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El rapto (capítulo ocho)
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Pasados unos días de aquella orgía organizada entre William y Rolando, me vi envuelto en algo que ni idea tenía que pudiera ocurrirme. Estaba yo regresando a casa cuando hubo un apagón, nada raro, cosas a las que uno está acostumbrado desde que nace en la isla, me detuve un rato para adaptar mi vista a la oscuridad de la noche. Al doblar la esquina, me encandiló los faros de un carro que venía enfrente, que se detuvo de pronto y dos tipos salieron sujetándome con fuerza.

– ¡Tranquilito, tranquilito porque si no te hacemos callar!

Uno de ellos me dijo al oído, me metieron en el carro, nada pude ver porque enseguida alguien me vendó los ojos con no sé qué trapo. ¿Cuántos eran? Quizá tres o cuatro, uno manejaba y a mí lado se sentaron dos que sin perder tiempo me ataron las manos detrás de la espalda, iban en silencio, alguien fumaba porque sentía el olor del humo.

– ¡Oye! ¿Qué cojones pasa?

Grité pero la respuesta fue que me hicieron abrir la boca y me metieron algo, que me pareció una media, al parecer uno de ellos se la había quitado y haciendo una pelota me la metieron en la boca, ya me era imposible decir algo al no ser de mugidos. Fuimos bastante tiempo, a mí me apreció que fue una eternidad, aunque con los ojos vendados y en esa situación todo podía ser relativo. No me gustaba aquello, cuando sentí que uno de los que estaban sentados a mi lado, me hacía inclinarme hacia delante y metía su mano en mi pantalón buscando mi culo. Lo encontró rápido como si tuviera una gran experiencia, escuché su suspiro cuando metió su dedo áspero en mi ojete. Desde ese momento para mí estuvo claro qué querían y a lo que íbamos. Al menos me sentí más calmado. Cuando se detuvo el carro me hicieron bajar y entre dos me llevaron a una casa, había una radio puesta, olía a humo de tabaco y a cerveza o ron, escuché voces a mi alrededor.

– ¡Coño, ya era hora que trajeran el culo!

– ¡Al fin tenemos maricón pa rato!

– ¡Caballeros, a singar se ha dicho!

Decían cosas así, alguien me bajó los pantalones dejándome desnudo allí. Alguien se acercó, me metió el dedo en el culo y le dijo a otro.

– ¡Llévalo y le metes la manguera en el culo hasta que no le quede mierda!

El que se acercó me hizo quitar el pantalón y me llevó a un sitio, quizá un baño. Me resistí algo cuando quiso meterme algo parecido a una manguera después de enjabonar mi culo.

– ¡Oye, tú tranquilo, que te han traído para singar y a nadie le gusta la peste a mierda! … Me han dicho que te gusta y estás acostumbrado a que te den pinga, aquí vas a gozar como loco.

Me dejé hacer, me hizo tres lavados hasta que el agua salió limpia, me secó y me untó una crema, metía sus dedos bien adentro tratando de poner bastante crema, por el olor supe que era lidocaína, ese anestésico que calmaba bastante. Cuando me erguí y quedé en medio del lugar, sentí como se acercó a mi espalda y en mis manos puso su pinga. Yo tenía las manos atadas atrás, cogí aquel paquete y lo acaricié para imaginarme cómo era. Tenía la pinga gorda, se le marcaban las venas y la cabeza pequeña. La tenía medio dura pero no parada.

Me llevó de nuevo a la habitación, me hicieron tirar en una cama atando mis pies a la pielera y mis manos a la cabecera, eso sí se preocuparon que no me apretara mucho. Quedé por un rato en esa posición acostado boca bajo y con las piernas y los brazos abiertos y atados. Sentí que alguien se colocaba sobre mí, con su mano ponía la pinga en mi culo para clavarla, se escuchaban risas, pasos, vasos, al parecer todos estaban agrupándose alrededor de la cama. Traté de relajarme sabiendo que cualquier oposición de mi parte sería fatal. De pronto sentí como me clavaba sin misericordia su pinga, sin detenerse ni un momento, pero lento. Me parecía que era mucho, que me rajaría el culo, jadeé, traté de gritar pero la media seguía ahogando llenando mi boca, me retorcí porque de verdad que aquel primer pingazo me había dolido, como si hubiera sido la primera vez que daba el culo.

– ¡Maricón ya la tienes clavada hasta los cojones, ahora a gozar! – me dijo al oído cuando su cuerpo cayó sobre mis espaldas.

Me singó hasta que se vino, su lugar lo ocupó otro que siguió singando pero con mucha rapidez, como si fuera una máquina, se demoró en venirse y cuando lo hizo se quedó un rato mordisqueando mi nuca diciendo que le había gustado mi culo. Fueron cuatro los que me singaron uno detrás de otro, mi culo estaría dilatado y chorreando semen, lo sentía pero eso parecía que enloquecía a mis raptores.

– Lo mejor de la vida es ver un culo echando leche. – comentó alguien.

Otro mientras me sacaba la media de la boca dijo que lo mejor era una boca tragando pinga y llena de leche. Me soltaron las manos para que pudiera erguirme a medias, alguien me llevó a la boca una botella de cerveza, bebí con ansias porque tenía sed. Me puso su pinga en la boca y me dijo que se la chupara bien hasta que le sacara la leche. Eso hice, al menos descansaba algo y no iba a negar que me gustaba mamar una buena tranca como aquella. Cada vez que me tragaba la pinga garganta adentro, sentía que le gustaba por lo que venciendo las arqueadas empecé por darle una mamada de garganta profunda hasta que se vino. Cuando sacó su pinga el semen se me corrió por la barbilla. Eso le gustó, otro vino a que le mamara la pinga los huevos, mientras lo hacía sentí que alguien empezaba a meterme la pinga y a singarme. Primero se vino el que me singaba, el otro lo hizo más tarde en mi cara.

Me volvieron a atar las manos, pero me cambiaron de posición, ahora estaba bocarriba, aunque no me quitaron la venda de los ojos. Alguien se puso a darme de mamar sus huevos hasta que me puso su culo en la cara para que se lo lamiera. Al rato se sentó en mi pinga y no paró de moverse hasta que se vino. Al levantarse escuché que alguien dijo que me había cagado, me desataron y me llevaron al baño, me encerraron allí. Yo pude quitarme la venda, me sentía dolorido, me metí en la ducha para lavarme, me senté en la taza para evacuar todo el semen que me quedaba. Estuve bastante tiempo allí, vi la crema que me había untado al llegar y me unté yo mismo.

Al rato alguien entró, tenía la cara cubierta por una media de color negro, estaba desnudo, era mulato, me volvió a vendar los ojos y me llevó a alguna de las habitaciones y me encerró allí. Había una cama, una mesita de noche y una ventana pequeña con una reja, de todas maneras huir era imposible, estaba desnudo. El tiempo pasaba, la música fue amainando y me quedé dormido. Me desperté cuando alguien entró y se me tiró encima, yo ni me opuse, él metió su pinga en mi culo y me singó en silencio, yo sin moverme casi. Cuando eyaculó, me dijo:

– ¡Ya se fueron todos, mami, pero te quedas aquí hoy, mañana te vamos a singar de nuevo!

– ¡Quiero irme!

– ¡Tú eres maricón y te gusta que te den pinga, por eso estás aquí! Piensa cuántos maricones sueñan con estar en tu lugar. Han dado muy buena recomendación de ti y es verdad.

Me dejó allí, me quedé dormido hasta que amaneció, me sentía bastante mal, porque quería irme, salir pero me era imposible. Cuando escuché voces al otro lado de la puerta pedí que me dejaran ir al baño, la puerta se abrió, frente a mí estaba un tipo que no conocía, alto y delgado, con un bigote canoso bien cortado y casi calvo. Era la primera vez que me mostraba la cara porque hasta ese momento no le había visto la cara a nadie. Me dio unos golpecitos por la cara y cogiéndome por la nuca me llevó al baño, cerró el baño y se quedó delante de mí. Yo me senté en la taza, él sacó un cigarro y se puso a fumar.

– ¿Te ha gustado la fiesta de anoche?

– Sí, pero yo tengo cosas qué hacer…

– Sí… – sonrió – Claro que tienes que hacer muchas cosas, pero la principal es estar en forma para la fiestecita de hoy…, ya a eso de la una nos empezamos a reunir. Ahora vamos a desayunar y a descansar.

Yo no respondí, negarme hubiera sido una provocación.

– ¿Sabes? Hemos tenido aquí a muchos, pero tan maricón como tú no. Eres como me han dicho, un buen culo para singar hasta el cansancio. Vas a salir de aquí enviciado y vas a volver, vas a volver para ser el plato de nuestras fiestecitas.

– ¿Quién les ha hablado de mí? – traté de sacarle información, aunque ya me imaginaba que alguien lo había organizado todo.

– Piensa, piensa … – me dijo.

Después salió dejándome allí, al rato salí, en el comedor me esperaba el desayuno, café, pan con guayaba. Desayuné en silencio, enfrente estaba él, sentado y mirando. Al rato entró el otro, era el amigo o pareja, un tipazo fuerte, mulato, me saludó como si nos conociéramos y seguro que era así, sólo que no podía afirmarlo porque no vi quienes me cogían el culo por turno. Me volví a mi habitación en espera de que pasara algo, al parecer tenía que esperar a los demás que se reunirían de nuevo para la orgía. Ni recuerdo qué tiempo pasó, me dormí hasta que al entrar el mulato me desperté.

– ¡Vamos, nene, que ya han llegado! – me dijo dando unas nalgadas.- Ahora no seremos tantos, somos cinco pingas y tu culo.

Era de esperar, salí y estaban allí los otros cuatro, el que ya conocía y tres más, un negro gordo que ya estaba desnudo con la pinga gorda y tiesa, y los otros dos blancos uno bien fornido que tenía solo el calzoncillo y otro delgado, ya desnudo, y con tremenda tranca, bebían cerveza, algunos fumaban. Me recibieron entre risas y miradas lascivas. La diferencia era que yo no tenía la venda en los ojos, los veía aunque no sabía ni supe cómo se llamaban, excepto al dueño de la casa que cuando me fui me dijo que se llamaba Gonzalo y me dio el teléfono. Me dieron a probar cerveza, pero el mulato empezó a mojar su pinga en cerveza para que yo se la mamara, mientras Gonzalo se encargó de abrirse paso en mi ojete, estuvo singando un rato pero sin venirse, le dio paso al negro de la pinga gorda. Me arrancó un quejido cuando me penetró.

– ¡Coño ahora si la sintió!

Con lo gorda que la tenía, pues la sentí al principio. El muy cabrón se dio gusto singando y se demoró, comprendí que quería venirse en mi culo, cosa que hizo. Después pasé de un rabo a otro, hasta que el delgado de buena tranca me llevó al baño, a la ducha y cuando me metió la pinga me dijo;

– Te voy a hacer algo que nadie seguro te ha hecho…

Yo sin entender, algunos entraron en el baño para ver lo que hacíamos. Tenía buena tranca y sabía cómo moverse para darme placer. Al rato me dijo:

– Ahora tengo ganas de mear y me voy a mear dentro de culo mientras te singo, maricón.

Pensé que era una jodedera hasta que sentí que el líquido caliente me llenaba y se me escapaba por entre las piernas porque me singaba a la vez, al principio fue algo raro, que antes no había hecho, pero al rato empecé a disfrutar aquella nueva sensación de tener el recto lleno de orina a la vez que me singaban. Cuando se vino y sacó su pinga, sentí que soltaba un chorro caliente de mi culo, me dio más placer aquello.

– ¡Aguanta ahora y suelta poco a poco para hacerte la paja!

Yo con las manos en la pared, las piernas abiertas, él meneando mi pinga y la orina con su semen saliendo. Me vine en nada, exploté y dejé salir todo aquel torrente.

– ¡Qué tipo, es el único que mea con la pinga parada! – dijo alguien de ellos.

Todos se fueron, él se quedó, se lavó y me dijo que me lavara, antes de irse, me besó.

– ¡Tienes buen culo!

Me duché, limpié y salí, Gonzalo me indicó que me subiera a la cama, me acosté boca abajo con mis nalgas al aire y las piernas abiertas en espera del primero. Sentí que alguien subía a la cama y sentí que me lamía el culo, eso me ha gustado siempre, lo hacía con gusto, me comía mi culo peludo, después tirándose a mi lado me dijo que me sentara en su pinga. Así lo hice y fui yo quien empecé a moverme.

– ¡Cojones, sácame la leche, maricón!, ¡qué culo!

Gritaba y lo repetía una y mil veces mientras se agarraba de mis nalgas. Me gustaba esa posición, me sentía más cómodo y más porque veía su cara de placer, cómo gozaba, cómo se removía a cada una de mis cuclillas cuando me encajaba hasta el tronco su pinga. Se vino gritando, y ya antes de sacar la pinga el negro estaba acostado al lado pidiendo su turno. Lo hice, esta vez me sentí mejor, más suave a pesar del grosor. Le gustaba y lo decía, mugía como un buey. Después tuve que seguir con Gonzalo, pero ya no pude más, las piernas se me acalambraban, pero en fin, me pusieron boca abajo y siguieron dando caña a mi culo.

La habitación olía a semen, yo olía a semen, el mulato me dio de mamar su pinga oscura, mientras el último empezaba a singarme, el de la ducha, yo cuando sentí que ya la había metido empecé a moverme. Eso lo volvió loco porque lo dijo, los otros miraban, Gonzalo comentó lo de buen maricón y buen culo. Estuvo mucho tiempo singando, tanto él como el mulato no se venían, me hacía casi sufrir, uno por el culo y otro por la boca. Finalmente se vino el que me singaba el culo, y casi sin poder hablar le dije al mulato que me singara pero de lado porque ya no podía de esa forma.

Nos tumbamos de costado y me singó con fuerza, como si nada hubiera pasado, como si no hubiera singado antes. Se vino y me quedé allí en la cama, lleno de leche, medio muerto de tanto singar pero contento. Escuché que se iban algunos, pero al rato vino a mi lado el de la ducha y me abrazó.

– ¡Mami, qué rica estás! Me vuelve loco ver a un maricón así, complaciente, tragón y buen culo. – me besó, me acarició el ojete húmedo. – vale oro, todo tú vales oro. ¿Sabes una cosa?

– ¿Qué?

– Te tendría para mí, para gozarte día y noche…, para que te singuen mis amigos y si quieres, mami, te busco a todos los bugarrones de aquí para que estés contento porque se ve que te gusta y lo disfrutas bien.

– Pero, no sé…

– Me he quedado por ti, te quiero para mí, que seas mi gente…, quiero enseñarte mil cosas y que gocemos los dos, tú recibiendo y yo dando pinga o viendo cómo te dan caña. Mami, dime que sí, que serás mío.

No aceptaba otra respuesta, al parecer tenía que aceptar, me gustaba además. Me puso la cabeza de su pinga en el culo y empezó a meter mientras me decía.

– ¡Mami, rica, dime que sí, mira lo que te espera, ¿lo sientes? Este pingón será tuyo, para ti. – ya cuando la había metido toda me dijo. – Me llamo Carlos…, si me dices que sí, yo no me toco más la pinga, será tuya toda, tú serás quien me la limpies, me la saques para mear y me la sacudas…, si se la voy a meter a alguien, será tu mano la que la meta…, dime, dime, mami.

– ¿Qué quieres que te diga? Ya sabes que me gustas, eres un loco y tienes tremenda tranca…

– Por eso te lo digo, quiero que te enamores de mi tranca, que te enfermes de mi tranca y solo quieras mi leche…

– ¿Qué pasará si te digo que sí?

– ¡Mami, te llenaré de besos, de caricias, serás mío y tendrás mucha pinga, porque habrán pasteles con otros, pero la primera y la última pinga que te metas en cada fiesta, será la mía.

Me hizo volverme para besarnos en la boca. No podía ser amor pero atracción mutua había, nos quedamos así un rato, abrazados, él dentro de mí pero sin moverse, cuando se quedó dormido sentí como su pinga se salía de mi ojete. Sentí alivio.

Cuando nos levantamos al cabo de unas horas, sólo estaba Gonzalo, me duché, atendí a mi nuevo hombre como me había dicho, porque mear y todo fui yo quien hizo las manipulaciones, salimos convertidos casi en pareja. Gonzalo me dio su teléfono diciéndome.

– Bueno, ahora que eres de Carlos pues espero que te veamos por aquí, siempre esta será tu casa.

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