—¡Hola mi amor! ¿Cómo sigues del «guayabo» mi vida? —¡Te amo! —Me respondió casi de inmediato a modo de saludo mi esposo.
—En cambio yo te adoro. Jajaja. ¡Te gané! —Le contesté muy feliz de escucharlo, y no voy a mentir, la verdad también estaba ansiosa por conocer como seguía todo, sobre todo con aquella desconocida mujer.
—Pero yo te amo más. ¡Hasta el infinito y más allá! ¿Cómo están? ¿Y mis chiquitines? —Me expresó como siempre su gran amor y de paso indagó por el estado de nuestros dos pequeños.
—¡Mi vida los niños están felices! No sabes cómo se han divertido, aunque la abuela anda muy angustiada. Están jugando ahora a lanzarse por una cuerda pero no es peligroso, no están muy elevados del piso y están dichosos de vivir esa aventura. Creo que está en su sangre, con seguridad lo heredaron de ti porque ya sabes como soy yo de miedosita. —Le comenté, sonriéndome al final, tras reconocer por enésima ocasión mi fobia a las alturas.
—Me alegro por ellos pero no me los descuides que sabes bien como es tu madre de despistada. ¿Vale? —Me respondió con mucha calma en su voz.
Esa tranquilidad con la que Rodrigo me hablaba, me hizo pensar en que no debía temer nada y que mi esposo se comportaba con la naturalidad de siempre y que no me escondía nada. Pero una mujer siempre tiene esa innata curiosidad que no nos desampara y por ello para asegurarme le pregunté a continuación de su respuesta.
—¿Aun estas en esa casa? Con esa… ¿Con tu cliente? —Me animé a preguntarle.
—Si señora, mi ropa aún no está disponible y Almudena me invitó a acompañarla un rato más. Precisamente acabamos de almorzar, pero ya en un rato más me visto y salgo para el apartamento. ¿Nos veremos esta noche? O… ¿Te vas a quedar con tu madre hoy también?
—No lo creo mi vida. Me haces falta y a los niños también. Alonso quiere ir a recorrer un sendero que me cuenta es muy bonito y que no queda lejos de aquí. Esta noche nos veremos con seguridad. ¡Te amo! y Rodrigo… Por favor compórtate. ¿Ok?
—Hummm… ¿Celosita? Jajaja. Por supuesto mi vida, entonces hasta la noche. Cuídate y besos al par de terremotos. Bye
—¡Bobito! Un poco sí, ya sabes que hay que cuidar lo de uno. Pero confío en ti. Hasta pronto Cielo. Un beso. Y me despedí de mi Rodrigo, sintiendo paz.
…
—¿Entonces te vas? —La delicada voz a mi espalda era la de Martha. No supe que tanto tiempo había estado escuchándome, pero no importaba.
—Lo siento, no quería importunarte. Solo venia para decirte que nuestras ropas están listas en la habitación. ¿Quieres que te lleve? —Me dijo Martha mientras sus brazos rodeaban mi vientre y los finos dedos de sus dos manos, se deslizaban por mi abdomen, en círculos de afuera hacia el centro y con sus uñas arañando con suavidad hacia mis costillas, para luego pegar sus labios en mi hombro.
Con delicadeza me di la vuelta, tomé sus manos entre las mías y enfrentándola le dije…
—Sabes que esto no está bien, aunque disfruto de tu compañía. Me gustas mucho, eres una mujer muy bella Martha, y en serio aprecio tu amistad, tu cariño. Pero tengo por regla intentar no meterme donde no puedo caber. Y tu preciosa, eres un fruto prohibido, además tienes muchas cosas en que pensar. ¿Para qué te vas a complicar más?
Martha apenada, agachó un poco su cabeza, sin embargo su mirada de chispas acarameladas no dejaban de observarme con inefable afecto.
—Sí, lo sé. Disculpa, pero debo confesarte que a tu lado me siento bien. Me siento… protegida y sobre todo, que no me juzgas tan mal. No me miras con desdén por mi comportamiento ni has intentado nada conmigo. Eres todo un caballero. Eres el mío, el de los cuentos de mi infancia, pero sin escudos ni armaduras. No sabes cuánto agradezco que te hayas puesto en mi camino. –Me besó ligeramente en los labios, para luego preguntarme–. Rodrigo, ¿Me ayudaras entonces?
—Sí, preciosa. Te voy a dar una mano con tu esposo. Hablaré con Silvia esta noche y le pediré su ayuda a mi manera, pero Silvia no debe saber que tú y yo nos conocemos. Quiero que ella si decide hacerlo, lo haga sin presión alguna. Tampoco me gustaría que hables con tu marido de mí, no quiero que piense lo que no es. Para ellos dos, nuestro encuentro nunca existió. Vamos a dejar que solitos, hablen, ya sea en persona o por medio de palomas mensajeras, y por nuestro bien Martha, que entre tu esposo y mi mujer no pase nada más de lo cual podamos arrepentirnos luego. ¿Te parece? —Acariciando mi mentón, Martha asintió.
—¡Me parece bien! Me respondió. —Rodrigo… Y si Hugo no quiere hacerle caso a tu esposa, entonces…
—Mira preciosa, la interrumpí. —Es mejor no anticiparnos a los acontecimientos, pero si llegara a pasar, quiero que entiendas algo. Eres una mujer muy preciosa y con mucha vida por delante. Con seguridad te digo que podrás rehacerla, reconstruirte como la mujer inteligente que eres, aunque ahora estés pagando por una terrible travesura. Y corazón, por tus hijos no te preocupes que como padre que soy también, no creo que tu esposo llegué algún día a ponerlos en contra tuya. Si lo hace, entonces no te ama como le escuchaste decírselo a mi esposa. —Y me abrazó con fuerza, dejándome percibir con su respiración, el agitar leve de los vellos de mi pecho.
—Ven, tesoro, vamos a acompañar un rato a Almudena para agradecerle sus atenciones y luego nos vamos. —Y tomándome de la mano, nos dirigimos hacia el estudio donde la habíamos dejado unos minutos abandonada.
—¡Hasta que por fin aparecen par de tortolitos! Rocky, tesoro… ¿Te molestaría bajar por una botella de Brandy? La que tenía por acá, anoche alguien aprovechó y le dio un buen remate. Dile a Amalia que te lo alcance de la bodega. Gracias. ¡Eres un amor! —Y lanzándome un beso por los aires me di vuelta para bajar por el encargo.
Cuando a los pocos minutos regresé al estudio, con dos botellas y una bandeja con tres copas de bocas generosas y una cubeta con cubitos de hielo, esas dos mujeres, Martha y Almudena no estaban, más sin embargo la bendita puerta de aquella sórdida habitación estaba abierta de par en par. Y me sentí nervioso, recordando la primera vez con mi rubia tentación allí.
Sin embargo, Martha solo curioseaba los artilugios que se hallaban dispuestos para algún uso, sobre una mesilla de madera lacada que se encontraba justo al lado de una especie de cepo de la era medieval. Almudena con su bata entreabierta, dejando ver una buena proporción de sus tetas operadas y gran parte de su muslo derecho hasta la altura del inicio de sus nalgas, permanecía recostada de medio lado en aquella amplia cama, de la cual pendían del dosel de hierro varias cadenas plateadas y que de poder hablar, seguramente contaría infinidad de batallas sexuales.
—Así que aquí están las damas. Pensé que estaría clausurada esta habitación después del uso que le dio Paola. —Les hablé, llamando su atención, mientras que les sonreía, buscando un sitio donde colocar la bandeja. Finalmente al lado del curvilíneo diván negro, con sus argollas a los costados, sobre una especie de jaula mediana la instalé.
—¡Jajaja! Tesoro, aquí la limpieza e higiene son fundamentales. Después de cada sesión, entra Amalia para arreglar y dejar todo dispuesto para la próxima vez. —Me respondió Almudena, apoyada sobre su codo izquierdo y sosteniendo en su mano derecha un cigarrillo.
—Ok. Y hablando de Amalia, mira. Me entregó estas dos botellas de brandy pero sin saber cuál era de tu agrado, me traje las dos para que tú decidieras. —Y con una botella en cada mano me acerque inocentemente a su lado.
—Este Jerez estará bien. Y sin esto te verás muchísimo mejor corazón. —Y… ¡Zas! Ágilmente me retiró la toalla dejándome ante ella expuesto, y por detrás de mí una sorprendida pero risueña Martha, entre carcajadas aplaudía la súbita fechoría de su amiga. Me giré para recriminarle por sus risas cómplices, pero me quedé con la boca abierta. Sin dudarlo, aquella hermosa mujer se despojó con elegancia de su bata blanca, dejándome admirar por completo su bien trabajado cuerpo.
—¡Tranquilo corazón! Para que no te sientas tan comprometido y equilibrar la balanza, mira… yo también te acompaño en tu hermosa desnudez. ¡Ven! Déjame ayudarte a llenar las copas. Destapa esa botella, por favor. —Y se acercó Martha hasta el diván, caminando despacio y muy sensual, recordándome a Kelly LeBrock en la película «The Woman in Red».
La verdad no pude retirar mis ojos del suave balanceo de su par de hermosos y levantados senos. Fieros montículos de piel tersa, resistiendo a la ley de la gravedad. Su mano acarició la curvatura del diván, desde la parte más baja hasta la cima más alta y me observó, para posteriormente agacharse de forma coqueta y entre sus dedos tomar una de las cromadas argollas, girándola lentamente. La redondez de sus nalgas se exhibió ante mis ojos, elongó sus muslos para avanzar pocos pasos y observé la delicadeza de sus pies, afirmarse junto a la jaula de negro metal. Aquella agradable visión, de tintes naturalmente eróticos, contribuyó a que sin pensarlo, mi cabeza, –la de abajo–, traicionara mi consciente resistencia y mi verga cobrara en pocos segundos, vida propia.
Distinguida ella, tanto en sus formas como en sus refinados movimientos, sirvió Martha las tres copas, sin preguntar a nadie, volcó en dos de ellas algunos cubitos de hielos, creo que de a tres por cada una, más la última, la que dejó servida sobre la bandeja, a esa no le agrego ni uno solo. Me entregó las dos copas, y me dirigí hasta la cama donde esa otra madura belleza de mujer se encontraba, ya también con su bata completamente abierta.
—Toma preciosa. ¡Puff! Suspiré. —Hummm, entre ustedes dos me van a matar de un infarto. Son preciosas y además con esas divinas tentaciones… No sean así conmigo, que date cuenta Almudena, me ponen malito. —Le dije, mientras ella recibía con su mano izquierda la copa y con la otra me entregaba la colilla de su cigarrillo, con una inestable longitud de ceniza.
Miré entonces a mí alrededor y no estaba el puto cenicero en ninguna parte. Desnudo y cubriendo como podía con mi mano libre, mi verga tiesa, salí de la «habitación del pecado» para ir por el que yo tenía sobre la mesa del parasol al lado del jacuzzi. Cuando regresé con un rubio de los míos en la boca, Martha chillaba de dolor porque Almudena había colocado una pinza larga y delgada, al parecer bañada en oro, pellizcando uno de sus pezones. Estaba unida a otra, en el extremo de una fina y delicada cadena dorada de tres lazos, en cuyo centro había una argolla algo gruesa y desde allí se descolgaba otra cadena igual de hermosa con otra de aquellas largas tenazas. Me senté al lado izquierdo de la cama, con el cenicero a un costado y di un corto sorbo a mi copa de Jerez, mientras observaba el rostro de Martha, que manteniendo cerrados sus ojos, aceptaba ya sin rechistar la dolorosa compresión que ejercía la otra pinza en su otro botoncito de carne, acrecentando el rubor fresa de ese pezón.
—¡Válgame Dios!… ¿Ya empezamos de nuevo con las demostraciones Almudena? —Le pregunté un tanto excitado, aunque ya con la domesticada flacidez en mi pene.
—Jajaja Rocky, tesoro… ¿Pero que culpa tiene la estaca si la rana salta y se ensarta? Además es tan solo una bella decoración, nada grave ni doloroso. ¿No es cierto tesoro? —Le preguntó a Martha quien ya abriendo los ojos, nos mostraba la tez de sus blancos pómulos, bastante sonrojados.
—¡Ouchh! Pero si duele un poco mujer. ¿Y este otro para qué? —Le preguntó a Almudena con inocencia.
—Ven, déjame mostrarte. —Le respondió, para a continuación tomar la tercera pinza que le llegaba un poco más abajo de su bien recortado vello del pubis e hizo Almudena la maniobra con dos de sus dedos, para abrir con ellos, los labios vaginales de su amiga y exponernos un clítoris mediano y rosado, retirando el capuchón que le protegía.
—¡No! –Gritó Martha–. ¡Eso sí que no! Debe doler bastante, no por favor. —Y se apartó presurosa de un salto. —¡Yo solo estaba de curiosa!–. Puntualizó dando un trago largo a su brandy.
Estábamos los tres distendidos, cuando a lo lejos se escuchó con claridad el típico sonido de una llamada entrante a un teléfono. El mío no era y por la tranquilidad en el rostro de Almudena, tampoco el suyo.
—¡Mierda! Mi esposo. —Y salió como una exhalación Martha de aquella habitación, olvidándose por completo de su desnudez y del dolor en sus pezones.
Yo acabando de fumar, dejé el cenicero en el piso y con cuidado me acomodé en el centro de aquella amplia cama. Almudena se puso en pie y tomando mi copa y la de ella, se acercó hasta donde había acomodado la bandeja y sirvió otra ronda de Jerez con tres cubitos de hielo y se encendió un nuevo cigarrillo. Regresó hasta la cama y se acostó de medio lado a mi derecha.
—¿Te puedo hacer una pregunta? —Le dije mirándola fijamente.
—Pero por supuesto corazón. —Me respondió, exhalando el humo del cigarrillo directamente a mi rostro.
—Anoche Paola estuvo aquí con muchas personas o… —Y dejé en suspenso la pregunta, en espera de una franca respuesta por parte de Almudena.
—¿Por qué quieres saber eso tesoro?… Te gusta mucho tu compañera. ¿No es verdad? —Evadió con elegancia a mi súbita intriga.
—Gustarme, por supuesto que sí. Sin embargo es que no me cuadra mucho de que viniera aquí acompañada de su novio y quien sabe quién más. Es solo curiosidad. —Le respondí.
—Pues no debería contártelo porque es algo privado, sin embargo te aprecio mucho y entiendo que te encuentres un poco preocupado por su bienestar. Ella está bien, créeme. ¡Lo pasó de maravilla! Me llamó una tarde para que le ayudara a castigar la soberbia y terquedad de su novio. Así que le preparé un encuentro un poco más fuerte con un amo para un tratamiento muy especial para ella y para su pareja. —Al saber eso, se me hizo un nudo en la garganta, imaginando cosas que ni sabía podrían ocurrir en aquella «habitación del pecado».
—¿Ves aquella equis acolchada? Pues allí estuvo sometido todo el tiempo su novio. Ummm, Carlos. Y tu preciosa amiga fue atada con esas cuerdas, amordazada y elevada de aquel trípode. —Y me señaló un soporte negro y alto, que llegaba casi hasta el techo de la habitación, con tres patas afirmadas a una base en el piso y del cual, en el centro se hallaba soldada una gruesa argolla de metal y varias cadenas con grilletes que pendían de ella. Voltee mi mirada hacia Almudena, intrigado.
—«Shibari». El arte de atar, de inmovilizar para obtener placer. —Me ilustró–. Paola posee una personalidad dominante y aquí pudo realizar su fantasía de ser sometida y humillada. Las ataduras a las cuales su amo la sometió, fueron consensuadas, preestablecidas y se trataba de exponer la desnudez de su torso y de todo su cuerpo. Dejar al alcance la piel requerida para el castigo y los orificios para ser profanados, con sus brazos atados a la espalda y luego elevada de sus muslos para girar a plena disposición del dominante. Y todo muy cerca de su novio, para que viviera de cerca el placer alcanzado tras momentos de dolor. Golpes hubo, claro que sí. Pero a continuación tu rubia compañera obtenía inmensos orgasmos, inalcanzables de otra manera. Probó varios consoladores de diferente tamaño, varios dedos, otra boca y un largo y grueso pene negro, pero ese si de verdad. ¿Sufrió? Sí, pero gozó su cuerpo y su mente, haciendo vivir una nueva experiencia a su novio, quien humillado, ya comprendía su posición en la relación, enseñándole de lo que ella era capaz. —Y Almudena detuvo su relato para dar otra calada a su cigarrillo y beber otro trago de su jerez.
Estando allí recostado, me fijé que sobre la cama, en el techo, había una pequeña luz roja parpadeante, recorrí visualmente las paredes y conté seis más. Un circuito cerrado de televisión con seguridad. Almudena filmaba los encuentros que allí se realizaban. ¿Tendría el de Paola? ¿Lo podría observar? Y cuando iba a hacer la solicitud, entró de nuevo Martha, caminando con la armonía que la caracterizaba, ondeando el largo brillo de la cadena dorada, de su cadera izquierda hasta la derecha, una y otra vez. Y en la mitad… Su monte de Venus y la atractiva «V» de la victoria indicando el camino a lo prohibido. ¡Para mí!
—¡Humm! falsa alarma, queridos. Era mi hija llamándome desde el móvil de Hugo. El suyo según me contó, agotó su batería de tanto uso. Quería informarme que había subido muchas fotografías a su perfil, las ultimas de su paseo por la Sierra y quería que las viera. —Se acercó a la cama por el costado donde se hallaba estirada su amiga Almudena. En la pantalla de su teléfono le mostraba aquellas instantáneas y uno que otro video donde se escuchaban risas, mucha algarabía y la fuerte brisa.
—¿Puedo ver? le dije. —Por supuesto que sí, corazón.
Y Almudena me alcanzó el teléfono, para mirar las fotografías de sus hijos. Una niña hermosa con un vestido fucsia y flores amarillas. Era muy parecida a su madre y a su lado, un pequeño muy feliz, con una camisa tipo polo azul celeste y unos vaqueros blancos. Los dos posaban en algún elevado mirador que dominaba el panorama hacia un valle, un pueblo que se me hizo familiar. Y seguí pasando las fotografías con rapidez. Me detuve en una donde se encontraban los dos, la niña posando frente a la cámara y el niño agachado, sin darse por enterado de la toma, recogiendo del camino algo, seguramente piedras.
—Tus hijos son preciosos. —Le comenté a Martha, quien se acomodó recostándose a mi izquierda.
—Si Rodrigo, son mi adoración. ¡Mi vida! Mira, esta es Isabel tiene 12 años, ya casi cumple trece. ¡Se me ha crecido en un santiamén! Y este es Luis, mi pequeño caballerito de diez años. Es la misma estampa de su padre. —Me dijo, con un poco de aflicción en su voz.
—Mi princesa, la mayor tiene nueve añitos y mi terremoto, el pequeño, en marzo cumplió los cinco. Martha… ¿Y tienes fotos de él? ¿De tu esposo? Me gustaría verle el rostro. —Le pregunté con algo de pena.
—Ehhh… Si, obvio. Déjame y las busco.
—Espera, espera un momento, déjame ver de nuevo esta otra fotografía. —Y deslicé mi dedo sobre la pantalla de su móvil, para echar hacia atrás una o dos tomas.
—¿Qué pasa? ¿Qué viste de raro? —Me preguntó Martha intrigada al ver como ampliaba lo que podía en la pantalla, una de las fotos que les habían realizado a sus hijos.
—¡Humm! No, nada en especial. —Hice un corto silencio, grabando en mi mente muy bien aquella imagen–. ¿Quién se las tomó? Es un buen fotógrafo. Capta bien los paisajes y tiene mucho cuidado con los reflejos. —Le respondí, pasándole su teléfono.
—¡Ahh! Ese debió ser su abuelo, el padre de mi esposo. La fotografía es una de sus aficiones, la otra es la floricultura. —Me respondió.
—Mira este es Hugo, en su último cumpleaños. —Y por fin podía observar el rostro del hombre que pretendía a mi mujer.
Era posiblemente un poco más alto que yo. Le calculé unos cuarenta y tres o cuarenta y cuatro años. El cabello negro, con la aparición de canas en sus patillas; cejas pobladas y ojos no muy grandes pero de un color gris como el claro de Luna. Enmarcados eso sí, y hay que decirlo en honor a la verdad, con unas pestañas largas y perfectamente alineadas. Sin embargo su mirada lejos de ser atractiva, era apagada. Casi distante, sin brillo o emoción. Ancho de pecho, con algo ya de barriga y piernas un tanto cazcorvas, nada del otro mundo. Un tipo común y corriente, nada de qué preocuparme, no lo veía con el perfil de hombre que le llamara la atención a mi esposa. Al menos eso creía yo.
—Y bien… ¿Qué te parece mi elección? —Me preguntó Martha.
—¡Pues que te digo preciosa! No es mi tipo, me gustan con más curvas y piel de seda, como la tuya. ¡Jajaja! —Y Almudena acompañando mi broma con su risa, me tomó por sorpresa y colocó con una agilidad prodigiosa, una esposa cromada que retenía mi mano a una cadena que se aferraba a una esquina de aquella cama de hierro.
—¿Pero qué haces? —Le pregunté sorprendido–. Y entonces Martha, me sujetó del otro brazo y Almudena aprovechando mi desconcierto, se me echó encima alcanzando con algo de esfuerzo, la otra cadena. Y entre ella y la fuerza de Martha, me colocaron la otra esposa, venciendo mi resistencia.
—¡Esperen, esperen! ¿Ustedes lo que quieren es violarme? ¿O que pasa? —Les pregunté.
—Jejeje. Para nada tesoro, qué más quisiera yo. Pero no. Sucede que hemos pensado con Martha que sería bonito, darle a tu esposa, a tu amada Silvia, un regalito de nuestra parte. —Me respondió entre risas Almudena.
—Rodrigo, eres un hombre latino muy atractivo y estas muy bien armado, pero corazón, sin tanto vello, te aseguro que se te vera mejor. Hay que acondicionar esa hermosa herramienta. ¡Jajaja! —Y diciendo esto, Martha se puso en pie.
—¡Hey! ¿A dónde vas? —Le pregunté con cierta preocupación de que Martha me dejara allí, a solas con Almudena.
—Voy a llamar a Amalia. Creo que ya debe estar listo. —Y esa respuesta me preocupo aún más.
—¿Listo? ¿Para qué? —Y miré angustiado a mi anfitriona.
—Tranquilo tesoro que no te voy a comer. —Me dijo Almudena acercando sus labios a los míos y dándome un pequeño beso, se volteó para alcanzar del suelo primero mi copa de Brandy, para llevarla hasta mi boca y darme a beber un sorbo. Luego la colocó hasta el piso y tomando la suya, terminó de beberla hasta el fondo.
Regresó Martha en compañía de Amalia, quien en sus manos traía una bandeja con dos recipientes que reposaban sobre una especie de plataforma pequeña. También varias espátulas de madera, un frasco alto y transparente, y algunos pares de guantes quirúrgicos. Amalia me observó desnudo pero ni en su mirada ni en sus gestos, pude notar algo de interés. Seguramente ya acostumbrada a ver tanta desnudez, pasó de mí como si no existiera para ella. Otro más, pensaría ella.
El primer recipiente contenía una amorfa masa negra y el otro, la espesura y el color de la miel hasta la mitad. Tanto Almudena como Martha se colocaron los guantes azules, revisaron la temperatura y consistencia en los dos recipientes de cristal y satisfechas, Martha se hizo con el bote de miel y varias espátulas. Almudena con el otro y… ¿Talcos?
—Y bien tesoro, ahora te vas a portar como un niño obediente y nos vas a dejar hacer. —Me dijo Almudena, entre tanto Martha inclinaba sobre mi pecho el recipiente y dejaba caer espesa aquella cera.
—¡Ughh! Quemaaa, quemaaa. Martha ¡Nooo! —Y escuché que se reía, pues yo mantenía bien cerrados mis ojos al sentir el ardor en mi pecho.
—Vamos Rodrigo compórtate como todo un valiente caballero. —Me decía mientras esparcía con esmero, aquella cera caliente sobre mi lado izquierdo. —Esto no duele no seas flojo–.
—Claro, como eres tú la que lo está sintiendo. —Le dije apretando mis puños con fuerza. Y la miré, sus ojos de miel chispeantes también parecían arder con el calor que sentía yo en mi pecho.
—Martha, esta me la vas a pagar y tú también Almudena. Son un par de… De mujeres sádicas. Le voy a decir a mi mama… ¡Ouchh! Sopla por favor Martha, sopla… ¡Yaaaa! —Y en esas sentí como en mi pubis caía un poco de polvo blanco, suave y refrescante.
—Ya verás cómo vas a disfrutar Rocky. Un poco de valor por favor. —Y con sus dedos enguantados esparció aquel talco por un costado. Hummm, eso se sentía mejor.
Sin embargo la vi como tomaba una gran parte de aquella masa negra que parecía muy viscosa y maleable. Con ella en la mano, la colocó donde había esparcido el polvo y se sentía también caliente pero no tanto como la cera del pecho. Masajeo Almudena un poco, y me dijo…
—Rocky, corazón, creo que tienes muchas preguntas aún por hacerme. ¡Anda! Dime ya.
—Varias pero ahora solo se me ocurre darle la razón a tu esposo para divorciarse. Pero en serio Almudena, no entiendo como dejaste acabar tu matrimonio siendo tan experta en la materia… —Y en eso sentí un fuerte tirón en mi pecho.
—¡Ouchh! Mierdaaa, eso dolió Martha. —Y ella sonriente, me mostraba ufanándose, en su mano los retos de mis vellos arrancados, pegados ahora en aquella cera y lejos de mi cuerpo.
—¡Llorón! Eres un cobarde Rodrigo. Me dijo Martha burlándose de mí. —Jajaja. ¿Ahora si comprendes todo el esfuerzo que tenemos que hacer las mujeres por vernos bien para ustedes? Aguanta un poco precioso. —Y me acarició la frente.
—Rocky, mi ex, se marchó por varios motivos aparte de no compartir mi descubrimiento sexual. Y les pasa a muchas personas que no se quieren a sí mismas, que les falta seguridad. Yo quería compartir mi amor y él, aunque lo intentó, no pudo soportarlo ni entenderme. No estaba listo para entregarme ni compartirnos. Pero bueno, esa falta de confianza no está dentro de ti, afortunadamente para tu esposa. —Y en medio de su conversación, Almudena, ejerciendo un poco de presión sobre esa mezcla negra primero, segundos después, sin dejar de mirarme, dio un fuerte jalón y me arrancó los pelos del pubis haciéndome maldecir y levantar mis caderas.
—Juepu… Ouchh. ¡Maldición! Almudena al menos avísame antes para prepararme psicológicamente. ¡Sí! sóbame ahí que eso duele. ¿Qué tal muchachas si dejamos esto para otro día que venga acompañado?
—¿De quién Rodrigo? ¿Con tu mujer? —Me respondió Martha.
—No, de ella no. Pero si con mi abogado.
—¡Jajaja! Muy gracioso el caballero. Preparado…
—¿Preparado para qué? Nooo… ¡Jueput!… Martha, por favor que esa cera está hirviendo. ¡Carajo! Me quemas mujer. Sopla, sopla por favor. —Y ella soplaba, pero no a mi pecho hirviente, si no a su bendito mechón que se le venía al medio de su cara.
—Me las van a pagar, las dos. Almudena… ¿Falta mucho?
—Sabes tesoro, yo creo que no. Espera enciendo un cigarrillo. —Me dijo y efectivamente lo prendió. —¿Quieres?– Y lo puso entre mis labios y aproveché para dar una profunda aspirada.
—Entre ustedes hay amor. Pero puede haber más aún. Si en verdad amas a tu mujer y ella a ti. Pero déjame explicarte algo más.
—¡Autoestima! Tener mucha confianza en sí mismo, primero que nada. No temer a perder a su pareja. El amor no es una competencia, quizás tan solo sea una carrera de largo aliento. Entregas y te reciben, te ofrecen y tú lo tomas si deseas. Puedes mejorar como persona, como esposo y como amante, si observas y prestas atención a los detalles. —Y sentí de nuevo como con su mano, frotaba aquella pegajosa masa un poco más debajo de donde había comenzado, apartando con la otra mi verga, echándola hacia el otro costado.
—¡Comunicación! Esa es la base, lo fundamental. Hablarse siempre sin engaños, de lo que eres, lo que piensas y especialmente de cómo te sientes. No debe haber lugar para los malos entendidos, establecer normas, reglas que de verdad se cumplan para no herir, para no dañar los egos. Y si se percibe que algo no está en equilibrio, si ven que no hay contraprestación suficiente, poder hablar con sinceridad y modificar esos acuerdos. Y al terminar de hablar un nuevo estirón de aquella masa glutinosa. —Y por supuesto otro grito de dolor por mi parte y risas entre ellas dos. Un poco de talco esparció Almudena, sobando con sus dedos la parte de mi piel que ya no contaba con mis negros vellos.
—¡Romper el molde de los convencionalismos, corazón! «Las normas morales» que por herencia, tradición, religión o costumbre nos atan. También se debe excluir el machismo, dejar de lado la antigua creencia de que el hombre es el dominante en la pareja y se debe hacer lo que a él le plazca, lo que unilateralmente ordene. Si existe mucho apego a esas normas por parte de alguno, se destruirán en vez de reconstruirse. Es difícil romper con las ataduras de lo tradicional, y sin embargo te digo que hoy por hoy, cada vez más preferimos ser deshonestos, mentimos por igual hombres y mujeres para alcanzar nuestro placer de forma individual. Transgredir esa moral, ocultarla de la realidad, tanto a la pareja como a la familia y las verdaderas amistades, aunque para algunos “amigos” les parezca cómico y vean como un acto casi heroico esa infidelidad. —¡Ayayay! Que dolor tan hijuep… Martha dio un estirón fuerte a la cera ya fría en mi pecho, dejándome casi sin respiración.
—Pobrecito… Ya falta poco Rodrigo. ¿Quieres un trago?
—Podría ser si viene acompañado de un besito en cada tetilla. —Lo dije por molestar, pero Martha no lo entendió así y casi de inmediato acercó su boca y sacando un poco su lengua, lamió la izquierda, refrescándome con su saliva. La derecha instantes después. Luego me miró y sonriente se puso en pie para alcanzar la botella y llenar su copa. Regresó con ella en su mano, dio un breve sorbo y luego la acercó a mi boca para poder yo, saciar en algo mi sed.
—La infidelidad es un engaño, actos basados en la mentira. Se traiciona la confianza que alguien te ha entregado sin vacilaciones. Esa infidelidad es el acto de hacer o tener a espaldas de tu pareja, una relación, ya sea solo de índole sexual o incluso sentimental. ¡Dividir! Restar en la relación que llevas, la que muestras con un falso orgullo ante la sociedad. —Y Almudena tomando con suavidad entre su mano mis testículos, los embadurnó bastante con esa mezcla negra y pegajosa. ¡Sí! me asusté.
—Nooo, Almudena, mis peloticas no. En serio. Por favor deja así que mañana voy donde el barbero y me hago un corte nuevo. —Pero mis ruegos no causaron el efecto que pretendía y ella en calma, siguió amasando, presionando y hablando.
—Pero si ambos abren su mente, confían plenamente en sus sentimientos, en el amor que se profesan, puede dejar entrar a sus vidas a terceras personas, que les agraden y los complementen sin afectar su confianza o su íntima vida familiar. —Otro quemón en mi pecho por parte de Martha y su cera caliente, causaron que dejara de pensar en mis guevas.
—Existen riesgos, obviamente. Como en todo paraíso, puede que uno de los dos muerda la manzana del conocimiento y se deje deslumbrar por alguna novedad. Es comprensible si cuando entregas todo, la otra persona siente o piensa que no es suficiente. —No abrí los ojos, los mantuve cerrados. Ya no quería observar más la tortura a la que me sometían esas dos malvadas mujeres–. También está el riesgo a cansarse con el tiempo, de vivir su vida tan libre y se desee dar marcha atrás. Si esto sucede y el otro no quiere volver a la antigua “normalidad”, lo más factible es que se quiebre el cristal de la paridad. Desbalance que puede llegar a la separación irremediable.
—Ven Almudena, entre este dolor y todas tus palabras estoy bastante confundido. No sé a dónde quieres llegar pero no me veo capaz de realizar eso con mi esposa. Es que no comprendo de qué va todo esto. ¿Qué me quieres decir con tantos enunciados? —Y… ¡Zass! De nuevo Martha me acaba de arrancar el pellejo de un jalón, llevándose el vello de la mitad de mi pecho. Pero ya no dolió como la primera vez. Al menos no tanto.
—Déjame terminar Rocky querido. Los reproches también suelen incursionar, como en cualquier tipo de relación. Cuando dedicas más tiempo, mas miradas, mas caricias, inclusive si otorgas a uno lo que al otro no has dado. Sí gimes o gritas diferente a lo usual. El ego sufre, aparece en el horizonte la duda, reaparecen los celos y la inseguridad. Hay que buscar siempre el equilibrio, entre tres es muy difícil, con cuatro es posible mayor armonía. Incluir a muchos al mismo tiempo es otro concepto de libertad que raya con el libertinaje, que parece lo mismo, mas nunca será igual. ¿Listo? —Me dijo, pero no me dio tiempo, ni siquiera contó hasta tres.
—¡Mierdaaa! Carajo. No me toques, no me toques. ¡Ouchh! Bueno sí, mejor sí. Sóbame pero despacito. —Le dije a Almudena y ella riéndose, volvió a rociar con talco mi escroto, acariciándolo con suavidad.
—Si entre los dos existe amor, pues que el afecto y el gusto hacia el tercero o al cuarto sea entregado y recibido equitativamente. Nunca se debe perder el respeto por ninguno de los implicados, y aceptar tu lugar, si eres uno de los pilares desde el principio o has llegado a la mitad para incluirte. No pretender jamás con tus palabras o las acciones, desequilibrar lo que antes de ti, ya estaba formado, instituido y contemplado. —Martha acariciando mi mejilla derecha, llamó mi atención.
—Rodrigo, tesoro. ¿Quieres otro poco de jerez? —Ufff, Martha. Sí puede ser. ¿Y una fumadita también? Y si viene acompañado por cinco minutos de sosiego, si me dejan respirar, ese sería un detalle de fina coquetería que sabré agradecer. —Le respondí.
—Hay fantasías de parejas que se cumplen, que podemos volver realidad y otras que son mejor dejarlas como tal, si con ellas se pone en riesgo la estabilidad emocional de alguno de sus miembros Pero existen otras que son simplemente geniales Rodrigo. Seducir juntos es una de ellas. Congeniar entre todos, ella con quien le guste, el otro con quien desee, pero los cuatro al tiempo corazón, esa es la mejor. —Martha me dio a beber otro sorbo de brandy y Almudena encendió otro cigarrillo para mí y tras quitarlo de mi boca, ella también fumó y continuó con su explicación.
—Y no se trata de estar cambiando de parejas solo por obtener ratos de sexo, para eso existen los clubes de intercambio. La atracción inicial que se convierte luego en amistad, en interés por el bienestar del otro y en general por la unión de las parejas. Compartir sus gustos o aficiones, las alegrías o los momentos de tristeza, para luego después de ayudar a solucionar, intimar sin herir ni lastimar. Ni quitarle protagonismo a tu relación principal. Es difícil, lo sé bien. Y no es seguro que salga todo a pedir de boca. Pero mientras tanto, negarse a disfrutar de esa posibilidad que surge cuando conoces a alguien más que te gusta y con la que te sientes muy afín, es el usual error que te conduce a la infidelidad, la tuya tesoro mío o la de Silvia, tu mujer. —¡Pufff! Suspiré pues en el fondo yo temía que a mí me sucediera con Paola en un principio y ahora compartiendo con la bella y elegante Martha. Y de mi esposa, pues… Yo seguía con mis dudas, mis temores de que a Silvia, le volviera a suceder.
—Tengo algo muy en claro Almudena, le dije yo. —Y es que soy hombre de una sola mujer y no, no me refiero a tener sexo con otras más. No. Es que mi amor, siento que ya lo encontré y si, aquí donde me vez soy un buen amigo y me preocupa el bienestar de… Martha por ejemplo. O de Paola. Soy así que le vamos a hacer. Yo amo a mi esposa desde que la conocí. Fue amor a primera vista y no me cabe en la cabeza enamorarme de alguna más. —Las dos se quedaron en silencio algunos segundos.
—¿Continuamos? —Habló Martha, batiendo el contenido de su frasco de cristal con una pala. Y eso me preocupo de nuevo.
—Mira Rodrigo, es que falta un poco por aquí y otro tanto por acá. —Y de nuevo mi suplicio. Derramó gruesos goterones de cera caliente en los lugares indicados, alisándolos con la espátula. Y Almudena sin quedarse atrás, espolvoreó mas talco sobre mi pene y una parte del pubis que aun tenia restos de mis gruesos vellos, para a continuación, dejando de amasar aquella plastilina negra, frotármela por aquellas partes con firmeza.
Después de tres gritos más por mi parte, carcajadas entre ellas dos, terminaron por humectar mi piel, la del pecho y la de mi verga.
—Perfecto, esta noche tu mujer se llevará una bonita sorpresa al verte así, tan hermoso, tan suave. ¿No crees Almudena que se le ve más grande? —Dijo Martha refiriéndose a mi pene todo lampiño.
—Parezco un bebe, un recién nacido. Mi mujer me va a matar cuando me vea. Les dije a las dos. —Si te mata me llamas para recoger los desperdicios. Jajaja! —Respondió muy elocuente y graciosa Almudena.
—Bueno creo que debo irme ya. ¡Gracias por todo, sádica mujer! Y disculpa por los gritos y la humedad de la cama, que no son orines ¿Ok? Son mis lágrimas derramadas. Martha… ¿Me puedes acercar?
…
—¡Papiiii, papiii! Mis hijos llegaron como siempre a buscar a su padre, nada más abrir la puerta de nuestro piso. Y obviamente se tranzaron en una guerra de cosquillas, dos contra uno, y obviamente Rodrigo perdió. De hecho, no pude contenerme de la risa al verlo en bóxer y camiseta sobre la cual portaba mi delantal puesto, preparando la comida. Había hecho el aseo pues todo el apartamento, estaba perfumado oliendo a limón y canela.
—Hola Mi amor ¿Cómo les fue? ¿Se divirtieron? ¿Estás Cansadita? —Me preguntó mi esposo, tomándome entre sus fuertes brazos por mi cintura y elevándome por los aires.
—Si claro, un poco pues estos dos terremotos no pararon de nadar, correr y saltar por todas partes. —Le respondí sonriente.
—Ya tengo casi lista la comida. ¿Quieres ver? —Me preguntó, llevándome de la mano hasta la cocina para mostrarme su plato preferido. «Trucha al ajillo, arroz con coco y patacón pisao».
—¡Vaya mi amor! Pero… ¿Y todo esto qué? ¿Se puede saber que celebramos? —Intrigada por aquel festín, le pregunté.
—Hummm para que veas que te he pensado mucho. Extraño estar bien contigo y deseo no discutir más. Te pido perdón por desconfiar de ti. Te amo y sé que tú también a mí. Nadie nos va a separar, si siempre nos contamos todo con sinceridad. —Y abrazándome con fuerza me pidió que le ayudara a servir la mesa. Y dándome un beso con su boca entre abierta y una palmada en mi nalga, le colabore para servir la cena, mientras él lavaba las manitos y caras de nuestros hijos.
Los cuatro cenamos felices aunque luchando un poco con mis hijos para que comieran todo. Luego un reposo donde se invirtieron los papeles y eran mi hija y mi pequeño, los que relataban a su padre sus aventuras en el parque. Cansados y agotados, logramos entre mi esposo y yo, cambiarles la ropa y colocarles sus pijamas. No tardaron nada en dormirse, extenuados pero risueños.
—Mi vida, muchas gracias por todo. Estaba delicioso. ¿Quieres bañarte conmigo? —Le pregunté, pero Rodrigo abrazándome desde atrás, besando mi cuello y lamiendo el lóbulo de mi oreja izquierda, me llevó hasta nuestra cama, para tirarme allí boca abajo y decirme…
—Me gustaría darte un masaje primero, para que te relajes y así me vas contando todo lo que hiciste hoy en tu viaje. ¿Has visto donde dejé el aceite de coco? Ahhh ya me acordé. ¡Espérame! —Fue hasta el tocador, lo recogió y sentándose a horcajadas sobre mis nalgas, hizo que me quitara la blusa, desabrochó mi sostén y empezó por aplicarme con ternura y delicadeza, varias caricias sobre mis hombros y un poco más abajo. Cerré mis ojos para disfrutar de aquel momento y le fui comentando sobre el viaje, aquel hermoso poblado y sobre todo la tranquilidad del parque y sus piscinas.
—Vaya, me alegra que tu viaje saliera bien y sobre todo que los niños se divirtieran tanto. ¿Y algo más paso? —Aquella pregunta de Rodrigo me despertó un poco de mi letargo.
—Pues amor, este mundo es un pañuelo, imagínate que me encontré con una amiga. Amanda, la compañera de mi oficina. Iba con una joven muy bonita, Eva, se llama y es con quien comparte el piso. —Rodrigo dejó de masajearme la espalda de improviso, cuando llegaban ya sus dos manos a mi cintura.
—¿Eva? Hummm, y echaron chisme toda la tarde, supongo. —Me dijo, mientras aplicaba más aceite sobre mis brazos.
—La verdad solo cruzamos pocas palabras pues ellas iban para otra parte. Y luego nos fuimos de caminata por un sendero que quería recorrer Alonso, un camino de grava, no muy lejos de allí.
—¡Aja! ¿Y con pinos altos y un mirador que da una bonita vista hacia el valle? ¡Mierda!…
—Ehhh… Si mi amor. ¿Lo conoces?
Continuará…