Poco después de llegar a la casa de mi hermana sonó el teléfono. Era mi cuñada Clara.
– "Hola Clara.”
– “Qué le hiciste a mi hermana?”
– “Saludarla cuando me despedí.”
– “La tengo a mi lado y dice que vos le hiciste algo en la vagina y el ano, y que por eso le arden.”
– “Espero ser claro. Alrededor de las siete de la tarde, nos despedimos normalmente cuando salí para acá, y desde ese momento no la volví a ver. Si tiene un problema de salud debieras de haberla llevado al médico antes de perder el tiempo con el teléfono. Ahora contéstame, por qué razón le haría algo así?”
– “No sé, pero tendrías que venir.”
– “He comido y bebido en abundancia como para manejar en ruta. Mañana iré.”
Sábado a media mañana ya estaba en casa.
– “A ver, contame por qué pretendía tu hermana que venga anoche.”
– “Vos lo sabés bien.”
– “No tengo idea de qué me estás hablando.”
– “Anoche entraste y me pusiste no sé qué líquido en la vagina y en el recto que al rato me quemaban.”
– “Pero a qué hora fue eso?”
-“Como a las once.”
– “Así que a las once entré, te saludé pidiéndote que te levantaras la pollera, sacaras la bombacha, acostaras y te abrieras adelante y atrás para verter un líquido. Y como es algo tan normal no preguntaste, no te quejaste y me habrás saludado cuando nuevamente me fui.”
– “No, me ataste, desnudaste y contra mi voluntad me echaste eso.”
– “Lo que decís es rarísimo, pero más extraño es que te haya hecho eso sin razón alguna. Simplemente me dio un ataque de sadismo y me descargué con vos, y todo porque se me dio la gana.”
– “Es que yo estaba con Alberto.”
– “De qué Alberto me hablás.”
– “Del que juega al paddle con vos.”
– “Y qué hacía acá Alberto a las once de la noche de ayer si yo te lo presenté anteayer al mediodía.”
– “Me lo presentó Luis un mes atrás y me sedujo.”
– “Así que vos eras la putita insaciable de sus comentarios después de cada partido, siendo cómplices tu hermana y su marido. Decime, y a este donjuán le pasó algo?”
– “Lo mismo que a mí.”
– “Entonces, mientras los ataba y desnudaba, debo haber estado desencajado de la bronca, insultándolos, pegándoles, reclamándote a vos la infidelidad y a él la deslealtad.”
– “Estabas encapuchado, con antejos oscuros y no hablaste.”
– “Ya, pónganse de acuerdo y hagan la denuncia policial.”
– “No quiero saber nada de él. Perdoname, te juro que nunca más va a suceder. No me eches a la calle. Te voy a obedecer en todo.”
– “De que no va a suceder nunca más podés estar segura. El lunes presento la solicitud de divorcio. Después veré que hago con vos hasta que salga la sentencia. Por lo pronto trasladate a tu nuevo dormitorio, que es la habitación de servicio.”
El fin de semana lo pasé pensando mis próximos pasos. Llegado el lunes hablé con un abogado conocido por el trámite de divorcio y, en el trabajo, después de barajar varias opciones, decidí que me vengaría haciéndola trabajar de puta en mi beneficio. Un problema era carecer de conocimiento y experiencia en el asunto, pues pretendía ser yo quien tratara con el cliente y cobrara.
Esa tarde recordé que mi empleado de confianza tenía un trabajo de miércoles a sábados en horario nocturno. Se desempeñaba como encargado de una residencia de alto nivel que funcionaba como restaurant y alojamiento. Para estar en la lista de clientes se requería recomendación y se accedía por reserva previa.
Los concurrentes tenían confidencialidad asegurada y una regla estricta indicaba que nadie conocía a nadie.
La comida se servía en el comedor o en alguna de las amplias y cómodas habitaciones, según deseo del cliente.
Pedro, llevaba bastante tiempo trabajando conmigo, y aunque la otra tarea le reportaba un ingreso mayor, a mi lado hacía los aportes para la seguridad social. Como no quería desprenderme de él acomodamos los horarios para que la carga fuera más liviana. Este hombre, un poco mayor que yo, solterón, fiel y de pocas palabras, fue mi instructor durante el tiempo que le llevo a Sara reponerse de la irritación vaginal y anal.
Uno de esos días le pedí que se fijara si alguno de los clientes era conocido mío para pedirle su recomendación. Su respuesta fue que le diera un poco de tiempo. Sin embargo a los diez minutos estuvo de regreso diciéndome que ya estaba aceptado. Ante mi gesto de interrogación su respuesta fue:
– “Lo recomendé yo señor.”
– “Te agradezco mucho.”
Una semana después, con Sara ya repuesta, pedí una reserva sólo para el comedor. Pretendía exhibirla y, por si había demanda, llevaba tarjetas donde yo figuraba como representante y la manera de ponerse en contacto. La idea era concertar citas solo para viernes y sábado en la noche, ya que de lunes a viernes ella tenía su compromiso laboral. El límite máximo eran las nueve de la mañana del día siguiente y el domingo libre para descanso.
Un sábado, dos semanas después del comienzo, a Sara la venían a buscar alrededor de las veintiuna treinta, y yo, sin compromiso, pensaba ver alguna película cuando sonó el teléfono. Era el cliente, diciéndome que un imprevisto lo iba a demorar, por lo cual me pedía de ser posible, que fuera con ella a la residencia a comer. De aceptar, él se encargaría de avisar el cambio y seguramente llegaría después de cena. Naturalmente me transferiría una gratificación por la molestia ocasionada. Sin contratiempos hicimos lo acordado y cuando llegó los dejé solos. Iba llegando a la salida cuando un mozo me alcanzó.
– “Señor, por favor no se vaya, la señora Sofía lo invita a su mesa a tomar algo.”
– “Encantado, pero necesito de vos dos cosas, que me digas quién es la señora Sofía y luego que me guíes hacia donde está.”
– “Ella es la dueña de todo esto, sígame por favor.”
La mujer que me esperaba era llamativamente linda. Poseedora de una belleza sin afectación, mostraba un leve toque de color en los párpados. Un vestido suelto muy elegante, con un escote poco revelador constituía su atuendo. Estimé que andaría por la treintena.
– “Buenas noches señora, gracias por la invitación.”
– “Puede que sea más grande que vos, pero poco. Te molestaría que nos tuteáramos?”
– “Para nada.”
– “Qué deseás servirte.”
– “Una gaseosa cola con un chorrito de algún bitter.”
– “Seguramente te estarás preguntando el por qué de esta invitación. Lo que te voy a decir, te ruego no lo tomes a mal, pues lejos de mí querer incomodarte. Quería conocer al bicho raro que consiguió ser recomendado por Pedro. Como sé que él no me lo va a decir, ni intenté preguntarle. Por favor, resolvé la incógnita que hace un mes taladra mi cabeza.”
– “Fue relativamente sencillo. Un día le pregunté si sabía de algún cliente que fuera conocido mío para pedirle la recomendación. Me requirió un poco de tiempo, pero a los pocos minutos volvió diciéndome que había sido aceptado.”
– “Ahora entiendo, vos sos el dueño del negocio donde él trabaja de día. Es decir otro bicho raro.”
Sus palabras me causaron gracia, por lo cual mi sonrisa fue amplia.
– “Por qué te sonreís?”
– “Llevamos pocos minutos de conocernos y ya me has catalogado y etiquetado.”
– “Es verdad acerca de los minutos, pero llevo varias noches observándote. Y sí, estoy convencida que sos un bicho raro.”
– “Por favor, contame el por qué llegaste a esa conclusión.”
– “Antes una pregunta, la vestimenta y arreglo de la mujer que te acompaña, es cosa tuya o de ella?
– “Mía.”
– “Tendrías que tener un doctorado en marketing. Fijate alrededor, hay entre diez y doce parejas. Sería raro encontrar un hombre que, por vestimenta, adornos, color de pelo y gestualidad no esté tratando de mostrar riqueza, poder y sensualidad. Veamos ahora las mujeres. Se han arreglado para la ocasión, pues ropa, maquillaje, adornos, peinado, y seguramente lencería, son para atraer. Ahora, tanto machos como hembras, quieren resultar atractivos no solo a quien los acompaña sino a todos los presentes, sean o no conocidos, ya que constituyen eventuales futuras parejas. Y en medio de este ambiente, donde reina la trampa, la superficialidad y la ostentación aparecen ustedes. Al lado de ellos vos parecés un mendigo, y al lado de ellas tu acompañante semeja una adolescente temerosa ante la próxima desfloración. Va a tener abundante clientela, por lo menos al comienzo.”
– “Eso espero.”
– “El hecho de compartir la confianza de alguien como Pedro creo que es suficiente carta de presentación para ambos. Por eso me animo a preguntarte algo personal. Después de verte y charlar con vos me atrevo a afirmar que ser proxeneta no te va. Cómo llegaste a esto?”
– “Va esa parte de mi historia.”
Y se la conté. Después de un rato más de agradable conversación nos despedimos, intercambiando teléfonos.
Tiempo después. Domingo, nueve y media de la mañana, y Sara no ha regresado. Desde que inicié mi actividad de proxenetismo es la primera vez que sucede. Anoche salió con un cliente que repitió con cierta frecuencia. Naturalmente la llamé.
– “Estás retrasada una hora. Algún problema?”
– “No, no tengo problemas, simplemente no voy a volver. Eduardo me ha pedido que me quede a vivir en este departamento que es suyo y no siga con la actividad que me imponés. Me quiere solo para él.”
– “Pienso que no te conviene.”
– “A vos no te conviene, porque te va a entrar menos dinero. Esta tarde voy a buscar mis cosas.”
– “Tenés razón en lo del dinero, de todos modos lo importante es avanzar hacia la felicidad. Si consideras que ese es un buen camino, adelante. Suerte.”
Ese lunes lo primero que hice fue cambiar las cerraduras.
Días después, ordenando mis papeles en el escritorio, encontré algo que tenía en el olvido. Era la cédula parcelaria de la casa de mi cuñada. Algunos años atrás ellos, en dificultades económicas, tenían deudas impagas y, ante el temor del embargo de su vivienda, habían simulado una venta, siendo yo el adquirente. Tenía en mis manos el arma para vengarme de los dos que habían preparado el terreno donde luego crecerían mis cuernos. Tomé el teléfono y llamé.
– "Hola Clara. Acabo de encontrar el documento que me acredita como propietario de tu casa. Te la voy a devolver después que trabajés para mí un mes como puta. Llamame cuando tengas la respuesta. Chau.”
Como era previsible aceptó y ya con algo de experiencia en el tema durante cuatro fines de semana la hice rendir al máximo. Acerca de su desempeño fue ilustrativa la conversación con un cliente.
– “Me gustaría concertar un encuentro con Sara.”
– “Lo lamento pero ya no trabaja conmigo. Clara está disponible.”
– “Qué lástima, Clara no es mala pero no se acerca a lo que es Sara. Esa mujercita coge poniendo en juego hasta el corazón.”
En una de las idas a la residencia para presentarla a Clara, me acerqué a saludar a Sofía e invitarla.
– “Sería un gusto si el próximo domingo venís a casa a comer un asado. Entre las once, que enciendo el fuego, y las trece, que sirvo, a la hora que quieras.”
– “Me estás queriendo levantar?”
– “Sí y no.”
“Esto ya no me gusta, me estas envolviendo.”
– “Si estás en presencia de una mujer físicamente deseable, trato agradable, muy femenina, sin compromisos que la aten, y no la querés levantar, tenés que ir al médico. Probablemente estas padeciendo un desequilibrio fisiológico o psíquico, y yo funciono dentro de la normalidad, así que sí, te quiero levantar. Respecto de la invitación al asado, es solo una muestra de agradecimiento por las atenciones que tenés conmigo. Van a estar dos matrimonios más. De todos modos si el asado contribuye a que te levante, mejor.”
– “Tengo razón cuando te considero raro, son poquísimos los hombres que le anuncian a una mujer que se la quieren levantar, por el peligro que refuerce sus defensas.”
– “El que avisa no traiciona, voy a hacer lo que esté a mi alcance para llevarte a la cama y hacerte gozar hasta que me pidas por favor que pare.”
– “Y si te diera algo de pie qué harías?”
– “En primer lugar buscaría saber si estás receptiva, y para ello pasaría el dorso de la mano sobre tus pechos, luego abriendo índice y medio aprisionaría tus pezones, viendo si se endurecen y marcan su presencia debajo de la ropa, así como ahora.”
– “Basta, es suficiente, estás intentando calentarme y yo debo trabajar. Te veo el domingo.”
– “Sin corpiño, por favor.”
– “Ni loca.”
A las once y media del día previsto ella estaba en casa. El beso en la mejilla fue protocolar, en cambio el abrazo reveló el afecto subyacente y la ausencia de sujetador. La vista nada me dijo, pues encima del vestido liviano y suelto llevaba un saquito que tapaba. Naturalmente no me di por enterado.
Después de recorrer la casa para conocerla se ofreció para preparar una ensalada. Mientras estaba en esa tarea, de frente a la mesada, me aproximé por atrás hasta casi tocarla.
– “Te agradezco que hayas accedido a mi pedido.”
– “Cual.”
– “Venir sin corpiño.”
– “Todavía no me explico cómo pude darte en el gusto.”
– “Porque tuviste compasión viéndome inerme ante tu belleza.”
– “Y te aprovechaste de mi debilidad.”
– “Es verdad, soy un aprovechado, por eso ahora te acaricio las tetas y pellizco los pezones que se han erguido.”
– “Y encima no tenés vergüenza de reconocerlo.”
– “No es vergonzoso reconocer mi incapacidad para defenderme de tu hermosura. Por eso mis labios aprisionan tu lengua, y mientras una mano estruja tus pechos, la otra recorre la hendidura entre los labios de tu conchita.”
– “Malo, me sacaste la bombacha.”
– “Sí tesoro, no permitía que mi pija recorriera libremente el camino que va del ano al clítoris, favorecida por el abundante flujo que estás secretando.”
– “Ahora me echás la culpa de estar colaborando.”
– “No querida, simplemente el cuerpo está obrando al margen de la voluntad. Si la sensibilidad hiciera caso a la conciencia no te hubieras dado vuelta, poniendo los brazos alrededor de mi cuello para prolongar el beso.”
– “Sos perverso, tu miembro cruzó el orificio de mi vulva.”
– “Sí preciosa, mi maldad se valió de un descuido, y el tronco, en este momento, disfruta la acariciadora presión intermitente de tus músculos vaginales.”
– “Ya me corrí dos veces, por favor, no doy más.”
– “Espero que haya una tercera mientras mi pija palpita arrojando semen en el fondo de tu conchita.”
Mientras recuperábamos el aliento en el sillón, ella sentada en mi falda, continuó su defensa.
– “Me envolviste con tu palabrerío.”
– “Tenés razón hermosa, cuando se vayan las dos parejas te lo haré más extenso, sobre la cama y en completo silencio.”
La respuesta fue darme un beso y acurrucar su cabeza en mi hombro. Nuestra relación está afianzándose sin prisa pero sin pausa. Una estabilidad bien cimentada suele ser fruto de la natural maduración en el tiempo.
Clara ha terminado su mes de trabajo conmigo y, fiel a mi palabra, devolví la casa a nombre de ella. Al malparido traidor que se lo lleve el diablo.
Han pasado algo más de seis meses desde que Sara se fue a vivir a la sombra de un cliente. Como era esperable en una relación sin la mínima base de afectividad, el tiempo corrió al galope. La novedad dio paso a la rutina, que cedió su lugar al tedio, el cual fue sustituido por el hastío, que derivó en rechazo y terminó con despedida y reemplazo. Hoy es un número más de la estadística, agrupado en el sector “personas en situación de calle”.