Se había tirado en la cama boca bajo a leer un libro electrónico en su celular. Lo hacía sin apuro, ya que era viernes por la noche y no tenía necesidad de levantarse temprano al otro día.
Tenía puesto un short blanco elastizado, junto con una musculosa blanca que usaba para dormir.
Tampoco necesitaba mucho para resaltar su figura, el milagro de la vida la había favorecido con un cuerpo voluptuoso y sensual. Usara la ropa que usara, siempre se sentía y se veía atractiva, cautivando miradas en su andar cotidiano.
Era una mujer bien curtida en la cama. No en vano había estado casada con un hombre infinitamente caliente. Fue quien justamente, la inició en este maravilloso arte, a sus dieciocho años. Desde entonces, su vida sexual se desarrolló considerablemente, debido a la constante actividad sexual que mantenían. Quien, a lo largo de esos años, la penetró intensamente por todos lados y en todos los lugares donde podía hacerlo.
Después de su separación, tras un tiempo prudencial de soledad y reflexión, ella volvió a tener vida sexual con un amigo del trabajo. Era una mujer apetecible para cualquier hombre que posara sus ojos en su andar y ella lo sabía.
Él aún estaba en el baño terminando de ducharse. Debido a su condición física, su aseo personal le demandaba mucho tiempo. Pero sin mayores imprevistos, siempre cumplía con su cometido.
Terminada su labor de aseo, se puso su bata, se sentó en su silla de ruedas y se dirigió a la pieza.
Al entrar, observó que su mujer estaba acostada en la cama boca bajo y, no pudo evitar la reacción de excitación en todo su cuerpo, especialmente en su miembro. Pero temiendo quedar expuesto frente a ella, rápidamente se tapó con la bata y fingió secarse el cabello con la toalla.
Aunque en realidad, ella sabe que él siempre la mira y eso a ella le gusta. La verdad es que le gusta ser mirada por todos los hombres, pero especialmente por él. Y le gusta porque lo hace sentir su esclavo.
En ocasiones, ella se niega a tener sexo con él, dejándolo con unas terribles ganas, para que al otro día, la penetre con todas las fuerzas del mundo hasta el fin de la noche.
Pero no fue así esa vez.
Después de acostarse, pusieron una película en la notebook como de costumbre. Ellos suelen hacer esto juntos como una especie de encuentro nocturno.
En un momento, mientras veían la película, ella deslizó suavemente la mano por su pecho desnudo. El perfume que tenía esa noche la atraía muchísimo, pero no quería quedar expuesta frente a él. Además, ella estaba en su período y, por lo tanto, no podía tener relaciones esa noche.
El seguía mirando la película, sin embargo, advirtió el delicado roce de la mano de su mujer. Pero, aun así, no sacó sus ojos de la pantalla.
No fue sino hasta que la inquieta mano izquierda de su mujer descendió hasta su miembro, cuando él, la miró con una tenue sonrisa con la luz que provenía de la notebook.
Con su mano vertía las caricias más placenteras que jamás había conocido. Su miembro comenzaba a endurecerse con el contacto de sus dedos.
Luego de masturbarlo por unos cuantos minutos debajo de las sábanas, con el dedo gordo de su mano, tocaba la cabecita de su pene, hacía esto varias veces, muy despacio para irlo excitando de a poco.
Ambos se veían colmados de pasión y fogosidad. El mínimo contacto de sus cuerpos generaba en el ambiente una erupción incontenible, que se traducían en apasionados besos y caricias.
En un momento de frenesí, ella lo destapa por completo arrojando las sábanas al suelo y nuevamente comenzó a masturbarlo hasta sentir latir las venas del pene en sus manos. Ese pene, pese a que era de un tamaño normal, la volvía loca y por eso lo exprimió con sus manos hasta hacerlo acabar varias veces esa noche.
Le gustaba sentir el líquido seminal chorreando por sus dedos.
Esa noche se sintió toda una matriarcal, bien ardiente complaciendo a su hombre.