En una variedad de formas el 2020 fue un año difícil para casi todo el mundo. Aun cuando se gozara de una buena condición física y económica los estragos de salud pública alrededor del planeta eran imposibles de ignorar, afectando el grado de movilidad de las personas; más aún para aquellos que, como mi novia Leslie y yo, se consideraban así mismos viajeros frecuentes.
De un día para otro innumerables vuelos fueron cancelados a la par que las fronteras se cerraban para todo aquel viaje que no fuera de naturaleza esencial; según los criterios establecidos por las autoridades del destino en cuestión.
Esta situación echo por tierra los planes de millones de personas de tener sus vacaciones soñadas, resultando en pérdidas económicas incalculables; pues no sólo los vacacionistas se vieron afectados en su bolsillo, sino también aquellos trabajadores que recibían sus ingresos principales del turismo. Gracias al cielo no era nuestro caso, pues hasta ese momento mi novia y yo no contábamos con ninguna reserva.
Aun cuando no habíamos resultado directamente afectados por esta contingencia el estrés derivado por la pandemia psicológica nos obligó, a mi novia y a mí, a considerar la posibilidad de tomar un descanso de la ‘jungla de asfalto’ y la psicosis colectiva que nos rodeaba (pues por varios meses nuestra rutina se había reducido a ir del departamento al supermercado y de regreso al departamento).
Pero, ¿adónde podíamos ir para escapar de la paranoia relacionada con este evento global aunque fuera sólo por un fin de semana? Para nosotros sólo había una respuesta: El rancho.
Todo habitante del norte de México se jacta de al menos una vez en su vida haberse hospedado en alguna cabaña campestre o rancho, haya sido por necesidad o sólo por turismo; pues después de nuestra dosis semanal de contaminación citadina un par de días al aire libre pueden resultar muy gratificantes.
Lejos de ser una zona conocida por su densa vegetación el noroeste del país es más bien árido, inclinándose a un desierto; caluroso por el día y frío por las noches. Aun así cuenta con una amplia variedad de ‘oasis’ como manantiales y ríos subterráneos, ideales para vacacionar en un ambiente apacible sin la necesidad de abordar un avión; lo que dado las circunstancias de ese momento era lo ideal.
Tan pronto las autoridades levantaron el toque de queda a los hoteles y actividades turísticas Leslie y yo nos apresuramos a buscar una cabaña donde pasar un par de días. Como era de esperarse no éramos los únicos con la misma idea por lo que no resultó fácil conseguir una cabaña que se ajustara a nuestro presupuesto e itinerario.
Para nuestra fortuna un amigo nos recomendó un hotel en el que se había hospedado el verano anterior, el cual se ubicaba en una antigua autopista que conectaba con el estado vecino.
Por ser esta carretera poco transitada por los paseantes tenía la ventaja de casi siempre tener habitaciones disponibles; pero contaba con piscina, manantiales de aguas termales y un acceso casi exclusivo a la majestuosa cordillera montañosa de la región.
Después de ponernos de acuerdo mi novia y yo acerca de los días que solicitaríamos permiso en nuestros respectivos empleos llamamos al hotel para hacer la reserva; para nuestra grata sorpresa pudimos conseguir habitación para esa misma semana a muy buen precio, pues el hotel intentaba recuperarse después de estar varios meses cerrado al público.
—¿Cómo ves amor? —pregunté a mi novia por la posibilidad de adelantar nuestros planes una semana y así aprovechar la oferta.
—La verdad me gusta la idea, pero tendría que avisar mañana temprano para salir éste mismo jueves —respondió mi novia ansiosa por escapar en un par de días de la monotonía que regía nuestras vidas desde hacía varios meses.
Como ambos estábamos en ese momento, gracias a la tecnología de las comunicaciones, laborando de manera remota desde nuestro departamento no encontramos problema en escaparnos un par de días de nuestras responsabilidades laborales.
—Si surge algo en la oficina, igual lo podemos solucionar por teléfono o internet —sugirió mi novia con actitud despreocupada; pues la verdad debido al paro técnico de la actividad comercial había poco movimiento en nuestros empleos.
—Espero que no se acabe el mundo de aquí al lunes; pero si llega a suceder, al menos estaremos juntos en un lugar paradisíaco —dije a modo de broma de mal gusto, pues la realidad era que para muchas personas eran momentos sumamente difíciles al haber perdido algún familiar.
Después de avisar en nuestros empleos hicimos la reserva y preparamos nuestras maletas para salir de paseo el siguiente jueves.
Salimos ese día temprano, poco después de la 7 de la mañana. Como el tráfico era escaso en esos días vaticinábamos llegar a nuestro destino en un par de horas. Sin embargo como el camino era antiguo y poco utilizado no recibía mantenimiento periódicamente; por lo que el trayecto resultó más movido de lo esperado por el mal estado en que se encontraba.
—Esto es mejor que mi vibrador —dijo mi novia en modo de broma después de que la camioneta rebotara en un par de baches.
—Espero que lo hayas empacado, porque yo vine a descansar —dije devolviendo la broma, haciendo alusión a las largas sesiones de sexo que habíamos sostenido mientras estábamos confinados a nuestro departamento.
Como muchas parejas jóvenes el primer día que nos tocó trabajar desde casa fue recibido como una especie de mini vacaciones no solicitadas; aprovechando cualquier ventana de tiempo durante la ‘doméstica’ jornada laboral para realizar actividades de índole personal.
Ver una película, cocinar en pareja nuestro almuerzo, hacer algo de ejercicio o retomar un viejo pasatiempo abandonado por la presunta falta de tiempo (el que extrañamente ahora parecía sobrar); son sólo algunas de las actividades con las que la mayoría de las personas en nuestras circunstancias intentaban hacer mas llevadero el enclaustro. Y por supuesto el sexo.
De un día para otro, el más sublime de los placeres carnales vino al rescate para liberar el estrés acumulado por la pandemia. Y no es que Leslie y yo no tuviéramos sexo regularmente; de hecho sosteníamos relaciones sexuales varios días a la semana. Era sólo que éste, como en la mayoría de las parejas, había sido limitado a un horario específico.
Por la noche antes de dormir o muy temprano por la mañana los fines de semana, son los períodos de tiempo regularmente asignados para que las personas se puedan entregar a sus instintos más básicos. Por lo que el hecho de pasar ahora el día entero con tu pareja proporcionó una innumerable cantidad de oportunidades para tener sexo; al menos para las parejas sin hijos.
Pues sin la necesidad de salir de casa o conectarse en video conferencia remota, Leslie solía vestir regularmente una camiseta holgada sin ropa interior; otorgándome acceso total a su hermoso cuerpo en el momento que yo deseara (o cuando ella lo demandara).
En cuestiones de sexo mi novia y yo siempre fuimos del tipo abierto y travieso; atrás habían quedado los absurdos prejuicios de generaciones anteriores que gustaban tanto del sexo como nosotros, pero que consideraban tabú hablar del tema.
Nuestra generación era una que no tenía reparo en hablar de algo tan natural y valioso como la vida misma. Por lo que acostumbrábamos intercambiar experiencias y consejos con nuestros amigos en el afán de enriquecer nuestra propia vida sexual.
“Se la chupé mientras estaba en una junta”, confesó una de nuestras amigas, al presumirnos como le había practicado sexo oral clandestinamente a su novio; mientras este participaba en una conferencia remota de su empleo por video. Orgullosa de haber puesto en serios aprietos a su pareja en lo que él trataba infructuosamente de continuar con su reunión virtual ignorando los pícaros estímulos bajo su cintura.
De pronto este tipo de anécdotas entre parejas eran la norma en las reuniones sociales virtuales que la nueva normalidad nos imponía; con cada uno de nosotros intentando superar las ‘hazañas’ domesticas de otra pareja. Pues parecía que la falta de cercanía física nos estaba volviendo más desinhibidos en todo lo relacionado con el sexo.
“Bueno, él próximo que salga de cámara ya sabemos que se encuentra bajo la mesa”, concluimos entre risas todos los participantes de aquella reunión donde nuestra amiga había confesado su travesura.
Siendo este tipo de reuniones a distancia la única forma en que podíamos seguir manteniendo contacto con nuestros familiares y amigos.
Pero el tiempo paso y los pronósticos iniciales para la duración del confinamiento distaron mucho de ser precisos. Y las iniciales 2 semanas se extendieron a 12 o más dependiendo de la región. Y lo que originalmente parecía una bendición, el tiempo con tu pareja, se transformó en una condena compartida.
De pronto ya no había nada que decir entre tu pareja y tú, la habitual pregunta de “¿cómo estuvo tu día?” perdió valor pues pasábamos todo el día juntos. Todas las películas que valieran la pena ya habían sido vistas (algunas hasta más de una vez), crucigramas y rompecabezas se amontonaban ya resueltos sobre la mesa. Y el sexo, ése del que pensabas nunca te ibas aburrir, ahora sólo se practicaba por los escasos 5 segundos del orgasmo; dejando los jugueteos y caricias previas de lado.
Esta era la principal razón por la que Leslie y yo necesitábamos un cambio de aire tan desesperadamente; la urgencia de salir de la rutina en que nos encontrábamos enfrascados. Por lo que cuando surgió la oportunidad de adelantar nuestras vacaciones no lo pensamos dos veces.
Tan pronto abandonamos la autopista para internarnos en los caminos rurales comenzamos a disfrutar del aire libre, aun cuando tuviéramos las ventanas arriba. Pues lo que despertaba nuestro aletargado espíritu de aventura era la indómita vista del amarillo y rojizo paisaje desértico, tan diferente a las grises edificaciones de concreto que se divisaban desde la ventana de nuestro hogar.
—Descuida, traje baterías de sobra —agregó mi novia entre risas, completando mi broma previa acerca del consolador.
Después de demorar un poco más de lo previsto a causa de las condiciones del camino llegamos a nuestro destino antes de mediodía.
El hotel tenía la fachada de una antigua hacienda de la región, con un edificio principal donde se encontraba el hotel y algunas otras edificaciones de soporte.
La fachada que era de un fuerte color amarillo contrastaba con la verde cordillera detrás de ella. Sus puertas ostentaban rojizos errajes propios del tiempo de la revolución. Y frente a la entrada principal una antigua noria de ladrillos nos trasportaba a una época más simple.
Nos estacionamos a lado de la entrada principal en lo que uno de los empleados se acercó a recibirnos, abriendo la puerta de lado de Leslie para ayudarla a bajar.
—Buenos días, mi nombre es Antonio, sean bienvenidos —saludó el chico con una voz potente y una blanca sonrisa al saludarnos de mano.
El chico era de tez blanca, aunque bronceado por el sol, cabello castaño, alto y fornido, con una edad muy similar a la nuestra (unos 24 años), de apariencia algo hosca; pues no vestía propiamente un uniforme como los mozos de la mayoría de los hoteles, sino más bien un atuendo apto para el lugar donde nos encontrábamos.
Una camisa de manga larga que lo protegía de los fuertes rayos del sol, unos pantalones vaqueros en color azul, un par de botas en tono naranja que lo hacían lucir imponente al darle más altura y, por su puesto, un sombrero de ala ancha color café. Todo un vaquero. Quizás la idea del hotel era crear un atmósfera del viejo oeste y ése era realmente su uniforme.
El tono de su voz tampoco ayudaba mucho a suavizar su imagen; pues ésta era profunda y grave muy acordé a su apariencia ruda. Tal parecía que era el mismo John Wayne quien nos recibía, sólo que mucho más joven (yo sólo había visto algunas de sus últimas películas).
—Buenos días, gracias —respondimos nosotros un poco intimidados (especialmente yo, Leslie no tanto), por la franqueza y firmeza de su saludo. ¡Juro que sentí los callos en su mano, producto de la vida en el campo, al saludarlo!
Contrario a su apariencia Antonio resultó ser muy amable y cortés ofreciendo ayudarnos con nuestro equipaje. Por ser un destino poco glamoroso viajábamos ligeros; prácticamente sólo llevamos una maleta de tamaño medio, una mochila donde Leslie llevaba sus artículos personales y nuestras chaquetas para las frías noches que se pronosticaban en esos días.
Después de registrarnos la recepcionista nos entregó un par de folletos con las actividades que podríamos realizar en la zona; excursiones nocturnas, montar a caballo, escalar riscos y espeleología para algunas de las cuales se ocupaba guía.
Otras actividades como las caminatas por el bosque o las visitas a las aguas termales eran bajo consideración propia; aunque se recomendaba ser cauto y responsable para no perturbar la flora y la fauna.
Cualquier cosa que nos hiciera salir de la rutina, aunque fuera una simple caminata, era bien recibida por Leslie y por mí; pues teníamos meses que ni a un gimnasio podíamos ir, por lo que ésta era una oportunidad para estirar las piernas.
De camino a nuestra habitación Antonio nos mostró las instalaciones, las cuales incluían una piscina en el patio central, un restaurante y un pequeño bar en la que anteriormente había sido una biblioteca o estudio.
—La hacienda data de antes de la revolución, fue hecha para durar más de un siglo —comentó nuestro anfitrión enfatizando lo bien que había sido construido el edificio al señalar los gruesos muros de éste.
—Fuerte y hermoso —dijo mi novia al tentar con su mano una columna de soporte del pasillo principal, admirando la arquitectura del lugar.
—Gracias señorita —respondió el chico de buen humor fingiendo sentirse aludido por el comentario de mi novia—. Usted también es muy hermosa —agregó pícaramente.
La broma de Antonio hizo que Leslie y yo soltáramos una pequeña carcajada; pues nunca nos hubiéramos imaginado que alguien con su apariencia tuviera tan buen humor rompiendo con su imagen de hombre recio.
Ya en nuestra habitación, la cual era sencilla pero enorme, el chico nos dio algunos consejos básicos para que nuestra estadía fuera lo más agradable.
—Si salen a caminar procuren llevar agua y algo con que cubrirse del sol para que no sufran un golpe de calor —dijo Antonio recordándonos lo elevado que podía ser la sensación térmica durante el día—. Hay varias veredas que conducen a la montaña; traten de no salirse de ellas que así hemos perdido varios huéspedes —agregó en tono de broma sacándonos otra sonrisa.
Al parecer el chico tenía aspiraciones de comediante pues no dudaba en hacer comentarios jocosos tratando de ser simpático.
—No tengo señal —dijo mi novia al revisar su teléfono inteligente.
—Tampoco yo tengo —asentí con ella.
—Descuiden, si necesitan comunicarse con alguien se pueden conectar a la red del hotel —ofreció el chico indicándonos la clave de acceso escrita en un papel sobre la mesa de noche.
Por la ubicación del hotel la señal de las compañías telefónicas era bloqueada por las cumbres montañosas, no así con la conexión de internet el cual era satelital.
—En caso de que necesiten utilizar su teléfono pueden subir a aquella colina —dijo el chico señalando por la ventana un montículo que se encontraba como a medio kilómetro de distancia—; es lo que yo hago cuando quiero utilizar mi teléfono o sí prefieren los puedo llevar en mi caballo —agregó con una sonrisa dirigiéndose a Leslie; no perdiendo la oportunidad de presumirle sus dotes como jinete.
A pesar de su apariencia, se veía que Antonio era un chico de un carácter alegre y despreocupado por lo que fue fácil simpatizar con él. Quizás lo prolongado de la cuarentena le había hecho apreciar más a sus huéspedes o podía ser que él realmente se sintiera atraído hacia mi novia; lo cual no me sorprendería pues Leslie siempre solía tener varios pretendientes detrás de ella (figurativa y literalmente).
Debido a que Leslie y yo estuvimos laborando en nuestro departamento por varias semanas, era común que yo escuchara algunas de las video conferencias que mi novia sostenía con sus compañeros de trabajo. La mayoría eran concernientes a las actividades que ella realizaba en su puesto; sin embargo otras no tanto, tocando en estos asuntos meramente triviales.
“¿Esto quieres ver?”, escuché a mi novia preguntar a uno de sus compañeros mostrando su hombro, al amagar con quitarse la blusa, cuando este le había solicitado desnudarse frente a la cámara de su computadora. Excusándose el chico en lo mucho que extrañaba ver a mi hermosa novia. ¡Conmigo del otro lado de la mesa!
Obviamente el compañero de oficina de Leslie ignoraba que yo estaba en la misma habitación que ella, sino supongo que nunca se hubiera atrevido a pedirle tal cosa. Sin embargo mi novia no se molestó en hacerle saber la situación al chico y por el contrario lo vio como una oportunidad para salir de la rutina, al fingir acceder por un segundo a la solicitud de aquel pervertido.
Leslie tiraba de su blusa hacia abajo mostrando primero un hombro y luego el otro dejando ver a su espectador que no estaba utilizando sostén. En determinado momento ella se puso de pie y se levantó la camisa hasta la altura del busto para mostrar lo plano y marcado de su abdomen, provocando la algarabía de su ingenuo compañero a través de los parlantes de su ordenador.
Lejos de molestarme por su actitud traviesa me limitaba a sonreír sin siquiera levantar la mirada, aprobando tácitamente sus jugueteos, en lo que yo realizaba las tareas de mi empleo. Pues consideraba normal que mi novia necesitara divertirse un poco para salir de la rutina, creándole falsas expectativas a uno de sus compañeros.
Una fantasía que le duro poco al chico cuando Leslie terminó la conferencia abruptamente cerrando su computadora, no sin antes levantar la voz llamándole pervertido y terminar riéndose de él. Sólo esperaba que mi novia terminara ese tipo de conversaciones de la misma manera cuando yo no estuviera frente a ella.
Aunque debo confesar que el hecho de saber que mi novia era capaz de excitar a un hombre que se encontraba a kilómetros de distancia despertaba en mi una sensación difícil de explicar. Por lo que en ocasiones la animaba a continuar con sus travesuras, aconsejándole que cuando un chico le pidiera que se desnudara para la cámara le exigiera a su interlocutor que él debería hacerlo primero. Ignoro cuanto de sus anatomías alcanzaron a mostrarle aquellos chicos a mi novia antes de que ella diera por terminadas las conferencias.
—No te preocupes, con el internet del hotel es suficiente para nosotros; gracias de todos modos —dije a mi novia sin darle importancia al hecho de estar parcialmente incomunicados; pues habíamos llegado hasta ese lugar precisamente para salir de la rutina, ahora no podíamos quejarnos por esto.
—Pero el paseo a caballo ese sí me lo debes —dijo mi novia comprometiendo a Antonio con llevarla de paseo con él.
—Cuando usted guste, será un placer señorita —dijo el chico sin limitarse por mi presencia; lo cual no me molestó pues yo ya estaba acostumbrado a que mi novia recibiera halagos de todo tipo. Pues al final sabía que yo era quien dormía con ella.
Antonio se despidió cortésmente, ofreciendo atendernos personalmente en cualquier momento; pues por la situación actual había poca ocupación en el hotel y el personal era reducido, aunque esperaban un repunte en la actividad en las próximas semanas. Ya en la intimidad mi novia y yo tuvimos tiempo para consentirnos como pareja.
—¿Te gusta amor? —pregunté a mi novia cruzando mis brazos por la cintura al abrazarla por la espalda, en lo que ella observaba por la ventana la belleza indómita del lugar donde nos encontrábamos.
Hacía tanto tiempo que Leslie y yo no teníamos un minuto para estar sólo nosotros dos disfrutando de nuestra compañía que no lo podía recordar.
Y no es que no durmiéramos juntos todas las noches en nuestro departamento; era sólo que al estar en ese lugar, tan familiar y diferente a la vez, sin tener que estar preocupándonos por la crisis mundial que habíamos estado viviendo los últimos meses, ofrecía la oportunidad de realizar una depuración de nuestras prioridades como pareja. Aunque fuera sólo por un par de días.
—Me encanta —respondió ella girando su rostro hacia mí para sellar nuestro reencuentro con un delicioso beso en la boca.
Instintivamente giré el cuerpo de Leslie para tenerla de frente y así prolongar la unión de nuestros labios mientras mis manos la sujetaban por la cintura. Ella se colgó de mi cuello apasionadamente en lo que yo me dejaba caer de espaldas en la cama arrastrándola conmigo.
Desde que Leslie y yo nos conocimos en la universidad hubo química entre nosotros. Teníamos casi las mismas aficiones e intereses como la de ejercitarnos al aire libre y el deseo de viajar; por lo que de inmediato nos comprometimos en una relación.
Al terminar nuestros estudios decidimos mudarnos juntos para experimentar la vida de pareja antes de casarnos, pues ésta ya era una práctica común entre nuestras amistades. Periodo en que aprovechamos para viajar y conocer un poco de la cultura y belleza de distintos lugares.
Leslie es muy hermosa, de bello rostro, tez blanca y ojos claros enmarcado perfectamente por su cabello rubio ondulado. Favorecida por su genética, su cuerpo luce espectacular con un par de senos redondos y firmes al frente que, gracias a su vientre plano, aparentan ser más exuberantes de lo que realmente son.
Su afición al gimnasio y al entrenamiento físico le ha proporcionado un trasero firme y respingado que, junto a un par de largas piernas, le crean una estilizada figura difícil de ignorar a donde quiera que va.
El acostumbrarme a verla desnuda caminando por el departamento, casi a cualquier hora durante las últimas semanas, había ocasionado que yo diera por sentado la suerte que tenía de tenerla a mi lado. El aparentemente inocente gesto de Antonio al coquetear con ella me lo había recordado. Pues una máxima del confucianismo dice “que lo que uno da por sentado otro lo anhela”.
Sacando ventaja de su atractivo físico Leslie gustaba de vestir ropa bastante reveladora o sugestiva; sin preocuparse por llegar a mostrar de más en la oficina o en cualquier otro lugar al que asistía. Utilizando principalmente blusas con profundos escotes que favorecieran su senos; que combinándolas con mini faldas y pantaloncillos para lucir sus piernas le creaban una imagen muy atractiva y seductora para el sexo opuesto.
Lo cual lejos de molestarme como su novio me hacía sentir una extraña sensación de orgullo por estar a su lado; pues casi podía sentir las miradas de envidia de sus amigos y conocidos, lo cual debo reconocer es una sensación muy gratificante.
Pero lo mejor de mi novia es algo que no suele saltar a primera vista, al menos no para todos, y es su voracidad en la cama y todo lo relacionado con el sexo. Libre de prejuicios Leslie siempre has sido una mujer que le gusta experimentar de todo sin complejos; poniéndonos frecuentemente en situaciones algo desafortunadas.
Como la vez que quisimos tener sexo en un lugar público y escogimos un parque natural al que acostumbrábamos ir a caminar para realizar esto. Escapando a pocos segundos de ser atrapado por uno de los guarda parques. ¡Juro que yo nunca había eyaculado tan rápido!
O la vez que fuimos a un bar gay para mostrar nuestra solidaridad con la comunidad LGTB. Lo cual no sería nada fuera de lo ordinario para una pareja con conciencia social como nosotros; si no fuera por el hecho de que Leslie se encargó de conseguirme una pareja sólo por diversión en el momento que me ausenté para ir al cuarto sanitario. Un chico muy apuesto por cierto el que aún guardo su contacto.
De igual manera en la intimidad de nuestra alcoba Leslie era igual de aventurera y no solía negarse a nada; lo cual era genial, excepto por el detalle que ella exigía ser pagada de forma recíproca después de cumplir mis fantasías. En ocasiones me arrepiento de haberle pedido sexo anal… otras no tanto.
Sentándose sobre mí Leslie se transformó en el ser insaciable que conocía, comenzando a despojarse de su ropa como desesperada; como sí un ente extraño la hubiera poseído obligándola a saciar su libido a través de mí. Lo cual me resultaba sorpresivo pues la noche anterior habíamos tenido sexo. Para mí era obvio lo que sucedía; la conversación con el joven mozo la había excitado.
En segundos nuestra ropa voló por la habitación mientras nuestros cuerpos desnudos se fundían en uno solo al revolcarnos en la cama; desatando toda la pasión acumulada durante el largo período de confinamiento en lo que mutuamente arañábamos nuestras espaldas. Daba la impresión de que no nos habíamos visto en meses; quizás realmente así era.
Tomando la iniciativa Leslie se sentó en mi cadera y sujetando mi ahora duro miembro en sus manos, lo introdujo lentamente en su tibio y húmedo sexo. Introduciéndolo de a poco en su vagina lo masajeaba con las contracciones de ésta a medida que mi pene se abría paso en su interior.
—¡Mierda! —exclamé al sentir como penetraba a mi novia casi por completo.
Ella sonrió al escuchar mi lamento; pero lejos de compadecerse soltó una ligera bofetada en mi vientre como preludio de lo que estaba por ocurrir.
Apoyada en sus rodillas, repentinamente mi novia comenzó a elevar y bajar su cuerpo sobre mi cadera. Aprisionando mi miembro cada vez que subía para tirar de él cruelmente por unos segundos, apretujándolo con sus labios vaginales, antes de dejarse caer sobre mí para que éste pudiera llegar más profundamente dentro de ella. ¡Leslie me estaba cabalgando como si yo fuera un animal de carga, un caballo! Quizás esto debería agradecérselo al chico que minutos antes había salido por la puerta.
—¡Arre, cabrón! —gritó mi novia sacando su lado vaquero; retándome a soportar la tortura que me infringía hasta que ella quedara satisfecha.
Lejos de acobardarme acepté su desafío con valor y apoyándome en mis piernas y los músculos de mi espalda comencé a hacer empujes de cadera con el peso de mi novia justo encima de mi pelvis. No perdiendo la oportunidad de bramar en varias ocasiones simulando ser un potro salvaje.
—¡Eso cabrón, así me gusta! —exclamó mi novia en voz alta, sin detenerse a pensar que sus gritos podían ser escuchados por algún otro huésped, pues era casi medio día, complacida por la frecuencia con que la hacía subir y bajar con mi miembro bien clavado en su vagina.
Gracias al cielo esta rutina de gimnasio era de mis favoritas (levantando hasta 80 kg sobre mi cadera); pues es bien sabido que no sólo tonifican los glúteos, sino también te preparan para satisfacer a tu pareja en la cama. Sin embargo, la falta de práctica comenzó a hacer mella en mi desempeño.
Sorpresivamente sentí una leve punzada en mi dorsal izquierdo; si no fuese por las endorfinas que invadían mi torrente sanguíneo hubiese parado. Pero el placer era tanto que hice lo que cualquier hombre haría en mi posición: apreté los dientes y seguí complaciendo a mi novia con el subir y bajar de mi cadera.
—¡Así!… ¡Así!… ¡Cógeme duro! —exclamó Leslie levantando la vista hacia arriba, ausentándose de la habitación para dedicarse a gozar con la ‘cabalgata’ que estaba realizando— ¡Cógeme bien duro!
“¡Una verdadera amazona!”, no pude evitar pensar al observar como sus hermosos y voluptuosos senos rebotaban alegremente como un par de globos que se blanden en la mano de un infante. Sólo que éste par de globos no eran del insípido hule, sino rosados, jugosos y de carne.
Cuanto deseaba poner mis labios en sus rosados pezones e intentar inflar un poco más aquellos enormes globos. Pero no, eso tendría que esperar para otra ocasión, ésta era la fantasía de mi novia; la de sentirse como una vaquera que domó el más salvaje de los potros en la zona.
No importaba que la inicialmente leve punzada se hubiera transformado en una ardiente daga que se incrustaba en mi espalda. Valiente ignoré el dolor y, sacando fuerzas de flaqueza, aumenté la amplitud de mis empujes levantando mi cadera lo más alto que pude para inmediatamente después dejarme caer bruscamente y así clavar mi miembro más profundo gracias a la inercia de su peso.
—¡Mierda! —exclamó ella al sentir como la estaca en su entrepierna se clavaba sin piedad; mordiéndose el labio para aclarar la sensaciones que su cuerpo experimentaba, al estar confundida entre el placer y el dolor al que estaba siendo sometida.
Yo sonreí, pues ese gesto era la señal de que Leslie estaba pronta a alcanzar el orgasmo; por lo que procedí a repetir mis empujes experimentando mi propia confusión un par de series hasta que ambos alcanzamos el clímax casi al mismo tiempo.
—¡Mierda! —exclamamos al unísono al tiempo en que una descarga de endorfinas se liberaba en nuestra sangre.
Leslie se deslizó de sobre mi cadera para terminar recostada a mi lado sobre la cama, sin siquiera haber removido el elegante edredón sobre ésta. Visiblemente excitados y satisfechos por nuestra primera sesión de sexo de ese fin de semana.
Sólo el sudor en nuestros cuerpos nos hizo notar la escasa circulación del aire en nuestra habitación; pues aparentemente el sistema de aire acondicionado había sido desactivado para reducir los costos provocados por la falta de visitantes.