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El presumir perjudicó al conquistador y a la conquistada
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Somos cuatro treintañeros que nos juntamos a jugar al paddle dos veces por semana. Rafael, amigo desde la niñez, Luis, casado con mi cuñada, Alberto, soltero por vocación, y yo Joaquín, casado con Sara.

Dado que ninguno tiene dependencia laboral nuestras reuniones son los martes y viernes a las once de la mañana. Después de una hora de juego nos sentamos a reponer líquidos mientras charlamos. Generalmente el grueso de la conversación es monopolio de Alberto, que relata, con buenos visos de veracidad, las múltiples conquistas que hace y que, lógicamente, terminan en la cama.

Hará un mes, en la consabida charla, el conquistador contó sobre el nuevo trofeo obtenido.

-¡Anoche me cogí una hembra!

Súbitamente mi concuñado se atragantó con lo que estaba tomando, ante lo cual el relator frenó su narración para darle golpes en la espalda. Como esos cuentos me resultan graciosos lo insté a seguir.

-No nos dejés con la intriga, cómo te la levantaste?

-Después de cenar, estaba aburrido en casa, cuando me llamó Luis diciendo que tenía una mina para mí, y me esperaba en la discoteca a la que solemos ir. Allí nos encontramos y conocí a esta mujer muy linda, vestida sobriamente con ropa de calidad y un físico que se adivinaba deseable. Me costó dorarle la píldora pero en una hora ya la tenía con la pollera blanca floreada en la cintura y al borde del orgasmo acariciándole la conchita mientras me mamaba la pija. A las cuatro de la mañana, después de dos acabadas mías y cuatro corridas de ella la dejé en una parada de taxis. No quiso que la acercara a su casa. Quedamos en hablarnos con la debida precaución porque es casada.

En medio de la felicitación por la nueva conquista, me llamó la atención la cara de Luis que mostraba contrariedad y le dijo que terminara con esos delirios.

Ya en casa, lo que otras veces había sido una anécdota más, me hizo ruido. No hace falta ser un gran matemático para obtener cuatro sumando dos más dos.

La noche pasada, como yo tenía cierta incomodidad estomacal, mi mujer fue a cenar sola a la casa de su hermana. Finalizada la comida me habló diciendo que saldrían a tomar algo y que llegaría más tarde de lo habitual. Por el malestar, que no disminuía, estuve recorriendo canales en el televisor hasta tarde, y así pude ver regresar a Sara, a las cuatro y cuarto de la madrugada con su pollera blanca floreada, bastante arrugada por cierto. Confirmando estas conclusiones elementales estaba la actitud de mi concuñado, que era de franca incomodidad durante y después del relato.

Finalizada esta lamentable reflexión mi ánimo fue transitando, de la sorpresa y asombro, al dolor y tristeza, de la ira ciega al rencor profundo, terminando, gracias a algún milagro del cielo, en una serena aceptación del suceso junto a la firme decisión de vengarme. Tres cosas debía lograr. Primero, que la convivencia no se alterara demasiado evitando que mi esposa tomara más precauciones. En segundo lugar tenía que planear algo sencillo y de mucha efectividad, por más que me insumiera más tiempo de lo deseable. Lo tercero y último era tratar de desquiciarla provocándole situaciones de permanente sobresalto ante la posibilidad de ser descubierta. Por supuesto que la intimidad matrimonial desapareció.

Para alterar su tranquilidad lo primero que hice fue contarle lo narrado por Alberto, pero dando a entender que lo consideraba una fantasía de presuntuoso. Seguí luego con aparecer en los momentos menos pensados, en los lugares menos frecuentes y con llamadas periódicas para preguntar algo sin mayor importancia.

Una tarde la escuché hablar por teléfono diciendo que podrían encontrarse a las once de la mañana en la vereda del edificio donde trabaja. Por supuesto que ahí estuve esperando.

Cuando la vi salir fui a su encuentro. Su cara mostró a las claras sorpresa y desagrado.

-Justo venía a buscarte para tomar un café juntos. Ya estás saliendo?

-Pedí permiso porque quería hacer una compra y como falta una hora para terminar me la dieron. Pero aprovechemos la oportunidad, que no es frecuente. Ahí tenemos un lugar apropiado.

Pocos pasos habíamos dado y vi que venía en nuestra dirección mi corneador y compañero de juego. A él me dirigí levantando el brazo para llamarle la atención.

-Alberto, qué coincidencia, vení, sentate con nosotros a tomar algo. Te presento a mi esposa. Silvia, este caballero es uno de los participantes en la reunión de paddle de los miércoles.

Por supuesto que ambos se saludaron como si recién se conocieran. Él, más aplomado que mi mujer, quien mostraba una cierta palidez, temblor en las manos cuando se llevaba el pocillo de café a la boca, casi sin participar en la conversación y evitando mirar a los ojos, tanto a mí como a su amante. Después de tocar los habituales temas insustanciales inicié la aproximación hacia lo que me interesaba.

-Tu trabajo queda por acá cerca?

-No, simplemente tenía que hacer un trámite en este edificio

-Justo ahí tiene su empleo ella, quizá te pueda orientar.

-No hace falta porque quien me atiende es amigo.

-Se me ocurrió pensar que ibas a decir amiga, sabiendo de tus dotes de conquistador. A todo esto, cómo anda esa relación sentimental clandestina. Podés hablar tranquilo que mi señora es reservada y además no se va a escandalizar.

-Casualmente hoy teníamos pensado ir a un hotel pero a última hora apareció el marido, así que tuvimos que postergarla. Quizá esta tarde, cuando el tipo se vaya a trabajar, ella pueda escaparse. De todos modos no me preocupa mucho porque este fin de semana nos vamos a sacar las ganas a lo grande, pues el inconsciente la va a dejar sola.

El temor a ser descubierto, que él no tenía, parece que sí repercutía en Silvia, que más pálida aun, se levantó.

-Disculpen, algo me debe haber hecho mal, estoy descompuesta, voy al baño.

Nosotros seguimos charlando de cosas sin importancia hasta que ella regresó. No denotaba mejoría, por lo cual, disculpándonos, nos fuimos a casa.

Al rato de haber llegado, sentados frente al televisor, sonó su teléfono. Cuando vio quien llamaba, e hizo ademán de retirarse para atender, yo me levanté diciendo que iba al baño. Por supuesto que fui, hice el ruido de cerrar la puerta y regresé para escuchar.

-Hola

-?

-Sos un hijo de puta. Cómo vas a hablar así delante de él.

-?

-En este momento estoy con el estómago vacío, vomité todo en la confitería. No sé cómo voy a estar esta tarde. Llamame después de las cuatro y ahí vemos.

Silvia no quiso almorzar. Yo comí lo que el estómago pudo aguantar pues la bronca y el asco prácticamente me lo habían cerrado. Me quedé frente al aparato sin prestar atención a lo que mostraba tratando de cerrar los detalles de la venganza. Sobre todo haciendo un esfuerzo importante para que el odio no cegara mi razonamiento. En este momento lo primordial era dificultar todo encuentro, para que el ansia por llegar al fin de semana tan deseado les hiciera disminuir las precauciones y quedaran inermes.

A la hora habitual de salida hacia el trabajo seguí mi rutina, dejando intencionalmente las llaves del negocio en la mesa de la entrada, y tomando el auto lo estacioné media cuadra más allá, disimulado entre otros. La espera fue corta, nada más que media hora. Vi a Alberto llegar a pie. Se ve que lo estaban esperando pues apenas enfrentó la puerta, esta se abrió. Les di algo de tiempo para que la acción los aislara del entorno y regresé. Al abrir la puerta pude escuchar al fondo.

-¡Ay, cómo me la metiste.

No sé qué hice, pero superé la tentación de avanzar sin hacer ruido y matarlos a los dos con mis propias manos, algo perfectamente factible dadas la diferencias físicas. En lugar de eso llamé.

-¡Querida!

El silencio por más que fue corto resultó elocuente. La sorpresa fue total. Iba cumpliendo bien el proceso de venganza. Cuando el enemigo tiene el ánimo por el suelo vencerlo físcamente es sencillo.

-Ya voy, estoy en el lavadero.”

Al llegar a mi lado con el pelo revuelto, la blusa una parte dentro de la falda y otra fuera, le dije.

-¡Qué te pasa!, estás desarreglada y con cara de haber visto un muerto.

-Estaba acomodando las cosas que están bajo la pileta y además sigo algo descompuesta. Qué pasó para que regresaras.

-Me olvidé las llaves del negocio. Parece que tu desarreglo es contagioso, voy al baño.

Al estar atento pude oír los pasos y la apertura y cierre de la puerta de calle. Volviendo al comedor para tomar un té, puse una excusa y no fui a trabajar.

El día siguiente, viernes, a las once era la reunión deportiva de los cuatro habituales. Ya sentados tomando algo para hidratarnos saqué el tema de la reunión frustrada de ayer.

-Y, qué pasó a la tarde, pudiste darte el gusto?

-No, y encima casi nos sorprenden.

-Tené cuidado, no sea que se te arruine todo y encima ella pierda al marido.

-Mirá, te voy a ser sincero, creo que al marido le conviene perderla. Es una puta si remedio. Increíble lo que le gusta la pija.

-De todos modos cuídate, son situaciones peligrosas.

-Te voy a hacer caso, este fin de semana le doy con todo, en su casa y en su cama, a partir de esta noche viviendo con ella. Después trataré de espaciar un poco el asunto, aunque no sé si podré porque es insaciable.

Como lo había planeado, al atardecer simulé un viaje a la casa de mi hermana a unos cuarenta kilómetros. En realidad el que viajó fue mi hermano Jesús llevando mi automóvil y los dos celulares, el particular y el de la empresa. Yo me quedé en su casa y con sus teléfonos. Cualquier llamada que recibieran, uno de ellos debía atender y dar una excusa de por qué no lo hacía yo. Las antenas que registran el movimiento de esos aparatos nada iban a notar. A eso de las nueve de la noche mandé desde el celular de Jesús un mensaje de texto al mío diciendo que cenaran sin esperar, porque un inconveniente me obligaba a llegar más tarde.

Rafael, amigo de toda la vida me iba a llevar hasta casa y una vez terminada la venganza iríamos hasta el lugar que, teóricamente, nunca había abandonado.

Entré a casa por la cochera y en silencio ubiqué dónde estaban. Me puse al costado de la puerta e hice ruido para llamar la atención y esperé. Ella fue quien vino tratando de saber qué sucedía cuando la tomé de atrás oprimiendo el tórax hasta que se desvaneció. Con vendas le até muñecas y tobillos, poniéndole una cinta cerrando la boca.

Alberto al no obtener respuesta a sus llamados vino hacia donde seguía oculto y esperando. El procedimiento con él fue idéntico aunque con menor esfuerzo al ser tan delgado.

Aunque me hubiera encantado echarles en cara el placer de verlos desnudos, e inermes para lo que se me ocurriera, preferí seguir con el pasamontaña que solo mostraba mis ojos detrás gafas oscuras.

Todavía estaban medio inconscientes cuando, primero a él y luego a ella, les hice el tratamiento previsto. Prepare un gotero cargado con ácido de batería y se lo esparcí por el glande previo correr el prepucio, volviéndolo a cubrir. Después le tocó recibir el mismo líquido al recto. Similar visita recibieron la vagina y el recto de Silvia. Si la piel de las manos no es sensible al picante y el intestino sí, estimo que el ácido, que es capaz de quemar las manos, produciría mayor daño en esas mucosas delicadas. Por lo menos durante un tiempo el acoplamiento o caricia de los sexos sería sólo mental. Estaba por dejarlos cuando me pareció que la estaban sacando liviana. Así que tomé la tonfa que suele estar colgada en la percha y les di un buen golpe en espalda a la altura de los riñones.

Para terminar desaté el primer nudo de las muñecas de ella y salí. Cuarenta minutos después estaba con mis hermanos y mi amigo, acompañado del sincero afecto que me profesaban.

El lunes estaba previsto presentar mi pedido de divorcio.

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