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El nuevo curso (III)
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Tiempo de lectura: 33 minutos

La vida de Carlo siempre había sido sencilla. Mimado desde pequeño, era el menor de la familia. Sus dos hermanas mayores siempre le habían querido y adorado por ser el único niño, igual que sus padres y sus abuelos y sus tíos y sus primos… De ascendencia italiana, su padre provenía de unos acaudalados mercaderes afincados en Capri, y su madre descendía por parte de madre de una acomodada familia genovesa, por lo que jamás le había faltado de nada.

Todos los veranos veraneaba con sus abuelos y sus numerosos primos en Capri y Antibes, a bordo del lujoso yate de sus abuelos y siempre de playa dorada en playa dorada, nadando en el mar de intenso tono azul o bronceándose en la sedosa arena amarilla de las bellísimas calas. Sus tíos los llevaban a montar a caballo y había acabado por ser un jinete bastante decente a pesar de preferir los deportes de gimnasio, y sus padres siempre le habían animado a participar en cuantos deportes desease mientras no interfiriese con sus estudios.

Alto desde que era pequeño, al crecer practicando siempre ejercicio había terminado por desarrollar un físico envidiable. Con un metro ochenta y cinco, la piel mediterránea, una melena de espesos rizos oscuros y ojos de color aceituna, relucientes como el ónice, la única palabra para describirle era hermoso. Cuando sonreía las chicas suspiraban por ser las destinatarias de esa sonrisa y cuando capitaneaba los equipos del deporte elegido ellos rechinaban los dientes deseando ser él. Cualquiera diría que era odiado o que no daba demasiado de sí en el apartado mental, pero nada más lejos de la realidad.

Sus notas siempre habían sido impecables, hablaba italiano, español e inglés con fluidez a pesar de su marcado acento y salvo algún que otro altercado causado sin duda por el ardor de su sangre italiana cuando era poco menos que un adolescente nunca había tenido problemas para ser amigo de todos. Extrovertido, alegre, risueño, generoso y abierto. Nada callaba y nada ocultaba. Si acaso resultaba extraño que alguien tan burbujeante como él hubiera acabado siendo amigo de una persona tan tímida y cerrada como Enrique, pero el tiempo se había encargado de demostrar que la elección había resultado la correcta, ya que fue gracias a Enrique como descubrió su vocación para la medicina. Sí. La vida de Carlo había resultado idílica… hasta que conoció a Thalía.

Carlo había regresado a casa tan solo una semana antes de que se iniciase su segundo año en la universidad. Normalmente hubiera apurado hasta el último segundo en la mansión de la costa de sus abuelos, tomando el sol y disfrutando de la belleza de las italianas que lucían sus cuerpos bronceados en la playa, pero este año empezaba a trabajar en un gimnasio cercano a modo de pasatiempo y para estar más implicado con el mundo deportivo, y no podía permitirse ese lujo.

La alarma del móvil le indicó que ya era hora de salir de la cama, aunque ya llevaba casi diez minutos despierto, remoloneando entre las sábanas. Con una mirada satisfecha se desperezó y sentado en la cama echó un vistazo al amplio apartamento que sus padres le costeaban: a menos de cinco minutos andando de la universidad y menos de diez del gimnasio se inundaba todos los días de luz natural hasta que decaía el sol por la tarde, y la amplia balconada dominaba una buena porción de espacio urbano, aportándole unas vistas maravillosas. De tres dormitorios, había convertido uno de ellos en estudio y cuarto de invitados y el segundo en un gimnasio en miniatura donde cuidaba su musculado cuerpo.

Tenía que empezar a trabajar en menos de media hora, por lo que se dio una ducha rápida y se vistió con una camiseta de tirantes que apenas cubría su torso lleno de músculos y unos pantalones cortos bajo los cuales se marcaba un bulto más que notable. Tras admirar su planta en uno de los espejos de cuerpo entero que tenía en el mini gimnasio se calzó unas relucientes deportivas Nike nuevecitas y tras preparar una pequeña mochila con ropa limpia de recambio, una toalla para el sudor, gel, champú y el desodorante salió de casa silbando con alegría.

Le encantaba estar en el gimnasio. Más incluso que los deportes al aire libre. Le encantaban los sonidos de las máquinas siendo accionadas, el olor: mezcla de olor a desinfectante, ambientador y sudor algo rancio que siempre le evocaba sensaciones de esfuerzo y victoria, la mezcla de voces de ánimo y expresiones de esfuerzo. Con un gesto de su manaza saludó a la recepcionista que le devolvió el gesto con una sonrisa. En cuanto dejó la bolsa en el vestuario se prendió la chapa que le identificaba como entrenador en uno de los tirantes de la camiseta. Pensaba darse una vuelta y quizá después usar un rato el banco de pesas, cuando vio a Damián en una de las cintas.

Iba a acercarse cuando dos chicos jóvenes le interceptaron para solicitarle ayuda. No tardó demasiado en resolverles la duda, aunque se explayó más en aleccionarles sobre el correcto uso de las máquinas y lo vital que era el complemento de una dieta saludable, rica en proteínas, pero también en hidratos y con la glucosa suficiente como para que no se resintiese el cuerpo. Cuando por fin les dejó libres Damián se había acercado por detrás, con una media sonrisa que generaba que sus hoyuelos apareciesen sutilmente en sus mejillas.

–Veo que no dejas escapar la oportunidad de abroncar a los críos ¿eh? –comentó jocoso su amigo.

Había conocido a Damián dos semanas antes de irse de vacaciones. El joven tenía carisma y una personalidad atrayente que le inclinó a pensar que sería un buen compañero de fiesta mientras Enrique estaba con su familia. Sin embargo, se había revelado como alguien mucho más serio de lo esperado, y bastante más sensato que él e incluso que su amigo. Carlo pronto había intuido que en Damián había más de lo que se veía a simple vista, y al enterarse de que además serían compañeros de clase (algo no demasiado sorprendente, dada la localización del gimnasio tan cercana a la universidad e incluso asociado con esta) resolvió quedarse a su lado.

Al principio pensó que podía tratarse de su sexualidad, pero Damián no tenía empacho en hablar abiertamente de su homosexualidad, por lo que Carlo había terminado por descartarlo como motivo de la actitud contradictoria que mostraba el joven a veces. Se negaba a hablar de su pasado, su familia o sus amigos y siempre parecía esquivar cualquier pregunta directa que se le hiciese acerca de esos temas, por lo que el perspicaz italiano había terminado por mantenerse a la espera. Con el tiempo se sinceraría, solo debía demostrar que era alguien digno de confianza. Le devolvió una deslumbrante sonrisa y le palmeó la espalda con tanta fuerza que arrojó el delgado cuerpo del joven hacia adelante.

–Hay que empezar con ellos cuando aún son jóvenes, si no luego se tuercen y no haces vida de ellos.

–No parece que se haya apuntado mucha gente nueva. Esto está bastante barrido. ¿Cuándo dijiste que se volvería a incorporar tu amigo? El que es tan tímido que apenas habla si no es bajo amenaza.

Carlo sonrió con suficiencia intuyendo correctamente por qué podía tener interés Damián en Enrique. Por lo que él sabía el joven estaba soltero, y su amigo era realmente atractivo con un aire ligeramente inocente. No le faltaban intentos de ligue, y más desde que se había quitado los kilos de encima, aunque él se encargaba de espantar a la mayoría, juzgando adecuadamente quién buscaba tan solo un polvo fácil aprovechándose de la inexperiencia de Enrique.

–No vendrá hasta la segunda o tercera semana de curso, y eso con suerte. Para él los estudios siempre han sido prioritarios, no le vendría mal aprender a salir de casa y divertirse un poco.

En ese momento se interrumpió. En la sala destinada a las sesiones de yoga y zumba bailaba una preciosa rubia, delante de los amplios espejos que cubrían una de las paredes en toda su longitud

–¡Eh! Mira a esa chica, creo que es la tía más guapa que he visto jamás por aquí e su questo non ci piove1!

Damián siguió la mirada de su amigo. Una sombra extraña cruzó por su rostro antes de que cruzase los brazos sobre el pecho con fuerza. Sus labios se apretaron en una fina línea de color coral mientras evaluaba a Carlo con los ojos entrecerrados.

–¿Thalía? Sería mejor para ti que la olvidases.

–¿La conoces? ¿Me la presentarías? –le interpeló Carlo ignorando su comentario.

–Somos algo parecido a amigos, sí. Pero te digo en serio que sería mejor para ti que la olvidases, tío.

–Voy a ir a presentarme –anunció el italiano mientras contemplaba como dejaba de bailar y se encaminaba a uno de los sacos de boxeo.

Nunca le había interesado demasiado el boxeo ni las artes marciales, pero viendo cómo se movía Thalía cambió ligeramente de parecer. Su cuerpo flexible y elástico no daba tregua al saco. Encadenaba un ataque tras otro con mortífera precisión, sin apenas jadear. Su larguísima coleta de pelo rubio claro oscilaba como un péndulo acariciando el final de su espalda, justo antes de unas nalgas redondas y prietas, sumamente firmes. Sus pechos eran grandes, pero proporcionados con su estatura, prietos en un top deportivo que no permitía que se balanceasen con sus movimientos. La cara aniñada mostraba una expresión de intensa concentración y sus ojos azules, tan claros que casi parecían grises, no se apartaban del saco. Carlo carraspeó ligeramente antes de exhibir su radiante sonrisa. La joven se sobresaltó ligeramente y se apartó del saco, manteniendo una postura ligeramente defensiva.

–Perdona, ¿necesitas usar el saco?

–No, he estado ahí un rato, soy monitor aquí, e tu sei la donna più bella che abbia mai visto2.

–No. –A pesar del tono dulce y suave de su voz traslucía una inmensa fuerza acerada.

Sus ojos azules parecían haberse convertido en estiletes de hielo. Sin decir nada más, ni dejarle añadir una sola palabra, se alejó con un andar sinuoso de modelo de pasarela. Damián se acercó a Carlo y le palmeó la espalda, compasivo. Una sonrisa divertida se asomaba a sus labios coralinos mientras se apoyaba contra el saco de boxeo recién abandonado.

–Te lo dije.

–No, no pienso rendirme. Es una mujer preciosa, ¿has visto cómo se mueve? Además, también tiene que ser muy fuerte. Seguro que levanta pesas. No pienso rendirme con ella, Damián. Es increíble.

Su amigo sacudió la cabeza de un lado a otro y se encogió de hombros. Lo que Carlo hiciese no era de su incumbencia, pero tenía casi seguro que no conseguiría nada. Aunque intentó no volver a tocar el tema, el italiano no cejó en su empeño por interrogarle, intentando obtener cada mínimo detalle que supiese sobre Talía. Damián esquivó cada una de las preguntas que le dirigió el otro, con su habitual facilidad para responder sin comprometerse. A pesar de ello, Carlo no pareció afectado por las evasivas.

Cuando regresó a casa, después de un día bastante tranquilo en el trabajo, buscó a la joven en redes sociales, sorprendido al no encontrar nada sobre ella. Parecía confirmar lo poco que había dicho su amigo: que no era especialmente sociable. La joven era todo un misterio, pero sumamente atrayente, por lo que no pensaba darse por vencido con tanta facilidad. Pensaba volver a intentar presentarse mañana, esta vez sin una manida frase de ligoteo en italiano. Con la cabeza llena de posibles escenarios de citas con Thalía se quedó dormido.

Desde ese día y hasta el inicio del curso no cejó de intentar acercarse a la joven, quien se limitaba a rechazarle una y otra vez cada vez de formas más contundentes, aunque no carentes de cierta creatividad. Carlo se sentía completamente dividido: jamás le habían rechazado así, en su vida, ninguna de las chicas con las que había ligado habían sido tan tajantes a la hora de darle una negativa, ni él se había arrastrado tanto por ninguna de ellas. No sabía lo que le pasaba, pero Thalía le tenía completamente embrujado. Pasaba las horas en el gimnasio obsesionado con el destello de una coleta rubia y cada vez que la veía aparecer su corazón daba un brinco en el pecho. Harto de verle arrastrarse detrás de la joven, Damián decidió tomar cartas en el asunto. El día antes del inicio del curso consiguió convencerle para tomar una cerveza juntos.

–Mañana empieza ya el curso. ¿Nervioso por ir a una nueva universidad?

–No. Será igual que la anterior. Al menos en la nueva ya conoceré a alguien, aunque ese alguien se esté portando como un cretino – acusó Damián con una sonrisa divertida.

–¿A qué te refieres? –se envaró Carlo al darse por aludido.

–A que lo que estás haciendo bordea peligrosamente el acoso. De seguir así acabará por denunciarte por no dejarla en paz ni a sol ni a sombra. Perderás tu trabajo, te meterás en líos en la universidad y además ella tendrá razón. –Comentó implacable antes de proseguir–. Así no vas a ligar con ella, solo vas a espantarla. Ella ya te ha dicho que no está interesada, deberías respetar eso y empezar a olvidarte.

–Tío… ella me gusta de verdad. –Musitó hundido.

–Pero si no es recíproco, no es recíproco. No deberías presionar a Thalía de esa manera, no la estás haciendo ningún bien.

Damián apuró la cerveza y se quedó en silencio. Casi podía ver el cerebro del italiano funcionar por debajo de su espesa mata de cabello negro. Cuando sus anchos hombros se hundieron por el peso de la aplastante verdad se compadeció de él y le palmeó la espalda. Le dejó terminar la cerveza antes de levantarse de la mesa, dejándole atrás rumiando sus mustios pensamientos. Carlo pidió otra cerveza y con un suspiro se frotó los ojos cansados. Ya había tomado la firme resolución de dejar en paz a Thalía, pero antes debía averiguar el motivo de esa negativa tan férrea. Muchas veces casi había sentido que le despreciaba, algo que no concebía. No le conocía lo bastante como para poder sentir tanta animadversión hacia él.

Tras acabarse la segunda cerveza se fue directamente a casa. Ni siquiera en la ducha, bajo el chorro de agua caliente, consiguió terminar de relajar los agarrotados músculos. Se secó despacio y se lanzó a la cama con un gruñido de frustración. Su enorme corpachón se hundió en el blando colchón con un chirrido. Dando vueltas y más vueltas en la cama por fin consiguió caer en un sueño superficial e inquieto.

Cuando se levantó para ir a clase por primera vez en su nuevo curso tenía el cuello tenso y el humor sombrío. Se vistió sin prestar demasiada atención a lo que se ponía y por inercia revisó sus mensajes. La perspectiva de volver a ver a Enrique le levantó mínimamente el ánimo, y la idea de que conociese por fin a Damián todavía consiguió levantárselo más. Con una sonrisa genuina terminó de vestirse con un ceñido jersey fino de color crema, que realzaba su intenso bronceado, unos vaqueros y unas deportivas y tras cargar con la mochila caminó con brío hasta la universidad. Se sentó en uno de los bancos que había a la entrada y esperó a Enrique, con quien había quedado el día anterior. En teoría Damián debía estar allí también, pero no le vio por ninguna parte.

–Enrique, de vuelta al purgatorio ¿eh? –saludó a su amigo en cuanto le vio aparecer.

El verano le había sentado bien. Aunque no estaba tan moreno como él mismo sí lucía un bronceado uniforme y bonito que resaltaba sus ojos cándidos y azules, y juraría que se le había aclarado algo el pelo por efecto del sol.

–Tan optimista como siempre, ¿qué tal en la playa?

–No me puedo quejar, cada año las mujeres de Italia son más hermosas –bromeó con naturalidad, aunque estaba pensando en Thalía al decirlo.

Consultando su teléfono con cierta impaciencia repasó sus mensajes. Damián no daba señales de vida y por un momento se planteó si se habría acobardado.

–¿No entramos?

–Estaba esperando a un colega. Se suponía que empezaba hoy aquí, pero parece que llegará tarde…

Interiormente maldijo a Damián por el plantón. Si pretendía hacer una gran entrada más le hubiera valido hacerla otro día, cuando no tuviesen clase con Mauro.

–Lo mismo ha entrado ya, quizá esté esperando dentro en el aula. Se supone que nos toca química a primera hora y ya sabes que con Mauro a cargo más te vale no llegar tarde.

Carlo masculló interiormente todo el camino hasta clase. Cuando vio a Damián sentado sobre la mesa, en actitud indolente, no pudo por menos que mentar a todos sus muertos y asignares epítetos muy poco apropiados de la educación privada que sus padres se habían esmerado en darle.

–¡Mira! Ahí está ese coglione3, tan tranquilo aquí dentro mientras nosotros esperábamos fuera. –Masculló enfadado avanzando a grandes zancadas hasta Damián, que sonreía divertido. – Enrique, te presento a Damián, el coglione que nos ha hecho esperarle fuera mientras estaba dentro. Se ha mudado hace poco y ahora estudia aquí, pegado a nosotros como mosca a mierda.

Al ver la turbación de su amigo su humor volvió a atemperarse. Con cierta diversión contempló cómo se quedaba mudo y se comía a Damián con los ojos. Sabía de sobra que Enrique había estado colado por él, y había procurado ser delicado con sus sentimientos, pero no podía ignorar que era hetero y no era algo que quisiera o pudiera corresponder, por lo que se alegró al ver cómo reaccionaba su amigo. Como siempre decía su abuela “chiodo scaccia chiodo4”. Cuando tomaron asiento se limitó a levantar las cejas para dar a entender a Damián que la maniobra había sido un éxito rotundo, y disfrutó viendo como Enrique se sonrojaba cada vez que Damián le dirigía la mirada. Su alegría por él era sincera, y solo se veía enturbiada por su decepción con Thalía.

Las clases se le pasaron volando, apenas un suspiro de tiempo amenizadas por la complicidad mantenida por Damián acerca de Enrique, no obstante, conocía a su amigo, por lo que sabía que no sería capaz de hablar cara a cara con el nuevo compañero salvo que les dejase a solas. Interrogó sutilmente a Damián sobre su nuevo piso, confiando en que quedase cerca del de Enrique, y en cuanto supo que eran vecinos cogió la ocasión al vuelo para desaparecer de escena. Necesitaba ir a ocuparse de sus propios asuntos.

Escuchó con perfecta claridad cómo le llamaba Enrique y la nota de pánico en su voz, pero hizo oídos sordos. En su opinión, necesitaba salir un poco de su coraza, aprender que no todos los compañeros de clase eran lobos con piel de cordero y nadie mejor que Damián para que empezase a abrirse y superar el acoso. No le conocía demasiado, pero sabía que era íntegro. Apretando más el paso se dirigió al gimnasio donde pensaba pasar el día y tras un rápido paso por el vestuario para cambiarse a la ropa de deporte se encaminó a las máquinas de pesas, desde donde podía contemplar casi todo el gimnasio a su antojo. Para su decepción, Thalía no apareció.

Día tras día Carlo se sumió en la misma rutina de acudir a clases por las mañanas, al gimnasio por las tardes y a estudiar por la noche. Tan solo la rompía para ir a tomar una cerveza de vez en cuando con Damián, quien le interrogaba acerca de Enrique, con quien las cosas tampoco parecían avanzar demasiado bien. Aunque justificaba a su amigo escudándose en su timidez, empezó a pensar que quizá no estaba interesado en Damián y no sabía cómo decirlo, aunque su actitud decía lo contrario. Para colmo de males, Thalía seguía sin dar señales de vida por el gimnasio, y Damián seguía con su actitud esquiva de siempre.

El lunes de la segunda semana de clases Carlo estaba harto. No sabía si la joven se había marchado por su culpa o si por el contrario había dejado el gimnasio por el inicio de curso, pero sin duda no quería perder más tiempo esperando un milagro que no iba a llegar. Resignado tomó la férrea decisión de rendirse definitivamente. Si la chica no aparecía a la tarde en su trabajo, no se molestaría en intentar volver a hablar con ella, ni siquiera, aunque volviese al día siguiente y se le insinuase.

En cuanto llegó al gimnasio sintió que se le caía el alma a los pies. No veía a Thalía por ninguna parte, y la sala donde solía bailar en solitario estaba llena de chicas que acudían al grupo de zumba de los lunes. Enfadado y frustrado se dirigió al banco de pesas y cargando más peso del que debía empezó a levantarlas, en una serie frenética de repeticiones con la que pretendía quemar toda su rabia. Rechinaba los dientes con cada levantamiento, repitiéndose mentalmente que había hecho una promesa, cuando el ruido de las chicas abandonando la sala le distrajo. Entre el maremágnum de voces distinguió con claridad la suya, tan dulce como la recordaba, pero infinitamente más cálida.

Dejando las pesas en su soporte se quedó sentado en el banco, mirándola fijamente. Estaba igual de guapa que siempre, vestida con unas medias de deporte rosas y grises y un top rosa que ceñía sus maravillosas curvas y realzaban su figura de reloj de arena. Su pelo rubio seguía peinado en su cola de caballo habitual, ahora medio desecha por el ejercicio intenso y charlaba animadamente con una morena algo más baja que ella. Hasta ahora no lo había apreciado porque siempre iba sola, pero era algo más alta que la media. Siempre le habían gustado las mujeres altas y la calculó un metro setenta y algo. Sonriendo como un idiota se acercó a las dos chicas. Su amiga la dio un codazo en las costillas y soltó una prometedora risilla, pero a Thalía la cambió por completo la expresión que se tornó gélida.

–Hola, Thalía.

–¿Qué demonios quieres? –espetó sin corresponder al saludo.

Algo cortado por el frío recibimiento Carlo se echó ligeramente hacia atrás. La morena que estaba al lado de Thalía la apretó el brazo con cierta urgencia, y dirigió una mirada de disculpa a Carlo.

–Me gustaría hablar contigo en privado, si no es mucha molestia. –Al ver que la joven iba a negarse Carlo la cogió precipitadamente del brazo e imploró–: No te robaré mucho tiempo, y juro que no es ningún intento por ligar contigo, te lo prometo. Por favor.

Thalía le evaluó con la mirada, esos fríos ojos de hielo que a Carlo siempre le desarmaban. Con un suspiro de resignación claudicó y se despidió de su amiga, que se encaminó al vestuario femenino muerta de curiosidad. Thalía siguió al italiano a través del gimnasio, hasta un rincón discreto detrás de los sacos de boxeo. Asegurándose de que no había nadie cerca se encaró con el hombre. Aunque la sacaba al menos diez centímetros no se amilanó ni un ápice.

–¿Qué quieres?

–Me gustaría preguntarte por qué parece que me odias tanto. No te he hecho nada, ni siquiera me conoces. No sé, entiendo que no quieras ligar conmigo, ma non capisco5 por qué te portas así.

Thalía frunció el ceño y ladeó ligeramente la cabeza, observando a Carlo como si tuviese delante algo especialmente desagradable. De pronto, una radiante sonrisa iluminó su rostro. Carlo se quedó sin respiración, cuando sonreía de esa manera es como si una luz interior diese vida a su cara, dotándola de una belleza etérea comparable a la de los cuadros clásicos.

–¿De verdad quieres saber lo que me pasa contigo? Perfecto, te lo diré.

Carlo se inclinó hacia delante, completamente obnubilado. Thalía mantenía un tono de voz tan bajo y tan suave que tuvo que acercarse más para poder escucharla, percatándose del delicioso aroma a lilas y frambuesas que emanaba de su cabellera rubia.

–Por favor, dime.

–Me pasa que te considero una persona despreciable.

El veneno de su voz era tan intenso pese a no haber levantado el tono que Carlo dio un paso atrás mientras ella proseguía, con la misma sonrisa luminosa en la cara y sus ojos helados destilando odio.

»Eres un pijo, un niño rico privilegiado que quiere tener cualquier cosa que se le antoje, y que no entiende lo que es un “no” o los límites que las demás personas tenemos que aprender a respetar desde niños. Te crees que con tus poses italianas y ese cuerpo ya puedes conseguirlo todo, y que además tienes el derecho a ello para después destrozarlo cuando se te antoje. Bueno, pues esa actitud me da asco, tú me das asco, y cuando te miro solo veo a un chulo siciliano salido de alguna mala película de mafiosos modernos al que le hace falta que la vida le de un par de golpes para escarmentar. ¿Te has quedado satisfecho?

Con un ágil movimiento la joven giró en redondo, dejando a Carlo plantado y mudo. Su rubia coleta le golpeó en el pecho al girar ella, pero ni siquiera eso le hizo reaccionar. La observó alejarse con una náusea en el estómago y boqueando se dejó caer contra la pared. Si así era como le veía ella, ¿cómo le verían los demás? Cuando su jefa se acercó a él, preocupada al ver que no se movía, se excusó diciendo que la comida le había sentado mal y aprovechó para irse a casa. Al llegar a su piso se dejó caer en el sofá. Las palabras de Thalía habían conseguido desestabilizarle de un modo que no pensaba posible. Pensó en llamar a Enrique para contarle lo que había pasado, pero cuando abrió la lista de contactos en el móvil sus dedos volaron al número de Damián.

–¿Carlo? ¿Estás bien? Cuando he ido al gimnasio me han dicho que te había sentado mal la comida.

–¿Podrías venir a mi casa?

Se hizo el silencio al otro lado de la línea. Pensó que si Damián preguntaba el motivo colgaría y no le diría nada, pero el joven no preguntó nada.

–Claro. Mándame la dirección. Estaré ahí en media hora.

Carlo hizo lo que le pedía y se tumbó en el sofá. Se tapó los ojos con un cojín e intentó ignorar la punzante migraña de sus sienes. No fue consciente del tiempo que pasaba hasta que unos insistentes timbrazos consiguieron abrirse paso hasta su cerebro. Con pasos torpes se levantó y fue a abrir la puerta a Damián, quien palideció al ver el aspecto derrotado de su amigo. Se sentaron ambos en el sofá y Carlo por fin pudo derrumbarse.

Las palabras salieron de su boca como un torrente. Le repitió palabra por palabra lo que le había dicho Thalía y compartió sus dudas acerca de si así era como le percibían todos. Damián escuchaba en silencio, con los ojos cerrados y las manos cruzadas debajo de la barbilla. Cuando por fin Carlo terminó y se dejó caer contra el respaldo del sofá Damián soltó un suave suspiro y miró al italiano. Sabía que no era una mala persona, y tampoco cerrado de mente, pero no sabía cómo reaccionaría a lo que él sabía y ahora estaba dispuesto a contarle.

–Lo que te voy a decir debe quedar entre nosotros. Si no te ves capaz de prometerme eso, me temo que no abriré la boca.

–¿Qué quieres decir? –preguntó Carlo intrigado y algo inquieto por la mortal seriedad de Damián.

–Lo que oyes. O me prometes que mantendrás en secreto lo que vamos a hablar ahora, secreto equiparable al secreto profesional, o no te contaré nada.

–Está bien, tienes mi palabra de honor.

Damián inspiró hondo, como un saltador de trampolín antes de saltar a la piscina, y mirando a Carlo con esos extraños ojos verdosos suyos tomó impulso y se lanzó.

–Thalía no te odia, o no tanto como te ha dicho. Lo que está haciendo es protegerse de ti, de lo que tú eres. Mira, Carlo, no eres mal tío y a mi me caes bien. Sé que eres íntegro y decente, pero eso no basta.

–¿Qué quieres decir con que no basta?

–Quiero decir que no es lo que pareces. Pareces el típico atleta de instituto, el matón que se cebaba con los diferentes, los raros, los empollones y cualquiera que no encajase en la masa. Como ella.

La mirada desconcertada del italiano dibujó una leve sonrisa en Damián que esperó a que sus palabras calasen en Carlo, que mantenía los hombros hundidos.

–Entonces así es como me ve la gente.

–No. Así es como te ve la gente que ha sido maltratada. Es un sesgo, no puedes hacer nada por evitarlo salvo darles la oportunidad de que te conozcan y vean que no eres así. Pero hay gente que no se lo puede permitir, que no puede correr ese riesgo porque tienen mucho que perder. Thalía es una de esas personas.

–¿Por qué? ¿Qué tiene que perder por ser amable conmigo?

–Thalía es trans –soltó Damián de un tirón, estudiando cómo caía la noticia en su amigo–. Thalía es una mujer trans y tú, Carlo, no has pedido amabilidad. Has pedido un ligue. Sabiendo lo que sabes ahora, ¿entiendes por qué se ha puesto tan a la defensiva?

Carlo negó con la cabeza, con la cara inexpresiva y sin saber qué decir. Sus espesos rizos negros caían sobre sus ojos y Damián se les echó hacia atrás con una sonrisa.

»Si ella te lo hubiese dicho, ¿te lo habrías tomado bien? ¿hubieses podido callarte y no decírnoslo a nosotros en caso de que ella no quisiera? O peor, si ella no hubiese reunido el valor de decírtelo, o hubiera dado por sentado que lo sabías, y lo hubieses descubierto al ir a la cama con ella, ¿cómo habrías reaccionado? Yo te lo diré: hubieras reaccionado mal. No puedes entenderlo porque no estás en nuestra posición, pero dejar que alguien de fuera de la comunidad nos vea tal y como somos todavía nos da miedo. Impones, eres enorme y aunque a mi me pueda gustar, entiendo que ella tenga miedo de llevarse una paliza.

–¡Yo no soy así! –chilló Carlo casi fuera de sí– ¡Yo jamás la daría una paliza por ser trans! ¡Jamás la haría daño por eso! ¡Nunca pondría la mano encima a una mujer!

–Ya lo sé, cálmate, pero yo no soy ella. Ella solo ha visto a un tipo enorme que se abalanzaba a ligar con ella, que no aceptaba un “no” por respuesta y que tiene un cierto aura de machito de gimnasio. Eso puede llegar a dar miedo. Además… –hizo una pausa, ponderando cuánto podía contar sin traicionar la confianza de la joven– además, no tiene buena relación con su familia. Se fue de su ciudad natal por la transfobia de su entorno. No es extraño que te haya intentado alejar.

Carlo se quedó callado, pasando las manos por su pelo una y otra vez hasta que se le despuntó en cómicos mechones. Con un resoplido frustrado golpeó el sofá con el puño.

–Tío… no sé qué hacer. Me gusta de verdad, pero… –se interrumpió un momento, pensando cómo continuar– pero no sé, no sé qué hacer.

La cara de Damián se ensombreció. Suspiró hondo y se levantó del sofá en dirección a la amplia cocina de diseño americano. De la nevera sacó dos refrescos de naranja y le tendió uno a Carlo que dio un largo trago directamente de la lata.

–Tendrás que decidir. Si ella te gusta de verdad tendrás que aceptar que es trans y todo lo que eso supone. Entre otras cosas que la gente te juzgue, que te consideren gay y que te acusen de ser poco hombre, sabes que hay gente anclada a la época del mioceno como poco. Además, si se lo dices a tu familia puede que su reacción no te guste, o no la acepten, y tendrás que elegir entre Thalía o ellos. –Damián se mordisqueó el labio y decidió decirlo todo–. También tienes que pensar en lo que estar con alguien trans implica a nivel físico, si no te ves capaz de lidiar con ello y además disfrutar, mejor no lo intentes siquiera. La acabarás haciendo daño.

–¿Tú qué harías en mi lugar?

–No lo sé, nunca me he pillado por alguien trans. Pero sí te puedo decir que a mi me gustan los penes, así que eso sería un impedimento para mí. Es lo que me excita, no puedo cambiar eso.

Con esas palabras Damián se volvió a levantar, apuró el refresco y se marchó de casa de su amigo. Por su parte Carlo hizo lo que hacía siempre que necesitaba pensar. A pasos lentos y cansados se marchó a la ducha, donde intentó que el agua caliente soltase sus agarrotados músculos. Sacó su pijama más viejo del cajón de la cómoda, su preferido, y se aovilló en el sofá con una vieja serie policíaca. No sabía bien qué hacer y por su cabeza rodaban las palabras de su amigo como si fuesen grandes piedras. Las horas discurrieron sin que se diese cuenta, acunado por los viejos diálogos, conocidos a fuerza de oírlos una y otra vez. Cerca de las tres de la mañana por fin consiguió quedarse dormido en el sofá, arropado en una manta fina. A la mañana por fin había tomado una decisión.

Durante las clases del día pudo notar que Damián le miraba de vez en cuando, como si intentase adivinar qué iba a hacer, sin embargo, el joven no le preguntó y él no dijo nada. Enrique no pareció notar nada, algo que Carlo agradeció. No quería hablar con él hasta no saber el desenlace. En el fondo le daba miedo que su amigo le juzgase. Sabía que no estaría de acuerdo con cómo había llevado el tema del ligue y debería darle la razón. Había sido un cretino auténtico y comprendía bien la actitud de Thalía. Sólo esperaba poder arreglarlo.

En cuanto la clase terminó se dirigió al gimnasio a la carrera. Sin cambiarse entró dentro y echó un vistazo a la sala de baile. No había nadie dentro, por lo que decidió esperar fuera del edificio. Nervioso por si se presentaría después del discurso que le había soltado ayer se dedicó a juguetear con la cremallera de su cazadora hasta que la vio doblar la esquina. Cuando la joven le vio ahí plantado la expresión de su cara cambió a una completamente hostil, incluso cautelosa. Carlo se quedó paralizado, sin saber qué debía hacer. La chica salvó la distancia que les separaba y adoptó una postura defensiva.

–Thalía… ¿podemos hablar? Me gustaría invitarte a un café y pedirte disculpas.

–Nunca te rindes ¿eh? Me das asco.

La chica rebasó su altura e iba a entrar en el gimnasio cuando el italiano la retuvo por el brazo. Thalía iba a zafarse, echando fuego por los ojos, cuando Carlo volvió a hablar.

–Lo sé. Lo tuyo. Damián me lo contó porque le dije lo que me había dicho. Oye, de verdad creo que me has juzgado mal, y me gustaría poder explicarme y pedirte disculpas como es debido. Y si después no quieres volver a hablar conmigo o verme más lo entenderé, hasta pediré otro turno en el gimnasio para no coincidir contigo. Solo un café, no quiero hablar en la calle.

La joven miró a ambos lados de la calle, con cierto nerviosismo. Se cruzó de brazos y se mordió el labio inferior indecisa. No parecía querer ir con él, pero tampoco entrar en el gimnasio. Por fin soltó un largo suspiro con el que dejó escapar todo el aire retenido en los pulmones y agachó la cabeza, claudicando antes de darle una respuesta.

–¿Lo prometes? ¿Si después de todo no quiero volver a verte saldrás de mi vida?

–Lo prometo –se comprometió el joven a pesar del nudo en el estómago que sintió al hacerlo.

Thalía echó a andar calle abajo y Carlo se limitó a seguir su estela. El silencio entre ellos era incómodo y le hubiera gustado romperlo, pero no sabía cómo y no quería estropear más las cosas, por lo que optó por callarse y seguirla. La joven iba mirando al frente, y a intervalos apretaba las manos en sendos puños. Carlo se la comía con los ojos, intentando memorizar cada uno de sus rasgos. Había pensado que cuando volviese a mirarla la vería de forma distinta, pero solo seguía viendo a la misma chica preciosa que le había sorbido el seso desde el primer día. Le asombraba su fuerza de carácter y su determinación e intuía por cómo se relacionaba en las clases de baile con las demás que su personalidad real era alegre y divertida. La joven dudó. De pie delante de la cafetería se mordió el labio, indecisa, antes de empujar la puerta y entrar.

Sentándose en la mesa que juzgó más apartada de la barra estudió a Carlo con sus fríos ojos azules mientras este pedía dos cafés con leche. No sabía si Thalía aceptaría el café, ya que había ido derecha a sentarse sin dirigirle la palabra, pero pensó que el gesto la ablandaría lo suficiente o por lo menos contribuiría a que le mirase con mejores ojos. Manteniendo las tazas en precario equilibrio sobre los reducidos platillos consiguió llegar hasta la mesa donde aguardaba la joven, cruzada de brazos y aún con el abrigo puesto.

–Gracias –escupió más que dijo cuando el italiano dejó el café delante de ella.

–Thalía yo… cuando te dije que lo sentía y que quería pedirte disculpas lo decía en serio. No quería resultar tan pesado cuando te pedí salir, en serio, y de haber sabido lo que sé ahora no lo hubiera hecho, no hubiera insistido tanto.

–Ya, ahora que sabes que soy… –dirigió una mirada temerosa a la barra y al no ver a nadie prosiguió–: ahora que sabes que soy trans, te arrepientes de haber intentado ligar conmigo. Bueno, está bien, mientras no digas nada me parece perfecto.

–¿Qué? ¡No! No, me has malinterpretado otra vez… Joder, me estoy expresando fatal. –Hizo una pausa en la que pasó las manos por su pelo negro, despeinando los rizos espesos –. Mira, lo que quiero decir es que si hubiese sabido el motivo de tu incomodidad hubiera intentado ser más… más sutil, no ir tan lanzado. No te mentiré y te diré que no me llevé una sorpresa cuando supe que eras trans, pero lo he estado pensando y no sé, no me importa, me sigues gustando como el primer día y te sigo viendo guapísima, y seguro que tienes muchísimo más que ofrecer o eso parece cuando estás con las demás chicas en baile.

Thalía le observaba en silencio. Aferrada a la taza de café como si quisiera extraer consuelo del calor que emanaba de ella. Carlo calló algo azorado, consciente de que se había liado más de lo que había pretendido y que estaba embarullando las cosas. La chica se quitó por fin el abrigo, dejándolo en el respaldo de la silla en la que se sentaba y el italiano respiró aliviado.

–Creo que será mejor que empieces desde el principio –propuso en tono suave dando un sorbo al café.

–A ver… cuando te vi el primer día me pareciste preciosa, y cuando me rechazaste pensé que era un juego o que no me habías entendido. No debí insistir tanto y lo siento, también me lo ha dicho Damián, pero realmente me gustaste.

–Eso no quita que sea una conducta muy tóxica.

–Lo sé, ahora lo sé y de verdad que estoy arrepentido y juro que no lo repetiré con nadie. No sé, después creo que me obsesioné porque siempre parecía que me despreciabas y no entendía por qué si apenas habíamos cruzado cuatro palabras y cuando me dijiste todo eso y después Damián me contó por qué eres así… no lo sé. Solo puedo decirte que lo siento muchísimo, que me porté como un imbécil y que el que seas trans no cambia nada para mí.

Thalía se echó atrás en la silla, jugueteando con la taza de café entre las manos. Carlo la estudió, embebiéndose de su rostro mientras su expresión se suavizaba.

–Creo que yo te debo una disculpa también. Mira, la última vez que un hombre intentó ligar conmigo no reaccionó nada bien cuando supo que era trans. Pensé que contigo pasaría lo mismo, no te ofendas, es solo que sí que tienes cierta pinta de chulo. –Dio un fuerte suspiro y le dedicó una sonrisa, la primera sonrisa genuina que Carlo recibía–. Supongo que saqué conclusiones precipitadas y te dije cosas horribles, cosas que no pienso de verdad. Lo cierto es que me pareciste un tío interesante, pero me dejé llevar por el miedo y los prejuicios.

–No te preocupes, creo que viendo cómo actué me lo merecía. Mira, no quiero decirte que no tenga ciertas dudas porque todo esto es nuevo para mí, pero sí me gustaría salir contigo, tomar algo… no lo sé, ver qué surge. Ya te he dicho que para mi no cambia nada el que seas trans, aunque si no quieres lo entiendo y esta vez respetaré tus límites.

La joven volvió a quedarse callada. Mirando la taza de café mientras se mordisqueaba el labio inferior. Carlo dio un par de sorbos a la suya intentando aparentar tranquilidad, aunque sentía el corazón golpeteando frenético contra sus costillas. No podía leer la expresión de la chica y se sentía al límite. Si decía que no quería nada lo aceptaría, aunque la idea le resultaba en extremo desagradable. Si eso es lo que había sentido Enrique por él solo ahora empezaba a comprender lo mal que debía haberlo pasado.

–Podemos intentarlo. Si tú quieres. Este sábado hay una fiesta para celebrar el inicio de curso, podemos probar a irnos conociendo mejor y ya veremos el sábado qué es lo que pasa. Aunque debo pedirte que me prometas que, acabemos como acabemos, no dirás a nadie que soy trans. No me avergüenzo de lo que soy, pero no quiero volver a pasar por lo que pasé en casa ¿de acuerdo?

–Ti do la mia parola d'onore6.

La deslumbrante sonrisa del italiano era tan sincera y contagiosa que la joven se echó a reír al verla. No cabía duda de que le había juzgado mal y con una punzada de remordimiento se prometió enmendar su error. Todavía albergaba ciertas dudas, pero no tenía intención de cometer el mismo error dos veces. Carlo apuró el café y con coquetería extendió su brazo para que la chica se agarrase a él. Pagó ambos cafés y sin molestarse en recoger el cambio volvió al gimnasio con Thalía del brazo. Reconoció a la misma morena del día anterior y al percatarse de la hora se dio cuenta con horror de que llegaba tardísimo al trabajo.

La semana discurrió en una apabullante burbuja de felicidad. Como había intuido Thalía era fascinante. Irónica, aguda, de mente despierta e incisiva sus comentarios resultaban certeros y tenía un humor fresco que casaba a la perfección con el suyo. De evitarle en el gimnasio como si estuviese contagiado de peste pasaron a entrenar juntos. Carlo se mostró más que encantado de enseñarla a manejar las máquinas de fuerza y ella le enseñó varios de los golpes que a diario practicaba con el saco. La mayoría de las veces conversaban sin cesar mientras entrenaban. El italiano le habló de su familia, de lo mucho que le gustaba veranear en Italia, del yate de sus abuelos y de sus amigos, en especial de Enrique, y ella le hablaba a él de que estudiaba periodismo, que quería especializarse como corresponsal internacional y de sus libros y películas favoritas. Por acuerdo tácito evitaban hablar en el gimnasio de cualquier tema referente a su transexualidad, pero en los ratos a solas cuando la acompañaba a su casa después del entrenamiento ella se mostraba abierta y comunicativa.

El sábado Carlo no podía parar de emoción. Ni siquiera entrenarse duro en el gimnasio hasta que notó que los músculos le ardían bastó para tranquilizarse. Aunque todavía quedaban varias horas para tener que pasar a recoger a Thalía decidió ir directo a la ducha. Mientras se enjabonaba la imagen del cuerpo desnudo de la chica se le aparecía una y otra vez en la cabeza, causándole retortijones producto del deseo y el nerviosismo. Si todo iba bien esa noche, quizá se enfrentaría a una experiencia nueva en pocas horas.

Recordando de pronto que hacía casi una semana que no cambiaba las sábanas salió precipitadamente de la ducha y tras envolverse las estrechas caderas con una toalla mudó la cama, rociando después algo de perfume por la habitación y abriendo las ventanas para que ventilase. Cogió el móvil y anunció a Enrique que iría acompañado a la fiesta, esperaba que aquello le forzase a romper un poco el cascarón de timidez en el que se había refugiado. Si no lo hacía, perdería a Damián quien no estaba demasiado dispuesto a seguir esperando a que el otro diese un paso adelante.

Dirigiéndose al armario eligió una camisa en un elegante tono beige con botones con destellos dorados, un pantalón marrón, tan oscuro que casi era negro, y zapatos de cuero a juego. Complementó el conjunto con un gran reloj con la esfera chapada en oro y la correa de cuero de su color natural. Con mucho cuidado peinó y engominó sus rizos oscuros y tras olisquear todas las colonias que guardaba en el baño se decantó por la que tenía notas de madera y sándalo. Eligió una trenca de lana ligera y se contempló en el espejo. Con su planta estaba impresionante. Muy satisfecho con su aspecto salió de casa dando grandes zancadas, impaciente por llegar al portal de la chica.

Thalía no le hizo esperar. A la hora acordada salió del portal y dio un golpecito en el hombro a Carlo. En cuanto la vio se le descolgó la mandíbula y los ojos saltaron de sus órbitas. La joven estaba espectacular. Había elegido un vestido en dos tonos azules que realzaba su estilizada figura, parte de sus generosos pechos quedaban a la vista debido al escote, amplio, pero sin ser vulgar. Por primera vez se había puesto tacones y la diferencia de altura se había reducido a escasos milímetros. Su larguísima melena dorada estaba bien cepillada y caía como una cascada de oro hasta rozar sus más que firmes nalgas, pero lo mejor eran sus ojos. Realzados por una capa de maquillaje azul parecían dos pedazos de hielo más que nunca, pero transmitían tanto calor que Carlo pensó que se derretiría. Una gabardina de color azul medianoche echada por los hombros remataba el conjunto, y hasta él llegó un perfume floral y dulce.

–Estás más guapa que nunca –consiguió decir tragando varias veces saliva.

La chica le dedicó un dulce parpadeo y una tímida sonrisa mientras se cogía de su brazo. A través de la tela a Carlo le llegaba el calor que emanaba su cuerpo, volviéndole loco.

–Gracias, tú tampoco estás nada mal.

Juntos fueron a encontrarse con Damián y Enrique. Damián le dirigió una amplia sonrisa antes de centrar su atención en un Enrique más cohibido que nunca. Por su parte el italiano solo tenía ojos para Thalía, que se apretaba contra él con toda confianza. Ni siquiera se soltó de su brazo cuando llegaron a la discoteca y entregaron sus abrigos al encargado del guardarropa. El grupo se separó y Carlo se centró en la chica por completo. Alguno de sus compañeros de clase les saludó al pasar con ella en dirección a la pista de baile, que empezaba a estar animada. Con una luminosa sonrisa le cogió la mano y se lanzó a bailar.

Se notaba que acudía a baile. Su cuerpo atlético se movía al ritmo de la música con tanta sensualidad y erotismo que Carlo sintió crecer una erección en sus pantalones. Uniéndose a ella se pegó cuanto pudo y comenzó a bailar, frotándose a su vez. La rubia se agarró a él sin perder la sonrisa. Con la música atronando ni siquiera eran conscientes de las demás personas que bailaban a su alrededor, daban vueltas y más vueltas, sus cuerpos se enlazaban o se separaban en caprichosos giros y los labios entreabiertos de Thalía parecían invitarle a acercarse cada vez más y más hasta que por fin, sin contenerse más tiempo, agarró a la joven por las caderas y sin dejar de bailar la besó.

Sus labios sabían a fresa, sin duda por el pintalabios elegido, y se abrieron ante la presión de los suyos permitiendo el paso a su lengua. Casi con ansia enredó sus dedos en la larga melena de la chica y la atrajo más y más hacia él, hasta que su notoria erección se apretó contra el cuerpo cálido de la chica. Para su sorpresa notó lo mismo en ella, una cálida presión un poco por encima de su cintura que, lejos de desagradarle, le excitó sobremanera. Sin soltar la dorada cabellera consultó la hora en su reloj comprobando con sorpresa que llevaban más de dos horas bailando.

La fiesta estaba en su apogeo y cualquier otra noche Carlo la habría disfrutado enormemente, pero tan solo quería salir de allí. Inclinándose sobre su acompañante inspiró su aroma a flores y vainilla y la abrazó por la fina cintura. La joven echó sus brazos al cuello del italiano y pegó sus labios a su oído, para poder hacerse oír sobre el volumen de la música. La presión de sus pechos contra su cuerpo era una sensual promesa, un anticipo de lo que podría disfrutar más adelante.

–¿Te apetece venirte a mi casa? La fiesta está bien, pero prefiero con mucho si seguimos solos tú y yo.

Carlo asintió con la cabeza y tomando de la mano a Thalía la arrastró hasta el guardarropa. Se planteó si debía enviar un mensaje a sus amigos, pero al final decidió que podían vivir sin él una noche. En cuanto recibió sus abrigos utilizó su inmenso corpachón para abrirse paso hasta la salida. Ya en la calle se encaminó hasta una parada de taxis cercana. Abrió la puerta a Thalía con caballerosidad y galantería y entró tras ella, dando la dirección al taxista en cuanto se sentó en el vencido asiento de cuero del coche.

Aunque se moría de ganas por volver a besarla ella le indicó con un gesto que esperase. La luz de las farolas entraba a través de la ventanilla e iluminaba tan solo la mitad de su cara, haciendo brillar sus ojos en la semipenumbra reinante. Su intenso perfume le llegaba ahora con toda claridad y podía ver a través del escote la piel suave y tersa de sus grandes senos. Ansiaba pasar sus manos por ellos, comprobar su peso, ver si podía abarcarlas por completo o si debería apretarlas. Thalía siguió su mirada y con cierta maldad al comprobar en qué se estaba centrando se bajó algo más el vestido.

En cuanto el taxista les dejó frente al portal de la chica esta escoltó al italiano. En el ascensor, a salvo de cualquier mirada, sus labios volvieron a juntarse en un apasionado beso. Las manos del joven recorrieron las curvas de la chica, se detuvieron en su estrecha cintura, indecisas y por fin subieron hasta sus grandes pechos. Carlo masajeó los senos de la chica arrancándola un gemido. El tejido del vestido era más rígido de lo que esperaba, apenas le permitía sentir nada por debajo de la tela. Con cierta frustración deslizó las manos hacia abajo y agarrándola por las nalgas la pegó más contra él, sintiendo el bulto de su incipiente erección en el estómago.

Cuando Thalía abrió la puerta de su piso, zafándose de las manos de Carlo por un instante, al italiano le entró una súbita oleada de timidez. Con cierto nerviosismo examinó el apartamento, muchísimo más pequeño que el suyo y rebosante de encanto femenino. Percibiendo claramente su inquietud la joven le dio la mano, sonriendo con dulzura, y comenzó a tirar de él hasta el dormitorio. El pequeño espacio olía a lilas, lavanda y vainilla, el mismo aroma que emanaba la piel de la joven. Empujando a Carlo le hizo caer en la cama, quedando sentado al borde del colchón.

–Estoy algo nervioso, no sé muy bien qué debo hacer o…

–Ssssshh… tú relájate –le interrumpió la joven mientras se sentaba en su regazo

Con movimientos lentos y sensuales se bajó la cremallera del vestido. Sus preciosos y perfectos senos quedaron a la altura de la cara de Carlo quien no pudo contenerse. Pasó las manos por la suave piel mientras veía como los pezones se erizaban a medias por la caricia y a medias por la expectación. Ni siquiera cuando abarcó los pechos desde abajo, levantándoles para poder acercarles a su boca, percibió las pequeñas cicatrices de los implantes. Sin duda era un trabajo fantástico, incluso el tacto era lo bastante natural como para engañarle.

Atrapó los pezones de la chica con la boca, mordisqueó, lamió y chupó mientras escuchaba como Thalía gemía y sentía sus finos dedos enredados en su pelo. Con una mano sostenía el pecho libre y estimulaba el delicado pezón, le pellizcaba y le soltaba a intervalos irregulares, jugando caprichoso con la delicada piel algo más rugosa. Incluso en la semioscuridad del cuarto podía ver que la piel rosácea tan solo era un par de tonos más oscura que el resto, de un adorable tono pastel que se oscurecía bajo sus expertas caricias. Thalía empezó a mover las caderas, refrotándose sobre la entrepierna del italiano que gimió a su vez, apretando más el pezón con sus labios.

Mirando a los ojos de la chica rodeó todo el seno con ligeros besos, deteniéndose de vez en cuando para dar un ligero mordisco. Sonrió con cierta maldad y sosteniéndola la mirada succionó su delicada piel, dejando marcados los dientes en un oscuro chupetón. Thalía soltó una risita y empujándole hacia atrás le hizo tumbarse en la cama. Carlo cedió el mando, dejando que le quitase la camisa mientras contemplaba embobado como oscilaban sus firmes pechos mientras se movía. Se incorporó ligeramente para facilitar que le quitase la camisa y la observó mientras se ponía de pie. Con un único movimiento dejó caer el vestido a sus pies y salió de él con un ligero pasito. Allí de pie, vestida únicamente con los altos tacones y un tanga azul a juego que conseguía disimular con bastante éxito su erección, a Carlo se le antojó preciosa. Un ángel rubio, un hada de cuento, una diosa del erotismo.

Gateando sobre el cuerpo del italiano desabrochó su pantalón y agarrando juntos el bóxer y el pantalón les arrastró juntos hasta el suelo. El chico terminó de deshacerse de ellos con dos certeras patadas mientras sostenía la estrecha cintura de Thalía que se inclinó para besarle. La impresionante erección de Carlo, de diecinueve centímetros y muy gruesa, llamaba poderosamente la atención. La chica bajó por el cuerpo tonificado de Carlo y con una sonrisa pícara pasó la lengua desde la base de los testículos hasta el glande, en una lenta caricia húmeda que arrancó un gemido al joven. Sin apresurarse, dejándole sentir cada mínimo movimiento, volvió a trazar el mismo recorrido, pero en sentido inverso. Aplastó sus pechos contra los muslos del italiano y mirándole fijamente metió el glande en su boca.

Lamiendo con delicadeza deslizó los labios hacia abajo, tragando hasta la mitad. Cuando ascendió apretó más y dejó un cerco rojizo del pintalabios, difuminado debido a la saliva que escapaba de su boca. La joven era una provocadora nata, y los ojos desorbitados del italiano no podían apartarse de ella. Con cierta ansia tragó más, empujando dos tercios del grueso pene del chico dentro de su boca, dejando que invadiese su garganta. Con un sonido húmedo, a medias gemido y a medias arcada, empujó nuevamente, hasta que el pubis cubierto de rizos oscuros de Carlo golpeó su nariz. Empezó a moverse, metiendo y sacando su pene de la boca mientras ascendía en velocidad. Al moverse sus grandes senos masajeaban los muslos de Carlo, quien podía notar su peso y su calor. Ni siquiera fue consciente de cuándo se bajaba el tanga y comenzaba a masturbarse.

Incorporándose ligeramente escupió sobre su pene y antes de que pudiese procesar el motivo le abarcó entre sus pechos. Masajeó con ellos la base, les apretó y les movió para masturbar toda su longitud con las grandes esferas de carne. Acaricio su pene desde la base hasta el glande, sintiendo como goteaba sobre su piel el líquido preseminal. Carlo gemía y musitaba algo ininteligible con su característico acento italiano. La chica sonrió e inclinó la cabeza, lo justo para poder pasar la lengua por el glande. El gemido que escapó de entre los labios de Carlo fue casi un grito de placer. Espoleada por ello bajó más la cabeza y consiguió tragar hasta la mitad del pene sin dejar de masajearle con sus senos.

Subía y bajaba cada vez más deprisa. Carlo alargó las manos y aferró con una la dorada cabellera de Thalía mientras usaba la otra para acariciar el pezón derecho. Empujaba su cabeza cada vez más fuerte, moviendo desquiciado las caderas mientras acariciaba el pecho. Thalía no daba muestras de incomodidad, aceptando que Carlo marcase el ritmo deseado sin protestar. La saliva se deslizaba de su boca y lubricaba sus pechos, ayudando a que se moviese a la velocidad deseada. Sus húmedos gemidos llenaban el cuarto y se entremezclaban con los de él que casi gritaba, follando sin tregua su boca. Era la mejor mamada que había recibido nunca, estaba casi al límite y no sabía si quería parar para no agotarse o si lo que más deseaba era terminar en su boca.

Thalía tomó la decisión por él cuando se levantó y soltó su pene, más duro que antes y embadurnado de saliva y manchas de pintalabios. Estirándose en la cama al lado de Carlo le pasó un preservativo que sacó del cajón junto con un bote de lubricante. Al ver su desconcierto abrió ella misma el preservativo y se le puso al joven, asegurándose de que quedaba bien colocado y no había burbujas. Le masturbó ligeramente para que se habituase al látex y se estiró para que pudiese contemplarla, mordiéndose el labio con una ligera inquietud.

–No sé bien qué quieres que haga –confesó el chico mientras se la comía con los ojos.

Para su alivio, Thalía no era demasiado grande. Su pene erecto y húmedo mostraba un glande rosado, no demasiado oscuro, y no mediría más de dieciséis centímetros, no demasiado grueso y sin venas visibles. La joven se hizo cargo de su inexperiencia y con una sonrisa alentadora, sin rastro de inquietud o preocupación, le cogió la mano derecha y la dejó sobre su pecho. El contacto familiar pareció calmar también a Carlo que llevó la mano al pubis de la joven, que gimió levemente.

–Quiero que disfrutes, ¿te apetece tocarlo? –al ver que el italiano asentía le animó arrimando más sus caderas a él–. Hazlo, ve despacio y no aprietes mucho. Yo te guiaré.

Carlo tendió la mano y agarró el pene de Thalía, sorprendentemente suave. Irradiaba calor y parecía encajar perfectamente en su mano. Con cierta torpeza empezó a mover la mano arriba y abajo, intentando imitar en ella lo que a él le gustaba y le excitaba. Sus esfuerzos se vieron recompensados por el agudo gemido de placer que emitió y, más confiado, empezó a mover más deprisa la mano. Con cierta curiosidad frotó el frenillo de Thalía, observando como salía el líquido preseminal cuando lo hacía. Al ver sus dedos cubiertos de fluido no pudo contenerse y se inclinó sobre el pene erecto de la joven. Se pasó la lengua por los labios nervioso y dirigió la mirada a la cara de la chica. Su sonrisa era tranquila, alentadora, pero nada exigente. Supo que aceptaría lo que quisiera hacer, aunque no le presionaba. La elección era suya.

Abriendo la boca metió el glande en ella. El sabor le resultó extraño, ligeramente más salado de lo esperado, pero para nada desagradable. No sabía bien qué hacer, por lo que se quedó así, pasando la lengua por cada rincón del glande hasta que encontró el orificio. La joven gimió y agarrando los oscuros rizos de Carlo le empujó con suavidad para que empezase a bajar si así quería. Muy despacio, intentando no tener arcadas, tragó hasta que se activó el reflejo faríngeo, momento en el que se apartó tosiendo, incapaz de seguir. Ni siquiera había llegado a la mitad.

–Despacio, despacio. No es necesario que vayas deprisa, es difícil controlar las arcadas. No tragues tanto, es tu primera vez, así que es mejor que vayas despacio y vigiles los dientes.

Carlo asintió, algo avergonzado. Volvió a humedecerse los labios y agarrando la base del pene para marcarse un tope y a la vez no desatender toda la superficie que no podía lamer lo intentó de nuevo. El glande entró sin problemas y, con confianza renovada, aprovechó a pasar la lengua por el frenillo y el orificio antes de bajar un poco más. Teniendo buen cuidado de no rozar con los dientes y de no llegar a tocar la parte posterior de su boca para no causarse arcadas empezó a tragar, moviéndose con cierta rigidez por la falta de costumbre.

Poco a poco ganó confianza, acelerando y atreviéndose a tragar algo más. Con cierta indecisión soltó el pecho de la chica y ahuecando la mano tanteó sus testículos, mucho más pequeños que los suyos, pero infinitamente más suaves y carentes de vello. Thalía gemía y gemía y con habilidad consiguió pasar una pierna al otro lado de su cabeza, dejándole entre sus dos muslos. Abriendo la botella de lubricante empezó a masturbarse, metiéndose dos dedos en su ano para comenzar a dilatar. Carlo se percató de lo que hacía y soltando el pene, confiando en que no volvería a causarse arcadas, la ayudó a extender el lubricante. Sus dedos entraron y salieron con facilidad del ano de la joven que se dilató sin problemas. Su estrecho esfínter aceptó sin problemas los dedos de la joven que se sumaban a los de Carlo en una masturbación rápida y frenética.

La joven levantó más sus piernas hasta que sus rodillas quedaron en el colchón, en una muestra de su sorprendente elasticidad. Con un provocador gemido se echó hacia atrás en la cama, mirándole con confianza y lujuria. Carlo se incorporó y se lanzó a capturar sus labios. Tenía el pintalabios corrido y difuminado, pero no le importó en lo más mínimo. Sus labios se pegaron a los de la chica que le abrazó con fuerza mientras él guiaba su pene a la entrada de su ano. Con un salvaje empujón se introdujo entero en el ano de la chica que gimió con fuerza, clavando sus uñas en la espalda del italiano que empezó a moverse, algo sorprendido por lo rápido que el esfínter de Thalía parecía aceptarle.

Empujó con las caderas, entrando y saliendo a gran velocidad. Debajo de él la chica se retorcía y gemía aferrada a su espalda. Sus grandes senos se balanceaban arriba y abajo y Carlo aferró uno de ellos, descargando parte de su peso sobre la joven mientras seguía moviendo las caderas. Jadeando retuvo el pecho en su mano, calcando más hasta que sus dedos se hundieron en la suave piel de la chica que gimió más y mordió el hombro del chico. Colando la mano entre ambos Carlo aferró el pene de Thalía y le masturbó arriba y abajo, intentando no perder el ritmo ni desacelerar sus embestidas. Volviendo a besar a la joven pellizcó el delicado pezón y tiró de él mientras mordisqueaba su labio.

–Para, quiero cambiar de postura. Túmbate tú en la cama.

Carlo obedeció, algo fastidiado por tener que parar cuando se empezaba a acercar de nuevo al orgasmo. En cuanto estuvo tumbado boca arriba la chica pasó una pierna perfecta por encima y quedó sentada a horcajadas sobre él. Elevándose sobre las rodillas cogió el pene del joven y orientándolo hacia su ano se sentó en él con un experto movimiento que la arrancó un agudo gemido de placer. Ante la atónita mirada de Carlo, en la que se combinaba el morbo con el placer absoluto, comenzó a cabalgarle con más que evidente pericia. Sus maravillosos pechos rebotaban arriba y abajo y su pene golpeaba al joven en el vientre, goteando líquido preseminal sobre su piel morena.

–¡Joder, nena! Eres increíble. Non ti fermi7, preciosa ¡Non ti fermi!

Thalía sonrió y comenzó a moverse más deprisa, deteniéndose de vez en cuando para rotar sus caderas en un movimiento circular destinado a volverle loco. Carlo volvió a agarrar el pene de la chica, tan rígido que ahora sí se marcaban un par de venas sutiles. Le masturbó todo lo rápido que pudo, jadeando y gimiendo mientras Thalía hacía lo mismo. Cada vez más deprisa, la chica se echó hacia atrás arqueando la espalda y con un grito se rindió al orgasmo, que cayó sobre el vientre y la mano del italiano quien la agarró de la estrecha cintura. Empujándola arriba y abajo con extrema facilidad se impulsó un par de veces más antes de que su propio orgasmo le alcanzase. Con un grito ronco y grave experimentó uno de los mayores orgasmos de su vida, tan intenso que le cortó la respiración momentáneamente.

La joven cayó exhausta sobre su pecho, con su pene empezando a deshincharse atrapado entre ambos cuerpos. Carlo se removió lo justo para poder sacar su pene del ano de la chica y la abrazó con fuerza. Incluso ahora, con el cuerpo cubierto de una fina película de sudor, seguía oliendo divinamente: flores y vainilla. Acarició la larga cabellera dorada de la chica y se libró del condón procurando no moverla demasiado. Estirada encima de él su respiración se había ralentizado. La apartó el pelo de la cara y, aunque abrió la boca para preguntarla qué tal, al ver que se había quedado dormida volvió a cerrarla. La dio un ligero beso en la frente y tras echarse por encima el edredón se acomodó para dormir. Mañana tendrían tiempo de sobra.

1. Y sobre esto no llueve (equivale a “y punto” en castellano)

2. Eres la mujer más hermosa que he visto.

3. Gilipollas

4. Un clavo saca otro clavo

5. Pero no entiendo

6. Te doy mi palabra de honor

7. No te pares

–Nota de ShatteredGlassW–

Antes de agradeceros la lectura quisiera pedir disculpas por la demora en subir el relato, entre las fiestas y que no me convencía la temática elegida he apurado mucho el plazo con el que suelo trabajar, y también quisiera además clarificar un par de puntos:

En primer lugar quiero decir que espero haber tratado con respeto el personaje de Thalía. Aunque sea una mujer trans, he procurado no fetichizar su transexualidad e intentar un acercamiento respetuoso con el que integrar esa faceta suya de manera orgánica, no siendo el eje central de la atracción de Carlo hacia ella. Carlo la desea porque la ve una mujer hermosa, que es lo que ella es y será siempre al margen de sus genitales. Espero que eso quede claro y no haya malos entendidos. Del mismo modo, Carlo todavía sigue definiéndose a sí mismo como hetero. Si en el futuro eso cambia o no, queda únicamente a mi criterio y potestad.

En segundo lugar, Thalía no es hostil hacia él al inicio por ser trans. Es hostil porque, precisamente por ser trans, se ha tenido que enfrentar a una serie de situaciones y conlictos que han dejado su huella en ella, aunque no voy a revelar nada más porque eso lo contaré en futuros relatos y lo considero un spoiler.

En tercer lugar, no hablo apenas italiano, así que si he cometido algún error en las expresiones o la gramática pido disculpas por ello. He intentado contrastar las expresiones que he usado, pero no puedo garantizar nada.

Ya por fin gracias a todos por haber leído este relato aunque se aleje de la temática gay que suelo tratar. Espero que no se os haya hecho demasiado lento, entended que es el relato introductorio de la relación entre Carlo y Thalía y por eso el sexo se ha demorado algo en aparecer, prometo que los siguientes donde intervengan Thalía y Carlo serán más ágiles.

Si tenéis comentarios o sugerencias y queréis comunicaros de una forma más personal conmigo podéis hacerlo a través de mi correo electrónico: [email protected].

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