianza en sí mismo. Recuperarse del golpe de una vez por todas y dejarme en paz.

—Si lo es… Sí qué lo eres Hugo, –y posé mi mano izquierda a la altura de su rodilla– un hombre especial, atento, cariñoso y que admiro mucho. Pero Hugo, entiende qué lo nuestro, lo que deseas vivir conmigo no puede ser. ¡Somos ambiciones prohibidas! Eres aquí para mí el faro, un guía del cual pretendo aprender, pero fuera de estas cuatro paredes, podríamos si quieres, ser los mejores amigos; la verdad, el único que yo tendría en esta ciudad. Pero Hugo, tu prioridad ahora no puedo ser yo, ni debo serlo.

—Necesitas apoyarte en alguien más cercano, como en tu esposa principalmente. Y aparte de ella, yo estaré aquí para ti, cuando más lo necesites. Pero Hugo, si mi presencia es el muro que no logras escalar para llegar de nuevo a los brazos de tu esposa y yo, me convierto en la causa de un mayor deterioro en tu matrimonio, tendremos que dejarlo y volver a ser tan solo, tu mi jefe y yo, únicamente la fiel secretaria. —Y Hugo en ese instante se apropió de mis dos manos, –la taza en el medio aún sostenida pero ladeándose– llevándolas con suavidad hasta su boca para besarlas con mucha ternura.

—Tú esposa… –proseguí– A ella recupérala Hugo. ¡Inténtalo de verdad! Con ganas, para que vuelva a ser solo tuya y sigas tú, amándola con locura y realizando con ella mucho más de lo que deseas hacer conmigo. —Él soltó mis manos para recuperar de la esquina de su escritorio, la taza de café y yo, aproveché para liberar el único botón de mi blazer y retirándolo brazo tras brazo con cuidado, lo coloqué en transversal sobre mis piernas, alisando bien sobre las muñecas, las mangas de mi blusa de lino blanco.

—Lo hemos intentado, créeme. —Y sin apartar esa vez la mirada de mí rostro, aprecié que sus ojos melancólicos, cobraban vida, obteniendo brillo y algo de luz. —Martha también ha puesto lo suyo, lo intenta. Ha cambiado, asumiendo su egoísta error y dispuesta a seguir las indicaciones de nuestra terapeuta. El problema no es ella en sí, soy yo, qué llegado el momento de hacerlo con mi mujer, empiezo bien los preliminares creo, pero sencillamente no puedo avanzar más pues al final me invaden las imágenes que me alejan de ella, matando mis intenciones.

—¡Debes dejar de pensar en el pasado! —Lo interrumpí, creyendo que aún aquel video, cuadro a cuadro y en alta definición, Hugo lo repetía sin cesar en su mente.

—Lo sé, pero no es lo que piensas. –Me respondió con rapidez–. Ya no son ellos el problema, ni verla en el video con uno de sus amantes o imaginándola teniendo sexo con aquel otro, sin tener certeza de donde ni cuantas veces la hizo llegar. Ahora el problema eres tú, Silvia. Que tan hermosa y desnuda, acariciándote para tu esposo, no te apartas de mi mente y yo… ¡Yo solo quiero estar contigo Silvia! Me masturbo en el baño bajo la ducha, o cuando en la madrugada Martha duerme profundamente y lo hago despacio para no despertarla. Mi ángel hermoso yo solo pienso… Yo solo deseo… ¡Silvia, quiero que me dejes hacerte el amor! Aunque sea solo una noche. ¡Por favor mi ángel, déjame amarte! —Y los colores se me subieron en aquel momento al rostro, me ericé por completo con aquella propuesta, tanto que mis pezones se endurecieron, tensando la tela blanca de mi camisa y creo que hasta Hugo lo notó, pues el gris de sus ojos terminaron enfocándose en mi pecho.

—Hugo, por favor. ¡Qué se te van los ojos y se te desgastan! —Le dije de manera graciosa, como quitándole hierro al asunto.

—Lo siento, no es mi culpa. Es la tuya Silvia, por tener tus encantadores senos por delante. ¡Yo solo admiraba tu corazón! —Me respondió igualmente lisonjero.

—¡Upaaa! Mirá ve, que tan galante y romántico me ha salido este guapo español. ¡Jajaja! Te has anotado otro punto. —Se me salió hablarle así, usando mi refundido acento valluno y nos reímos los dos.

Sí, claro que lo sabía, lo intuía y hasta lo comprendía, pero… Que un hombre te diga con tanta emoción y decisión esas palabras y en tu cara, esa declaración de deseo por tenerte, emociona a cualquier mujer y por supuesto que nos eleva el ego. Sin embargo, di un largo y ultimo sorbo a mi té con rapidez, para mantener así la distancia y prudente compostura. Pero para qué negarlo… ¡Por supuesto que me perturbó!

—¿Y de la terapia qué? ¿Por qué no hablas en las sesiones de tu fijación? ¡Sin nombrarme por favor! De pronto hallen una solución para tu problema, sin que tú y yo debamos llegar a tener sexo para que logres superar tus aprensiones. —Le respondí mientras al fondo de la oficina, se escuchaba el apurado taconeo con seguridad de mi retrasada compañera.

—La terapeuta persiste en que debo confrontar mis temores poco a poco con Martha y luego subir la intensidad con algo de mayor emoción. Pero no me surge, no me excito aún lo suficiente con mi esposa, porque a quien realmente deseo hacer sentir, es a ti. La solución a mi problema Silvia, eres solo tú, mi ángel. —Insistió en su hipótesis no confirmada. Y parada bajo la puerta entre abierta de la oficina de nuestro jefe, mi compañera hizo su aparición.

—¡Disculpen la demora! Don Hugo lo lamento mucho, pero hubo un accidente y el transito se puso fatal. —Era Amanda, quien con su rostro pleno de un apenado rubor, pedía sentidas disculpas por su tardanza.

—Tranquila Amanda, despreocúpese. Por lo pronto si me hace el favor de tomar la carpeta amarilla que revisamos ayer y la llevas a la dirección general. Magdalena solo puede llegar hasta después de almuerzo. —Le dijo con una gran amabilidad, Hugo a mi compañera y ella de inmediato le hizo caso, dándome un beso en la mejilla y un abrazo antes de salir de nuevo de la oficina.

—Bueno Hugo, creo que hasta aquí nos trajo el rio. Después seguimos conversando, pero ya es justo para mí, empezar la jornada que he tenido mucho receso. ¡Jajaja! —Y cuando me disponía a ponerme en pie, Hugo me detuvo la intención colocando su mano sobre mi muslo descubierto ya de la tela de mi blazer.

—Silvia, solo dime porque con esa mujer sí y conmigo no. —Me preguntó con seriedad.

—Es diferente Hugo. Le respondí. —Se dieron muchas circunstancias y algunas íntimas confidencias mientras recorríamos la ciudad. El ambiente de la discoteca, la novedad en la noche, no sé cómo ocurrió todo tan rápido, pero sucedió. Y Antonella me hizo sentir extrañamente deseada, anhelada por una preciosa mujer.

—¿Y acaso yo no? ¿Tan mal lo hago? —Y retirándole con suavidad su mano de mi pierna, me puse ya en pie y desde mi altura, serena le respondí…

—Obviamente que si Hugo, pero como te digo. Es diferente porque ella es una mujer y Antonella no tiene entre sus piernas, lo que tú me quieres meter. ¡Y para nada lo haces mal! Jajaja. Pero hazlo mejor continuamente con tu mujer y otra cosa más Hugo… No lo hago contigo porque tú tienes un camino hecho para reconstruir, por el contrario Antonella es una joven que tiene el mundo apenas por recorrer y a pesar de su juventud, con ella yo aprendí y algo más le quiero enseñar yo. —Y sonriéndole, lo dejé allí sentado en su sofá pensativo y yo, con mis ganas de trabajar y beber otra taza de café para despejarme y comenzar el trabajo que tenía tan retrasado.

—Y ajá nene, entonces lo que hicimos, ¿fue por equivocados? Jajaja, pero que peliculón el que se formó. Bueno, si lo miramos desde otra perspectiva, ella también lo hizo con su asistente pensando que estabas destrozado por creer que ella estaba culeando con su jefe. ¡Unas por otras! —Y Paola me pasó el encendedor para poder yo acompañar mi café con un cigarrillo.

—Si Pao. ¡Qué hijueputa cagada! Y ahora me siento más traidor que ella, pues para mi esposa, el que ella se haya acostado con su italiana, no fue una infidelidad en sí, sino el primer paso que dio para darme a mí, la sorpresa de hacer realidad mi fantasía de hacer un trio. ¡Los dos con otra mujer! —Fumé bastante de una sola aspirada y bebí las ultimas gotas azucaradas que permanecían tibias en el fondo del aquel vaso desechable.

—¡Eres un afortunado Rocky! La tienes a ella y me tuviste a mí. Y no te sientas mal por lo que vivimos. Yo lo quería, lo ansiaba y sé que tú también. Además tú sigues amando a tu esposa y yo no voy a hacerle una zancadilla a tu relación. Por el contrario mi «rolito» precioso, estaré ahí para ayudarles a volver más grande su amor, cuando gusten. ¡Jajaja! Qué bien por ella, que no se rindió ante su jefe y prefirió hacerlo con una mujer. ¡Tengo muchas ganas de conocerla Rocky! Tienes que invitarnos a rumbear un día de estos. Yo voy con Carlos y tú con tu mujer. —Se expresó bastante emocionada, mi rubia barranquillera y dejó en el aire una propuesta interesante. Paola y su novio, y yo… ¿Con las dos?

—Sí podría ser Pao, se lo debo. Conocí un sitio muy bacano con música latina donde podríamos pasarlo bueno, solo que ando escaso de monedas. —Le respondí encogiéndome de hombros y mostrándole a Paola, la tela crema de los bolsillos de mi pantalón vueltos al revés. ¡Vacíos!

—Por eso no te preocupes, te puedo adelantar la comisión de la venta. Ese negocio que te quité sin querer, es todo tuyo mi «rolito» hermoso. Pero que quede entre los dos y además «Cachaquito» loco, me tienes que sacar a bailar porque mi novio apenas si sabe mover los pies para caminar. ¡Jajaja! —Y se lo agradecí con un abrazo y sí, sellando nuestra sincera amistad con un beso leve sobre sus nacarados labios, apartados de las miradas indiscretas, a un costado del parking.

Sobre las diez de la mañana, Silvia me llamó para saber cómo estaba. Pero no me hallaba aún en paz con ella, –peor aún– ni conmigo mismo. Remordían mi conciencia las imágenes del fin de semana con Paola. La intensidad de nuestros besos, el protagonismo de la cabellera rubia ondulante, evitando con sus abundantes hilos dorados, el poder verla succionando y lamiendo la extensión de mi ardiente verga. De vez en cuando pude observar en su frente, las arregladas cejas y la curvatura de sus pestañas; todo mi sexo acogido por el calor de su boca y Paola, muy aplicada en su labor.

Mi entrega hacia aquella rubia que se extendía sobre la amplia cama, dispuesta y brillante la piel por el sudor en el canalillo formado en medio de aquel par de senos con forma de campana. Sonorizada la película por la voz de Nana Mouskouri, como si aplaudiera con ella nuestra apasionada actuación, haciendo las veces de fiel espectadora con «El Concierto de Aranjuez», emitida por el altavoz de mi teléfono móvil, sobre la mesita de noche.

Yo de coprotagonista, resignado a la fuerza de la atracción, tan solo cerraba mis ojos y la imaginaba, no a mi bella amante, sino a mi esposa realizando la misma escena, haciendo gozar con la boca llena, y después desatando su pasión en aquella habitación, con sus pornográficos lamentos y gemidos entrecortados, tan abierta de piernas y gozada, finiquitando el asedio de su adorado jefecito.

Guardé la desolación que me afligía donde mejor pude en mi interior y saqué de algún imaginario baúl, mi refundida integridad y le hablé con la mayor de las normalidades, diciéndole que me encontraba bien y preguntándole por su mañana. — « ¡Contenta y tranquila! » –, me respondió. Aclarándome que la felicidad era por haber encarado nuevamente a su jefe con decisión y tranquila porque había hablado con su asistente y que aquel corazón italiano, no se había quedado roto sino esperanzado en un pronto reencuentro.

Después del almuerzo me correspondió marcar a su móvil. ¡Cómo siempre y cómo antes! — « ¡Estaba fumando! » –. Me respondió, y que tan solo la acompañaba su compañera Amanda, preocupada por la otra que no aún no regresaba a la oficina. Silvia se encargaría esa tarde de recoger a mis hijos y yo entretanto, haría la compra en el supermercado para los próximos días, no mucho, pues debía medirme en los gastos, sin embargo estaba yo antojado de pancakes, bañados en miel y chocolate derretido.

El jueves acompañé hasta la parada a mis dos pequeños terremotos y luego otra jornada de cacería en el concesionario. Todo tan normal, a pesar de que entre Silvia y yo, aún existía una pared de concreto que nos distanciaba. ¡Mi culpa y su posible venganza! Ella en nuestra habitación durmiendo y yo en la de invitados. Pesadilla mía, de la cual no despertaba.

Sin terminar aún mi mentolado, Rodrigo me llamó al móvil. — ¿Ya almorzaste? –. Me preguntó. Pero su en voz persistía aquel tono tan distante, vacío de emoción de escuchar la mía. Como si muy dentro de su pecho se agitara aún las aguas teñidas de mi confesión.

Apartados seguíamos durmiendo y tan pronto se dormían los niños, se acababan las palabras entre los dos. Él, a fumarse el último de la noche en la soledad de aquel balcón y yo, alisar con la palma de mi mano necesitada del calor de su cuerpo, el costado de la cama donde antes dormía con él, en nuestra olvidada habitación.

No pensé que mi desliz con Antonella fuera a causar aquel alejamiento por parte de Rodrigo. Al contrario, creí que al contárselo se excitaría, –como aconteció– y que al reconocerle que su tormento estuvo en mi habitación pero que no había pasado nada, mi marido confiaría en mí de nuevo y haríamos el amor. ¡Pero por lo visto no fue así! Dudaba de mis palabras, de mi historia y de lo que pudo ver en mi cuerpo cuando relataba como Antonella con sus apetitos aun no saciados, me lo acariciaba inmersa en sus delirios.

—¡Buenas tardes muchachas! Silvia tesoro, que alegría verte de mejor semblante. —Nos saludó con su acostumbrada efusividad Magdalena.

—¡Hola mujer! ¿Qué tal te fue? ¿Hay peligro de que sobrevivas? —Le respondí también alegre por verla de nuevo.

—Jajaja, Vamos mujer. Ya sabes que hierba mala nunca muere. Estoy mejor que nunca. La doctora me dijo que parecía de quince. ¿Cómo les parece? —Nos respondió mientras que Amanda la abrazaba demostrándole su amistad.

—Y eso que mañana ya casi pisas los cuarenta. —Le dijo entre risas, Amanda a Magdalena.

—Es verdad ¡Por Dios! Se me había olvidado tu cumpleaños. Eso lo tendremos que festejar por lo alto, preciosas. —Les expresé, pensando en ese instante que sería una buena oportunidad para salir por ahí en parejas. Magda y su esposo, Amanda y… En fin. Y por supuesto yo, en compañía de mi esposo. Una ocasión que no podría desaprovechar.

Y así se los hice saber, acordando que después de la salida, iríamos a nuestros hogares para vestirnos para la ocasión. Amanda, espontanea e inocente como siempre, propuso ir a bailar en un lugar que ella conocía y que con seguridad nos iba a encantar. Y salió nuestro jefe de su oficina para averiguar que sucedía y un poco asustadas por su posible mala reacción, me anticipé para comentarle acerca del próximo natalicio de nuestra compañera y al contrario de lo que todas esperábamos, Hugo sonriente la abrazó y le prometió llevarla al siguiente día a almorzar. Luego se despidió de todas, recordándome que debía cumplir con una cita y no regresaría a la oficina hasta el jueves.

Por la noche le comenté a Rodrigo durante la cena, del compromiso con mis compañeras y que deseaba que me acompañara. No puso buena cara en verdad, pero consintió en acompañarnos. Después la acostumbrada rutina, mi esposo a dormir solo en la habitación de invitados y yo en la amplia cama de nuestra alcoba matrimonial.

—¡Anda nene! ¿Y este relajo a que se debe? —Me preguntó después de llegar de su almuerzo Paola, intrigada por los aplausos que provenían del otro costado en la sala de ventas.

—Ummm, si mal no estoy, es porque Federico acaba de realizar el negocio de su vida, en el que estaba trabajando. Un negocio grande. ¡Bien por él! —Le comenté a mi rubia barranquillera.

Y de inmediato el «superstar» de las ventas, sacando pecho como gallo de pelea, se aproximó a mi escritorio y allí de pie nos invitó a celebrarlo por la noche, acariciando los hombros de Paola y desde la altura de sus ojos, fue perdiendo su lasciva mirada en el escote que le permitía vislumbrar un poco los senos que yo había acariciado y besado, invadiéndome ese sentimiento de celos por Paola, nuevamente.

—Me alegra mucho por usted, pero yo por mi parte no puedo. Ya tengo un compromiso con mi esposa y un aburrido cumpleaños de una de sus compañeras de oficina. Lo siento compañero. —Le dije bastante calmado, declinando su oferta.

—¡Vamos Cárdenas! Comprendo que ahora estés mordiéndote los codos de la envidia, pero quiero que nos acompañes a celebrar esta noche. Quiero ver como esta preciosura me enseña cómo es que mueve esas caderas y sí es capaz de seguirme el paso. —Me respondió muy ufano y me sentí atacado por su egocéntrica propuesta.

—Anda nene, no seas malito y vamos a rumbear esta noche. Al menos un ratico. ¿Sí? Por favor, por favor. —Y no tuve más opción que rendirme a esa mirada esmeralda y a su puchero de niña mimada.

A solas, recostado contra la puerta de mi coche, mientras fumaba el cigarrillo acostumbrado a la hora de salida, llamé a Silvia para informarle de la nueva situación. No le hizo gracia como lo supuse y enojada me dijo que le daba igual y que hiciera lo que yo quisiera y cortó súbitamente la llamada. ¡Más leña al fuego! Pensé aquella oscurecida tarde.

Paola se fue en el auto de Federico con otros compañeros y yo con tres en el mío, los seguí hasta una reconocida ubicación. La discoteca donde me divertí junto a Martha y Almudena. La cita que concluyó con la intempestiva desaparición de Eva, la andaluza tabernera.

Recién llegamos, aún el ambiente estaba suave y en relativa calma. Era temprano, así que logramos ubicarnos en dos mesas al fondo del local. Paola junto al petulante de Federico, dos compañeras más del departamento administrativo, e Ignacio el otro comercial y yo en la otra junto a dos asesoras de ventas y el muchacho encargado de la mensajería.

Poco a poco el licor nos fue distendiendo y Paola tan solicitada para bailar, iba y venía pero eso sí, sin dejar de conectarnos en furtivas miradas. Yo también de manera galante invitaba a las compañeras a bailar. Música latina mezclada con rock en español y electrónica. Todo iba muy bien hasta que pasado un rato el dj, colocó aquella canción que me recordaba tantas otras fiestas en compañía de mi esposa; miré la hora con la intención de bailar la última y llamarla para ir al dichoso cumpleaños. 9:20 P.M. Y de fondo ya escuchaba…

…«Chorando se foi quem um dia só me fez chorar

Chorando se foi quem um dia só me fez chorar

Chorando estará ao lembrar de um amor

Que um dia não soube cuidar

Chorando estará ao lembrar de um amor

Que um dia não soube cuidar

A recordação vai estar com ele aonde for

A recordação vai estar pra sempre aonde for

Dança sol e mar, guardarei no olhar

O amor faz perder e encontrar

Lambando estarei ao lembrar que esse amor

Por um dia, um instante foi rei».

Pero no era con Silvia con quien estuve en ese presente, fue con mi preciosa rubia barranquillera con quien sin hablarnos, –apenas la mirada– salimos juntos a nuestro encuentro y luego en la pista de baile bastante concurrida, danzamos con bastantes ganas aquella lambada. Sus ojos verdes iluminados por la variedad de luces parpadeantes y dilatadas las pupilas por el alcohol; mis manos acariciando su cintura, y luego bajándolas con atrevimiento, se mecían mis diez dedos al ritmo brasilero aferrados al comienzo de sus nalgas, sobre aquel redondito melocotón que recordaba haberlo mordido con tanta pasión.

Hasta que una mano que surgió de no sé dónde, jaló del brazo con fuerza a Paola. Era su novio Carlos, que se apareció de improviso en aquella discoteca, fulminándola con la mirada y de un tajo, cortando nuestro íntimo baile. Paola sorprendida al verlo le sonrió e intentó darle un beso por desagravio, pero él celoso novio la gritó, tratándola como a una cualquiera y se la llevó casi hasta la puerta de salida. Me enfurecí por la manera de tratarla pero me contuve pues era una discusión entre enamorados, y unos instantes dudé, observando como evolucionaba la situación, hasta que finalmente los perdí de vista al cruzar ellos la puerta, con Carlos empujándola por la espalda, apremiándola a salir.

Y allí fue cuando decidido a actuar, fui tras de los dos. En la acera, donde había bastantes personas fumando cigarrillos y sus porros, en medio de un grupito, mi rubia gesticulaba, gritaba y agitaba sus brazos tratando de escapar. Una mano grande aplastó la tersa mejilla izquierda de Paola, provocando que mi hermosa tentación, tambaleara hasta tropezar de espaldas, contra una joven que bebía su cerveza fuera del local. Me le fui encima como un toro de lidia, embistiéndolo con fuerza. Ya tendido en el suelo un primer golpe le asesté en la nariz y luego dos más en los pómulos, hasta que los guardias de seguridad me separaron de él.

Miré a Paola que de rodillas en el suelo, acariciaba el ardor de su piel y me miraba… ¿Con amor? ¡Y a su novio con total desprecio! Me zafé como pude y la tomé entre mis brazos, mientras el ensangrentado novio, huía sin dejar de sentenciar a los gritos que se vengaría de mí. Y ya bajo mi amparo, Paola me besó.

—¿Y por qué esa mala cara Silvia? —Me preguntó Amanda, luego de colgar la llamada de Rodrigo, mientras terminaba de maquillarme para salir.

—Rodrigo, que no nos acompañará. Tiene una salida con sus compañeros y me dijo que era inevitable. Pero descuida, lo pasaremos bien. Es tu día y nadie nos lo va a amargar. —Le expresé a Magdalena quien terminaba de fregarse las manos.

—¡Qué bueno tesoro! Entonces vamos a arreglarnos para lucirnos en la discoteca y nos encontramos en la entrada. Mira Silvia, esta es la dirección. Allí nos vemos luego y por parejo no te preocupes querida. —Me respondió, con esa sonrisa de malvada bruja en los cuentos de hadas.

—No voy a ir en plan de conquista querida. —Le respondí tajante.

—Ahhh, pero por supuesto mujer. Tu pareja ya está acordada ¡Jajaja! —Y me dejó allí de pie en el baño de mujeres, saliendo Magdalena presurosa entre carcajadas.

A la primera que me encontré en la entrada fue a Magdalena y su esposo, con quienes nos saludamos muy cordiales. Luego llegó Amanda, sola como para variar y detrás de ella, sonriente venia caminando un poco apurado… ¿Nuestro jefe? ¡Mierda! Acaso él era… ¿Mi pareja?

Después de mi sorpresa llegaron los abrazos y el saludo alegre de Hugo para mí. Sin acercarnos a la entrada, ya dentro con tanta gente, se me aproximó. Tan lleno estaba el lugar que aconsejé irnos a otro lugar, aunque dicho sea de paso, la música de mi tierra me apremiaba por permanecer y bailar. Como pudimos llegamos hasta la barra y Magdalena como siempre, teatralizando un leve malestar consiguió que dos jóvenes le cedieran sus lugares. Dos sillas y nosotros éramos cinco. Pero algo es algo y peor era nada. Hugo a mi espalda rozándome levemente por la cintura. Amanda y Magdalena colocaron nuestros bolsos en una de las sillas. Yo cauta, tomé mi teléfono y la cajetilla de cigarrillos mentolados.

—Amanda, mientras nos atienden… ¿Será que me acompañas fuera a calmar mis ganas de tabaco? —Presioné a mi amiga para tomar prudente distancia de los inadecuados roces de Hugo por detrás. —Una cerveza bien fría para mí por favor–. Les solicité, antes de que a empellones, pudiera retirarme a la salida de aquella discoteca, mientras recordaba haber bailado con mi esposo varias veces la canción que alborotaba en ese instante a los asistentes.

Una pareja de novios discutiendo, me hicieron retirar un poco más alla de la entrada por precaución, y con Amanda por compañía me encendí mi mentolado. Amanda no perdía detalle del agarrón entre esos dos, un joven alto y delgado, la mujer hermosa, joven y de larga cabellera rubia, quien acalorada, algo que no pude escuchar le gritaba a su pareja. ¡Malditos celos! Pensé yo que era la razón de aquella disputa. Una calada para matar el nerviosismo por mi inesperado encuentro festivo con Hugo y al expulsar el humo por mi nariz con femenina delicadeza, sentí la presión en mi mano libre por parte de mi compañera.

—Espera… ¿Ese no es tu esposo? —Me preguntó y dirigiendo mis ojos hacia el lugar indicado por Amanda, me quede estupefacta.

¡Claro que era él! Que coincidencia. Mi esposo, mi jefe y yo en un mismo lugar y empecé a tiritar y a pensar en cómo escaparme de aquella discoteca sin ser descubierta por mi marido. Pero vi como Rodrigo se abalanzaba sobre aquel muchacho, después de que este le hubiera asestado una cachetada a la joven mujer. ¡Pobre tipo no sabe con quién se metió! Pensé recordando la fama de bravucón que tenía Rodrigo en nuestro vecindario. Todos mis amigos y ex novios le respetaban. La verdad era que le temían.

Sin embargo me preocupé porque no le pasara nada malo y decidida avance dos pasos, no fueron más, pensando en apartarlo pero los de seguridad se anticiparon a mi idea y vi como el infortunado abusador sangrando se alejaba, escupiendo groserías y saliva teñida de rojo. Amanda a mi lado se abrazaba a mí. Y cuando pensé en acercarme más, cambió dentro de mí el temor de aquel intempestivo encuentro, por la sensación de vacío en el estómago y desasosiego en mi corazón, al ver como la rubia se abrazaba a mi esposo y con cariño lo besaba en la boca.

Observé como abrazados ingresaban de nuevo a la discoteca y yo me encendí un nuevo cigarrillo a pesar de que en el piso un paso más atrás, permanecía abandonado el primero casi sin empezar. Amanda ni me hablaba, aunque con la tristeza de su mirada, me lo decía todo. Los pude ver de nuevo al poco tiempo, salir todavía abrazados como un par de enamorados y en dirección opuesta a donde me encontraba.

—Amanda por favor, no le vayas a comentar esto a nadie. Te lo suplico. Por favor que quede entre tú y yo. —Le solicité a mi compañera de trabajo.

Ella asintiendo y con su mano puesta sobre mi hombro, me esperó a terminar aquel cigarrillo. Por no parecer maleducada, los acompañé algo más de un hora, fingiendo risas y celebrando por el cumpleaños de mi amiga, más con el corazón agitado y mi mente puesta en el imaginado lugar donde se encontraría mi esposo retozando con su amante, finalmente opté por abandonar aquel cumpleaños tan revelador para mí. Con la excusa de mis hijos por recoger, decliné la oferta de Hugo para llevarme y solo Amanda, quien fue testigo de todo, me esperó mientras lograba tomar un taxi.

Ya al llegar al piso, sentada en el sofá, por fin a solas, me eché a llorar con amargura. Ya sabía la respuesta a aquella pregunta que por respeto a su situación sentimental, nunca le hice a mi esposo. ¡Rodrigo había pasado sábado y domingo con esa puta! Y yo creyéndolo abatido por mi supuesta infidelidad con Hugo y él, mi marido no es que lo hubiera pasado tan mal.

Casi a medianoche, llegué a mi hogar después de haberme bebido casi media botella de ron con Coca Cola yo solo, acompañando en el hotel a Paola, confortándola después de aquella pelea con su novio. Desde el parqueadero no se veía iluminado el piso, lo cual me hizo suponer que Silvia aún estaría disfrutando con sus compañeras de trabajo. A tumbos y cogido de las paredes, intenté tres o cuatro veces acertar en la cerradura. Con algo de tino lo logré. Pero nada más al entrar, con todo a oscuras, la voz de mi esposa me perturbó.

—Bonitas las horas de llegar. ¡Borracho! ¡Falso! ¡Eres un hijo de puta!

—¡Mierda! Qué susto Silvia. —Le alcance a decir, balbuceando.

—¡Muchas gracias por tu compañía! Se nota lo importante que soy ahora para ti. Espero que hayas disfrutado mucho en compañía de esa puta. Déjame ver… ¡Sí claro! Dos horas y media de sexo con esa zorra y yo mientras tanto a solas. Con seguridad es tu compañerita de trabajo. —Me dijo franca, directa, despejándome un poco la borrachera.

—No sé de qué estás hablando, le respondí tratando de evitar la discusión pero no lo logré. —No es lo que estás pensando–. Finalmente puntualicé, con algo de honestidad.

—Mira Rodrigo ya no busques excusas baratas ni me digas mentiras que lo sé todo. Eres un hijo de puta, ruin y traicionero. ¡Esto se acabó! ¿Me oyes bien? ¡Esto se murió aquí! Quiero que desde mañana vayas buscándote un lugar para vivir. —Y diciendo Silvia esto, yo desde la puerta que sostenía mi embriaguez, encendí de repente la luz de la sala y por fin con vidriosa claridad pude ver en su rostro, la tristeza, el enfado y sus ojitos desbordados en lágrimas. ¡Y me derrumbé!

De rodillas avancé hasta lograr acomodar mi cabeza entre sus piernas y mi esposa tratando de apartarme, pero yo no me rendí. ¡Mentiras! Sí, claudiqué allí delante del amor de mi vida y sin mirarla confesé.

—Lo siento mi amor, perdóname. Aunque hoy nada paso entre ella y yo, como te lo habrán contado, si paso algo entre los dos el fin de semana. Te fallé y a mí también. Yo te escuché, ahora aquí como estoy, bebido y de rodillas te quiero contar la verdad. —Mi esposa respiraba intranquila y sonándose la nariz me respondió.

—Nadie me contó nada, estúpido. ¡Los vi con mis propios ojos! Estuve allá para el cumpleaños al cual no quisiste asistir. Te peleaste por ella, y eso solo lo harías por alguien que te importa mucho. No olvides que nos conocemos casi desde niños y se cómo eres, vi el demonio que hace mucho no se desataba en ti. —No demoré para nada mi comentario.

—Es que ella tiene por novio a un arrogante, grosero y abusador. Yo solo la defendí como lo haría por alguna mujer en la misma situación. Pero eso no importa ya. La cagué contigo… La cagamos los dos. Debemos reconocerlo. Tú con tu noviecita italiana y los devaneos que has tenido con tu jefe y yo con ella, con mi compañera de trabajo. —Mi mujer me dejó expresar sin interrumpir.

—¿Te parece si hacemos las paces? Estamos en igualdad de condiciones y ya sé que no pasó nada entre tu estúpido jefe y tú. Pero sin embargo hay algo que me está matando, mucho más de lo que hice con mi amiga. Debo confesarte algo. Almudena me escribió y me puso al tanto de algo que me removió todo por dentro. Ella está tratando a tu jefe y a su esposa. En la sesión de ayer, a solas con él, tu jefe presionado por Almudena le confesó que quiere estar contigo, no solo porque le gustas físicamente sino que te quiere como algo más, aunque tú le hayas dicho ayer qué serias solo una gran amiga, y no deja de pensar que contigo, él se sentiría mejor si consintieras pasar una noche con él. Me parece Silvia, que la verdadera terapia eres tú al fin y al cabo. —Y ya Silvia, sorprendida por aquella revelación, carraspeó.

—Y te quiero pedir perdón, aunque esto que tenemos ahora lo veamos tan destrozado, yo solo quiero lo mejor para los dos. Y perdóname mi amor, lo hice enceguecido por el dolor de una traición que se evitó con esa llamada, pero que yo creyendo que habías terminado por ceder ante sus pretensiones… ¡Yo con mi amiga, me desahogué!

Agotado y mareado, por mi desolación y ansiedad, comencé a llorar. Y entonces en ese momento las manos de mi esposa, se posaron con dulzura o resignación, no lo sé, en mi cabeza intentando apaciguar con sus dedos sobre mi cuero cabelludo, mi dolor por ser infiel y responderle con la misma moneda.

—Me siento muy cansado Silvia. Cada día que pasa, con cada cosa nueva que nos sucede… ¡Mierda! Estoy por tirar la toalla. ¡Lo juro! Me siento como en un juego de parqués. De esos grandes, para seis jugadores. Tú y yo con una sola ficha por coronar. La roja de tu equipo preferido para ti y azul la mía, la de mi Millos del alma. —Y Silvia, callada.

—Pero todos los jugadores a nuestro alrededor, el de verde que avanza casillas por delante de ti, o las amarillas, las moradas y la que usa las negras, que se mueven a mi lado, todos con sus privadas estrategias, tendiendo trampas, intentando comer tu ficha y la mía también, para evitar que alguno de los dos, finalmente ganemos. Y se hace cansado adelantar un tramo largo, para retroceder hasta el inicio si te comen, a ti o a mí. —Por fin tomé valor y levanté mis ojos para encontrarme con los aún llorosos suyos y continué.

—Ese hombre te desea, se sueña cogiendo contigo y desea tratarte como si fueras su mujer. A la esposa no le para ya bolas. Me contó mi cliente que ni se le para la verga con ella. Y eso es solo por ti, porque para él te has vuelto la única solución. Y tarde o temprano te hará caer, o ahora que te he reconocido que te fui infiel y me acosté con mi compañera, tal vez desees a modo de venganza, finalmente tener sexo con él. Y yo mi vida, me cansé de intentar alejarte de esa decisión. ¡Ya no más mi vida! ¡Hazlo! —Y Silvia enmudecida, dejó de pronto de lloriquear.

—Eres libre, vete con tu jefe. Mereces una vida mejor de la que tienes a mi lado y él puede dártela ya que no ama a su esposa como antes y tú, eres el sueño de mujer que desea hacer feliz. Ya te di lo que yo más podía, no tengo nada más para ofrecerte que lo que has visto. Por mí no te preocupes que yo procuraré darte el espacio y el tiempo necesario para que puedas olvidarte de mí. Me regresaré a Colombia, no te molestaré. Se feliz mi vida. No te olvidaré.

Y al terminar mi exposición de sentimientos y congojas, decidido me levanté para acercarme a las puertas del balcón pero me tropecé con los pies de mi esposa y terminé de medio lado entre un costado del sofá y las puertas del balcón.

—¿Te lastimaste Rodrigo? —Me preguntó angustiada, pero sin responderle, yo solo moví mi brazo y apoyándome en el piso, me pude poner en pie y ya en el balcón, tomé un cigarrillo de los tres que me quedaban y lo encendí, respirando muy profundo antes de aspirar el tabaco. Y desde allí sin saber si hablaba muy fuerte o no por el estado de embriaguez que aún me dominaba, continúe con mi discurso de una propuesta y un posible adiós.

—Te amo mucho, demasiado y te fallé. Pero también es cierto que no estaré en paz contigo, si prosigo a tu lado dudando día sí y día no, pensando en si lo hiciste o sino nada sucedió. Estar detrás de ti, dudar de ti y de tu amor por mí, no me hace bien. Por eso creo que lo mejor es enfrentar mis demonios y dejar que lo que tenga que suceder, acontezca ya. Quiero que te acuestes con tu jefe y acabes con esta tortura de una puta vez. —Y mi mujer no salía de su asombro, aunque en su rostro persistía la desilusión que le causé.

—Pero mi vida, solo te pido algo, antes de que decidas…

—A ver… ¿Ahora con que estúpida propuesta me va a salir el señor? —Me interpeló.

—Tu jefe no debe saber nada de mí, ni mi nombre y menos enterarse que lo sé todo. Quiero permanecer en el anonimato, casi como un fantasma; ser un desconocido para él, como lo hemos sido tú y yo, ante todo esto que nos está pasando. Preferiré que me veas con una cara diferente, honestamente sabiendo que ya nos somos propiedad privada. Te seguiré amando con mi vida claro que sí, pero mi amor, ya no seremos los mismos, aunque sigamos deseando nunca haber dejado atrás, los años pasados en completa fidelidad. —Y Silvia se acercó por fin a mí, pero no para tocarme o abrazarme, solo para retirar de mis dedos el poco cigarrillo que permanecía en espera de arder… Y fumó.

—Y cuando regreses a casa, por favor Silvia… No me beses cuando llegues. Mantente lejos y esquiva mi mirada si por descuido, mis ojos te buscan entre lágrimas. No me mires ni me hables, solo bórrate las huellas de sus manos en tu piel bajo la ducha con abundante agua y jabón. Perfúmate luego con aquel «Opium» que te regalé hace años y que insistes en no usarlo con frecuencia, por tu miedo a que se agote y por su costo, no te lo pueda volver a comprar. Pero es que yo no quiero oliscar de nuevo, el aroma suyo impregnado en tu piel. —Y volvieron las lágrimas a nuestros ojos, sí. ¡Al café triste de los suyos y al marrón sin brillo de los míos!

—Después de eso mi vida, permíteme muchos instantes a solas y no te aflijas por eso ni tampoco presiones para que tengamos sexo. Solo abrázame en la noche antes de dormir y dándome la espalda, dime cuánto me amas pero sin hablar, solo con la presión en mi mano de tus dedos, entrelazados con los míos, bríndame esa seguridad de saber que habiendo sido de otros, regresamos a nuestro hogar y así ya tan juntos, más conscientes de nuestro amor tan compartido, nos liberamos de toda esta presión. Sí después de todo lo que puedas vivir con él y ya analizado a tu regreso, permaneces conmigo, sí tú así lo sientes honestamente… — « ¡Estúpido! Es una idiota idea» –. Fue lo único que mencionó, agotando la vida del cigarrillo bajo la suela de su zapato izquierdo.

—Pues por mi parte, ya lo hice Silvia. Y aquí estoy sabiendo qué soy solo tuyo y tú serás mía por siempre en mi corazón, eso sí mi vida, con miedo proponiéndote esta locura, pero porque estoy muy seguro ahora de que te amo y quiero que sigas siendo muy feliz. —Le puse mi mano en su mejilla y con el dorso se la acaricié y continué.

—De lo contrario, solo déjame dormir contigo abrazados una última noche. Al otro dia puede que despierte solo y asustado, pero si aún me quieres un poco, bastará con una simple hoja en blanco y por tus manos un corazón roto dibujado, bajo mi taza de café al desayuno para darme por enterado de tu decisión. Y comprenderemos entonces que debemos honestamente, ya decirnos adiós. —Recostando mi cabeza sobre su hombro derecho, desconsolado reinicie mi llanto.

—¡Estás diciendo bobadas! —Y apartándose un poco de mí, me observó llorar y me abofeteó de izquierda a derecha y repitió en seguida al contrario–. ¡No sigas con esto por favor! Detente y calla, que no tienes idea de cuánto me estas hiriendo. — ¡Rodrigo, estás ebrio por completo! –. Sentenció mi estado, atribuyendo al alcohol mi confesión.

—Por supuesto que lo sé, Silvia. He bebido mucho, lo suficiente para llenarme de bríos porque mi vida yo… ¡Estaba faltó de valentía! Pero Silvia… Te sigo amando demasiado.

—¡Estás diciendo güevonadas Rodrigo, basta ya!. —Me respondió Silvia, enfáticamente.

—Yo ni me voy a acostar con él mañana o la otra semana y si lo hiciera, ten por seguro que no te abandonaré, jamás te dejaría por él, por más joyas y oro que me ofrezca, solo soy feliz junto a ti y con nuestros hijos. ¡Pedazo de idiota! Te amo, pero es verdad que ahora no sé cuánto me lleve perdonarte. Borrar tu traición te va a costar, eso sí te lo advierto, vas a sufrir bastante para lograr el perdón. —Y nos quedamos en silencio durante algunos minutos, mirándonos, asustados y temblando porque los dos sabíamos que existía mucho de verdad en mis palabras, a pesar de querer negarlo todo.

—No sé, Silvia. No estoy muy seguro de esto, pero mi vida… Creo que en esta partida, si ganas tú y pierdo yo, o viceversa, finalmente mi amor, el botín apostado, terminará para los dos en nuestra alforja. Depende mucho de nuestra honestidad y compromiso.

—¿Es en serio Rodrigo? Hallarías paz si… ¿Sí me acuesto con mi jefe y te hago un cornudo? ¿Pagándote con la misma moneda? —Me atacó Silvia con sus preguntas, más yo estando sereno, le respondí…

—Creo que si descansaré de todo esto. ¡Y no! Te equivocas mi amor. Cornudo no me harás pues no lo harás a mis espaldas. Tú me dirás cuando y donde lo harás con él. El cómo, te lo guardaras para ti, eso sí. Igual tengo por seguro una cosa… ¡No vas a disfrutarlo tanto como yo te he hecho sentir! Y sí me equivoco, no digas nada mi vida y solo enséñame lo que hayas aprendido con él.

—¿Y para qué? ¿Para qué sufras pensando en que me deshice gozando con otro hombre más que tú? —Me preguntó–. Esa es la dificultad en él. ¿No lo entiendes? Sufre de pensar que no es lo suficiente buen amante para hacer gemir de gozo a su mujer. ¿Quieres ese problemita para ti también? —Mi esposa con enojo me preguntó.

—No mi vida, porque tú y yo al contrario de ellos, sí que nos hemos disfrutado miles de veces, te me has entregado por completo y todo te lo he devuelto yo. Pero puede que nos falten cosas por aprender obviamente y si las compartimos en nuestra intimidad, aprenderíamos nuevas formas de ofrecernos más placer que el que nos hemos otorgado hasta ahora, para llegar a amarnos aún más.

—Es una ridiculez, no creo que eso este bien. ¿O es que tu amiguita te enseñó algo que no hayas vivido junto a mí? ¿Es eso? ¿Fue tan bueno estar con ella? ¿Tan diferente y especial? ¿Sabes qué Rodrigo?… ¡Es mejor que dejes de llenarme la cabeza de cucarachas! Y ahora vamos a dormir. Yo a nuestra cama y tú, vete a soñar con las estrellas en tu famosa nave espacial.

Y allí me dejó en el balcón, un poco menos embriagado, pero mucho más liberado de la prisión de mis celos.

No pude dormir casi nada, así que sin desayuno madrugué para llegar antes que nadie a la oficina. Allí en la cocina me preparé una taza de oscuro café y en el baño terminé por arreglarme el maquillaje y perfumarme.

—¡Buenos días Señora Dolores! —La saludé al verla llegar.

—Muchas gracias señora Silvia. Buenos días tenga usted también. Madrugó hoy bastante. ¿Mucho trabajó pendiente? —Me saludó, interesada por conocer la razón de verme allí sentada en mi puesto de trabajo.

—Un poco de informes aún represados, pero esta semana con seguridad me pondré al día, con todo. —Le respondí sonriente.

Amanda llegó al rato y se dirigió de inmediato a mi encuentro. Pensativa, evaluando las palabras para saludarme y obviamente preguntarme como me encontraba después de haber visto a mi esposo con aquella mujer.

—¡Hola mujer! ¿Cómo sigues? ¿Cómo te terminó de ir? ¿Rodrigo regresó anoche muy tarde? ¿Qué te dijo, que excusa te dio? —Muchas preguntas, todas ellas con sus respuestas tan disparatadas por culpa de Rodrigo.

¡Pufff! Suspiré. Y le respondí con rapidez, mientras por la puerta de la oficina Magdalena estrenando traje y mi jefe a su costado, ingresaban para trabajar.

—Después a solas te cuento. Pero estoy bien y te recuerdo que lo de anoche debe quedar entre nosotras dos. —Y Amanda prudentemente se giró para saludar a los recién llegados.

—Buenos días Silvia, cuando te desocupes podrías pasar a mi oficina y revisamos el informe por enviar a las dependencias principales en Nueva York. ¿Por favor? —¿Y de cual informe me hablaba él?

—Por supuesto jefe, en un momento voy. —Le respondí.

A los pocos segundos me vi asediada por Magdalena, quien sin haberse tragado el cuento de mis hijos, me preguntó qué había sucedido con mi esposo.

—Nada mujer, en serio tuve que recoger a mis hijos pues Rodrigo estaba muy ocupado con sus compañeros y mi madre estaba muy cansada. Todo está muy bien con mi esposo. Llegó un poco bebido pero nada más. —Le respondí y con esas palabras me la quité de encima.

Tomé una carpeta cualquiera del archivador con apenas tres hojas en su interior y me dirigí hasta la cocina. Serví dos tazas de café oscuro que yo ya había preparado y bandeja en mano, ingresé en la oficina de Hugo y le ofrecí su café y yo tomé el mío, dejando la carpeta y la bandeja a un lado, sentándome de nuevo en la silla frente al escritorio.

—¿Todo bien con tus hijos? —Demostrando su preocupación me preguntó. —Si necesitas algo ya sabes que cuentas conmigo. ¡Te ves cansada! ¿No dormiste bien?

—Estoy bien Hugo, un poco cansada y mis hijos están bien, aunque si tuve mala noche. Gracias por preguntar. ¿Te divertiste anoche? —Le pregunté

—Aburrido sin ti pero me pareció inadecuado también abandonarlos en ese cumpleaños. Solo me quedé un rato más y me fui a casa. Con mis hijos y mi esposa. Juicioso como siempre, mi ángel. —Y pasó por encima de la carpeta su mano y acaricio la mía.

—Hugo, sé que hablaste de mí con tu terapeuta y no, no preguntes como lo supe. Solo dime si es verdad que piensas continuar con el divorcio después de todo.

—Pues sí Silvia, como lo pediste hablé de ti en la sesión, pero sin nombrarte. Y sí, creo que con mi esposa no vamos a llegar a ninguna parte. Solo pienso en ti. Es cuestión de tiempo, lo siento. —Me respondió muy seguro de sus sentimientos.

—Ok, Hugo, está bien. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? ¿Sinceramente sientes algo por mí y que tu esposa ya no forma parte de tu corazón? —Le pregunté.

—Hummm, hay algo aun, no te puedo mentir. Y tal vez nunca se vaya a ir de mí, pero es que ya no concibo, no puedo estar con ella. ¡Quiero estar contigo! —Y apretó con mayor fuerza mi mano diestra.

—Hugo… ¿Qué tienes pensado hacer este fin de semana? —Le dije resuelta a terminar con todo. ¿O empezar con algo?

—Tenemos un almuerzo con mis padres en su chalet de la Sierra. ¿Por qué la pregunta? —Y me liberó la mano, llevando la suya a su mentón.

—Pues por nada en especial, puedo esperar hasta la otra semana. ¡Intenta disfrutarlo mucho! Comparte con ellos, con tu familia y deja de pensar en mí estos días. ¿Te parece? —Le dije yo.

—Si está bien, lo intentaré… Silvia estas muy rara. ¿Sucedió algo ayer? ¿Te molesté? —Me preguntó demostrando su angustia por algo que él no causó, pero que finalmente se convirtió en la inequívoca fuente de una libertad que no pedí.

—No Hugo, entre tú y yo todo está bien. Y va a estar mejor la otra semana. —Le dije sorprendiéndolo bastante.

—Pero dime algo, mi ángel, que quieres de mí. No me dejes con la intriga estos días.

—Tu siempre pidiéndome anticipos. Un beso primero que te di, verme totalmente desnuda después y no te lo merecías. Y ahora… ¿Te inquietas por algo que te diré la otra semana? Hummm, está bien Hugo, solo un adelanto para que te portes bien…

Me fijé en el gris de sus ojos y colocándome de pie, desabotoné lentamente la blusa, solo tres pequeños y blancos botones; con mis dedos le enseñé la brillante cadena de oro y entre ellos, la figurita alada del ángel, balanceándose coqueta ante el fulgor del par de sus ojos grises.

—Hugo la otra semana hablamos, pero no quiero que vayas a romper tu matrimonio por mi culpa. He decidido ayudarte, voy a estar contigo como tú has imaginado, solo así podrás aclarar tus dudas, derrumbar tus miedos y luego hacerle el amor como nunca antes a tú esposa. Prepara una salida conmigo para el próximo jueves. ¡Ni antes ni después! Dejaré que me sorprendas. Solo tú y yo, toda una noche para los dos.

—Y ahora sí don Hugo… ¿Cuál de todos los informes vamos a revisar?

Y sonriente él, tan placida yo, continuamos la mañana de trabajo aquel viernes.

Continuará…

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