Al salir de la marroquinería me mordí los labios del dolor, nueve horas trabajando de pie eran demasiado para mis tobillos acalambrados. Con veintiún años y recién llegado de Balcarce, en pocas semanas la Avenida Corrientes había perdido el encanto de su opulencia y de a poco, se transformaba en un territorio hostil donde contrastaban mi esfuerzo diario para sobrevivir y la actitud relajada de los turistas que obstruían mi andar ligero.
Yo apenas superó el metro setenta y soy delgado; en cuanto a mi rostro, labios rojos y carnosos herencia de mi madre, son lo más destacado. Por otro lado, en ese tiempo había dejado crecer mi flequillo lacio y castaño un poco más allá de las cejas, el cual acostumbraba acomodarlo con un soplido vertical. Otro detalle que desdibuja cualquier atisbo varonil, son los enormes lentes de pasta que enmarcan ojos pequeños y almendrados, huidizos al contacto visual.
Seguí apurando el paso, intentando escapar del dolor que subía por mis pantorrillas cuando en la esquina con Suipacha un auto me cortó el paso. Antes del susto pude reconocer a Federico, el hombre de traje gris y asiduo cliente de la tienda para quien había modelado unos shorts de cuero.
Subí al coche el cual conocía, una tarde de diluvio y aburrimiento había practicado una felatio al conductor, y volví a besarlo en las comisuras; el no pudo sacar la mano libre de mis genitales durante el trayecto hasta Puerto Madero. Bajamos por una rampa y ya en la habitación nos besamos apasionadamente, sujetando nuestras cabezas, acariciándonos las orejas, cuello y pecho.
Apenas terminé de desvestirme Federico me alcanzó una bolsa de papel fino: dentro encontré una tanga y sostén rojos con bordados y transparencias delicadas. El conjunto me calzaba a la perfección: levantaba la cola y ocultaba mi pene con firmeza. Me recosté en la cama de espaldas y el hombre de gris siguió mi movimiento con una andanada de besos y caricias a lo que respondí abriendo las piernas. Bajo mi bombacha y con solvencia me penetró, sentí su enorme verga incrementar el cosquilleo dulce en mi ano con cada pujanza.
¡Qué rico sos!- suspire entre gemidos para terminar mordiéndome los labios. A pesar de sus cincuenta años, Federico no ahorraba en movimientos enérgicos que hacían trepidar mis entrañas. Cuando pensé que terminaba, mi partenaire me colocó boca abajo con un movimiento fuerte y seco, solo para incrementar el ritmo de sus embates sobre mi cola rosada. El placer era desconocido y extremo, sentía chorros de transpiración y saliva caer sobre mi espalda y rodar cuesta abajo. Me tomó del cabello para un último y dulcísimo empellón rectal al cual conteste con un sollozo finalizado en sonrisa. Me quedé quieto un instante, mientras su pija se retraía para conservar el regocijo.
Nos metimos en el hidro donde una vez recuperados por las burbujas y el agua cálida siguieron los escarceos de juego genital. Me acerqué a Federico y subí encima suyo; él me abrazó y quedamos uno acostado arriba del otro con los pies fuera del hidrante. Mientras me mordía cariñosamente las orejas, acomode su pene en mi cola, la erección no tardó mucho… el movimiento fue relajado al principio. Como pude, afiance la palma de mis pies contra la pared del hidrante y seguimos aumentando la frecuencia hasta que nos ganó el sopor por el esfuerzo.
Cuando salimos del agua y antes de que dieran las doce, sentí la necesidad de que la despedida fuera a mi manera.
-¿Te puedo pedir algo? -pregunte acomodando el dedo índice en mi ombligo
-Claro, corazón
-Sabes, desde que tengo memoria me gusta amordazarme y gozar así… es un poco loco…
-Lo que quieras mi vida -interrumpió mi galán.
Federico tomó el cinturón de la bata y me amordazo anudando tirante en la nuca, de inmediato mis comisuras se humedecieron; los labios, aún más rojos , como dos ajíes a punto de reventar. A continuación, me llevó a un rincón donde abrace una columna, luego ató mis muñecas con su corbata
-Te gusta fuerte ,¿no , darling? -susurro Federico a mis espaldas y yo gemí en asentimiento. Sentí su enorme y peluda verga penetrarme con una dureza desconocida.
De parado, él con una mano sobre mi cuello y la otra tanteando, masturbándome por delante, el placer se redobló. A cada pijazo yo respondía con un gemido agudo; entonces, Federico aumentaba la intensidad sobre mi pija y contrapartida, yo devolvía un sollozo suspirado en un auténtico ping-pong sexual. Casi terminamos al mismo tiempo, con un movimiento ágil me desato las manos. Extenuado de placer y transpirado me recosté en la cama sin sacarme la mordaza, no quería ni podía… Con mis ultimas fuerzas y con la tela colgando en mi cuello nos duchamos
Antes de despedirnos, Federico me tomó del mentón y me dijo:
-ahora que se tus gustos, la próxima estaré mejor preparado.
Sonreí, lancé un beso al aire y cerré la puerta… sin volver la cabeza atrás, me introduje en la boca del subte.