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El piso de estudiantes, la puerta de enfrente
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Han alquilado el apartamento de enfrente como piso de estudiantes. No es que la anciana pareja que vivía antes y se ha mudado a la Costa del Sol fuera una bicoca pero desde luego no molestaban mucho.

Con dos puertas por planta suponía que a partir de ahora los nuevos vecinos podían convertirse en un suplicio.

A mis cuarenta y tantos me había acomodado en mi estilo de vida de solterón, tras el divorcio. Buey suelto bien se lame, que decía mi abuela. Diciéndolo como algo más práctico, yo me lo guiso, yo me lo como.

Aunque no me comía un colín, llevaba un mes en dique seco. No había conseguido echar un polvo en bastante tiempo y no es que sea muy escogido. Había probado de todo y me gustaba variar, al menos en el pasado.

Estaba relativamente equivocado en lo referente al piso. Universitarios jóvenes, guapos y por lo que fuimos viendo con el tiempo, mas o menos formales. Durante la semana se dedicaban básicamente a estudiar sin montar jaleo.

Los fines de semana o se volvían a las casas de sus padres o salían y aunque volvían de madrugada lo hacían lo suficientemente serenos o al menos con cuidado de no despertar a nadie. No habían organizado ni una fiesta los primeros meses así que la desconfianza fue bajando a pasos agigantados.

Siempre he sido simpático y con ellos no me costaba mantener la sonrisa cuando nos cruzábamos en el rellano. La sonrisa y la mirada por sus cuerpos jóvenes, delgados y bellos. Aunque durante el invierno no podía disfrutar mucho de esas vistas. Iban muy tapados, como todos.

Llegó la primavera y el tiempo mejoraba y todos nos íbamos librando de ropa según hacía más calor. Con lo que el espectáculo mejoraba, podía verlos en camisetas finas y de manga corta y en vaqueros ajustados.

Hacía muchos años que no disfrutaba de un cuerpo masculino. Mis ultimas amantes habían sido todas mujeres. Supongo que simplemente por la vagancia de aceptar una cierta normalidad o mi ex-mujer me había acostumbrado al sexo heterosexual.

Así que mi bisexualidad se había refugiado en ver de vez en cuando vídeos gays por internet y las pajas que caían con ellos.

Pero tener aquellos cuerpos así al otro lado del tabique había despertado algo en mí. Y esa sensación la había ido desahogando en el gimnasio y la piscina. Donde además disfrutaba de la vista de otros cuerpos femeninos y masculinos en buena forma física. A veces incluso desnudos del todo en las duchas, los de los chicos.

La sensación y la energía que me sobraba de no follar la gastaba haciendo ejercicio. Así que yo también podía salir en camiseta ajustada sin que me avergonzase una barriguita cervecera.

Una mañana de un sábado de mayo especialmente caluroso llamaron al timbre. Me pilló en calzoncillos, un bóxer de lycra, ajustado y bastante normal. A punto estuve de ponerme algo más encima. Pero lo pensé mejor y me dije que si llamaban a esas horas quien fuera no se molestaría por verme así.

Era uno de los vecinos de enfrente que iba algo más tapado que yo, pero no mucho más. Un pantaloncito de deporte de lycra muy reducido, corto y tan ajustado como mi bóxer.

Su camiseta de deporte, por llamarla de alguna forma, apenas eran dos tirantes que se unían en la parte baja del vientre dejándome ver todo su pecho y los costados de su torso.

Ya le conocía de vista e incluso sabía que se llama Manuel. Es guapo, alto, delgado, el cabello castaño claro, casi rubio y la piel blanca, marfileña.

– Hola, nos hemos quedado sin café. Me podrías prestar algo. Luego salgo a la compra y te lo devuelvo.

– Sin problema, pasa a la cocina y vemos que necesitáis.

– Necesito, yo solo, este finde me han abandonado. Anoche me quedé estudiando y necesito algo para despejarme. Así que lo que tengas a mano me vendrá bien.

– Tienes suerte, normalmente lo tomo soluble pero desde hace unos días tengo café de verdad. Pero necesitas cafetera y no sé si tenéis.

– Tenemos de todo. Nuestras madres nos han provisto bien.

– De todas formas lo estaba preparando. Te puedes tomar una taza conmigo y así ya lo llevas dentro. Si no tienes mucho que estudiar claro.

Sonreí mirando sus formas perfectas y dejando que se diera cuenta de cómo admiraba su cuerpo. Él también recorría el mío con sus ojos azul claro.

– Sería estupendo. Y llevo chapando semanas, lo llevo todo al día. Puedo tomarme un rato de relax. O dos si es en buena compañía.

Me devolvió la sonrisa con sus dientes perfectos. He de admitir que eso del relax me sonó a gloria. Lo llevé hasta la cocina donde estaba preparando mi desayuno. Como no parecía estar molesto por lo breve de mi atuendo no me puse nada más encima.

– Siéntate, eres mi invitado. ¿Como lo tomas?

– Con leche y azúcar, por favor.

A punto estuve de ofrecerle mi leche en ese mismo momento. Pero me pareció muy pronto para eso. Así que le puse una taza, la leche y azúcar delante para que se lo pusiera a su gusto y un pastel de crema. Como buen goloso siempre tenía algo de bollería a mano.

– Así que también te gusta el dulce. Ya somos dos. En esta casa nunca falta.

– Cierto, me encantan las cosas dulces.

Él resultó ser tan goloso como yo. Verle disfrutar del bollito ya fue una satisfacción. Su sonrisa y los mofletes masticando lo decían todo.

– Veo que estás muy cómodo en tu casa. Solo con ese bóxer tan bonito.

– Y no me has pillado en bolas de milagro. Me puedo poner algo más si te incómoda o te puedes quitar la camiseta tú para estar más parejos. Lo que prefieras.

Se limitó a tirar la camiseta sobre el respaldo de una silla.

– ¡Joder!. ¡estás buenísimo!.

Me salió de golpe, sin pensar. Al verlo, así con el torso al aire, no me pude callar.

– Tú no estás nada mal y lo estoy viendo casi todo. Eso que llevas no tapa y marca.

– Si quieres puedo enseñarlo todo. Ya no sería nada a estas alturas. Y ese pantalón que llevas parece pintado sobre tu cadera por cierto.

– Pues por mí no te cortes, con este calor a mi también me gustaría estar desnudo.

Empecé a bajar el bóxer despacio descubriendo mi pubis depilado y la raíz de la polla despacio. Como en un espejo él me imitaba. La lycra de su pantalón de deporte me iba dejando ver más de su piel según se lo quitaba.

Con cada centímetro de epidermis que quedaba al aire me parecía más bello. Por fin las dos pollas algo más que morcillonas salieron al descubierto. Tiramos las dos prendas encima de su camiseta en el respaldo de una silla.

– ¿Nos terminamos el desayuno?.

– Si, claro, yo tengo hambre.

A pesar de la calentura y sensualidad que había en la habitación no teníamos prisa. Volvimos a sentarnos a la mesa, lado a lado, pero mirándonos a los ojos con concentración. Por no mirar a las pollas desde luego.

Su expresión era de pura lascivia, creo que igual que la mía. Cuando sacó la lengua para lamer la crema de un pastelillo ya no pude esperar más. Dejé caer una mano con suavidad sobre su muslo.

Los dedos por la cara interna subiendo despacio hacia su polla. Viendo que habíamos dejado de disimular se inclinó hacia mí buscando mis labios. Su beso empezó siendo suave. Cogiendo mi labio inferior entre los suyos.

Yo le di mi lengua y mi saliva. El beso se fue haciendo cada vez más lascivo. En ese momento noté su mano acariciando mi pecho y pellizcando mis pezones con suavidad, con lo que eso me excita.

Debió notarlo por el jadeo que solté. Así que para ponerme aún más cachondo se inclinó a lamerlos. Para entonces yo ya tenía en la mano su rabo que se había puesto bien duro. Y acariciaba sus suaves y pelados huevos.

– Mejor vamos a la cama. Será más cómodo.

Me levanté y durante el segundo que le dí la espalda para dirigirme a mi dormitorio aprovechó para besar una de mis nalgas. Como aún estaba sentado le fue fácil.

– ¿Tantas ganas tienes?. Estas muy cachondo.

– Creo que como tú. Llevas un buen rato con la polla apuntando al techo. ¿Hacia mucho que no follabas?

– Seguro que más que tú. Tienes muy buena compañía en el piso.

– No están mal, y nos divertimos pero hoy quería probar algo diferente.

Se pegó a mi espalda poniendo su polla entre mis nalgas y me abrazó por la cintura rodeando cuerpo.

– ¿El café?

– Mejor la leche. La que guardas aquí.

Rodeó el tronco de mi rabo con sus dedos finos y largos. La acarició un par de veces antes de levantarse y venir detrás de mí. No perdía de vista mi culo, seguro que pensaba en follármelo.

Junto al lecho nos abrazamos buscando la boca del otro. Cruzábamos las lenguas fuera de las bocas. Besaba de miedo, como queriendo saborear toda mi boca, chupando la sin hueso. Dejando caer nuestras salivas hasta los pechos de ambos.

Aprovechando esto se inclinó de pronto a lamer la piel de mi torso. Buscaba mis pezones que se metió entre los labios. Es algo que me encanta, los tengo muy sensibles y jadeaba, ya sin control.

– ¡Sigue! Lame toda mi piel.

Yo alcanzaba a acariciar su espalda torneada, el cuello y los hombros. Levantó mis brazos solo con un gesto y pasó la lengua por mis depiladas, suaves y muy sensibles axilas. Ese chico sabía como excitarme.

Le dejé hacer por supuesto Me estaba poniendo a mil. Siguió lamiendo mi vientre, metió la húmeda en el ombligo y un rato más tarde estaba besando el pubis y la raíz de la polla. Ésta

durísima apuntaba directamente al frente.

Pasó de largo y se metió mis huevos en la boca. Antes de seguir me empujó a la cama para estar más cómodos y que yo pudiera también acariciarlo. Mejor todavía él pensaba en un sesenta y nueve. Así que dejó su bonito y depilado rabo al alcance de mis labios y lengua.

Además agarré con fuerza sus nalgas. Las separé para poder acariciar el ano. No podía gemir pues para entonces ya tenía mi verga en la boca y viceversa evidentemente.

Ya no paramos hasta corrernos en la boca del otro. En vez de tragar su lefa la guardé en la boca para dársela en un nuevo beso. A él se le había ocurrido la misma idea. Y un segundo más tarde nos vimos cruzando las lenguas con nuestro semen en ellas.

Ese chico es tan guarro y morboso como yo.

– Como todos en tu piso sean como tú os lo pasasteis de miedo.

– Más o menos sí.

Mientras habíamos estado comiéndonos los rabos no habíamos dejado de jugar con el culo del otro. Para cuando me corrí ya tenía dos dedos abriendo su ano. No me fue muy difícil. Ya lo tenía bien trabajado.

El mío a esas alturas también se abría bien y él lo aprovechaba para hurgar en mi interior. Con todo ese tratamiento mientras nos besábamos las pollas se estaban volviendo a poner duras.

– ¡Fóllame!

Me dijo. Y no pensaba llevarle la contraria aunque también deseaba su rabo en mi interior. Quería ver su cara de vicio mientras le penetraba. Así que le puse en el borde de la cama. Y yo de pie frente a él.

Apoyó las piernas en mi pecho, bien abiertas. Él sabía lo que yo estaba buscando. Mantuvo las nalgas separadas con sus manos mientras mi glande se iba abriendo paso en su interior.

Tenía sus pies a los lados de la cabeza y aproveché para besarlos y lamerlos. Mientras me movía despacio pero firme, sujetando sus muslos con las manos. Hasta meterla entera en el caliente horno que era su duro culito.

Le miraba a los ojos disfrutando de su cara de morbo a la vez que él estaba viendo la mía. Tardé un rato en correrme pero no quería sacar la polla de allí por nada en el mundo.

Al final la cosa se fue final y terminó por door sola de tan caliente agujero. Después de una limpieza rápida volvimos a la cama aún con ganas. Su rabo seguía duro como el hierro.

– ¡Cabálgame!

Era una opción que me gusta bastante así que no puse objeciones. Me subí sobre su cadera. Dejé caer un buen chorro del lubricante que siempre tengo a mano sobre su glande. Fue resbalando por el tronco hasta llegar a sus huevos.

– Suave, por favor.

– Desde luego.

Él mismo sujetaba su polla en posición vertical para acertar con mi ano a la primera. Bajando despacio hasta que mis nalgas se asentaron en sus muslos. Me apoyaba en su pecho y aprovechaba para pellizcar sus pezones con suavidad.

Ver su cara de vicio y por sus gemidos me evitaban todavía más de lo que ya estaba. Empecé a moverme despacio. Subir y bajar sin prisa. Quería disfrutar de la sensación de tenerlo dentro.

Ya no paré hasta que se corrió en mi interior. Aprovechando que habíamos pasado por el baño y que estábamos limpios por dentro y por fuera, tiró de mi cuerpo hasta ponerme encina de su cabeza.

Se puso a lamer la lefa que salía de mi ano en un fantástico beso negro. Yo era el que suspiraba al notar su lengua recorriéndome desde el ano a los huevos sin descanso.

Al fin caí rendido a su lado en mi colchón. Sonriendo como bobos nos mirábamos a los ojos y vivimos a besarnos.

– Tío ha sido genial.

– Fantástico. Follas cómo los ángeles. Tierno y morboso.

– Tendría que volver a estudiar un rato. Se me ha pasado la mañana.

– Si quieres quedarte a comer, puedes.

– Mejor que no o volveríamos a engancharnos. Pero puedes estar seguro que quiero repetir.

– Pues cuando tengas ganas solo tienes que cruzar el pasillo. Y si quieres invitar a alguno de tus compañeros estaría bien.

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