Cuando llegué a mi nuevo trabajo, conocí a uno de mis colegas, bastante guapo, e inmediatamente congeniamos. A los dos o tres días de estar en la nueva oficina me di cuenta de que no sólo era hetero, sino que tenía esposa y un hijo. Sin embargo, eso no importó, pues nos llevábamos muy bien, salíamos por unas cervezas de vez en cuando, yo conocí a su familia y él conoció a un novio que tuve después. Se convirtió en una de esas amistades que son difíciles de encontrar.
Aproximadamente dos años después, él consiguió un trabajo diferente, en otra ciudad, por lo que se fue y no nos vimos por un tiempo, aunque seguíamos conversando muy seguido, casi todos los días. En una de esas pláticas nos dimos cuenta de que ambos íbamos a coincidir en un congreso, en una ciudad diferente; nos dio mucho gusto poder vernos nuevamente y, hablando sobre el tema de los gastos, decidimos compartir una habitación en el mismo hotel.
Cuando llegamos a esta ciudad, mi vuelo llegó cuatro horas más temprano, por lo que me dirigí al hotel, solicité la habitación y la recepcionista me preguntó si prefería una cama matrimonial o dos individuales. Hasta ese momento ni siquiera se me había pasado por la cabeza que podíamos dormir juntos, pues no veía en él algo más allá de la amistad; sin embargo, cuando me hicieron esa pregunta, el morbo me invadió y sin pensarlo pedí una cama matrimonial, pensando que a mi amigo simplemente le diría que no habían reservado la habitación correcta y esa era la única disponible. Al final esa mentira no fue necesaria, pues él no hizo ningún comentario al respecto.
Hacia el mediodía él llegó, salimos a comer, a ponernos al día y a conocer un poco la ciudad; luego volvimos al hotel, pues debíamos terminar algunos pendientes de nuestros respectivos trabajos. Cuando por la noche regresamos a la habitación, él dijo que se iba a bañar y se encerró en el baño. Al salir lo hizo en ropa interior, aún mojado por el baño. He visto a muchos amigos en bóxers o en otras prendas más provocadoras y no me generan excitación, por lo que no supe por qué después de algunos años de conocernos súbitamente lo empezaba a ver con una mirada de deseo. Disimuladamente me fijé en todo su cuerpo: medía alrededor de 1.75, un poco más alto que yo, de tez blanca, pero quemada por el sol, con su barba larga, pero bien alineada, unos tatuajes a color de símbolos extraños en los brazos, que resaltaban muy bien con su tono de piel, si bien su complexión era media, tenía una pancita prominente que le daba un raro toque sexy, además de un bulto que si bien no era exagerado, dejaba adivinar el contorno de su miembro y unos glúteos redondos que se marcaban por debajo de su brief negro.
De pronto me vi ahí, en la misma cama en la que él se iba a acostar, justo a mi lado, y mi mente se puso a volar… en cinco minutos me imaginé varios escenarios en los que no terminábamos cogiendo, pero sí teniendo intimidad. Me imaginé entonces que él me decía que había escuchado que los gays hacían buen sexo oral y que yo le ayudaba a averiguarlo; visualicé también una fantasía en la que en la noche, ya dormidos, él me abrazaba y acercaba su cuerpo al mío y yo sentía su verga erecta muy pegada a mis nalgas. Mi erección se puso aún más dura cuando se acostó junto a mí, aún en sus briefs negros, y me di cuenta de que así iba a dormir. Se quedó acostado, mirando la televisión y en algún momento flexionó una de las piernas, y cruzó la otra, apoyándose en la rodilla. Hasta ese momento no me había fijado tanto en sus piernas. Si bien no eran musculosas, las tenía bien definidas, con un vello que lo hacía verse muy masculino y, mientras las contemplaba, cayó mi vista al pie de la pierna que tenía cruzada. Nunca he considerado tener un fetiche con los pies, pero cuando lo vi, inmediatamente me dieron ganas de acercarme y pasarle la lengua por toda la planta, para terminar chupando cada uno de sus dedos, pasar luego a besar y lamer sus piernas y terminar con su verga en mi boca, con sólo su delgado bóxer interponiéndose entre mi lengua y su erección.
Estaba demasiado caliente, así que tuve que obligarme a salir de mi trance y mis fantasías. Teniendo todo el cuidado para que no se notara que la tenía durísima, dije que iba a ducharme y al igual que él, fui a encerrarme al baño, con la intención de masturbarme. Resulta que en el baño había dejado su toalla mojada tirada en el suelo, los vellos recortados de su barba en el lavabo y sus tenis en el suelo. "Típico hetero", pensé, cuando reparé que de sus tenis sobresalían sus calcetines sucios. La idea fue inmediata: se me vinieron a la mente sus piernas cruzadas y sus pies delgados, con dedos bonitos y rápidamente me incliné para sacar uno de los calcetines. Era blanco, con unas figuritas de cactus verdes, estaban algo acartonados y un poco sudados. Sin saber y sin detenerme a pensar por qué, eso me prendió a tope, así que por instinto, pues ni siquiera estaba pensando bien lo que hacía con la tremenda excitación, me acerqué el calcetín a la nariz. Tenía un olor fuerte, como si los hubiera usado para correr un maratón o como si no se los hubiera cambiado en tres días. Lo acerqué nuevamente y esta vez inhalé profundamente, hasta sentir que el olor invadía todo mi cuerpo. Rápidamente me bajé el pantalón y el bóxer, con la intención de masturbarme, aunque primero me aseguré de que la puerta estaba cerrada con seguro y encendí la regadera, para que no me escuchara si hacía algún ruido extraño.
Recargué la espalda sobre una de las paredes del cuarto de baño y por tercera vez acerqué su media sucia a mi cara, esta vez sin retirarla. Luego, tomé el otro calcetín y mientras inhalaba bien profundo ese olor a hombre, tomé el otro con mi mano derecha y lo usé para comenzar a masturbarme, despacio, sin ninguna prisa, sintiendo cómo la tela suave, un poco húmeda por el sudor, rozaba mi verga que no podía estar más firme. Estuve así por varios minutos, respirando ese aroma, sintiéndolo llegar cada vez más profundamente, invadiendo mis sentidos, e imaginando toda clase de cosas: que él entraba al baño y me descubría, lo cual le excitaba, comenzábamos besándonos y luego él terminaba cogiéndome; o bien, que le lamía todo el cuerpo, especialmente sus pies y esa verga que, en mi imaginación no era tan grande, pero sí muy estética, con unos huevos proporcionados, y que terminaba viniéndose en mi boca, mientras yo terminaba al mismo tiempo, fantaseé incluso con llevarme sus calcetines, para olerlos cada vez que pensara en él. Tras varios minutos empecé a tener esa sensación característica previa al orgasmo, así que intenté inhalar más profundamente todavía y que ese olor agrio a sudor se quedara impregnado en mí. Mientras en mi mente le pasaba la punta de la lengua por casa uno de los dedos de sus pies, terminé echando cuatro enormes cargas de semen sobre el suelo del baño, haciendo todo lo posible por no gemir muy fuerte. Había tenido muchas experiencias sexuales diversas, pero esa, solo en el baño, con la ayuda de unos calcetines sucios y la imaginación, fue una de las mejores.
Finalmente coloqué los calcetines donde estaban, me duché, me cambié y salí del baño a acostarme junto a él, también en ropa interior, como él. Naturalmente no ocurrió nada esa noche, pero no pude dormir muy bien, de saber que lo tenía ahí tan cerca, a solo unos centímetros y no podía hacer nada al respecto. En algunos momentos durante las tres noches que pasamos juntos, nuestras pieles se rozaron por unos momentos, yo de manera disimulada buscaba esos roces, lográndolos en algunas ocasiones, para sentir el calor de su cuerpo, que me causaba una sensación de ternura, de tranquilidad, más que una excitación sexual. Fue esta sensación la que me hizo darme cuenta de que esa experiencia burda con sus olores corporales no fue más que el inicio para enamorarme de mi mejor amigo.