No era frecuente que Silvia y yo discutiéramos y menos aún, que ella con sus ofensivas palabras me sacara fácilmente de quicio, pero esa vez lo había logrado. Mi paciencia tenía un límite y ella lo estaba cruzando, no supe si lo hacía por gusto, pero ciertamente lo ejecutaba a ciegas. ¿Y de mi amor por ella qué? Me estaba cansando de luchar solo, por mantenerlo sobre mis hombros a flote. En algo más de ocho días el destino nos había puesto a prueba. ¿Quién entre ella y yo vencería y cuál de los dos caería?
Terminé por avanzar unos dos pasos hacia la terraza que ofrecía unas cómodas sillas para disfrutar la suave brisa de aquel atardecer. Retiré por el espaldar una de ellas dispuesto a acomodar mi trasero, pero por detrás de mí, unas suaves manos alcanzaron mis ojos, cubriéndolos y a su vez, en lugar de causarme asombro o dejarme perplejo, logró con su infantil gesto, hacerme sonreír.
La fragancia de su aroma, la tibieza de su piel y un absurdo pero gracioso… ¡Adivina quién soy! de su delicada y tierna voz, acompañado por sus labios humectados, empalagando con su viscoso brillo mi mejilla izquierda, cambió mi enojo por una súbita alegría.
—A ver, dije yo. —Déjame adivinar… Hummm, no tienes las manos frías y rugosas, por lo tanto no eres mi abuela. Y eres alta, así que no puedes ser una caperucita roja. Tu perfume a rosas frescas, jazmín, canela y… ¿Duraznos? Ese te podría delatar. La verdad que no sé quién eres, pero de lo que si estoy plenamente seguro es que no eres mi enojada esposa.
Martha las retiró de mi rostro, y despeinando mis cabellos con ambas manos, se colocó en frente de mí para darme otro beso en la mejilla huérfana de su labial. Estaba preciosa, opacando con su belleza, los arreboles de aquel atardecer. Su cabellera húmeda todavía y peinada ella por la mitad, con aquellos rizos sueltos, casi lisos desde la raíz hasta la mitad y de allí, más o menos a la altura de sus orejas hasta las puntas, caían oscilando por la brisa, sus iluminados bucles castaños.
Su angulado rostro levemente maquillado, dejaba percibir una miríada de pequeñísimas pecas cafés que le otorgaban un aspecto muy juvenil. Para nada demostraba estar tan cercana a los cuarenta. Y el tinte en sus ojos, mezcla perfecta de caramelo, miel y rasgos verdes, con sus brillos chispeantes que tanto me encantaban, los destacaba sin necesitarlo obviamente, con los parpados sombreados de fucsia, acrecentando en mí, el gusto por observarlos. Un negro rímel, otorgaba a sus pestañas el volumen necesario para hacerlos percibir más grandes. Bajo su recta y respingada nariz, los labios delgados, brillantes y perfectamente delineados, de un rosa suave casi pálido, rivalizando con el esplendoroso magenta sobre sus ojos, como invitando a besarlos más tiernamente que con excedida pasión.
—¡Tu abuela! ¿Ehh? ¡Y de caperucita no tengo ni siquiera la capa, aunque puede ser que alguno que otro lobo si me ronde! Jajaja. —Y se sonrió.
—¿Así que con tu esposa están disgustados? ¿Y se puede saber por qué? —Preguntó, dejando sobre la mesa un celular con funda rosada y luego otro, de carcasa azul.
Me acerqué por su lado derecho y de medio lado, ofrecí sin ella pedírmelo, mis manos como aparejos para retirarle su deportivo blazer de poliéster blanco, sin premura alguna, casi que logrando escuchar, el deslizar del satén que forraba el interior de sus largas mangas en un suave rozar, como si al sentirse retiradas, besaran en triste despedida la epidermis de sus delicados brazos. La coloqué doblándola con esmero, sobre el respaldo de la silla donde ella había dejado un momento antes, colgado su gran bolso.
No pude evitarlo, embelesado admiré la elegancia de sus movimientos al acomodarse en la silla cercana a la mía, girar su cabeza hacia un lado, atisbando en la lejanía algo o alguien. Como percatándose de haber sido observada por varios pares de ojos, pertenecientes algunos a hombres ansiosos y otros tantos, a mujeres llenas de envidia unos metros más allá. Delicada y fina mujer, causando en mí el agrado de estar compartiendo su espacio.
Y morbosamente feliz, pues Martha al agacharse un poco colocando sus brazos sobre la mesa, me regaló la súbita visión de ver la tensa perfección de la tela que cubría, tras un leve temblor, la artificial redondez de sus tetas marcando pezón, libres y sueltas bajo un top rosa encendido de tirantes y escote cuadrado, dejando sus hombros desnudos pero arropados también por minúsculas pecas desordenadas como si fuesen una multitud de lunas y asteroides, flotando sobre su nívea piel.
Su look de viernes lo complementaba con unos vaqueros blancos y estrechos, de esos llamados Slim, bien ceñidos a su cintura, alargando si se quiere aún más, su estilizadas piernas. Y doradas sandalias abiertas de alto tacón recto, dejando al descubierto la blancura de sus pies, con sus uñas decoradas con puntitos rojos, rosa y blancos, simulando una pequeña flor en cada dedo.
Me miró, sorprendida quizá de verme allí de pie, perdido dentro de toda su atenazante belleza y fue cuando Martha sonriendo, colocó su mano frente a su boca y cerrándola posteriormente, carraspeo dos veces, llamando mi atención, bajándome de la nube a la que ella sin quererlo, me había elevado. Y así, reaccioné para retomar la conversación.
—Pues sí Martha, para que te lo voy a negar. ¡Un poco! Es que ustedes las mujeres son tan complicadas y difíciles de entender. Yo pienso que Dios cuando ideó a Eva, en algún descuido de tan esmerada creación, debió olvidar hacerle entrega a Adán, de una guía ilustrada para poderlas comprender. —Y de inmediato ella se echó a reír.
—Bueno Martha… ¿Y que deseas tomar hoy? ¿Café? o si gustas acompañarme a mojar la palabra con… ¿Un buen par de cervezas? —Le pregunté.
—Jajaja, a ver mi caballero sin armadura, la cerveza puede ser. —Me respondió, acomodándose de medio lado en su silla, cruzando con su característica prestancia, una pierna sobre la otra y echando mano de su bolso, lo colocó sobre su regazo, e intentó en vano sacar su billetera.
—No, no, no. Esta vez invito yo, preciosa. —Y colocando mi mano sobre su hombro para evitar que se saliera con la suya nuevamente, me giré rápidamente hacia el interior del local para buscar en la estantería de madera, una marca diferente, importada y con un poco más de contenido de alcohol.
Regresé hasta la mesa unos minutos después, con un salero, algunas rodajas de limón, un cenicero y dos botellas frías de Corona Extra con sendos vasos desechables cubriéndolas. Martha ya tenía colocadas sobre el blanco mantel, una cajetilla nueva de cigarrillos de mi marca de tabaco rubio preferida y otra de unos delgados More, que hacía mucho tiempo no veía.
—Y bien tesoro… ¿Hablas tu primero o hablo yo? —Destapé las dos cajetillas de cigarrillos y agitando un poco la roja de More, le ofrecí uno de aquellos que sobresalieron. Con su pulgar y el índice, escogió el más externo y lo llevó a su boca. Yo tomé un Marlboro y enseguida le ofrecí fuego, para después con la vivaz flama en pleno, encender el mío.
—Voy yo, le dije. —Martha aspirando un poco, se encogió de hombros y sonrió.
—Bueno si soy sincero, preciosa, aún no encuentro respuesta a tu pregunta. Cómo comprenderás es una situación tan personal, tan íntima y fuerte que no sé por donde puedas tu lograr el perdón. —Martha desvió su mirada hacia una pareja de ancianos que deambulaban cansinos, buscando algún lugar para sentarse y tomar algo. Los dos bien entrados en años, la señora apoyada en un bastón al dar sus cortos pasos y él señor precavido, amorosamente la tomaba con cariño de su otra mano.
—Lo sé, Rodrigo. Y entiendo que lo mío ha de parecerte una barbaridad. —Me habló aplacada, volteando su cabeza, dirigiendo toda su atención en mí.
—¿Es tan malo en la cama? —Le espeté sin reparo alguno en parecerle entrometido. Directo y al grano.
—Es algo inocente en verdad. Creo que al casarnos tan tempraneramente, sin mayores experiencias con otras personas, Hugo al igual que yo, creímos que lo hacíamos bien. El amor y el sexo. Todo en conjunto. Creí que era lo mismo sin diferenciar amor del placer. ¿Me entiendes? —Acercó su mano derecha y con sus dedos fue rozando los míos, pero sin atreverse a entrelazarlos por completo. No me pareció que lo hiciera por tontear conmigo sino para concentrarse en alguna acción externa, que le diera cierta ubicación mental.
—No es muy imaginativo, más bien lo hacemos de la manera tradicional. Es mi culpa también, por no hablarle, no expresarle con claridad mis inquietudes al respecto. Nunca hablamos en la cama de si teníamos o no fantasías. Por pena nunca le dije que me aburría hacerlo siempre tan… ¿Igual? —Martha se enderezó en su silla, aspiró nuevamente un poco de tabaco y luego bebió un trago largo de su vaso de cerveza–. Yo por el contrario no utilicé el desechable. Sencillamente, introduje una rebanada de aquel limón dentro de la botella y con otra más, humedecí con su ácido néctar, el pico y lo decoré con un poco de sal.
—Y debido a ese comportamiento, decidiste buscar por otros lados lo que deseabas experimentar y no podías hallar en tu hogar. A ver, cuéntame. ¿Lo obtuviste? —Terminé por preguntarle.
—No fue exactamente así. De hecho no lo estaba buscando o deseando. Más bien se me presentó la oportunidad. En una salida con mis amigas, conocí a un hombre que me llamó la atención por su caballerosidad, sus buenas maneras y ese aspecto de hombre seguro de sí mismo tan directo, rudo y varonil, muy diferente al tímido actuar de mi esposo. Siempre tan contenido y analítico; nunca fue avezado, ni aventurero. —Al escucharla hablar así de su amante y de su marido, me transporté a mis primeros meses de noviazgo con Silvia. Todo tan similar. Hugo el retraído esposo de Martha, idéntico en su actuar al mío años atrás por mi deseo de ser el mejor y caer en el descuido. Tan similar él a mí, que me causo tremendo escalofrío.
—Podría decirte que fue precisamente aquella diferencia de personalidad, lo que me llamó la atención y después de intercambiar algunos mensajes, contándonos un poco de nuestras vidas, surgieron nuevas salidas, ya solos. Fue espontaneo. Halagada por sus palabras, y animada por sus constantes mimos, terminamos besándonos en la pista de baile de una discoteca. Una que otra caricia permitida que me encendió, sí. Pero me contuve y aquella noche no pasó nada más entre nosotros pero me creo una gran inquietud. —En vano, Martha intento darle otra calada a su delgado cigarrillo, pero este se había apagado a la mitad por la falta de uso.
Ella misma tomó mi encendedor y de nuevo dio vida al restante, para aspirar otra bocanada de tabaco y lanzar sutilmente el humo azulado por los aires. Otro sorbo a su cerveza y mordiendo una tajada de limón, hizo una mueca de desagrado, cerrando sus ojos y apretando fuertemente sus labios. Luego me observó, y al hacerlo se dio cuenta de que me sonreía por su gesto de repulsión y entonces bebió otro sorbo, para proseguir relatándome su encuentro con aquel amante, no sin antes sonreírme de manera burlona.
—Luego aprovechando un viaje de mi marido por cuestiones de su trabajo, tomé la decisión de aceptar una rápida salida, solo tres horas para estar en la intimidad con el hombre que ocupaba mis interiores fantasías. Conseguí que una niñera se hiciera cargo de mis hijos y salí en búsqueda de algo diferente. Deseaba hacerlo con él, pero no por nada sentimental, lo consideraba como un buen amigo con el cual experimentar. Solo sentía que debía hacerlo. Averiguar cómo era tener sexo con un hombre diferente a mi esposo. —¿Y te gustó? Le pregunté.
—¡Sí! Maldita sea, sí. ¡Lo disfruté! Aunque no puedo mentirte. Al principio dudé, me sentí nerviosa y confundida, sopesando en una imaginaria balanza, los pros y los contras de mi proceder. Sobre todo cuando este hombre, ya completamente desnudo frente a mí, retiraba con delicadeza mi sostén, deleitándose la vista con mis pechos, para tocarlos luego y acariciármelos tiernamente, mamándomelos con deseo. Desnuda por primera vez ante uno diferente al hombre al cual debía fidelidad. Pero mi amigo fue muy considerado, aguardó a que perdiera mis miedos y él con mucha paciencia fue rompiendo mis defensas, los complejos e inseguridades. Lo hizo todo muy bien, aunque el preliminar fue algo precipitado, pero si me hizo sentir distinta. Experimenté demasiadas sensaciones nuevas junto a él. —Me acomodé contra el respaldo de mi silla, bebiendo de un solo sorbo el poco contenido de mi botella. Con mi lengua saboree un poco el limón que pugnaba por salir también de su interior y terminé por dejar la colilla de mi cigarrillo en el surco de aquel cenicero, sin dejar de apreciar en Martha la tranquilidad de su mirada. Quería intervenir con una pregunta pero ella, siempre tan intuitiva, se me adelantó.
—Y no Rodrigo, si lo estás pensando, antes de que me lo preguntes te digo que no sentí remordimiento alguno al regresar a mi casa. Fue para mí un gran descubrimiento y en lo único que pensaba era en como poder compartirlo con mi marido e intentar convencerlo de cambiar él y yo en nuestra intimidad. Aumentar nuestra libido y gozar de mi nuevo conocimiento sexual. —Entonces levanté mi mano, interrumpiéndola para aclarar un aspecto importante.
—Ok, y visto lo visto, no lo conseguiste. Y aun así, después de obtener tu cometido personal, seguiste viéndote con ese hombre. Continuabas con tus revelaciones a espaldas del padre de tus hijos. ¿Por qué?
—Fue una noche hace algunos meses atrás, que sin saber cómo hablarle de lo acontecido, me atreví a proponerle hacer algunas posiciones diferentes. Le sugerí que intentáramos la penetración anal, colocándome en cuatro, tan disponible para él sobre nuestra cama, para ver cómo se sentía. Y me trato básicamente de puta barata. Me dijo que eso no lo hacían las parejas casadas. Que solo una prostituta lo permitiría. Entonces discutimos, me hizo sentir terrible y afectada por la ofensa, se me salió decirle que muchas veces yo le había mentido y que en nuestra cama, había fingido varios orgasmos. Que no me daba la talla. —Martha calló. Y fumó de nuevo, para posteriormente beber.
Vaya con el jefecito de mi mujer. Inexperto, tradicionalmente aburridor en la cama. ¿Baja autoestima? ¡Falto de imaginación en cuanto al sexo! ¿Eyaculador precoz? Tantos problemas y aun así, tan insistente con mi mujer. ¿Por qué?
—Eso le sentó mal. Lo herí, lo sé. Y desde allí, dejamos de intentar tener relaciones, que tampoco eran diarias, tal vez una o dos veces cada quince días… ¿Rodrigo? —Y Martha, extendiendo su brazo por sobre el mantel blanco, posó su mano sobre la mía, con la que yo jugaba distraídamente con mi encendedor, buscando al lanzarlo por los aires, que cayera de pie sobre la mesa. Creo que Martha pensó que yo no le prestaba la suficiente atención y le desesperaba mi actitud. Más no era así, yo solo analizaba la situación.
—Te estoy escuchando preciosa. ¡Créeme! Le respondí, mirándola fijamente y colocando mi otra mano con cariño sobre la suya. Prosigue.
—Por supuesto que volví a verme con mi amigo y nos convertimos en compañeros de cama. Un par de amigos con derechos. Solo fueron dos veces más, pues noté que en él surgían motivos diferentes al mero encuentro sexual. Me dijo que se estaba enamorando de mí y luego en una de esas tardes de hotel, me propuso hacérmelo por atrás y me negué. Si no era con mi esposo la primera vez no sería con nadie más. Obviamente se molestó por ello y el hecho de conocer que no abandonaría a mi marido por nada en el mundo y dejamos de vernos, no así de hablarnos. Aún lo seguimos haciendo por aquí. —Y me señaló el móvil azul.
—Espera voy por las dos últimas, pues mis hijos regresaran a casa esta noche con sus abuelos. Hace días que no los veo porque están con ellos de paseo en el Disneyland de París y muero de ganas por abrazarlos. —Y sin dejarme oponer resistencia se puso en pie y me regaló de nuevo aquella visión hipnótica de su melena ondeando, su espalda recta y la firmeza de sus nalgas, subiendo y bajando, contoneando de izquierda a derecha y viceversa, sus caderas. Curiosamente recuerdo sonreír al notar como en su nalga derecha, al ascender y bajar a cada paso, dejaba percibir la formación de un hoyuelo que aparecía y luego se esfumaba. Pocas mujeres tienen ese donaire al caminar que poseía Martha. No levantaba mucho del piso la suela de sus sandalias, apenas parecía deslizarse, colocando una pisada exactamente frente a la otra, como si de una esmerada modelo de pasarela se tratara, desfilando por la tarima que esa tarde-noche, era un piso de piedra.
Sus hijos… ¡Mierda!… Y de los míos ¿Qué? De inmediato reaccioné, tomando mi teléfono y marcándole al número de Silvia… ¡No! al de ella no. Colgué sin dejar que sonara la primera vez. Busqué en la agenda el número telefónico de mi suegra y marqué con decisión.
—¿Siii, buenas? ¿Con quién? —No me sorprendió que mi queridísima suegra no me tuviera grabado en sus contactos.
—Soy yo. Rodrigo. Buenas noches suegra. ¿Cómo está todo?
—Ohh, Rodrigo ¿Y ese milagro a que se debe? —Nada especial suegra, solo quería saber de mis hijos y hablar con ellos antes de que se vayan a la cama. Supongo que estarán felices por el viaje.
—¿Viaje? ¿Cuál Viaj…? Ahh, sí que tonta soy. Espera te comunico a tus hijos.
—¿Papito? —Respondió mi hija.
—Hola mi cielo hermoso. ¿Cómo está la princesa de mi corazón?
—¡Bien papito! ¿Vas a venir ya por nosotros? —No mi vida, mañana tengo que trabajar un rato, mejor disfruta con tu hermanito del paseo.
—¿A dónde papi? —Me respondió dejándome intrigado con su respuesta.
—¿No has hablado con tu mamita? ¡Hummm debe ser una sorpresa!
Y en ese momento escuché la voz de mi hijo, pidiendo a la fuerza a su hermanita que le dejara hablar conmigo.
—Papi, papi, papiii… ¡Te amo mucho! —Yo a ti más. Le respondí y enseguida mi pequeño me comentó sus tiernas aventuras.
—Estoy jugando con el abuelito a las carreras de carritos pero él los hace estrellar contra las paredes.
—¡Jajaja! me imagino que no es un buen piloto como tú. ¡Te amo mi chiquitín precioso! Ten mucho cuidado en la piscina. ¿Bueno?
—¿Cuál piscina papi? —Ehhh creo que era una sorpresa de tu mamita. Pregúntale a ella. Y mi niño feliz y dichoso, seguramente empezó a saltar y en medio de su algarabía, tiraría al suelo el móvil de mi suegra y al hacerlo me terminó sin querer la llamada.
Mi suegra me había demostrado no saber nada del viaje programado por Alonso, menos aún mis dos hijos, lo cual me hizo rebobinar la película y en mi mente se aparecieron varias inquietudes. O Silvia me había mentido para refugiarse en brazos de su madre y no verme para así evitar que siguiéramos discutiendo y darnos tiempo para respirar y qué alguno de los dos, terminara pidiendo perdón o simplemente tenía algo planeado con anterioridad y la excusa perfecta era precisamente pelearse conmigo la noche anterior.
Otro cigarrillo a mi boca, otra vez la sensación de que algo estaba mal, muy mal con mi esposa.
—Rodrigo… ¿Y esa carita? ¿Ahora que te sucede? Te vi hablar por teléfono. ¿Tu esposa sigue disgustada? —Martha estaba allí a mi lado, colocando las cervezas sobre la mesa, al lado de sus dos teléfonos.
—No hablé con ella; lo hacía con mis hijos que se supone van de paseo a la Sierra mañana con mi suegra, su marido y mi mujer. Lo raro Martha es que, ninguno al parecer, estaba enterado, a parte de mi esposa claro está. Es como si ella me estuviera ocultando algo. ¿Y tus hijos? ¿Has hablado con ellos? Deben haberlo pasado en grande con tantas atracciones. —Le pregunté.
—No Rodrigo, no los veo hace varios días, aunque con mi hija mayor, Isabel se llama, en honor a mi madre y el menor se llama Luis, igual que su abuelo paterno. Con ella he sostenido video llamadas casi a diario. Están muy bien los dos. ¡Felices! Me hace tanta ilusión volver a tenerlos junto a mí. Son todo en mi vida, por eso necesito que me ayudes a pensar en una solución para no perderlos. ¿Qué hago Rodrigo? ¿Cómo soluciono todo este caos? —Di una calada a mi cigarrillo, tomé la botella de cerveza con la otra mano y colocándome de pie, empecé a caminar alrededor de la mesa, pensando en Silvia y mi situación, sopesando la posibilidad de agachar mi cabeza y pedirle perdón. ¿De qué y por qué? No lo sabía ciencia cierta pero alguien debería equilibrar la balanza para… ¡Mierda! eso es. Esa era la solución para Martha y de paso para mi matrimonio.
—¡Lo tengo! —Le dije a Martha y ella de inmediato concentró su atención en mí. —Me acerqué hasta ella, arrodillándome para estar casi a la altura de sus hermosos ojos y se lo expresé con contundencia.
—¡Equilibrio! Creo que esa es la solución, pero no con su secretaria que de seguro lo debe hacer como una vaca muerta, –obviamente Silvia para nada era pasiva al momento de tener sexo– y de pronto vea la oportunidad de arrebatártelo. ¡No! Debes buscar ayuda de una profesional, una terapeuta de esas que se encarga de solucionar los problemas de las parejas.
Martha encendió otro de sus cigarrillos, aspiró profundamente sin dejar de observar mi entusiasta reacción y luego tomó su vaso de cerveza, dejando caer en el fondo la última rebanada de limón.
—Debes hacer que tu esposo te acompañe y entienda que aunque él sea tu problema, también puede ser la solución. O llévalo una noche a un local liberal, así no hagan nada en un principio que él entienda que debe exigirse más como hombre para brindarte el placer que necesitas y vivir como las lombrices, bien felices. —Mi idea parecía no convencerla pues no veía en su rostro una reacción favorable a mi propuesta. Sin embargo continúe mi exposición.
—¡Demuéstrale que para ti, él es lo más importante!
—¡Ayyy! corazón, si eso ya se lo insinué la noche anterior y no te imaginas como se puso. Tengo una amiga que se dedica a eso precisamente, el problema es que mi esposo siempre ha desconfiado de ella y más después de conocer que se había divorciado recientemente. —Martha observó con detenimiento su reloj de pulsera, tal vez tenía alguna otra cita pues también desbloqueo ambos teléfonos, pero sin hallar nada nuevo en ellos, los volvió a acomodar sobre la mesa.
—¿Te tienes que marchar o esperas alguna llamada? Le pregunté y ella con un gesto indiferente en sus labios me respondió…
—¡Aún tengo tiempo! Como te decía Rodrigo, mi esposo me respondió que él no necesitaba de tratamiento alguno y que tampoco se iba a rebajar a mi posición. Acostarse con otras mujeres y ser tanto o más infiel que yo, no estaba en su forma de ser. Me dijo muy seriamente, que en su vida nunca estaría con una prostituta. Es por eso que viendo la complicidad que parece mantener con esa secretaria suya, he pensado que si logro conseguir hablar con ella, le propondré que lo seduzca a cambio de una buena suma de dinero y por supuesto, teniendo alguna grabación como prueba, pueda persuadirlo para lograr que hablemos y que comprenda que lo que hice fue solo por experimentar y conocer. Que fue solo por sexo y nada más. Y estando en igual posición podremos seguir adelante juntos. —La vi muy convencida de hacerlo, y me preocupe aún más. Y con la restante cerveza en mi mano, esperé por conocer la siguiente parte de aquella conversación.
—Hoy fui de almuerzo con otra de sus secretarias para averiguar más acerca de las andanzas de mi esposo con su asistente. Porque… ¿Sabes algo Rodrigo? Ya mi esposo la invita a salir a almorzar. Luego algo hay entre ellos dos. —¿Estas segura de eso? ¿Te lo confirmaron acaso? —Le pregunté con bastante nerviosismo. ¿Sabría Martha que estábamos hablando de mi esposa?
—Desafortunadamente al parecer no ha visto entre ellos, nada inapropiado en la oficina, pero si me comentó que la junta directiva la apreciaba mucho por su talento y otra cosa más averigüé y que puede jugar a mi favor. ¡Van a viajar juntos la próxima semana a Italia! Por asuntos de trabajo obviamente, pero sí logró hablar con esa mujer sin que mi esposo lo sepa, antes de que viajen, quizás sea esa la oportunidad para que suceda algo entre ellos. —Martha me hablaba con mucha convicción en su idea de colocarle una trampa a su esposo, usando a mi mujer como cebo para equilibrar sus faltas. No podía permitirlo.
—Y una cosa más me comentó, que me confirma que hay algo entre ellos. Imagínate que los vio salir a almorzar y regresar con unos paquetes grandes, supuestamente para celebrar nuestro aniversario. Y como adivinaras, no hay tal aniversario hasta noviembre. ¡Los putos vestidos!
—Mira preciosa, creo que sigues confundida. Lo que tu marido necesita es una mujer que le tres vueltas en la cama y logre despertar la fiera que hay dormida en él. No utilizar a una secretaria aburrida y quizás principiante en el sexo. Lo que puedes lograr con esa idea tuya es que sentimentalmente se unan por el dolor y el odio que ahora tu esposo siente hacia ti. Lo lanzarás en brazos de esa mujer que quizás no tenga nada que perder y sí mucho por ganar. ¡Reacciona! Deja a esa asistente en paz y mejor concentrémonos en mi idea, solo que con una pequeña variante. —Y se le iluminaron los ojitos de miel a Martha.
—A ver, soy toda oídos. Me respondió. —No es tan complicado, mira… —Y en ese momento una llamada se escuchó proveniente de uno de los teléfonos móviles que reposaban al lado del cenicero. Ella tomó el rosado, me miró y me hizo la señal con su dedo sobre los labios de que mantuviera silencio. Se dio vuelta en su silla para hablar, diciendo antes de hacerlo….
—No lo sé. No sé cómo conseguir que mi esposo acceda para acudir a una cita, ni tan siquiera que me acompañe a la primera entrevista con la terapeuta. Dame un segundo y respondo esta llamada que es mi hija.
Entonces tomé la decisión de encender otro cigarrillo y pasearme por allí cerca para darle a Martha la necesaria privacidad en su llamada. También necesitaba pensar en mi mujer y en la manera de evitar que Martha la ubicara. ¡Complicado! La conexión ya la tenía a mano y era precisamente esa compañera de trabajo. ¿Y si lograba contactarla? ¿Qué posición tomaría Silvia al respecto? ¿Se ofendería o por el dinero, aceptaría y se prestaría para tamaño engaño?
Lo más probable es que mi esposa mandara a Martha a comer mierda hasta la china. Por lo tanto, mi mejor idea de colaborar a que ello no sucediera, sería ayudar a Martha a encontrar una buena terapeuta de parejas de la mano de su esposo y mi cómplice para llevarlo a cabo sería mi propia mujer. Si primero lograba que me perdonara, me entendiera y yo por supuesto, poder confiar de nuevo en ella.
—¡Es una mierda! Todo esto me va a enloquecer. —Le escuché decir más o menos en voz alta a Martha y regresé hasta la mesa para darme cuenta de que ocultaba su rostro con las dos manos. ¡Lloraba!
—¿Qué sucede? Le pregunté mientras colocaba mi mano derecha sobre su desnudo hombro izquierdo. —Y fue en ese momento en que Martha se puso de pie, y aun con las lágrimas rodando por sus mejillas, me abrazó con fuerza y yo a ella, ciñendo con mis brazos la estrechez de su espalda, permitiéndole entre mi compasivo silencio y sus espaciados sollozos, unos segundos de relajado desahogo.
—Mi hija me ha comentado que por decisión de su padre, ellos no regresaran esta noche a la ciudad como estaba previsto. Y que tomarán el vuelo de regreso hasta mañana temprano. Hugo en realidad me quiere apartar de ellos. Además que al encontrarse con su padre en el aeropuerto, partirán de inmediato hacia el chalet de mis suegros. ¡Sin mí! Rodrigo… ¡Tengo mucho miedo! —Me aparté un poco de ella, solo para mirar la preocupación reflejada en sus ojos enrojecidos.
Levanté su barbilla un poco con mi mano derecha, forzándola a que me mirara fijamente, ella entreabrió su boca levemente y yo la mía. Lentamente acunando entre mis manos sus húmedas mejillas, posé mi boca sobre su frente con ternura y la bese una y dos, tres veces seguidas tal vez. Y volvimos a abrazarnos pero esa vez, como un par de enamorados. Yo rodeando su cabeza con mis brazos por detrás de su nuca y Martha a mí, entrecruzando los suyos por detrás de mí espalda a la altura de mi cintura. Menguando con aquella cercanía, nuestras aflicciones.
—Hoy es viernes, le dije sin dejar de sentirla respirar pausada, más tranquila. —Nadie te espera en casa, Martha. En la mía igual. ¡Tú sola, yo solo! Ven preciosa, recojamos nuestras cosas menos las preocupaciones, a esas, dejémoslas por aquí olvidadas y vayámonos por ahí, los dos. Dejemos que la noche de Madrid haga su magia y nos sorprenda. —Ella asintió, se apartó algunos rastros de su salina amargura y me sonrió de manera complaciente.
Y recordé entonces a Eva y su invitación para salir los dos por ahí. Tomé mi teléfono y abrí la aplicación de mensajería para textearle, averiguando si aún estaba en pie aquella invitación y en dónde. Luego de recibir la respuesta a mi mensaje, tomé la suave y cálida mano de Martha, entrelazando nuestros dedos y sin pensarlo más le dije…
—Martha… ¿Te gusta bailar?
—¿Te han dicho que estás loco? Pero… ¿Sabes qué? Me gusta tu locura. ¿En tu coche o en el mío? —Me preguntó mucho más animada.
—Podrías seguirme en el tuyo y dejo mi corcel pastando en el establo. Es que quiero pasarla bueno esta noche. Tomarme varios tragos sin pensar en las probables multas. ¿Te parece preciosa?
—¡Vamos tesoro! ¿Y entonces pretendes que yo sea tu conductora elegida y pasarme la noche a punta de agua? ¡No señor! Vamos en el mío, pero buscamos un parking donde dejarlo hasta el otro día, que esta noche quiero gozar con tus desvaríos. —Me encogí de hombros y nos dirigimos los dos en busca de nuestros coches.
Y así fue. Después de dejar mi coche en la urbanización, subir a mi piso para en poco más de cinco minutos, cambiar mi formal vestuario de asesor comercial por algo más cómodo y rumbero, esquivando esos sí, las inoportunas miradas de mis vecinos, entre ellas a la señora Gertrudis y su «adorable» Toretto, en un santiamén regresé hasta la entrada donde ella me esperaba. Al acercarme al coche, Martha se había colocado en el puesto del copiloto, con el espejo retrovisor girado en diagonal, arreglando su maquillaje sin apuro.
—Corazón… ¿Te importaría conducir mientras me retoco un poco? —Me preguntó risueña. Nos fuimos en el rojo deportivo de Martha hacia la discoteca donde Eva me esperaba, claro está, sin compañía.
Aquel lugar donde estábamos por ingresar, era un local de pura rumba latina. Vallenatos, salsa, bachatas, algo de puro reggae también y por supuesto el infaltable reggaetón. Justo en la entrada le comenté a Martha que allí dentro me encontraría con la chica de la barra, y que por lo tanto haríamos el teatro de que nos habíamos encontrado de casualidad. Martha no puso problema por ello y de improviso, bastante emocionada, tomó su móvil rosado del bolso y le marcó a una amiga para invitarla también a rumbear con nosotros, de esa manera parecería más real nuestro ficticio encuentro. La idea era que Eva no se ofendiera al verme acompañado, pues la andaluza tabernera tenía en su mente otros planes para divertirse conmigo. ¡A solas!
Entre tantas personas fue difícil ubicar a Eva. Junto a Martha deambulamos un rato entre aquella multitud de brazos elevados en descoordinado movimiento, caderas cimbreantes y juegos de luces multicolores, al compás de la música del grupo Niche y su «Cali pachanguero», himno oficial de las ferias de Cali, para posteriormente el Dj, –que para nada parecía colombiano– mezclar con acierto el ritmo salsero con el discotequero rock de «La Pachanga» de Vilma Palma e Vampiros. No veíamos donde poder ubicarnos, por lo que nos acercamos a la barra y dialogando con el barman, conseguí finalmente un reservado disponible en la zona VIP.
Una vez acomodados, Martha casi a gritos por el elevado volumen de la música, hablaba por su móvil, dando indicaciones a su amiga. Mientras tanto yo le escribía a Eva, para avisarle de mi presencia en el lugar y donde me hallaba ubicado. Un cocktail caribeño para Martha, una botella de aguardiente, dos copas, vasos desechables y una jarra con cristalina agua. A su lado otra de jugo de naranja, una bandeja con granos de maní salado y uvas pasas.
Un rato después de calentar mi garganta al tomar de una sola vez y hasta el fondo de mi copa, llegó Eva agitada y algo sudada.
—¡Holaaa! Pero niño, casi que no llegas. —Y nos saludamos con unos besitos en las mejillas y otro corto en los labios. Eva de inmediato reparó en Martha para saludarla también de manera efusiva. Le comenté que era una amiga con la cual, casualmente nos habíamos encontrado en la entrada.
—¡Vamos a bailar que esta canción me fascina! —Y me llevó del brazo, sin yo poder rechistar hasta el centro de la azulada pista de baile. La canción no la recuerdo con exactitud, pero creo que era una del grupo Duncan Dhu, si no estoy mal era «En Algún Lugar» y entre mis saltos y los suyos, disfrutando entre tanta contagiosa algarabía y su risa andaluza, pasamos en un instante a brincar, gritar, cantar y agitarnos con el violín y las guitarras eléctricas de «Molinos de Viento» del grupo Mägo de Oz y finalizar de nuevo en el caribe con el pegajoso merengue de «Abusadora», del siempre divertido, Wilfrido Vargas.
Realmente que Eva se movía con gran soltura y se veía muy feliz. Igual yo, para que negarlo. Con tanto movimiento, alboroto y gentío enrumbado, me olvidé de Silvia, de su jefe y de aquel incógnito viaje, tan desconocido por mis hijos a la Sierra. Y en una de tantas vueltas, alguien jaló del brazo derecho a mi andaluza tabernera alejándola de mí, entre risas y gritos se la fue llevando y la perdí de vista entre tantos cuerpos agitados.
Al regresar hasta la zona VIP, donde había dejado abandonada a Martha, la encontré feliz sentada de medio lado hablando con una mujer de cabellos cortos y más azules que nunca por el brillo que a ellos otorgaban, los dirigidos focos led´s que iluminaban desde la pared, la baja mesita y aquellos oscuros sillones.
Martha se fijó en mi cercanía y con la sutil gentileza que tanto la caracterizaba, me presentó a su desconocida amiga.
—¡Rodrigo! Tesoro mira. Ella es una de mis mejores amigas, la divorciada que tanto detesta mi esposo y además la terapeuta de la cual no quiere saber nada. ¡Jejeje! —La mujer giró su rostro elevando su mirada hacia mí, pues aún permanecía en pie junto a ella.
Abrió sus ojos sorprendida, seguramente al igual que yo. Me agaché y sonriendo le extendí mi mano derecha, ella me la estrechó con cariño y su rostro se iluminó con una sonrisa bastante amplia, regalándome la visión de su blanca dentadura, para segundos después, obsequiarme directamente, un casto beso sobre mis labios.
—¡Hola Almudena! Pero qué bacano tenerte por aquí y poder vernos otra vez. —Le dije yo.
—¡Rocky querido! Lo mismo digo yo. Como negarme a venir, si hoy es viernes y el mundo gira feliz. —Me respondió.
Y Martha asombrada, no lograba cerrar su encantadora y rosada boca.
Continuará…