Lo primero que vio Enrique al despertarse fueron los números luminosos del despertador que Damián tenía en la mesilla. Marcaban las nueve y diez de la mañana del domingo. A su espalda notaba la respiración tranquila de Damián y su brazo rodeándole el pecho. Aunque se habían movido durante la noche ni siquiera se había enterado. Al pasear la vista por la habitación notó una ligera punzada en las sienes sin duda causado por lo que había bebido ayer. No era demasiado y no podía decir que hubiera estado borracho, pero no tenía costumbre y su cuerpo se lo recordaba.
Acuciado por la necesidad de ir al baño intentó levantarse de la cama con sigilo, procurando no despertar a Damián que parecía profundamente dormido. Sin embargo, no tuvo demasiado éxito, ya que el colchón chirrió de forma bastante audible cuando se sentó al borde de la cama. La mano suave de Damián acarició su espalda mientras este se incorporaba sobre un codo, aún adormilado.
–Eh, ¿qué horas es? ¿te vas? –murmuró medio dormido mientras se frotaba los ojos.
–No quería despertarte, perdona, pero tengo que ir al baño –susurró Enrique mientras terminaba de incorporarse y le sonreía –sólo son las nueve y algo, vuelve a dormirte si quieres.
Damián se desperezó y se estiró de tal forma que las costillas se le marcaron bajo la piel, destacando vivamente gracias a su delgadez natural. Girando hasta ponerse boca abajo acomodó los brazos bajo la almohada y tras removerse un poco volvió a cerrar los ojos. Enrique sonreía embobado, la naturalidad del joven conseguía dejarle atontado y a la vez fascinado. De no necesitar orinar con tanta urgencia se habría quedado allí mirándole durante horas.
–No… no me dormiré de nuevo, pero avísame cuando vuelvas por si acaso. El baño está en el pasillo.
Sofocando una risa salió del cuarto de puntillas. Era evidente que a su amigo no le gustaba madrugar. Encendiendo la luz del baño alivió por fin su vejiga. La curiosidad pudo con él y mientras orinaba paseó la vista por el cuarto de baño, de un tamaño algo mayor que el suyo. Los azulejos de color azul claro daban una impresión fresca del espacio y contrastaba con los grises del suelo. Frente al lavabo blanco con cajones debajo sólo había una balda y un espejo bastante grande con una pequeña luz encima. Sobre el propio lavabo solo había un bote con un cepillo y pasta dentífrica y jabón de manos líquido, mientras que en la balda del espejo pudo ver una afeitadora eléctrica, gel fijador, un cepillo del pelo y algo que le dejó helado: un par de condones en un llamativo envoltorio amarillo canario.
Se lavó las manos sin apartar la vista de los condones. Por su parte sabía que no había problemas: siempre había tenido sexo seguro y sus últimos análisis habían salido perfectos, pero no podía decir lo mismo de Damián. Aunque parecía responsable no sabía casi nada de él o de su vida a pesar de haberse colado por él con tanta intensidad. Una sensación de ansiedad subió desde la boca de su estómago e hizo que su corazón se acelerase, latiendo con fuerza. Volvió al cuarto con la cara desencajada y de una palidez enfermiza. De pronto se veía incapaz de volver a meterse con Damián en la cama, que le miró extrañado.
–¿Te ocurre algo? Tienes una cara rarísima.
–Anoche… anoche no usamos protección –musitó con la voz queda y sin mirarle directamente a los ojos.
–Ya. No me digas que vas a soltarme ahora la bomba de que me has pegado algo –comentó Damián incorporándose de golpe. Las sábanas se deslizaron por su cuerpo y quedaron hechas un revoltijo a la altura de los muslos.
–No, no, yo estoy limpio. Me hice análisis de sangre hace cuatro meses y el segundo estándar hace uno y salieron bien. Y no he tenido sexo con nadie desde entonces. Y siempre me he hecho análisis cada tres meses. En eso soy algo obsesivo –dijo casi a modo de disculpa–. Todos han salido bien, todos limpios.
Sin responder Damián salió de la cama. Incluso en ese momento los ojos azules de Enrique recorrieron las formas de su amigo. La perfección de sus nalgas, la belleza de su piel clara y el tamaño de su pene, que incluso en reposo alcanzaba los diecisiete centímetros, casi tanto como él en erección. Algo aturdido le vio salir de la habitación con su andar de bailarín para volver a los pocos minutos con su teléfono. Tras meter el código de desbloqueo y dar un único toque en la pantalla se le pasó a Enrique que le miraba desconcertado. Había abierto la app de mensajes de texto. Al percatarse de su desconcierto Damián sonrió desplegando los hoyuelos y tocó en el mensaje más reciente.
–De cuando doné sangre. Hace tan solo tres semanas. Todo bien. –Volvió a tocar la pantalla y abrió la siguiente notificación, esta vez de un laboratorio. Dejó que Enrique leyese la notificación de que ya podía recoger los análisis o consultarles accediendo al área privada de paciente y tras seguir el enlace e identificarse volvió a pasarle el móvil–. Mi última analítica. Puedes ver tú mismo que estoy limpio. Y de todos modos esos condones llevan conmigo casi un año, supongo que tendría que tirarles, porque hace más de ocho meses que no me acuesto con nadie.
Enrique sintió que el nudo de su estómago se disolvía. Con un suspiro de alivio se dejó caer en la cama mientras Damián se reía a su lado. Cuando este le abrazó y le atrajo hacia sí para besarle se entregó de buena gana. Los labios de coral de su amigo se apretaron contra los suyos y cuando venció la resistencia inicial y se entreabrieron deslizó su lengua dentro de la boca de Damián, acariciando su lengua y jugando con ella hasta que la falta de aire les hizo separarse.
–Lo siento, me he agobiado un poco –se disculpó Enrique abrazando a Damián y acariciando su pecho.
–No te preocupes, es natural –Damián se echó a reír con cierta malicia y retuvo las manos de Enrique por las muñecas para que no le distrajesen sus caricias–. De todos modos, cuando supe que me gustabas empecé a interrogar sutilmente a Carlo sobre ti, al principio lo típico de por qué eras tan tímido y si de verdad te caía bien… ya sabes.
Ante la cara pasmada de Enrique no pudo contener las carcajadas, que inundaron la pequeña habitación ahora ya llena de luz natural.
–¿De verdad?
–De verdad. Me gustaste desde el primer día. No lo sabes, pero eres adorable.
–¿Qué te contó?
–Que eras muy tímido porque antes estabas pasado de peso, y que por culpa de eso te habían acosado bastante. También me dijo que solo te había conocido dos parejas y que eres un chico responsable y apenas sales de fiesta, y mucho menos ligas en los bares.
Enrique se quedó pensativo. Ignoraba que Carlo hubiese contado tantas cosas suyas y aunque las cosas habían salido bien no sabía si eso le molestaba o le gustaba. Con los labios recorrió las marcas que había dejado en el cuello y por el hombro de Damián el día anterior. Cercos rosados que destacaban poderosamente en su piel blanca. Notaba su cuerpo delgado tumbado a medias bajo el suyo y el calor que irradiaba. Cuando quiso volver a mover la mano esta vez no se lo impidió, liberando la presa que atenazaba su muñeca. Despacio paseó los dedos por los abdominales de Damián hasta llegar al vello del pubis, mucho más suave de lo que hubiera esperado y apenas rizado. Culminó la caricia en el pene del joven, acariciándolo con toda la mano y jugando con el prepucio, descubriendo el glande rosado y volviendo a cubrirlo.
–¿Te apetece que nos duchemos juntos? –dijo Enrique por fin sin dejar de masturbarle con suavidad, consiguiendo una semi erección.
La amplia sonrisa que iluminó el rostro de Damián no dejó lugar a dudas. Apartando las mantas de una patada se levantó con agilidad. Enrique se deleitó en la visión de su cuerpo desnudo y sobre todo en su pene, que empezaba a levantarse. Cuando este le tendió la mano para animarle a incorporarse no se lo pensó y se la cogió, atrayéndole para besarle. No obstante, el joven se zafó con facilidad y una sonrisa traviesa y le precedió hasta la ducha, por fortuna lo bastante amplia como para que los dos cupiesen dentro con comodidad. En cuanto ambos estuvieron dentro Damián encendió el agua caliente, que cayó sobre ellos desde arriba gracias a la ducha con sistema de lluvia.
–Hoy es mi turno.
–¿Tu turno? –replicó Damián desconcertado.
Sin decir nada Enrique se arrodilló delante de él. Sentía el agua caliente caerle encima, recorrer su espalda y apelmazarle el pelo, que se le metía en los ojos. Damián se le echó hacia atrás y le acercó las caderas. Su largo pene golpeó la mejilla de Enrique que le ignoró para agarrar el bote de jabón que había en una estantería detrás de él. Tras un vistazo rápido a la etiqueta para asegurarse de que podía usarlo para jugar, extendió una buena cantidad en sus manos y empezó a acariciar los muslos de Damián al tiempo que besaba el glande de su pene, notando el sabor ligeramente salado del líquido preseminal en sus labios.
Enjabonando los muslos y las piernas de Damián con ternura comenzó a pasar la lengua por el pene, lamiendo toda la piel que podía. El agua que caía le impedía abrir los ojos por lo que iba a ciegas, guiándose solo por lo que sentía en su lengua y labios. Los gemidos de su amigo le instaron a continuar y con la punta de la lengua resiguió una de las venas del pene, avanzando después hasta que notó que llegaba al escroto. Mientras sus manos enjabonaban las nalgas de Damián lamió ampliamente el escroto jugando con los grandes testículos del joven que ya gemía con ganas, con el pene completamente duro frotándose contra la cara de Enrique. Agarrándole por el pelo, Damián guió nuevamente la cabeza de su amigo hasta su pene, Con la mano libre le acarició los labios y metió un pulgar en la boca.
–Abre, quiero que me la comas entera. Vamos, cariño, abre bien.
La voz de Damián estaba ronca por el deseo y eso, sumado a la orden firme pero tierna, bastó para convencerle. Abriendo bien la boca dejó que su amigo colocase el glande contra los labios. Sacando la lengua introdujo todo el glande en la boca y comenzó a chupar, con cierto cuidado al principio. Su gran tamaño bastaba para llenarle la boca y hacerle salivar en exceso. Enjabonó los testículos con mimo mientras los masajeaba, haciéndoles rebotar en sus manos ahuecadas. Les separó dentro del escroto y agarrándoles desde la base tiró de ellos hacia sí con suavidad, probando a meter más del pene de Damián en su boca.
Aunque no había tenido demasiadas experiencias sexuales siempre había considerado que podía tragar cualquier pene, pero el de su amigo resultaba demasiado grande. Ni siquiera había metido un tercio de su tamaño en la boca y la gran anchura sumado a su longitud le provocó una arcada que le cerró la garganta momentáneamente. Damián le agarró por el pelo con más fuerza, gimiendo excitado. Intentando no mover demasiado las caderas le animó a continuar acariciando su cabello mojado y los labios cubiertos de saliva.
–Despacio, ve despacio y ya verás cómo puedes con ello.
Excitado por sus palabras se animó a abrir los ojos lo justo para poder mirarle mientras se relajaba, dejando que su garganta se acostumbrase a la intrusión. Echando más jabón en su mano llevó dos dedos al ano de Damián que jadeó mientras empujaba la cabeza de Enrique contra sí, quien moviendo los dedos extendió el jabón por su ano, pero sin llegar a meter aún los dedos. Tan solo jugando con la piel, explorando la textura con las yemas de los dedos. Cuando creyó que ya estaba listo comenzó a moverse, metiendo y sacando el grueso pene de su compañero de la boca. A pesar de apretar bien sus labios la saliva se escapaba, ayudando a que entrase y saliese con más facilidad y resbalando por su barbilla. Su propio pene estaba completamente duro y había comenzado a gotear.
–Así, buen chico. ¿Ves como ya no te cuesta tanto? –le alabó Damián entre gemidos. Sus ojos verdosos estaban clavados en Enrique, con el agua escurriéndose por su cuerpo juvenil y fibroso–. Respira por la nariz y mueve la lengua.
Enrique empujó más y consiguió tragarse hasta la mitad. La saliva se escurría por las comisuras de sus labios y apenas le quedaba espacio en la boca para poder mover la lengua como le pedía Damián. Apretando más los labios y procurando mantener los dientes cubiertos deslizó el pene de su amigo hasta que solo quedó dentro de su boca el final del glande y abriendo la boca jadeó con fuerza antes de volver a meterle hasta más de la mitad. Regresaron las arcadas y esta vez acompañadas de un intenso lagrimeo. Sin rendirse esperó a que estas remitiesen antes de volver a moverse. Entreabrió los ojos y con orgullo vio lo poco que le quedaba para conseguir tragar todo el miembro de su compañero, que gemía sin contenerse.
Los azulejos húmedos del baño recogían el sonido y lo amplificaban por encima del golpeteo rítmico del agua al caer y mientras dejaba que las arcadas remitiesen deslizó dos dedos jabonosos dentro del ano de su amigo que dio un respingo ante la repentina penetración. Sin quererlo este empujó hacia delante las caderas y Enrique se apartó boqueando y tosiendo con violencia. Damián le sostuvo con delicadeza mientras su largo pene rozaba la cara mojada del joven que inspiraba hondo para recuperar el aliento.
–Lo siento –se disculpó en cuanto recobró el aliento –eres demasiado grande, no sé si podré tragarlo entero sin ahogarme.
–Para ser tu primera vez que me le chupas has estado increíble. No te fuerces, si hoy no lo consigues seguiremos practicando hasta que lo logres. Así tendremos más oportunidades –remató, guiñándole un ojo con picardía mientras se masturbaba.
Sonriendo como un bobo Enrique tiró de la mano de Damián para que se arrodillase con él. Aunque la cabina de ducha era alta no era especialmente ancha y su largo apenas sí alcanzaba el de una bañera pequeña, por lo que ambos quedaron bastante pegados. Enrique estrechó entre sus brazos a Damián y besó nuevamente las marcas que le había dejado la noche anterior que ahora mostraban un vivo color rojizo. Por una parte, se sentía algo culpable por haberle hecho eso, se había portado como un auténtico cavernícola que reclama a una presa recién abatida, pero por otra cada vez que las veía se excitaba y se llenaba de un fiero orgullo.
A pesar de la diferencia de altura entre ellos Enrique se las ingenió para situarse por encima, masturbando el pene de Damián con fuerza mientras exploraba su ano con la otra mano, mucho más estrecho de lo que se había imaginado y bastante suave al tacto. Ayudado por el jabón sus dedos se deslizaban dentro y fuera del reducido orificio mientras el joven gemía contra su oído, con las uñas clavadas en su espalda y su larguísimo pene goteando con frenesí en su mano. Mordisqueó el cuello de su amigo y bajó hasta el hombro, instándole con un suave empujón a quedar inclinado hacia atrás para darle libre acceso a su pecho y sus pezones sonrosados.
El calor del agua de la ducha había enrojecido ligeramente la piel clarísima del joven y Enrique observó fascinado que los duros pezones parecían más oscuros que la noche anterior. Les contempló fascinado y se echó algo hacia atrás para masturbarse mientras miraba a su amigo, que jadeaba con sus ojos verdes cerrados. Juntó ambos penes y les frotó juntos, rozando ambos glandes y en especial los frenillos mientras le besaba el pezón derecho y succionaba con fuerza, clavando a continuación los dientes, pero sin llegar a hacerle daño. Con un brillo de traviesa diversión en su mirada se fijó en los rizos rojizos y apelmazados del pubis de Damián y, soltando un momento ambos penes, dio un suave tirón a la mata de vello.
El grito que escapó de la boca de Damián, mezcla de sorpresa y excitación, reverberó en sus oídos y tuvo un impacto directo en su pene. Volviendo a agarrar ambos siguió masturbándose con su amigo mientras metía tres dedos en su ano, que empezaba a estar dilatado y a punto. Los podía deslizar con facilidad dentro y fuera mientras jugaba alternativamente con los pezones de su amigo que le abrazaba con fuerza, sin ser capaz de otra cosa que no fuese gemir y jadear cada vez más alto. Empujándole hacia atrás con su peso consiguió tumbarle, quedando encima de él y entre sus largas piernas que subieron sin que tuviese que pedírselo.
Acariciando con la lengua la parte interior de los muslos de Damián retiró los dedos de su ano y comprobó que el rosado orificio quedase abierto y relajado. Jugueteó con los pliegues exteriores y contempló fascinado como se cerraba cuando le introdujo el pulgar. Tanteó la presión y la cálida estrechez del interior, ahora más elástico y dilatado que antes, y mordiendo a su amigo cerca de la rodilla retiró el dedo y apoyó el glande en su ano. Empujó ligeramente, pero se retiró con una sonrisa, mordisqueando la sensible piel de sus piernas hasta que casi logró rozar con sus labios las ingles de Damián.
Repitió la maniobra unas cuantas veces, frotándose contra sus testículos y su pene y alternando los muslos, describiendo trazos húmedos con la lengua mientras ponía a prueba la paciencia de su amigo, quien gemía e intentaba apretarle con las largas piernas que había cruzado a su espalda. Sabía que estaba impaciente y que lo deseaba, y aunque él también se moría de ganas por penetrarle disfrutaba demasiado de sus gemidos, de la sensación de tenerle anhelante para él. Se dobló todo lo que pudo y dejó un rastro de besos por su pubis, ascendiendo en un triángulo hasta el ombligo donde metió la lengua en una fiel imitación de cómo lamería el ano de Damián que ahora presionaba con su pene. Cuando notó que vencía la escasa resistencia que presentaba se separó y movió las caderas para golpearle con su pene.
–¡Por favor! Por favor, Enrique. No aguanto más –suplicó Damián sin poderse contener más.
–¿Por favor? Pero qué mono eres, que mono y que excitante –tironeó con sus labios del vello púbico del joven que gimió excitado y desesperado–, pídemelo de nuevo.
Damián sujetó con sus suaves manos la cara de Enrique y le atrajo hacia sí para besarle con fuerza. Resbalando ligeramente Enrique apoyó las manos a ambos lados de la cabeza de su amigo y de dejó besar mientras seguía jugando, frotándose a pesar de que ansiaba meterla más que nunca. Cuando Damián cortó el beso no dejó que Enrique se separase, al contrario, acercó más su cara a él y le dio suaves besos desde la comisura del labio hasta su oreja.
–Por favor, por favor fóllame. Por favor, cariño –suplicó en voz baja, dulce y ronca–. Deseo que me folles, deseo que me penetres, por favor.
El aliento cálido de Damián cosquilleó en la oreja de Enrique quien no pudo contenerse más. Apoyando todo su peso sobre una mano que afianzó todo lo que pudo al resbaladizo suelo del plato de ducha guió su pene al ano de Damián y esta vez sí le penetró. Aunque intentó ser cuidadoso el ansia que sentía y el jabón con el que había dilatado a su amigo le empujaron hacia dentro más deprisa de lo esperado. Damián soltó un jadeo y un gemido y se abrazó a Enrique que le besó nuevamente, con toda la pasión que pudo. Los labios de coral de Damián se entreabrieron y mientras su amigo comenzaba a moverse, poniendo buen cuidado de no ir demasiado rápido desde el inicio, recorrió con su lengua todo el interior de la boca de Enrique.
Espoleado por los gemidos del joven que se retorcía extasiado debajo de él comenzó a moverse más deprisa. Su pene entraba y salía de Damián que parecía acoger los dieciocho centímetros de su amigo sin ningún problema. El agua caliente caía sobre los dos y formaba un pequeño charco de unos escasos centímetros en el suelo de la ducha, lo bastante como para que con cada movimiento de Enrique el agua chapotease y salpicase la mampara. Tras un último mordisco a los suaves labios de su amigo, enrojecidos por el ardor de sus besos, Enrique se levantó ligeramente para poder ir más deprisa. Al notar el cambio de ritmo en sus embestidas por uno mucho más frenético Damián levantó más las piernas y coló una mano entre ambos para masturbarse, mientras la otra se deslizaba por la espalda de su amigo y finalmente por sus nalgas, hasta que encontró el ano de Enrique donde coló un dedo.
Enrique gimió al notar que el joven movía y rotaba el dedo en su interior e imprimió más fuerza y velocidad a sus caderas, ya completamente descontrolado. Sentía que su cuerpo rebotaba contra el de Damián que se masturbaba furiosamente debajo de él, tan deprisa que ni siquiera recorría completamente toda su longitud. Con una media sonrisa le retiró la mano y se apartó de él, saliendo de su interior casi de golpe. Al notar el desconcierto de su amigo ensanchó más su sonrisa y se arrodilló entre el agua, con su duro pene apuntando hacia arriba y las piernas entre abiertas.
–Ven aquí, quiero que subas para poder tocarte yo a ti.
Con su sonrisa de radiantes hoyuelos Damián se incorporó enseguida, tan rápido que casi pareció un truco de magia. Rodeando el cuello de Enrique con los brazos se sentó en su regazo, con las piernas enroscadas en su espalda. Las manos de su amigo le rodearon la estrecha cintura y se pasearon por sus caderas antes de izarlo con extrema facilidad. Haciendo malabarismos para no soltarle y no hacerle daño consiguió equilibrar su peso para poder sostenerle con una mano mientras se ayudaba de la otra para guiar su pene a su abierto ano, que parecía aguardarle. Dejándole caer gimió mientras sentía como se deslizaba hasta clavársele entero, entre sensuales jadeos y gemidos entrecortados.
Mientras Enrique comenzaba a moverle, impulsando sus caderas hacia arriba con fuerza para hacerle rebotar contra su cuerpo Damián mantenía la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Jadeaba y gemía casi cegado por el placer. Como había prometido la mano libre de Enrique ahora se paseaba arriba y abajo por su largo pene, que no cesaba de soltar líquido preseminal y cuyo glande mostraba un intenso tono rojo. Inclinándose hacia delante Enrique lamió rápidamente su mano para poder saborear aquel fluido antes de que se lo llevase el agua. Aumentando más el ritmo de su mano se irguió para poder alcanzar la nuez de Damián, que se recortaba poderosamente en el perfil de su cuello. La sintió moverse bajo su lengua al ritmo de los gemidos inarticulados del joven que, tensando todo su cuerpo, alcanzó un orgasmo rápido, intenso y brutal.
Parando el agua de un manotazo para poder disfrutar de ese momento Enrique le sostuvo mientras no dejaba de moverse. Entraba y salía de Damián quien seguía con los ojos cerrados mientras las últimas olas del orgasmo relajaban su cuerpo. El semen se mezclaba con las gotas de agua que escurrían por su piel y la de Enrique, quien se deleitó con la vista antes de recogerlo con los dedos y dárselo a saborear. Cuando el sabor salado impregnó la boca de Damián este comenzó a lamer el dedo de su amigo con los mismos movimientos que ya emplease la noche anterior en su pene, mirándole fijamente con esos ojos verdosos. No cabía duda alguna, a Damián le gustaba chupar y no tenía empacho en demostrarlo.
Tensando más el agarre de sus piernas y usando los hombros de Enrique como punto de apoyo Damián se impulsó una y otra vez, acoplándose con facilidad a las embestidas de Enrique que le besó el cuello hasta llegar a sus labios. Capturándolos en un beso exigente y apasionado se dejó ir mientras lograba el orgasmo, más intenso si cabe que el de la noche anterior. Con fuertes gemidos que resonaron en el baño silencioso abrazó con fuerza a Damián que se estremecía de placer mientras le apretaba con los muslos y sentía los espasmos de su orgasmo en su interior. Jadeante y súbitamente cansado Damián apoyó la cabeza en el hombro de Enrique que le besó tiernamente el cuello mientras le acariciaba la espalda que empezaba a quedarse fría. Al percatarse de la bajada de temperatura ahora que el ardor del momento se disipaba volvió a encender el agua caliente.
–Ha estado genial –musitó Damián algo atontado mientras bajaba del regazo de su amigo.
Enrique se limitó a sonreír y volvió a abrazarle. Recuperó el jabón y esta vez le empleó para enjabonar todo el cuerpo de Damián que se relajó y se apoyó contra él disfrutando de las caricias. A Enrique le daba algo de rabia no haber conseguido tragar del todo el pene del joven, pero se consoló pensando en lo que le había dicho su amigo: que tendrían más ocasiones para practicar. Sonriendo como un bobo contempló como se desperezaba Damián bajo el agua caliente, más reanimado ahora, y le dejó lavar su cuerpo del mismo modo que él había hecho antes. Cuando salieron de la ducha todo el cuarto estaba lleno de vapor y el enorme espejo se había empañado impidiéndoles verse reflejados.
–¡Ostras! Si no te he sacado ninguna toalla. Perdona que no se me ocurriese antes –se lamentó Damián abriendo uno de los cajones y sacando una amplia toalla gris.
–Creo que no se nos ocurrió a ninguno de los dos, pero eso es bueno. Si hubieses pensado en cubrirme con una toalla justo cuando te estaba calentando para que te empalmases me hubiese ofendido seriamente –replicó risueño Enrique aceptando la toalla y secándose con ella –. Por cierto, había pensado que podemos desayunar juntos si te apetece.
Lanzó su oferta al aire. Con la toalla enrollada a la cintura se entretuvo observando cómo se secaba Damián el cuerpo larguirucho y pálido. Contempló con absoluta fascinación como la mata de vello rojizo del pubis se ensortijaba cuando desapareció la humedad y como se marcaba cada músculo de su torso cuando levantó los brazos para secarse el pelo, que se desordenó en ondas apelmazadas y algo más oscuras que su tono habitual. Damián fue consciente del escrutinio intenso al que le sometía, pero con una sonrisa beatífica en su cara lo dejó correr, ligeramente halagado por la atención.
–¿Te importa si desayunamos en casa? No tengo muchas ganas de salir fuera a estas horas, en domingo las cafeterías se llenan.
–Claro que no me importa. Pero creo que iré a mi casa a cambiarme, la camisa de ayer es nueva y seguro que con mi suerte me la mancho de café.
Damián se echó a reír mientras Enrique salía del baño. Sin apresurarse cogió un bote de loción corporal del cajón superior del lavabo y se untó el cuerpo perdido en sus pensamientos. Para cuando terminó su amigo ya estaba apoyado en la puerta y completamente vestido, aunque con el pelo todavía húmedo y algo despeinado.
–Vuelvo en seguida, ¿vale?
–Vale. No te preocupes y tarda lo que necesites.
Enrique se acercó y tras darle un beso furtivo en la mejilla se marchó con una amplia sonrisa a la que Damián no pudo por menos que corresponder. Se sentía dichoso y feliz y canturreó por lo bajo una animada melodía mientras terminaba de secar sus ondas rojizas con un secador de pelo. Se dirigió desnudo hasta su cuarto y se vistió con una camiseta negra holgada y unos pantalones de chándal gris. Aunque su atuendo era cómodo no se le pasó por alto que los pantalones le marcaban un culo perfecto y una entrepierna más que generosa. No sabía qué se pondría Enrique, pero por lo que había ido captando de él sabía que no era demasiado amigo de arreglarse en exceso salvo en ocasiones especiales.
Recogió ambas toallas, la suya de color verde y la gris que había prestado, y doblándolas descuidadamente las echó en el cesto para ropa sucia que tenía en la minúscula galería adosada a la cocina. El baño estaba hecho un desastre, por lo que se apoderó de un cubo, un par de trapos y la fregona y se dispuso a poner orden. Abrió primero la estrecha ventana blanca que había sobre el retrete para permitir que el vapor restante se disipase pues el cuarto seguía guardando un desafortunado parecido con una sauna. En cuanto el aire frío del exterior disipó parte del calor hizo frente al agua derramada por el suelo que recogió con la fregona. Muy decidido a dejarlo todo perfecto cuanto antes se arremangó la camiseta y se encaró con las manchas de agua que había dejado la súbita condensación del vapor en el espejo.
Se disponía a empezar a limpiar el amplio cristal cuando sus ojos repararon en el par de condones y su envoltorio amarillo chillón. Una cierta angustia se le instaló en el estómago mientras cogía las dos gomas y jugaba con ellos entre los dedos. Lo cierto es que les había dejado en el estante por mero hábito, al mudarse de piso e instalar todas sus cosas de aseo en el baño había lanzado los dos condones al estante sin plantearse que ya no tenía motivos para hacerlo, y esa misma cotidianeidad le había permitido ignorar su presencia hasta que Enrique se lo hizo notar. Por costumbre revisó la fecha de caducidad. No habían expirado aún, pero no tenía ningún deseo de conservarles. No invocaban más que malos recuerdos.
En un nuevo arranque de energía se encaminó con largas zancadas hasta la cocina y tiró ambos condones a la basura. Volvió al cuarto de baño y tras echar un chorro de alcohol en el trapo limpió las marcas del espejo hasta que estuvo reluciente y brillante. Al fijarse en la mampara de la ducha soltó un suspiro de frustración y trapo en ristre frotó a conciencia cada centímetro del cristal que cerraba el cubículo. Consultó la hora en el teléfono. Pasaban de las once y diez de la mañana. Rápido como una centella fue nuevamente a la cocina, impoluta, y a toda prisa recabó dos tazas de un tamaño aceptable, dos pequeños platos, cucharillas, azúcar y sacarina. Dando gracias por tener todo eso puso la mesa con cierto buen gusto y nervioso jugueteó con la cafetera. No sabía si tomaba café y no quería hacerle para tener que tirarle.
Volviendo a mirar la hora en el teléfono empezó a inquietarse. Ya hacía casi media hora que se había ido. Para cambiarse de ropa y volver no era necesario tanto tiempo. Una sensación de familiar amargura trepó por sus entrañas mientras se sentaba a la mesa. Posiblemente desayunaría solo. Aunque era algo que debería haber previsto no pudo evitar maldecirse a sí mismo por repetir el mismo error. Apretó los puños cerrados contra sus ojos y trató en vano de serenarse, de mantener a raya sus emociones y rebajar las expectativas que tenía respecto a su nuevo ligue. Estaba a punto de recoger la mesa, transcurridos tres cuartos de hora, cuando tres estridentes timbrazos aceleraron su ritmo cardíaco.
Se cercioró de que era su amigo gracias a la cámara del interfono y en cuanto escuchó sus pasos subiendo las escaleras abrió la puerta de un tirón, a pesar de que apenas había comenzado su ascenso y tardó todavía unos cuantos minutos en alcanzar el tercer piso. Con una reluciente sonrisa en la cara que parecía iluminar esos inocentes ojos azul claro presentó delante de Damián una caja negra de pastelería, que se hizo a un lado para dejarle pasar mientras su amigo se la ponía en las manos.
–Siento el retraso. Pensé que debía traer algo para el desayuno y me acerqué a una pastelería de por aquí a comprar esto.
–¡Oh! No tenías que haberte molestado, en serio. Muchísimas gracias. –Dijo con fervor estrechando la caja entre las manos.
Un olor dulce y afrutado emanaba de ella, consiguiendo que el estómago de Damián rugiese y empezase a salivar anticipándose. A pesar de las ganas que tenía de abrirla la dejó con cuidado en la mesa y encendió el fuego para poner la cafetera. Los brazos de Enrique le rodearon por detrás y notó como le besaba en el hombro, el punto más alto al que llegaba sin ponerse de puntillas. Cuando la cafetera empezó a funcionar y a esparcir un delicioso aroma a café recién hecho Damián volvió a la mesa donde ya esperaba sentado Enrique, quien le contemplaba algo nervioso. Los hoyuelos de Damián se acentuaron cuando ensanchó su sonrisa mientras abría la caja de pastelería.
–No sabía cuál te gustaría, así que he cogido dos de cada –soltó Enrique antes incluso de que su amigo terminase de abrir la caja.
Dentro doce grandes rosquillas de diferentes sabores aguardaban en perfecto orden. Desde los clásicos de azúcar glaseado y chocolate hasta unos con cobertura de lima y coco. Olían de maravilla, imponiéndose incluso al olor a café tostado. Sacando uno de los clásicos Damián dio un mordisco al suave bollo y parte del azúcar quedó pegado a sus labios rosados. Enrique suspiró con alivio por haber acertado y le pasó el dedo por los labios para recoger el azúcar.
–Muchas gracias por los bollos, están de muerte. Me tienes que decir dónde les has comprado.
Enrique asintió sonriendo, pero no pudo responder pues la cafetera eligió ese preciso momento para empezar a silbar de la manera más estridente posible. Damián la retiró rápidamente del fuego y sirvió el café en las tazas. Observó a su amigo, que añadió cuatro cucharadas de azúcar y bastante leche. Él, por su parte, no añadió nada al café. Con el azúcar de la rosquilla tenía suficiente. Con una media sonrisa le vio elegir un donut relleno de mermelada de fresa. Se sentía algo nervioso y no era una sensación que le gustase. La inquietud continuó creciendo gracias al silencio instalado entre ellos que, aunque cómodo y natural, no ayudaba a mantener su mente distraída.
–Oye, Enrique… –comenzó inseguro–, siento haberte pedido que desayunemos en casa, la verdad es que quería hablar contigo de algo.
Enrique tragó lentamente lo que tenía en la boca. Acosado por un mal presentimiento la bola de comida parecía empeñarse en no descender por su garganta que se había reducido a un estrecho tubo. Empujándola con un poco de café consiguió que se deslizase hasta su estómago. Carraspeó y se limpió con la servilleta que dejó perfectamente doblada a un lado de la taza. Damián tenía la misma expresión que ponía a veces en clase cuando se concentraba en algo, con una pequeña arruga de preocupación en el entrecejo.
–Tú dirás… –musitó al fin.
El tono del joven estremeció a Damián que le miró directamente a los ojos. Enrique también estaba serio, con las manos a ambos lados de la taza de café, como si quisiera sacar fuerzas del calor que irradiaba. Por un momento alargó la mano para coger una de las suyas, pero se contuvo a tiempo.
–La verdad es que quiero saber si estamos saliendo o no. No sé, dos semanas es poco tiempo, pero a mi me gustas mucho. Y ayer me dijiste que yo te gustaba, aunque no me conoces mucho y yo a ti conozco casi más de ti por lo que me ha contado Carlo que por lo que me has contado tú y entendería que pasases –barbotó embarullándose y perdiendo coherencia conforme hablaba. Al final inspiró hondo para reorganizar sus pensamientos antes de continuar–. Si no quieres también quiero que sepas que no pasa nada, podemos seguir como amigos o como follamigos.
–¿Tú quieres salir conmigo? ¿Tú? – preguntó incrédulo Enrique, con los ojos completamente abiertos.
–Sí, claro, eso he dicho ¿no? Quiero salir contigo. ¿Por qué te extrañas tanto?
–Pues porque siempre pensé que estabas totalmente fuera de mi liga. –Al ver que Damián permanecía mudo Enrique prosiguió hablando, algo azorado –: Mírate: eres guapo, tienes carisma, te haces amigo de todos y tienes seguridad suficiente para hacer lo que te gusta. Yo estoy más cercano a una patata y me cuesta hablar con desconocidos. Si no estuviese Carlo en clase creo que no tendría amigos en la universidad y que no hablaría con nadie.
–A mi me gustas. No me pareces feo en absoluto, ya te dije que eres una monada.
–G-gracias –tartamudeó mientras enrojecía hasta las raíces del pelo–. Quiero salir contigo.
La amplia y radiante sonrisa que le dedicó Damián podría haber hecho sombra al sol. Los hoyuelos se marcaron en sus mejillas y, esta vez sí, alargó la mano para alcanzar las de Enrique, quien soltó la taza y estrechó sus dedos con fuerza. Los dedos de Damián, suaves como la seda, recorrieron el dorso de la mano de Enrique mientras terminaban de desayunar.
Cuando juzgó que Enrique no iba a comer más retiró las tazas y todo lo que habían usado. Enrique le observó fregar en silencio, contemplando como se movía y sobre todo el buen culo que marcaba a través del pantalón. Él había elegido unos vaqueros sencillos y un jersey grueso que le permitiese salir sin abrigo, pero Damián había preferido un chándal. Al ver que los cacharros comenzaban a apilarse en el escurreplatos cogió un trapo que colgaba del pomo de un armario y empezó a secar la vajilla y los cubiertos, dejándoles apilados en la encimera al no saber dónde debía colocarles.
–Creo que nunca te lo he preguntado, y supongo que ahora está bien que lo haga así que… ¿qué sueles hacer los fines de semana? –interrogó con curiosidad Enrique.
–Los sábados es un día normal, a veces doy clases particulares. Matemáticas, física, química… las materias de ciencias que se les atascan a los niños. Los domingos voy al gimnasio después de comer y cuando vuelvo suelo estudiar para la semana. –Hizo una breve pausa y una sonrisilla, mitad traviesa y mitad divertida, asomó a sus labios–. Entre semana ya sabes que me paso el día estudiando en la biblioteca. Aunque hacerlo contigo es más divertido.
El doble sentido de la última frase volvió a colorear toda su cara con un tono encendido de rojo. Hasta sus orejas se tiñeron de carmesí mientras giraba la cara para ocultar el bochorno. Las alegres carcajadas de Damián resonaron por todo el apartamento mientras intentaba en vano no salpicar agua por toda la encimera. Se secó las manos con el trapo que aún sostenía Enrique y le rodeó por la cintura. Besó su nuca con cariño y le estrechó más contra sí.
»En la cama no eres tan tímido.
Enrique no contestó, aunque tampoco le apartó de sí. Terminó de secar los platos en silencio mientras notaba el calor del cuerpo del joven pegado contra el suyo. Con un suspiro se apoyó en Damián que le sostuvo y subió las manos a su pecho. Acarició el torso de Enrique de arriba abajo con la punta de los dedos hasta que este se estremeció y dio ligeros besos por la piel de su cuello, hasta su oreja. A punto de tener una nueva erección Enrique se giró en brazos de Damián y le miró directamente.
–Te preguntaba qué sueles hacer por si estoy molestando o por si ya tenías planes para hoy.
–No me molestas, y aún es pronto para que vaya al gimnasio.
Damián volvió a abrazar a Enrique, agarrándole esta vez por las nalgas. Con un ágil movimiento en el que puso en juego su fuerza le alzó en vilo para subirle a la encimera. Besándole con ganas en los labios soltó el botón del vaquero mientras le empujaba más y más hasta que su espalda chocó contra la pared. A Enrique se le escapó un gemido mientras las manos de Damián tiraban con fuerza de la tela del pantalón. Apoyándose en las manos para levantar las caderas Enrique le facilitó la tarea, dejando que le deslizase los pantalones y el bóxer hasta los tobillos, donde las deportivas hicieron tope.
–Eres insaciable… –jadeó Enrique acariciando las ondas rojizas de Damián.
Este le sonrió mientras soltaba los cordones de las deportivas. Sacó ambas a la vez y las dejó debajo de la mesa antes de retirar la ropa. Consciente de que Enrique le miraba estiró cuidadosamente los vaqueros y dejándoles perfectamente doblados sobre la mesa, con los bóxers encima. Por último, le quitó los calcetines mientras él se despojaba de la camiseta, aceptando estar completamente desnudo. Damián regresó a su lado y le besó mientras le acariciaba los pezones, que empezaban a levantarse. Descendió por el cuello hasta el pecho descubierto y volvió a empujarle contra la pared.
Al contacto con los azulejos fríos que la recubrían el joven se estremeció, acariciando las ondas de Damián que seguía ensimismado acariciando los duros pezones de Enrique, de un tono ligeramente más oscuro que su piel, casi de un marrón chocolate. Les besó con ganas y pasó la punta de la lengua por la parte más rugosa de la aureola. Les estiró con los labios les empujó hacia dentro con la lengua. Recorrió con los dientes toda la aureola, arrastrando la piel hacia su boca para terminar succionando el pezón hasta que escuchó como gemía de placer. Cuando le soltó le apretó con los dedos, sintiendo como palpitaba.
El pene de Enrique estaba ya erecto y rígido. Golpeaba contra su vientre cada vez que se movía para seguir jugando con los pezones. Le agarró por las caderas y se arrodilló despacio. Conforme descendía por su cuerpo iba dejando una hilera de mordiscos por el vientre, la cintura y las caderas. Recorrió la forma de la cresta ilíaca hasta que esta le condujo hasta el pubis lampiño de Enrique que jadeaba y gemía con los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. Una gota de líquido preseminal escurría por su pene y Damián la recogió con la lengua, aprovechando para agarrar con una mano los testículos del joven que se retorció de placer al notar como les masajeaba, usándoles para controlar su pene y poder lamerle a capricho sin necesidad de tocarle.
Pasaba la lengua a lo largo del pene, desde la base hasta el glande cada vez más oscuro. Nuevas gotas de líquido preseminal comenzaban a descender por el tronco y eran ávidamente recogidas por la boca de Damián quien las saboreaba antes de tragarlas. Besó la punta del glande con sus labios coralinos y abriendo ligeramente la boca exhaló su aliento cálido y húmedo antes de meter todo el glande dentro de la boca. Describió giros con la lengua alrededor de la sensible piel y la arrastró con fuerza desde el frenillo hasta el agujero, donde presionó con suavidad antes de seguir tragando.
El duro pene de Enrique se deslizó por su garganta hasta que sintió que su nariz quedaba pegada a su pubis. Abrió más la boca y empujó su cabeza contra el joven, que enredó los dedos entre los bucles rojizos de Damián y le miró atentamente entre jadeos. Le encantaba la sensación de estar por entero en su boca, los sutiles ruidos que hacía cuando tragaba saliva mientras intentaba mantener la respiración bajo control para no ahogarse ni sentir arcadas. No cabía duda de que tenía experiencia y además disfrutaba inmensamente con lo que hacía. Acariciando la suave melena del joven se inclinó para aferrar la camiseta y tirar de ella hacia arriba. Entendiendo lo que quería se separó un segundo de Enrique y se quitó la prenda de ropa, que quedó tirada en el suelo.
Tirando de los testículos hacia abajo para estirar la piel del escroto bajó también el pene de Enrique, que quedó apuntando directamente hacia su boca. Lo metió entero en la boca y lo lamió con fuerza, tragando deprisa y dejando que la saliva le escurriese por la comisura de los labios y la barbilla. Tragaba con ansia, llevando el pene de Enrique hasta el fondo con cada empujón. No paraba, cada vez se movía más y más deprisa mientras la saliva comenzaba a escurrirse por el tronco hasta descender por los testículos. Enrique mantenía un férreo agarre sobre la cabeza de su compañero, pero en general le dejaba moverse a su antojo, demasiado absorto en el placer que le proporcionaba. Cuando se separó de él una mezcla de frustración y a la vez intenso deseo le impulsó a levantarse de la encimera para pegarse nuevamente a Damián, quien le rechazó con una risita.
–Tú aquí quieto. Voy a por el lubricante, nada de moverte de este mismo punto hasta que vuelva.
Enrique sonrió y giró para recostarse en la encimera. Lamiendo el índice y el dedo medio los introdujo en su ano al mismo tiempo que gemía con fuerza, dedicando una lasciva mirada a Damián que estuvo a punto de cambiar de idea y quedarse a contemplar el espectáculo. Sacudiendo la cabeza para librarse de la imagen ignoró la provocación de Enrique y fue casi corriendo hasta su cuarto, donde recuperó el lubricante del punto donde le había dejado ayer en el ardor del momento. Cuando regresó procuró hacerlo de puntillas. Desde el pasillo podía ver a Enrique masturbándose y dilatando su ano para él, una visión por la que pagaría con gusto. Recostándose contra el marco de la puerta se deshizo del resto de su ropa en completo silencio y comenzó a masturbarse con el espectáculo.
El joven deslizaba los dedos dentro y fuera de su ano, ayudándose de abundante saliva. Su duro pene golpeaba contra la encimera y sus testículos colgaban entre sus piernas, ligeramente abiertas. Encadenaba un gemido tras otro mientras introducía los dedos una y otra vez, cada vez con más facilidad y más dilatado. Cuando consiguió meter tres en lugar de dos soltó un largo gemido seguido de varios jadeos que causaron que del tieso pene de Damián cayesen unas cuantas gotas al suelo. Ayudado por el lubricante deslizaba su mano por toda su longitud, lubricándose mientras se masturbaba. Enrique permanecía a la espera con los ojos cerrados y la espalda cada vez más arqueada, ofreciéndose sin saber que su compañero se deleitaba con la visión.
Sin poder aguantar más Damián se acercó con sumo cuidado, pisando despacio el suelo para que no le detectase hasta el último segundo. Rápido como un pensamiento sujetó por las muñecas a Enrique y le inmovilizó contra la encimera, sobresaltándole. Deslizó la lengua a lo largo de la columna, empezando en el coxis y terminando en la nuca, donde dio un par de mordiscos suaves antes de besarle el cuello. Enrique se relajó sonriendo y más cuando notó el gran pene de su pareja frotándose entre sus nalgas. Arqueando todo cuanto podía la espalda separó más las piernas y le facilitó el frotarse a su antojo.
Damián sonrió al ver lo dispuesto que estaba y al contrario que la noche anterior no dudó en introducirse en su ano. Con cuidado presionó el glande contra la entrada y de un empujón lo metió entero en el estrecho conducto, alcanzando rápidamente el recto que se relajó para permitirle el avance. Atento a los gemidos de Enrique se detuvo para permitir que se acostumbrase a su tamaño mientras le acariciaba la espalda con los labios y la lengua. Él mismo estaba jadeando y tenía que hacer un gran esfuerzo por controlarse y no moverse. Las cálidas paredes del recto de Enrique se relajaron por completo y pudo empujar sin miedo, entrando en toda su inmensa longitud.
Soltó las muñecas de su amigo que se afianzó mejor a la encimera, girando la cabeza para poder mirarle por encima del hombro sin dejar de gemir. Le devolvió la sonrisa y con el pulgar le acarició el ano, ahora liso y sin los pequeños pliegues que tenía en reposo. Empezó a moverse, bombeando dentro y fuera con velocidad creciente, sin descanso, inclinándose para dejar descansar su cuerpo sobre el de Enrique quien aprovechó a besarle, mordisqueando sus labios para impedir que se separase. Los ruidos húmedos que producía al entrar y salir se sumaron al entrechocar de los cuerpos y a los gemidos que ambos dejaban salir. Al ver que Enrique intentaba llevar la mano a su pene para continuar masturbándose Damián le detuvo. Retuvo sus brazos doblándoles a la espalda e inmovilizándoles con el peso de su cuerpo para poder tener las manos libres.
–Por favor, cariño, tócame –suplicó Enrique en cuanto comprendió que no le dejaría hacerlo a él.
–Claro que sí, pero por lo bien que lo has pedido.
Agarró el pene de Enrique, notando como palpitaba en su mano. Recogió el líquido preseminal que goteaba y usándolo como lubricante recorrió toda su longitud. Frotó y masajeó el frenillo sin darle tregua, mientras seguía penetrándole con todas sus fuerzas, impulsándole contra la encimera. Tiró de su pene hacia abajo, lo apretó, aflojó la mano y la volvió a tensar en un intento por llevarle al límite. Enrique jadeaba y gemía cada vez más deprisa, sin poderse contener y notando en su mano el vientre musculado de Damián cada vez que este le penetraba. Cuando ya creía que no aguantaría más Damián le soltó y salió de su interior mientras gemía frustrado.
Antes de que Enrique pudiese preguntar qué pasaba Damián cayó de rodillas delante de él. Le hizo girar sosteniéndole de las caderas y en cuanto quedó frente a él volvió a lamer su pene. Manteniendo la boca abierta masturbó al joven mientras le miraba fijamente a los ojos y se tocaba él también. Incapaz de contenerse por más tiempo Enrique alcanzó el orgasmo con un potente grito, soltando un chorro de semen tras otro que cayeron en la cara de Damián, quien se corrió en el suelo en cuanto sintió como caía en su boca la corrida de su amigo. Reteniendo un momento el semen en la lengua para que pudiese verlo bien tragó despacio, saboreando.
Enrique iba a retirarse cuando Damián le retuvo por los muslos. Manteniéndole contra la encimera lamió su pene con lentitud, recogiendo cualquier posible resto de semen que se le hubiera podido escapar. Pasó la lengua por toda la piel una y otra vez, deteniéndose en los testículos y volviendo a subir hasta que el pene de Enrique comenzó a perder firmeza. Solo entonces se levantó, apoyando la cabeza en el hombro del joven que le abrazó con fuerza, acariciando sus ondas rojizas y su espalda.
–Insaciable e increíble. Madre mía, eres fantástico.
Damián se rio y le devolvió el abrazo sin separarse de él. Solo cuando el frío empezó a resultar molesto ambos se separaron. Damián alcanzó la ropa a Enrique y le ayudó a vestirse, cuando iba a subirse los pantalones le detuvo. Con suma delicadeza presionó entre sus omóplatos para que se inclinase hacia delante y le limpió el lubricante que había escurrido por sus nalgas desde su ano. Cuando volvió a incorporarse no pudo refrenarse y le atrapó entre los brazos para darle un largo beso en el que recorrió toda su boca con la lengua, hasta que la falta de aire y la incomodidad les obligó a separarse para respirar. Enrique iba a sentarse cuando vio que Damián cogía una bayeta y un bote de desinfectante y se ponía a limpiar el suelo y la encimera.
–Sí que eres ordenado –comentó.
–Me gusta el orden, me hace sentir bien, que está todo bajo control.
Terminó de limpiar y regresó con Enrique que ahora sí se sentó a la mesa. Cogió la mano de Damián y tirando de ella le sentó en su regazo donde le abrazó y acarició su vientre metiendo la mano por dentro de la camiseta. Le besó en el costado y cuando este le rodeó con un brazo volvió a besarle.
–¿Te parece si cenamos juntos? Esta vez fuera. Así te compenso por haber tenido que desayunar dentro de casa –propuso Damián con una sonrisa.
–Oh, yo no consideraría que hay algo que compensar. La verdad es que ha sido muy divertido, sobre todo al final, pero me encantaría ir a cenar fuera.
–Podemos celebrar que hemos empezado como pareja.
–Como pareja… –musitó Enrique.
–¿No quieres? –preguntó preocupado Damián tensándose–. No tenemos que celebrar nada si no quieres, podemos cenar sin más.
–No, no es eso. Es que me encanta como suena lo de que seamos pareja. Aunque no sé demasiado sobre ti, ni siquiera sabía si te gustaban los donuts o no hasta esta mañana.
La sonrisa de Damián podría haber eclipsado el sol. Sus hoyuelos se marcaron ampliamente en su cara y estrechó con más fuerza a Enrique que le correspondió con otra sonrisa similar después de sobreponerse del atontamiento. Cada vez que le veía sonreír de semejante manera, con todo su rostro y con los ojos verdosos reluciendo de alegría, su corazón se saltaba un latido y su mente se quedaba en blanco. Incluso le costaba respirar. Haría cualquier cosa por verle sonreír así siempre. Con un dedo resiguió los hoyuelos de sus mejillas, esas hendiduras tan peculiares.
Damián recostó la cara contra la mano tierna de su pareja que le sonreía de vuelta. Su corazón palpitaba con fuerza y estaba embriagado de felicidad. El sexo era lo de menos, sentirse así y ser correspondido era suficiente para él. Dio un beso a su novio y le acarició la cara arriba y abajo con suma ternura. Por desgracia comenzó a notar un hormigueo desagradable en las piernas, señal inequívoca de que se le estaban durmiendo. A regañadientes dejó que Damián se bajase de su regazo y le contempló estirarse. La camiseta se subió revelando un trozo de piel blanca y perfecta.
–Voy a ir al gimnasio esta tarde, ¿quieres que pase a buscarte por tu casa después?
–No, mejor voy yo a buscarte a ti, hay un restaurante muy bueno cerca del gimnasio si te gusta la pizza tradicional. Te gusta la piza ¿no?
–Me gusta la pizza. ¿Iré bien si visto vaqueros y nada más? –preguntó Damián frunciendo el ceño.
–No, si solo vistes vaqueros todo el mundo te mirará y me pondré celoso. Al menos una camiseta. Y zapatillas –bromeó Enrique dándole una palmada en el culo.
Damián soltó un chillido breve y después estalló a reír al comprender la broma. Decidido a devolvérsela se inclinó lentamente sobre Enrique, midiendo cada movimiento para impregnarlo de una flagrante sensualidad. Enrique se echó hacia atrás en la silla y cuando Damián se mordió los labios, atravesándolo con sus extraños ojos verdosos, tuvo que tragar saliva, pues se le había quedado la boca completamente seca. Complacido con su reacción Damián se inclinó más, hasta que pegó los labios contra su oreja.
–Siempre termino a eso de las nueve. Te estaré esperando a la entrada del gimnasio. Te estaré esperando con muchas ganas.
Enrique volvió a tragar saliva y Damián se retiró entre risas. El joven boqueó varias veces mirando fijamente a Damián que se acuclilló para quedar a la misma altura que él. Aguardó paciente a que se recuperase y el color escarlata de sus mejillas descendiese hasta recuperar su tono bronceado de siempre.
–No sé cómo lo haces, en serio.
–Talento natural –se ufanó el otro.
–Tengo que irme –dijo Enrique con tristeza tras consultar la hora en el móvil–. Ni siquiera tengo la comida hecha y todavía tengo que terminar un par de ejercicios para mañana. Y revisar el trabajo de anatomía.
Damián le acompañó hasta la puerta. Ninguno de los dos tenía demasiadas ganas de separarse, pero tampoco querían resultar cargantes. Con un suspiro de resignación Enrique se giró en la puerta, dispuesto a enfilar las escaleras cuando Damián le abrazó por detrás. El joven le sujetó por la barbilla y girándole la cara con delicadeza le plantó un beso en los labios.
–Hasta esta noche, te quiero.
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Nota de ShatteredGlassW:
Gracias a todos por leer este segundo relato y el apoyo dado al primero. Espero que os haya gustado y que sigáis apoyando esta serie. En la presentación de mi perfil subiré una pequeña tabla para que sepáis cada cuanto podéis esperar un relato mío, por si tenéis curiosidad por saber cuándo se publicará la siguiente parte. Si tenéis comentarios o sugerencias y queréis comunicaros de una forma más personal conmigo podéis hacerlo a través de mi correo electrónico: [email protected]