Enrique trabaja de dependiente en un local que visito regularmente. Tiene 33 años, trigueño, cabello largo, labios gruesos y carnosos, pelo castaño y lacio, lo lleva desordenado y amarrado a veces en una colita de caballo. Si acaso medía 1.69, pero con un cuerpecito lindo, buenos muslos. Es un tipo de campo con una sonrisa fácil, pero casi siempre se le nota algo de tristeza. Cuando lo veía, notaba como se le marcaba una bola en el pantalón, un bulto impresionante en los jeans raídos y gastados que usaba. Por las camisas de cuadro se le asomaban unos vellos largos y lacios. Cuando se sentaba con las piernas abiertas yo me quedaba embobado. Caminaba y las nalgotas se le marcaban aún más. Un cuerpo de campo, acostumbrado a cargar cosas pesadas y nada de manicura en sus dedotes.
Quique está casado, tiene dos hijos varones desde que él cumplió 17 así que son dos jovenes prometedores. Cada vez me le acercaba más, dándole consejos y riéndome de sus ocurrencias. Yo tengo 48 años y tengo una posición económica desahogada, para una persona con tantas estrecheces, yo era de admirar.
Un día llegué a la oficina unos minutos antes de cerrar y estaba solo, cabizbajo, sacando cuentas. Recogí mi cheque y cuando me iba me preguntó que si podía darle un bote a la salida de la ciudad porque su auto estaba dañado, con gusto accedí. Ya en el carro, sin mascarilla y viéndole nuevamente el bulto en el pantalón raído me fue entrando una calentura dificil de aguantar. Me conto por todo lo que estaba pasando y los problemas con su mujer por su situacion economica y todo el cuento largo y sufrido de un padre de familia que no sabe como lidiar con eso.
Igual, quería saber cómo hacia yo para manejar mi supuesta soledad ya que el sentía que no quería ni ir a su casa para no enfrentarse a todos sus dilemas. Yo le dije:
– Bueno Quique, tengo que pintar mi casa de campo y tal vez pudieras ayudarme en eso y te ganas un par de dólares, solo que tendras que quedarte allá unos días porque no vas a tener auto para salir.
– con gusto don, sólo deme esa oportunidad y me resuelve un poco de problemas.
– Toma, te adelanto esto para que compres los materiales, la comida y nos vemos el martes en la tarde.
El martes lo llamé y nos encontramos afuera de su oficina. Puso la cara de mierdita y me confesó que se había gastado el dinero que le había adelantado.
Mientras nos dirigíamos a mi casa le dije que definitivamente eso no estaba bien, que yo había confiado mucho en él y que necesitaba mi dinero si no hablaría con la dueña de la empresa donde trabajaba y que esa vieja seguro no le iba a gustar nada la historia.
– Por favor, dígame como arreglamos, no tengo plata y no puedo pagarle ahora, que puedo hacer?
Nos fuimos a mi casa y le di un par de cervezas y después como tres tragos de ron, del bueno. Ahí le dije, ahora mira la propuesta, si te gusta me dices OK, si no, buscas la manera de tenerme mi plata para el fin de semana.
– Bueno, hable, usted manda.
-Chucha man, para decirte la verdad lo que yo quiero es culear contigo. Hace rato que te tengo un queso y me tienes bien arrecho. Si echamos un par de polvos te doy el contrato de la pintura de toda la casa y el muro de afuera.
– silencio. Silencio. Silencio…
Creo que esperaba algo así, pero no tan a bocajarro. No dijo nada y solo miraba su vaso. Me le fui acercando y le puse la mano en el hombro. No dijo nada, no se movió. Estaba congelado. Luego le fui acariciando la barbilla, los pelitos dorados de su barbilla se veían tan ricos. La pinga se me fue parando y me la tuve que acomodar. Se la pegué al hombro y él no hizo nada. Me le fui acercando para besarlo y me quitó la cara muy tímidamente. De un solo golpe le di una cachetada y lo mire fijamente y le dije – Ahora te aguantas que vamos a culear como machos, entiendes?
Me saqué la verga, bien olorosa a meado y sudor y se la puse en la cara. Con asco la agarró y comenzó a lamerla y despues se la metio entera en la boca. Mi pinga es normal, 7 pulgadas, circuncidada y gruesa. Y él se la tragó obediente. Cada vez más y más adentro hasta que casi vomitaba.
Le apreté el pantalón y sentí ese tuco duro, durísimo. Parecía que una cosa me decía y otra hacía. Lo fui encuerando y comencé a chuparle las tetilas, velludas, Primero suavecito y luego más duro. Eso parecía calentarlo un poco pero cuando le daba con fuerza se quejaba. Lo volteé y comencé a morderle los hombros mientras le agarraba las nalgas, que nalgotas, hasta que ni me cabían en las manos. Y a diferencia de su pecho, ni un solo vellito.
Lo agarré por el cabello con rabia y le empuje la cabeza hacia atrás mientras le metia la lengua en el oido. Que caliente se sentia. La verdad es que me daban ganas de tratarlo como una perra sucia así que comencé a morderlo y a chupetearlo en la espalda. Le zurraba la pinga por las nalgas y eso me arrechaba a mi y a el también, porque la vergota no se le bajaba. Minimo como 9 pulgadas y los huevones le colgaban y se mecían con violencia.
– Meneame el culo, dale, muévete puta. Quiero sentir ese culón en mi huevo. Con un dedo ensalivado comencé a sobarle el huequito, Un puntito, apenas se sentía y por ahi fui metiendo el dedo. Como apretaba ese hijueputa. Estábamos incómodos, sudados pero arrechos. Al fin tenia lo que estuve buscando por años…