—Esto es una locura Jefe. Las muchachas en la oficina van a terminar murmurando que entre usted y yo sucede algo más que una simple colaboración de mi parte para su famoso «aniversario». —Le hablé mientras él ponía en marcha el coche.
—No te preocupes por eso Silvia, ya verás cómo… —Y justo en esos momentos entró una llamada a su teléfono, enlazándolo de inmediato al sistema de audio de su automóvil–. Me hizo una señal con su dedo índice en sus labios, en claro mensaje de que me mantuviera en silencio.
—Hola Hugo, estoy en tu oficina y me han dicho que has salido a almorzar. A dónde vas a ir y te busco para que lo hagamos juntos y así podamos dialogar sobre lo que me dijiste anoche. —Era la voz de su esposa, se escuchaba preocupada y abatida, bastante mustia en verdad.
—Martha, ahora no te quiero ver cerca de mí. Es una decisión tomada que no voy a reversar. Me fallaste, eres una puta infiel. ¡Traidora y mentirosa! Martha, ¿creías que no me iba a dar cuenta de tus infidelidades? Quiero el divorcio, ya te lo dije anoche. No creo que tengamos nada más de que hablar. Te recomendaría que empieces por buscarte un buen abogado, porque con las pruebas que tengo a mano… Martha… ¡Te voy a dejar en la puta calle! ¿Me escuchaste bien? ¿Si lo entiendes? Te podrás revolcar con gusto con tus amantes de ahora en adelante, pero sin mi dinero, sin mi casa y sin mis hijos. —Mi jefe se puso rojo de la ira.
Pufff, al escuchar como don Hugo le hablaba y le gritaba a su mujer, no pude dejar de pensar en mis problemas con Rodrigo. Yo me moriría si mi esposo me fuera a proponer lo mismo al hablar los dos aquella noche. Y me puse a llorar en silencio. Sin él, sin mis hijos, todo por una puta tontería. Por querer ayudar a mi jefe, por tratar de aliviar sus penas. En qué momento le había dado la vuelta a mi vida. Mi matrimonio en riesgo. No, no podría dejar que eso sucediera, pensé.
Hablaría con honestidad con Rodrigo cuando nos viéramos en casa. Le contaría todo, sí. Le diría la verdad. Sí mi esposo me amaba tanto como pregonaba, seguro me podría llegar a comprender, entender la situación. ¿Perdonar? Finalmente no fue nada más. Solo unos pocos besos, unas caricias permitidas por el ambiente y el alcohol, por mis putas ganas de sentirme útil para mi jefe. ¡De nuevo deseada! Fui débil a la tentación, más no dejé que fuera a más. ¿Me creería?…
—No Hugo, no me hagas esto ¡Hablemos por favor! Déjame explicarte porque… Por qué lo hice. No solo soy yo la culpable de todo y lo sabes… —Pero mi jefe la interrumpió enseguida.
—Ahora resulta que yo soy la causa de que me pusieras los cuernos. Vaya Martha, que bien echar sobre mis hombros tus errores, si estabas tan aburrida podrías haberlo hablado conmigo y buscar una solución en pareja, pero no, tu sola decidiste salir a buscar macho como una cualquiera. Sabes qué… Mejor dejemos esta conversación aquí. —Le respondió mi jefe, en un tono de voz que se escuchó a resignación.
¡No espera! Hugo… Despacha a esa mujer y hablemos, yo… ¡Buahhh! ¿Sabes qué querido?… Disfruta de tu puto almuerzo con tu secret… —Y mi jefe cortó la llamada. Ella insistió dos veces más. A ninguna respondió.
Ahora, sí antes estaba metida en enredos con mi jefe, el saber que su esposa conocía que había salido a almorzar conmigo, me hacía sentir como una verdadera plasta de mierda. Se me quitaron las ganas de almorzar, de todo, menos de llorar. Cuando salimos a la calle, llovía fuertemente. Y yo seguía con lágrimas en mis ojos, dientes apretados de rabia por mis estúpidas decisiones y la angustia atrapada entre mis puños cerrados.
—Discúlpame Silvia, me alteré. No llores por favor. Tú no tienes la culpa y menos sentirte mal por acompañarme. ¿Te gustaría almorzar algo en especial? Conozco un sitio encantador que estoy seguro, te va a ayudar a calmar los nervios. —Sollozando le contesté que no tenía mucha hambre y era cierto.
—Bueno déjame invitarte a una marisquería, queda cerca y es un lugar que nos puede brindar cierta intimidad para que dialoguemos. Anda, deja de llorar. —Y posó su mano sobre mi muslo–. Se la retiré educadamente y limpié de mis ojos el llanto.
Don Hugo tomó hacia El Paseo de la Castellana, dirigiéndose hacia un centro comercial no muy lejos de la oficina. Yo nunca había estado allí, solo sabía de el por avisos de publicidad que había visto en algunas de las revistas que leía mi mamá con avidez. Estaba al tanto de que se especializaba en la moda, un lugar con grandes almacenes de ropa de marca. Imposible para mí salario y aburridor sería tan solo pasearme por allí para mirar las vitrinas de los almacenes de moda, antojarme e irme con las manos vacías.
Recorrimos los amplios pasillos caminando sin afanes, yo al lado de él pero no muy cercanos, ni pensar en ir por ahí tomados de la mano. Se detenía él a veces, frente a las vitrinas de almacenes de calzado, observaba, luego en el siguiente, pero a ninguno entraba. Después en el otro nivel, admiraba vestidos para hombre, ya en otros, los relojes y las joyas. Más adelante ingresó a un almacén de ropa femenina. Todo allí me deslumbraba, los vestidos, los zapatos, sombreros, accesorios para mujer, un almacén sencillamente primoroso y yo me sentía como en el Disney World de la moda, todo tan fastuoso y obviamente, prohibitivo para mis finanzas.
Don Hugo se acercó a una de las empleadas y sostuvo con ella una breve conversación, luego me hizo una seña para que me acercara a ellos. Lo miré extrañada y el, tan sonriente alzó sus hombros y me hizo un guiño cómplice. Se acercó a mí oído para decirme que tendríamos que llegar a la oficina con varias bolsas en la mano, para evitar los posibles rumores. Me pareció una idea genial. Pero una duda me asaltó de repente. ¿Le compraría ropa, a la mujer que acababa de amenazar con dejarla en la calle?…
—Bueno Silvia, escoge lo que te guste y por el precio no te preocupes. —Lo miré sin entenderle, y en mi boca se fue formando una «O» de completo asombro.
—Don Hugo ¿Está usted totalmente loco? ¿Cómo se le ocurre gastar su dinero en mí?
—Pues Silvia es que tenemos que llegar con algo para mostrar, de lo contrario, sí que les daríamos motivos para que murmuren. Vamos, escoge tres vestidos, los que más te gusten, ahhh y tres pares de zapatos.
—Jefe, pero es que no puedo llegar con esas bolsas a mi casa, ya estoy en problemas con mi esposo, usted ni se imagina, no quedaría bien llegar a mi hogar y delante de él, verme con vestidos nuevos y tan costosos. Qué pensaría de mí, si él sabe muy bien que estamos escasos de dinero y yo… ¿Gastándome lo poco que tenemos en ropa de marca? No, imposible. Mala idea. Pensaría mal, se lo aseguro, Rodrigo es muy detallista y no se le escapa una.
—Pues le inventas alguna excusa, por ejemplo que recibiste un bono extra por tu excelente trabajo y compromiso en la oficina, o tan solo dile que los nuevos inversionistas han decidido que esos sean los nuevos trajes para ir a trabajar. Anda, hazme caso, todo nos va a salir bien. —Pufff, suspiré. Tenía razón en que llegar a la oficina con las manos vacías sería motivo de intrigas en mis compañeras, y por otra parte, don Hugo se había inventado una buena excusa para obviar algún posible reclamo de parte de Rodrigo. Al final, mi armario sería el beneficiado.
Excelente idea y una muy buena ocasión para darme un lujito después de tanto tiempo con el mismo ropero anticuado, así que… ¿Por qué no? Me dejaría consentir por mí… Por él. Y miré a mi alrededor que podría gustarme y que no fuera muy llamativo ni ostentoso. Ya untado el dedo, pues…
La empleada me fue llevando por un costado, de estantería en estantería y luego por el otro de aquel almacén, y yo tomando uno, dos y finalmente tres vestidos. El último era un traje para salir de fiesta, de tela brillante, delgada y muy delicada, dejando mucha piel a la vista. ¡Súper sensual! Y ese, pensé, lo usaría solo con mi esposo, si lograba llegar a conseguir que confiara de nuevo en mí. Le invitaría a salir y aprovecharía este golpe del destino para recomponer mi relación. Lo seduciría de nuevo.
Finalmente salimos, con tres grandes bolsas él y yo con dos más en mis manos, en las cuales iban dos pares de zapatos. El tercer par me pareció excesivo el precio y no los llevé. Y don Hugo feliz, orgulloso caminando a mi lado como si yo fuese su mujer y el mi hombre. Mi jefe tan sonriente, yo completamente pensativa. ¿Me estaba «vendiendo» de alguna manera al aceptar esos obsequios? Y en eso…
—Bien y ahora vamos a almorzar, anda. — Me dijo colocando su brazo sobre mis hombros, apretándome a él. No lo aparté, me pareció de mal gusto hacerlo después de que se hubiera gastado tanto dinero en mí. Bueno… ¡Y en nuestra coartada!
Y llegamos a un restaurante muy moderno, con un ambiente acogedor, mi jefe escogió la mesa más apartada, en un rincón de aquel lugar que nos daba la privacidad necesaria para hablar. El pidió un plato de atún rojo con huevas de salmón, perlas de jengibre y alga negra, y yo un lomo de lubina con un poco de verduras. De postre Coulant de chocolate y helado de vainilla para mí, don Hugo tan solo un sorbete de limón verde y cactus. Y vino por supuesto. Tanto él como yo, estábamos ya un poco más relajados.
—Bueno mi ángel, aquí estamos. Ya podemos hablar con calma… Y antes de que empieces, de antemano te voy a decir que por nada del mundo voy a aceptar que renuncies a tu trabajo. Yo te necesito, te quiero a mi lado. No me abandones por favor.
—Primero pues, gracias… ¡Por todo! —Pero mire don Hugo, la única condición para quedarme a trabajar con usted, es que dejemos claro, que entre los dos… ¡Nunca!… Jamás va a pasar nada. Quiero que volvamos a ser los de antes. Usted como mi jefe y yo como su asistente personal y todo profesional. Todo de manera estrictamente laboral. Si está de acuerdo, sigo a su lado–. Se lo dije con mi mirada segura y mis palabras totalmente honestas.
—Silvia, pero es que yo… —Usted nada jefe. Entiendo, su situación, créame–. Pero todo se me está saliendo de las manos, estoy con los nervios de punta, mi matrimonio está tambaleándose y no puedo permitir, que yo acabe con lo mío por culpa de nuestras muestras de afecto. Don Hugo… mi esposo nos vio llegar anoche. Y está muy molesto. Voy a contarle a Rodrigo la verdad esta noche y depende de lo que él me diga, de cómo se lo tome, si seguiré o renunciaré.
—Pero si no hemos hecha nada malo Silvia, ¡Por Dios! No ha pasado nada. Tu esposo tiene que entender, que de vez en cuando debes trabajar hasta tarde, incluso deberías haberte ido de viaje conmigo desde hace mucho tiempo por ser tu mi mano derecha, pero yo respetando tu situación sentimental, no quise apartarte de tus hijos y… bueno de tu esposo. —Sí, señor muchas gracias por eso, –le respondí– pero solo estaría disponible para usted de manera estrictamente laboral, nada de lo sentimental. Creo don Hugo, que me excedí en cuidarlo.
—Silvia, está bien. Procuraré no interferir en tu matrimonio, pero no me abandones. Prometo intentar apartarte de mi mente, aguantarme las ganas de abrazarte y de mimarte. Silvia lo del viernes pasado, fue para mí un descubrimiento y todo gracias a ti. Te besé a la fuerza, lo sé, pero luego tú correspondiste a ese beso y sentí Silvia, después de tantas angustias y dolor, sentí que yo podía también reconstruirme. Sé que te gusto ¡Sí! Y no me mires así, porque yo lo presiento. Tenerte recostada sobre mi escritorio, besándote y sintiendo tú… —levanté mi mano y me acomodé de manera que quedaría más cerca de él, para hablarle en voz baja.
—Jefe, esos besos no quieren decir nada, solo fue un momento erróneo, usted estaba afectado por lo de su esposa y yo cedí, por… Pues porque hace años nadie aparte de mi esposo me besaba, de esa manera, con el deseo que usted lo hizo. —Y gustarme como hombre pues si, no se lo niego, pero es como tantos otros, como decirle que me gusta Brad Pitt o Mickey Rourke, o aquel tipo, mire. El que está sentado cerca de la barra con la morena esa. ¿Si lo ve? Es guapo, como usted, pero hasta ahí. Ni modos, soy casada. ¡Una mujer prohibida!
—¿Brad Pitt? ¡Jajaja! Ok, pero y quién es ese… ¿Mickey Rourke? A ese si no lo tengo presente. En fin, mira Silvia, podrás ser todo lo casada que quieras pero eres muy hermosa, así desees a veces pasar inadvertida, tú atraes la atención así no lo reconozcas, pero me gustas y no es de ahora, ni creas que lo que siento en estos instantes por ti, es por venganza o para causarle celos a Martha. ¡No! Te deseo y sería muy feliz de al menos pasar más tiempo contigo, a solas…
—Silvia, anoche me dormí en paz, en calma después de tantos insomnios por culpa de mi esposa y sus… En fin. Pensé en ti, en tu rostro, tus esmerados cuidados y en tu cuerpo. Y yo… —Levanté mi mano derecha y le acaricié con ternura su mejilla.
—Don Hugo por favor, no siga con esto, no me lo ponga más difícil. —Se lo dije muy suavemente, casi entre susurros–. Él me regaló una sonrisa entre abriendo un poco sus labios y en sus ojos grises la confirmación de su interés por mí. Y sentí una descarga entre punzadas intermitentes.
—Tú pensaste… ¿En mí, Silvia? ¿Anoche tu tal vez?… ¿Un poco? —No señor, disculpe voy al aseo un momento–. Le mentí.
Como le iba a decir que sí. Qué a pesar del agobio en mi esposo, yo me había encerrado en el baño y apartando todo, tantos años en común, me había masturbado pensando en él, dejándome entre fantasías, amar por mi jefe.
En el baño me cambié de toalla y me miré al espejo, en el reflejo el rostro de una mujer que sonreía por ser anhelada, y en los destellos de mis ojos cafés, la culpa de una mujer que aún no había dado el paso… ¿Deseado? Me recompuse el traje y salí de allí con la firme convicción de poner un alto.
Lo encontré observándome atentamente acercarme hasta la mesa, alegre, confiado y la copa de vino en su mano, llevándola elegantemente hasta sus labios. Me senté de nuevo, lo miré y le dije…
—Veo que no me escuchó, –trague saliva– llegué a mi casa y me encontré con el disgusto y la indiferencia de mi esposo–. Por supuesto que no pensé en usted ¡faltaría más! No es el primer hombre que veo desnudo ni al primero que tengo que lidiar con su borrachera, de hecho creo que no será usted tampoco el último.
—Está bien, está bien, no te enfades Silvia. Prometo que lo intentaré. —Lo dijo seriamente, tomando mis manos entre las suyas por encima del mantel–. Pero esa promesa no calmó mis dudas, por el contrario me generó más inquietudes.
Y nos quedamos los dos en silencio, hasta que nos llevaron el almuerzo a la mesa.
—Mira necesito ahora concluir lo mío con mi esposa. Necesito conseguir un buen abogado y aportarle las pruebas que tengo para que el divorcio salga a mi favor. Sé que la custodia de mis dos hijos va a ser una batalla legal complicada. —Fui a decirle algo pero no me dejó y siguió hablando. Entre tanto yo daba buena cuenta de aquella exquisita lubina y a la segunda copa de vino.
—Por eso necesito al mejor, y los abogados que trabajan para nosotros en la oficina, no son expertos en estos temas. Debo asesorarme bien, me cueste lo que me cueste, pero la voy a hacer pagar con sangre todo lo que me ha hecho. —En su mirada vi odio, un profundo rencor. Sí, mucho dolor también.
—Jefe, pues yo conozco a uno, muy bueno según he podido escuchar. Es inteligente y muy discreto. Si usted gusta lo puedo llamar y pedir una cita. Hable con él y asesórese antes de que pueda ser demasiado tarde y termine perdiendo todo. Yo de usted hablaría con su esposa, honestamente, antes de dar este paso. Es lo que voy a hacer con mi esposo tan pronto lo vea.
—Me parece perfecto mi ángel. ¡Ehhh! perdón, Silvia. —No pude evitar sonreírle su comentario final. Sí, había sido su ángel pero ya no más. No quería que mi jefe se convirtiera en un demonio que no pudiera exorcizar después.
…
Sentía tanto rencor, tanta desazón en mi alma. Era increíble, en verdad no lo podía creer. Yo con toda la buena intención de hablar y ella, tan despreocupada, yéndose de almuerzo con su amante. Era obvio que no le importaba. Esto ya tenía una sentencia. Hablaría con una buena amiga que era abogada especializada en temas de familia, al fin y al cabo, para eso tenía yo buenos contactos entre los clientes. Le pediría que tramitara mi divorcio lo más diligentemente y me regresaría a mi país, poniendo un gran océano de por medio.
—Hola Paola, ¿Cómo va todo? ¿Conseguiste hablar con ese cliente?
—Huich, pero que efusividad señor Cárdenas. Y si por supuesto. «Su secretaria» le confirmó para mañana una cita a las nueve de la mañana. ¿Le parece bien al doctor? —Aprecié el tono sarcástico en aquellas frases. No fui justo con ella. Necesitaba con urgencia un café caliente.
—Yo… lo siento, discúlpame. —Agaché mi cabeza y mi rubia barranquillera me abrazó. Y yo, en medio de aquel abrigo, recargué mi cabeza en su pecho y me derrumbe entre sollozos. —Inevitable fue para mí, romper el dique que retenía mi llanto.
—Rocky, mi precioso «rolito», ya estás aquí, tranquilo. Cuenta conmigo Nene y… ¡Ajá! no le pongas más tiza a tus problemas. —¿Estas así por ella? ¿El problema es tu esposa cierto? Ven–. Y me llevó fuera de las instalaciones del concesionario hasta el costado del parking. Sacó sin mi permiso, del bolsillo de mi saco los cigarrillos y luego su mano se introdujo dentro de mi pantalón, en búsqueda del encendedor.
—Rocky, si quieres yo te puedo escuchar, tal vez eso te ayude a despejar la mente y organizar tus ideas. No vayas a cometer locuras sin estar ciento por ciento seguro. —Ella no tenía idea por lo que yo estaba pasando y aun así me ofrecía su reconfortante amparo.
—Un buen cazador, como me has explicado, sabe cómo aguardar, como aprovechar los arbustos, los relieves del terreno y en calma, tirar a matar. —Me termino por decir.
—Pao, creo que me la está jugando con su jefe. Son muchas circunstancias, nada evidente pero yo presiento algo y créeme una cosa… por lo general mi sexto sentido no me falla. Hay algo, lo sé. Está muy rara y hoy… Bahh, olvídalo.
—Por eso mismo Nene, son solo apariencias, y ¡Ajá! no tienes pruebas concretas. «Busca y encuentra». Yo estaré para ti, siempre. Cuenta conmigo precioso. —Y me besó en los labios, tan plácidamente que se grabó ese día en mi corazón–.
Fue un beso leve, sin batallar de lenguas, solo su boca a medio abrir sobre la mía, tan urgida de afectos, el sabor de aquellos labios pintados de rosa intenso, su inolvidable sabor a cereza. —Y sus ojos… ¡Ufff! con el color del mar en calma, pintado en ellos, su especial fulgor. Paola era… Ella podría ser… Ella nunca se fue.
—Bueno ya estoy mejor, gracias mi Pao hermosa. Volvamos al trabajo. Tenemos que llevar unos catálogos y preparar una oferta, te recojo temprano y nos vamos a comernos, los dos, a esa presa.
—Por supuesto que sí mi «rolito», cuenta con eso. —Me respondió entre aplausos de alegría.
—Pero antes nos toca informarle a nuestro jefe inmediato, espero que no nos ponga pegas. —Paola muy alegre me tomó del brazo, pasando el suyo por debajo del mío y nos encaminamos hacia el escritorio.
Y después de tener listo todo, fuimos hasta la oficina de don Augusto…
—Jefe, lamento mucho informarle que mañana, esta señorita me acompañará a visitar al cliente de Cercedilla, para negociar la renovación de su flota de minivans. La cita es a las nueve de la mañana y ya sabe usted que me gusta llegar con tiempo para realizar una evaluación sobre el terreno antes de la entrevista. ¿Alguna objeción Jefe?
—Pues Rodrigo, como lo expones no tengo nada que objetar. ¿Tienes preparado el dossier con las órdenes? ¿Necesitas algo de dinero? —De hecho jefe, estoy más pelado que las nalgas de un recién nacido, si puede me prestar algo de efectivo y ¿a fin de mes cuadramos?
—No te presto pues prefiero tu amistad. Ten, pasa por la caja y que te den esta suma como viáticos. Y tú señorita Torres, espero que saques buen provecho de esta visita. Paola, observa y toma apuntes si quieres. Esta ocasión puede ser muy provechosa para ti, bueno para los dos. Suerte y me están comunicando por el móvil como acontece todo.
Paola sonrió, asintió respetuosamente con su cabeza y después como una niña pequeña, brincó de alegría. Mi jefe levantó sus gafas pequeñas sobre su escasa cabellera y finalmente me estrechó la mano.
—Gracias jefe, Ehh una cosita más don Augusto… Recuerda que me ofreció hace un mes y medio un sofá cama que… ¿Tenía para la venta? ¿Aún lo tiene disponible?
—Lo siento Rocky, ya lo vendí. —Vaya, que lastima. Gracias. —Hummm, seria seguir durmiendo en el sofá de la sala, pensé para mis adentros.
Pero al salir, Paola me detuvo del brazo y como no se perdía detalle de nada, me comentó que ella en un depósito del hotel de su padrastro, guardaba uno casi nuevo, que lo habían cambiado en una reciente renovación del mobiliario y que me lo regalaba si yo quería.
—Pero por supuesto Pao, gracias–. Sonreí, para luego mecerme los cabellos, pensando en cómo carajos iba a hacer para recogerlo y llevarlo hasta el piso. —¿Será muy grande Pao? Es que no puedo llevarlo encima del techo del Mazda, me puedo ganar una multa por eso. —Tranquilo bobito, ya me ocupo de eso.
Y mientras yo recorría las curvas de su encantadora figura con mis ojos, ella hablaba con alguien, dando órdenes con decisión y totalmente seria, un poco «mandona» en verdad, para luego terminar con un… ¡Ajá! lo tienes listo que en un rato llego.
—Anda Nene, pues ya está todo cuadrado y listo mi «rolito» hermoso. Y… ¡Ajá! Cuando quieras vamos hasta el hotel y allí en la furgoneta de mantenimiento, lo llevamos hasta tu urbanización. —Perfecto, dame unos minutos y termino de recoger lo que vamos a necesitar mañana.
Y la abracé en señal de agradecimiento. Una extraña que el día anterior no quería tener cerca y que al siguiente, me ofrecía todo su aprecio y atención, sintiéndola tan cercana en un suspirar.
…
No fue sino cruzar el umbral de la entrada y de inmediato Amanda y la señora Dolores, se acercaron para ofrecernos su ayuda para tomar las bolsas y llevarlas hasta la oficina de mi jefe. Las acomodamos en el largo sofá y después de un… ¡Gracias por todo! de parte de don Hugo para ellas por su colaboración, salimos las tres y nos dirigimos hasta la cocina.
Y allí ardió Roma. Se acercó también rauda Magdalena, otra de mis compañeras, para informarse de lo acontecido en mi hora larga de almuerzo, casi dos y un cuarto en verdad, con mi jefe.
—Vamos Silvia, cuenta cómo te fue con el ogro. —Me preguntaron las dos al unísono.
—Señora Dolores, sería tan gentil de prepararme una taza de té caliente, estoy que no me aguanto este dolor. —Claro que si señora Silvia, ya enseguida–. Me respondió respetuosamente.
—Bueno muchachas, pues que les digo. Finalmente después de mirar en varias tiendas, compró tres vestidos y dos pares de zapatos. —¿Cómo? ¿Y nada más? Al menos un anillo de diamantes, una gargantilla de oro por Dios. ¡Vamos! Que es un aniversario y no una simple fecha más en el calendario. ¡Pero qué tacañez! Y qué falta de imaginación ¿No les parece? —Comentó Magdalena con algo de decepción.
—Pues Magda, tal vez los vestidos sean porque la va a llevar a cenar o al teatro, no lo sé. Pero puedes ir a preguntarle si gustas. —Respondí con algo de enfado en la modulación de mis palabras–. Amanda se sonrió con timidez, por el contrario, Magdalena frunció el ceño y me saco la punta de su lengua.
—Lo siento chicas es que estoy que me muero con estos cólicos, me ha bajado el periodo con fuerza y no me aguanto ni yo misma. —La señora Dolores me alcanzó el té caliente. —Bueno muchachas, vamos a seguir que tengo que apurarme para ir por mis hijos al colegio, les expliqué y las tres salimos de la pequeña cocina y nos fuimos a cumplir con los deberes.
Me dispuse a cuadrar la agenda de los próximos días para don Hugo. Tenía el viaje a Lisboa el jueves y al día siguiente la reunión en las oficinas de Londres. Hice las reservas de los vuelos, de los hoteles también. Por los restaurantes no me preocupé, pues bien sabía yo, que a mi jefe le gustaba salir por ahí y dejarse llevar por las recomendaciones de los conocidos de cada ciudad que visitaba. Lo conocía tan bien. Hummm, y después de todo lo acontecido los últimos días, con mayor razón. ¿Volvería el sábado o pasaría por allí todo el fin de semana? Ni modos, tendría que preguntarle.
Le marque por el interno y al responder él…
—Silvia, me puedes por favor colaborar con el tema de los… —Tranquilo jefe, de hecho acabo de hacerlo y todo esta cuadrado. Despreocúpese.
—Gracias, tu como siempre tan diligente, me conoces mejor que… Ahh y por favor, regálame el dato de tu amigo el abogado, necesito hablar con él. —¿Quiere usted que lo llamé directamente y le solicite una cita?
—No Silvia, muchas gracias. Yo lo haré–. Y cortó la llamada.
Tendría que inevitablemente entrar de nuevo a aquella oficina y preguntarle. Anoté en un papelito amarillo el dato del abogado y me dirigí hasta su oficina.
—Jefe, tome. Este es el número del letrado. Y otra cosa, antes de irme a recoger a mis hijos, me podría informar si va a pasar todo el fin de semana próximo en Londres o ¿se va a regresar el mismo viernes en la noche? ¿El sábado en la mañana, quizás? Necesito saber para hacer entonces las reservas. —El me miró en silencio, muy serio, para luego tomarse sus cabellos con la mano derecha, peinándose un poco, para luego regalarme una sonrisa y responderme con dos preguntas incómodas.
—¿Quieres que regrese pronto? Será por qué… ¿Me vas a extrañar? —Los colores subieron a mi rostro. Mierda no entendía qué me pasaba con ese hombre.
—Don Hugo… ¿En que habíamos quedado? —Le respondí seguramente no tan seria como debiera haberlo hecho y por eso el me respondió esa tarde de martes…
—Soñar no cuesta nada, jejeje. Y por supuesto, me regresaré el viernes en la noche. Mis hijos regresan con sus abuelos para pasar el fin de semana de paseo conmigo por la sierra. Si gustas podrías acompañarnos con tus hijos, sin tu esposo, en plan familiar ¡Jajaja! —¡Uichh! Definitivamente con usted no se puede–. Voy entonces a dejar listo su regreso y nos veremos mañana. Feliz noche. —Y Salí de allí hacia mi escritorio, con esas últimas palabras en mi mente. Juntos… En familia. ¡Pufff! suspiré.
Y de repente me puse a pensar en lo complicado que es acostumbrarse a alguien. A él sobre todo. Seguir a su ritmo, adivinar el siguiente encargo sin palabras, solo con observar las facciones en su rostro. Intuir el próximo paso, adentrarme en sus pensamientos. Anticiparme a sus necesidades. Como si me hubiera convertido en su esposa durante el día.
Terminé de cuadrar el regreso para el viernes en la noche. Y me alisté para salir. Justo cuando tenía mi abrigo puesto y el bolso colgado de mi hombro, salió don Hugo de su oficina.
—¿Ya te vas Silvia? —¡Sí señor! le respondí. —Qué bien, yo también. Podrías por favor ayudarme a bajar estas dos bolsas hasta el automóvil? Yo me encargo del resto. —Lo dijo delante de mis compañeras de oficina, que nos observaron en silencio, como para que no me quedara otra opción más que responderle afirmativamente.
—Por supuesto jefe, yo le colaboro. —Y miré a Amanda con cara de resignación para decirle que si podía cerrar la oficina antes de irse, pero ella se me anticipó.
—No te preocupes tesoro, ve y recoge a tus niños que yo me encargo de montar la alarma y dejar bien cerrada la oficina. Descansa y que te mejores. ¡Ahh Silvia! cielo, me saludas a tu esposo, que guapo es, por eso no querías presentárnoslo ¿cierto? —Me lo dijo en un tono de voz bajito cerca de mi oído para que don Hugo no la escuchara.
—¡Cómo! Exclamé también entre susurros. ¿Rodrigo estuvo aquí? ¿A qué horas? ¿Por qué no me dijiste antes? —Amanda sorprendida por mi reacción me respondió…
—Pues es que llegó justo después de que te hubieras marchado con el «ogro». Pero tranquila que no venía a nada en especial. Solo que estaba atendiendo una visita en otra planta del edificio, así que me dijo que no era importante y se me olvidó decírtelo antes.
—Es un amor Silvia, tan detallista contigo. —Y ella miró hacia mi escritorio, sobre el archivador, hacia aquel ramo de rosas que todas creían que era mi esposo el que me las había obsequiado.
—Bueno gracias, yo le doy tus saludos. Hasta mañana. —Me fui a dar alcance a mi jefe que me esperaba junto a las puertas del ascensor, con una de sus manos deteniendo las compuertas.
—Bien Silvia, vamos y te acerco hasta el colegio de tus hijos. —No señor, como se le ocurre, alguien nos podría ver. Ya está bien, en serio. Tengo muy complicada mi vida para arriesgarme a más. —Le respondí un tanto alterada.
—Solo te dejaré cerca, a unas calles de distancia para que no te afanes. —Ummm, está bien, le agradezco pero nada de caricias ¿Le quedo claro?
—Por supuesto, entendido. —Y arrancamos en su coche.
Efectivamente no sucedió nada fuera de lo normal entre los dos, le confirmé las reservas y anduvimos bastante rato en silencio, solo que al despedirnos me vi forzada a recibir de él, un beso en la mejilla, con su boca entreabierta, humedeciendo mi piel.
—Por cierto Silvia… ¿Y qué hacemos con tus vestidos? —La verdad no lo sé, voy muy liada con mis hijos y sus maletas. —Entonces toma y solicitas un taxi para que te lleve. —Y me extendió unos billetes–. ¡Jefe!… Gracias, yo se lo devuelvo a fin de mes.
—No te preocupes por eso Silvia. ¿Y por qué no usas el servicio de transporte escolar puerta a puerta? —Ayyy, don Hugo, pues porque mis finanzas no dan para más. Ya estoy acostumbrada no se preocupe. —Se bajó del auto y me alcanzó las cinco bolsas.
—Hasta mañana don Hugo, y de nuevo gracias por todo. —¿Silvia?… Te voy a pensar esta noche, mucho. ¿Y Tú?–. ¡Ufff! Suspiré y sin dejar de mirar sus hermosos ojos grises le respondí… —Voy a estar muy ocupada tratando de salvar mi matrimonio–. Y cerré la puerta de su automóvil negro para ir apresurada a recoger a mis dos hijos. Él pasó despacio en su auto a mi lado y se despidió con un agitar de su mano diestra.
…
—Bueno Rocky, ¿entonces aquí es donde vives? Está muy bonito, se ve muy tranquilo. —Me dijo Paola, admirando la fachada blanca con gris de los edificios de la urbanización.
—Sí, es muy tranquila y apacible la zona. —¿Me esperas mientras ayudo a subir el sofá cama a mi piso y luego te regreso hasta el hotel?
—No Rocky, ve. Mejor me voy con José en la furgoneta y así tú te acomodas. Y por favor mi «rolito», no vayas a «cagarla». Mantén la calma y cualquier cosa me llamas a la hora que sea. Mientras tanto me fumo uno de tus cigarrillos. Regálame uno, Nene. —Me respondió.
Se lo entregué y lo encendí. Con un abrazo y un leve roce de mis labios sobre su mejilla me despedí.
—Mañana temprano paso por tu hotel, pendiente para no demorarnos. Y Pao… ¡Gracias por todo! Feliz noche.
Con algo de esfuerzo logramos subir por las escaleras el pesado sofá y dejarlo a la entrada de mi apartamento. Le di las gracias al muchacho de la furgoneta y una pequeña propina por su colaboración. Nada más entrar se abalanzó mi hija sobre mí, para abrazarme…
—¡Papi, papiii!… ¿Papito y esto que es? —Me preguntó con su infantil vocecita.
—Ahhh, esto mi cielo es nuestra nave espacial. En ella podremos con tu hermanito, soñar con las estrellas. ¡Yupiii! —Y mi chiquita saltó de alegría para luego, ladeando su cabecita y mirarme con un gran signo de interrogación en su carita…
—¿Papi y mi mamá también? —Hummm, cariño a ella no es que le guste mucho mirar las estrellas. Algún día de pronto–. ¡Ven! Dame permiso para llevar esto hasta la alcoba de invitados. —¿Y porque Papi?
Sus porqués anteriormente me divertían tanto y ese en aquella noche, solo hizo que me quedara mudo, sin saber qué responder.
—Veras, mi cielo, tu mamita está como cansada y enferma estos días, así que prefiero darle todo el espacio en la cama para no molestarle. —¿Y tú hermanito? Le pregunté.
—Durmiendo con mi mamita, pero a ella no le molesta. ¿Será que ya no está tan enferma Papi? ¡Bendita inocencia!
—Vamos Caroline, ayúdame a acomodar esta nave espacial. ¿Ya comieron? —¿Sí señor y tú papito? —No, ahora miro que me preparo.
Y Terminé por ingresar el sofá cama en el cuarto de invitados, desplazando una silla vieja y la mesa para el planchado. El bote con la ropa limpia y en el mis camisas, sus blusas y los uniformes con las medias.
Lo dispuse de manera que al extenderlo en las noches no estorbara con la apertura de la puerta, sin embargo por lo amplio, solo dejaba abrir la mitad del recorrido, dejando espacio al costado derecho para las cajas con libros y recuerdos que no habíamos desembalado aún. Era necesario comprar un estante o mejor una biblioteca, quizá un mueble donde colocar mi computador. Silvia se acercó, nerviosa la noté, recostada sobre el marco de la puerta, observándome.
—Hola, ¿Y esto? ¿Lo compraste? ¿Con qué dinero? ¿Ya comiste?
—Hola, esto es un sofá cama. Me lo regalaron y no, no he comido. —Respondí a sus preguntas en respectiva secuencia y sin mirarla.
—OK, voy a bañar a los niños y luego a dejarlos en sus camas. —Y salió de allí.
Me fui a nuestra alcoba para tomar mi almohada y entonces sobre la cama, vi tres bolsas grandes y dos medianas. ¡Hummm! Revisé con apuro el contenido. ¿Vestidos nuevos? Dos. No, ¡Tres! ¿Zapatos nuevos? Sí. Dos pares. ¿Y con cual dinero? Abrí las puertas del armario y de la parte superior bajé una colcha y un juego de sábanas. Entre tanto se escuchaban los gritos a manera de juego de mis dos niños en el baño junto a su madre. Tenía hambre así que después de dejar ordenado mi nuevo lugar para dormir, fui hasta la cocina y allí encontré un plato frío con restos de la pasta de la noche anterior y rebanadas de pan. Lo metí en el microondas y destapé una cerveza…
—Ya se durmieron los niños. Ya regreso y hablamos. —Dijo Silvia con el manojo de llaves en su mano derecha y en la otra su móvil más el pequeño monedero.
Yo seguí comiendo. —¿Vas a salir? —Le pregunté.
—Sí, voy hasta la farmacia, no me demoro. Se me acabaron hoy las toallas higiénicas. —Respondió sin mirarme, abriendo el portón. —¡Ufff! Pero qué alivio. —Le dije yo.
—¿Perdón? —Me respondió con aquella pregunta llena de apatía y su cuerpo ya fuera en el pasillo. —Sí, pues es que así me ahorro un dinerito en pruebas de paternidad.
—¡Eres un estúpido! —Lo dijo enfadada y con una mirada de rencor, que si pudiera me hubiera tragado sin mascarme, pero cerró con suavidad la puerta. Lo sé, fui bastante ofensivo pero el resentimiento, la desilusión, los recuerdos, me avasallaron la razón.
Cuando regresó después de una media hora me encontró Silvia ya bañado y en bóxer, dispuesto dormir, con la luz apagada en la alcoba, la puerta a medio cerrar.
—Y entonces ya veo que lo tienes todo decidido, Acaso no querías que habláramos y me dejaras explicarte. ¿Todo? —Mira Silvia, le respondí. –Ya no me interesa. Lo tengo todo muy claro.
—Sí por supuesto. Tan claro para culparme por cosas que te imaginas. ¿Las cochinadas que tú crees que he hecho con mi jefe? Hoy fui a almorzar con él porque necesitaba mi ayuda para unos regalos para su esposa. —Entre él y yo solo existe una relación laboral, nada más.
—¿En serio Silvia? Mira que te di todo el dia para que pensaras con claridad, fui para invitarte a almorzar pero claro, tú no estabas tan triste ni compungida por la situación con tu marido. Mejor irte a almorzar con ese tipo. ¡Claro! Para agradecerle que te trajera sin peligro en la noche después de… ¡Ahh! y también por el hermoso arreglo de rosas.
—¿Y regalos para su esposa? ¡Jajaja! en serio crees que soy tan estúpido para no haberme dado cuenta de los vestidos que compró… ¡Son para ti! Martha su esposa, es más alta que tú. Hoy la vi también.
—Las flores… no sé Rodrigo… Solo llegaron. Es que él es muy atento y quiso regalarnos a todas algo para la oficina y pues Amanda le dio por colocarlas encima de mi archivador. Son para todas no solo para mí. —Y los vestidos pues… Eran una sorpresa para ti. Te los iba a mostrar, en serio. Son los nuevos uniformes que debemos llevar a la oficina y los pagaron los nuevos inversionistas.
—Si claro, sobre todo ese gris humo de tela brillante, escote profundo y con la espalda destapada completamente, dejando ver que no podrías llevar sostén, claro, que idiota soy. Ese debe ser para los cocteles y las reuniones de la junta directiva. Ya te imagino, tú hay de pie tomando apuntes. Sí, perdóname, es que soy tan mal pensado.
—¿Sabes qué? ¡Vete a la mierda Rodrigo!
—Jajaja, esta vez te equivocas conmigo Silvia. A la mierda ya me enviaste años atrás o… ¿Se te olvido? Pero sabes ¡Querida!, el sabor a estiércol me supo mal y ahora, tal vez tenga con quien pueda viajar al paraíso.
Y con mi pie di un empujón a la puerta entreabierta, hasta que esta se cerró dejando a Silvia sin palabras y quizás con la nariz aplastada.
Mañana empezaría otro día y con suerte una nueva vida.
Continuará…