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El placer de ser seducida y que te conviertan en una princesa
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Era claro que no era la primera a quien él seducía. Soltero, pasaba de los 50, cuerpo bien cuidado: abdomen plano, brazos y pecho fuertes, siempre con pantalones vaqueros que apretaban su cintura y dejaban ver, como un apetitoso cilindro el tamaño de su miembro y la redondez de sus nalgas. Sociable, sonriente, el alma de la fiesta. El mayor de edad en la clase de la universidad y las compañeras lo admiraban con deseo por su personalidad, solvencia económica e independencia.

Nos reunimos un viernes en su casa para cenar informalmente por haber terminado el primer año de la carrera. Yo era un poco tímido, delgado, de ojos claros, cabello castaño y complexión más bien débil. A mis 21 años dependía del transporte público para llegar a su casa y regresar a la mía. Pero al ser ya noche, él se ofreció para llevarme una vez terminara la reunión. Al irse el último compañero, solo quedamos él, que se llamaba Esteban y yo. Lo ayudé a levantar los platos, arreglar la mesa y los sillones. Mientras yo lo hacía, él se recostó en una pared y se me quedó viendo, tomando su copa de vino.

-Listo para irnos -le dije.

-Espera, platiquemos un poco, no conozco mucho de ti, a pesar de que llevamos un año en la universidad -me dijo sentándose en el sofá e invitándome con unos golpes en el cojín a sentarme a su lado.

Me pareció extraño, pero accedí sin sospechar nada y me senté a su par, nuestras rodillas se topaban.

-Tienes novia -me preguntó.

-Ahora, no, pero he tenido varias. Hemos durado poco tiempo -comenté.

Se rio con una sonora carcajada y luego puso su mano en mi rodilla.

-Sin duda eres un casanova, seductor y te has acostado con muchas.

Me reí nervioso. -La verdad, con un poco de pena y debido a que me causas mucha confianza, debo confesarte que aún no he estado en la intimidad con nadie -le expliqué un tanto incómodo por reconocer mi inexperiencia.

Me miró fijamente a los ojos y subió su mano de la rodilla al muslo y no opuse resistencia. -Virgencito -exclamó sonriente.

Mi pulso se aceleró al igual que mi respiración, me puse nervioso.

-Cuando te vi arreglando mi casa, recogiendo los platos, ordenando la mesa y los sillones, no pude dejar de verte como una princesa, una Blanca Nieves que vino a ser mía esta noche -subió rápidamente su mano hasta mi micropene, el cual no es más grande que la uña de mi dedo pulgar y lo apretó.

Jadeé. Lo miré a los ojos fijamente con la boca abierta y respirando agitadamente por ella. Intenté quitarle la mano de mi miembro, pero apretó más.

-Tienes una miseria de verga, te he visto desde inicio de año y te llevo muchas ganas de hacerte mía. Nunca complacerás a una verdadera mujer con ese pedacito de carne. Pero si te conviertes en una princesa en secreto, mi princesa a escondidas y sin que nadie más lo sepa, podrás disfrutar por atrás de todo el placer que quieras como nunca lo has hecho. ¿Qué dices?

Apretó más su mano. Yo estaba sorprendido y confundido, respiraba muy agitadamente por la boca, lo miraba a los ojos y no sabía que decir, traté de balbucear algo y me puso el dedo índice de su otra mano en mis labios en señal de silencio, luego bajó a mi labio inferior y metió su dedo en mi boca, humedeciendo su dedo en mi lengua. Cerré los ojos y comencé a chupar su dedo, succionándolo y arremolinando la lengua a su alrededor.

Volteé mi cara y le dije asustado -¡No!

Me paré y rápidamente tomé mi chaqueta y me dirigí a la puerta. Me alcanzó. Con sus brazos fuertes me tomó de frente por los hombros, me empujó y pegó a la pared. Luego, me abrazó con su brazo derecho por la cintura, pegando su pelvis a la mía y con la mano izquierda me tomó de un la nuca, me jaló hacia él y me besó.

Fue mi primer beso a otro hombre. En un principio opuse resistencia, pero luego me di cuenta de que era inútil, que de forma inesperada las fantasías que desde mis quince años tenía; aquellas que empezaron vistiéndome a escondidas con la ropa de mi madre y de mi hermana, calzándome bellas sandalias de mujer, modelando como una nena ante el espejo y masturbándome mientras me acariciaba el agujero del culo y soñando ser penetrada; podrían convertirse en realidad.

Me abandoné, me relajé, tiré la chaqueta al suelo, rodeé su cuello con mis brazos y apasionadamente respondí a su beso. Con una mano le sobé frenéticamente el cabello en su cabeza y con la otra su espalda. Subí la pierna izquierda, acariciando sus piernas con su pantorrilla.

La locura se apoderó de mí en todo sentido, en mi cuerpo, en mi mente y en mi deseo.

-Esteban -dije separando mi beso del suyo, respirando agitadamente y feminizando mi voz -¡Sí!; quiero ser tuya -y continué besándolo intermitentemente cada vez que le decía una palabra- quiero convertirme en tu princesa, en tu esclava, en tu nena. Enséñame a ser mujer. Quiero ponerme vestidos, usar lindas sandalias, lencería de encaje, modelar para ti coquetamente, pero a escondidas, solo para ti, ¿Si? Que nadie nunca lo sepa -Metí acaloradamente mi lengua en su boca masajeando la suya.

-¿Y qué más? –me preguntó separándome de su beso, viéndome dulce y firmemente a los ojos. Él lo sabía y yo también. Pero Esteban quería que mi entrega fuera total y voluntaria. Mi cuerpo temblaba, pero a la vez ardía de placer. Me mordí los labios y la mirada en mis ojos se tornó seductora, como la de una leona en celo que invita a su macho a poseerla, apeteciéndolo con todo mi ser como nunca había deseado a nadie.

Finalmente, mi locura habló por mi: -Quiero que me desvirgues. Que no quede milímetro de mi piel sin haber sentido lo caliente de tu verga y de tus testículos. Quiero sentirte dentro de mí, gemir y llorar como una princesa mientras me penetras el culo. Hazme olvidar que soy un hombre, porque lo que quiero es complacerte como mujer, como hembra, gritar y relinchar mientras metes y sacas tu miembro de mi agujero virgen que está empapado de solo imaginarte regocijándote mientras me abandono a lo que me órdenes. Soy tu princesa virgen, soy tuya.

Me separó de su cuerpo, me vio de pies a cabeza y me instruyó:

-¡Desnúdate aquí mismo!

Inmediatamente me quité toda la ropa. Me tomó de los hombros y me hizo arrodillarme frente a él. Iba a bajarse la cremallera del pantalón, pero lo detuve, dándole a entender que yo quería hacerlo.

Desabroché su pantalón y lo bajé junto a sus calzoncillos y vi por vez primera ese gran miembro que había comenzado a estar erecto. Sin tiempo que perder lo metí a mi boca. Estaba muy salado, con olor a hombre, pero delicioso. Mi lengua jugó con la cabeza de su miembro y con una mano comencé a masturbarlo y con la otra a acariciarle los testículos. Noté como su verga se puso dura como un hierro y comenzó a gemir de placer. Lo metí todo en la boca, me llegó a la garganta y lo sentí delicioso. Sobé por toda mi cara su miembro, enjuagando la saliva y lubricante natural que tenía, para luego volverlo a mamar. Lo saqué y metí mil veces.

Luego de un buen tiempo de darle amor a ese gigante, llegó al fin el momento. Me tomó con las manos los lados de la cabeza y me jaló y separó de su pene una y otra vez. Sentía cada vez más su calor, escuché sus gemidos y finalmente la mayor delicia hasta ese momento: primero, se puso aún más duro; segundo, las gotas de líquido preseminal le dieron un toque aceitoso y salado al sabor de su verga; finalmente, con un grito de complacencia sentí como me la metió aún más en mi boca, hasta llegar profundamente en la garganta y al sacarla un poco la explosión de sabor lechoso de su semen espeso y abundante que se derramó en mi boca.

Los conté, fueron seis chorros potentes de delicioso esperma que me inundaron la lengua. Sacó su miembro de mi boca y, mientras derramaba por la comisura de los labios toda su leche, untó su miembro por toda mi cara, humectándola con otros tres chorros que aún guardaba.

Se terminó de quitar los pantalones y calzoncillo. Me invitó a ponerme de pie y me dio otro apasionado beso, mientras como una preciosa nena enamorada lo abracé al cuello, empiné los pies y doblé una de las rodillas subiendo uno de los pies. Compartimos en nuestras bocas lo espeso de la deliciosa secreción de su miembro.

-Vamos a mi habitación. Quiero que por vez primera me muestres como te vez vestida como una señorita. Nos quedaremos aquí toda la noche y mañana todo el día. Te voy a estrenar el culo y a hacer deliciosamente el amor. Mañana amanecerás por primera vez convertida en mujer y pasarás el día como una verdadera princesa.

¿Quisieras que publicara el resto de la historia y que te comentara cómo fue que Esteban me rompió el culo y tomó mi virginidad anal? Déjamelo saber en comentarios.

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