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El novio de Rafaela (parte 2)
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Tiempo de lectura: 7 minutos

La mañana fue larga. Rafaela había elegido varios arreglos para decorar la sala y solo le faltaba aprobar las muestras que le había preparado la florista, pero al ver los ramos que le presentaba, se descompuso literalmente. Según ella, no tenían nada que ver con las fotos del catálogo. Tuve que pasar dos buenas horas sonriendo y contestando a las angustias de mi amiga (que obviamente había querido elegir otros arreglos) acerca de si los lirios quedarían bien con los girasoles, si las rosas rojas no eran demasiado rojas y otras cosas así por el estilo. Cuando regresamos a la casa, Lionel nos esperaba para el almuerzo.

Nos sentamos en la mesita de la terraza, yo estaba frente a Lionel y Rafaela estaba a su lado. Le contó la dolorosa epopeya floral de la mañana y nos explicó lo que teníamos que hacer en la tarde durante su ausencia. Su novio le había regalado un masaje en un salón de belleza para que se relaje antes de la boda y que descanse. Nos dijo que tocaba revisar la disposición de los asientos para estar seguro de que no se iba a despertar de nuevo cualquier rencor familiar en alguna mesa. También teníamos que recoger el vino que habían pedido en la bodega del pueblo vecino. Yo iba a pasar la tarde a solas con Lionel y el solo hecho de pensarlo me volvía totalmente febril.

Terminamos el almuerzo y, apenas se escuchó el carro de Rafaela alejarse, que Lionel se prendió un cigarro y me miró con malicia:

—¿Te parece si cambiamos la tarea de revisión de los asientos por una hora de piscina? Ya lo vi con ella mil veces, está todo bien, se estresa por las huevas… ¡Nosotros también necesitamos relajarnos!

—¡Cómo no! Nunca me bañé en su piscina y ya hace tiempo que no me faltan las ganas —le contesté con entusiasmo.

—Me imagino que tienes ganas, sí… Llevas días ayudando para los preparativos sin que Rafaela te dejara tiempo para poder probar lo rico de tener eso en casa…

Me miraba a los ojos, enrojecí y no supe qué contestarle. Me estaba derritiendo por adentro. Fui a mi cuarto para poner mi bikini y buscar una toalla. El cepillo estaba todavía en la cama y, mientras me quitaba mi calzón, volví a pensar en mi sesión de masturbación de la mañana. Estaba todavía con ganas y creo que había empezado a mojarme desde que Rafaela había cerrado la puerta de su carro. Ajusté los triángulos que cubrían mis tetas y pese a mis esfuerzos para disimularlos, la tela fina revelaba mis pezones duros. Cuando regresé a la terraza, Lionel ya estaba en la piscina nadando. Entré lentamente e hice un par de brazas bajo el agua, era verdad que era muy rica. Se instaló en una colchoneta inflable con sus lentes de sol, mirando hacia el cielo con una gran sonrisa satisfecha.

—Eso, Sandra… Eso es la vida…

—Qué rico, gracias por el cambio de programa —le contesté, subiéndome a la segunda colchoneta para imitarlo.

Nos quedamos en silencio un rato, flotando el uno al lado del otro. A veces nuestros pies se rozaban. En medio de esta aparente escena ocio de verano, mi corazón latía fuerte en mi pecho. Me moría de ganas y, a la vez, a pesar de lo que había pasado en la noche anterior, temía haberme inventado una atracción compartida, viendo signos donde no había. Hubiera podido ponerme en la peor de las situaciones si hubiera dado una señal desapropiada. La zorra que trata de seducir al novio fiel e ingenuo de su mejor amiga, un par de días antes de su boda, qué fea traición… Pero la tensión que experimentaba era demasiado fuerte, intenté algo sin abrir los ojos.

—Lionel, ¿puedo preguntarte una cosa íntima?

—Dime.

—¿Nunca has tenido una historia con otra mujer que Rafaela?

—Así es, nunca con otra…

Marcó una pausa. Nuestras colchonetas casi se pegaban, agarró mi mano que colgaba en el agua.

—Pero no significa que no tenga ganas.

Miré a mi lado. Su short estaba desformado por una erección. Ya era claro, eran ganas compartidas. Sin embargo, no significaba que él quería que pasara algo. Había que tomar precauciones todavía. Me quedé callada y siguió.

—Y si estamos hablando de intimidad, te contaré que a menudo me masturbo pensando en otras mujeres. Creo que todos lo hacemos ¿no?

—Sí creo… Por lo menos yo también, no pienso siempre en mi novio cuando lo hago —le contesté.

—Mira, ahora mismo estoy pensando en otra mujer.

Estaba amasando lentamente su entrepierna, sus lentes seguían fijando al cielo. Tomé su gesto como una invitación y empecé a pasar suavemente mi mano sobre la tela que apretaba mi sexo. Me electrizaba, tenía ganas de meterme un par de dedos sin esperar más, pero el juego se anunciaba divertido. Quise provocarlo:

—¿Ah sí? Y ¿qué hace esta mujer?

—Como yo, se está tocando. Es algo que le gusta, lo sé. La imaginé masturbarse muchas veces. Me gusta cómo se pone cuando está a solas, es una morbosa. Esta mañana la imaginé de rodillas, con las piernas abiertas, sobándose sobre las sábanas de su cama. En mi fantasía, estaba con tantas ansias de una verga que se metió el mango de su cepillo para el cabello en la concha…

Lionel había sacado su verga de su short y se estaba masturbando mientras me contaba sus fantasías que, obviamente, me confirmaron que yo no estaba tanto a solas en la mañana. Metí mi mano en mi bikini y empecé también a masturbarme. Estaba tan mojada que se escuchaba este delicioso ruido viscoso provocado por el movimiento de mis dedos empapados. Lionel respiraba hondo.

—Esta mujer es una hembra en celos… —le dije, fingiendo una indignación poco creíble —¿Qué más hacía?

—Alucinas que no le alcanzó el cepillo que ya le llenaba la concha hasta el fondo. La muy puta quería más y se metió un dedo en el culo…

Se cortó con un suspiro de placer, vi que se la corría fuerte y rápidamente, no le iba a faltar mucho para venirse y me excitaba como nunca. Me había puesto tres dedos en la concha y con mi otra mano me estaba ocupando de mi clítoris, para mantenerme al borde del orgasmo. No me faltaba nada, pero quería venirme con Lionel. Seguí jugando un poco, era definitivamente tan vicioso como yo.

—Creo que ella se estaba imaginando que le cachabas el culo —le dije —, estoy segura de que lo tiene bien apretadito, pero acogedor, y que no necesita lubricante porque se moja tanto que le chorrea hasta su ano de zorra.

—Uy… qué rico… Me gustaría escupirle en su huequito mientras la cacho en cuatro. Le abriría el culo con mis dedos. Metiéndolos ahí uno por uno. A ver, uno…

—Dos… —contesté, siguiendo lentamente el obsceno contaje.

—Tres…

Soltó la cifra en un suspiro, sentí que le costaba contenerse. Los dos estábamos jadeando, masturbándonos uno al lado del otro sin mirarnos. Decidí dar el golpe de gracia, describiéndole en presente una escena que su mente arrecha no iba a aguantar:

—Ahora, vas a sacar tus dedos y retirarte para pajearte encima de su culo. Ella se viene gritando con un par de fricciones suyas en su clítoris, mientras tu leche cae en su culo y chorrea dentro su ano entreabierto…

Escuché un gemido largo a mi costado. Pellizqué mi clítoris y me dejé invadir por el orgasmo.

Cuando volví a girar la cabeza para ver a mi lado, Lionel había levantado sus lentes y me estaba mirando. Tenía semen en la barriga y en el pecho, su eyaculación había sido intensa. Sonreía, satisfecho y vicioso. Íbamos a ir más lejos, era inevitable.

Nos fuimos a cambiar cada uno de su lado, era hora de ir a recoger la encomienda de vinos. Bajé mi bikini todavía brillante de mi goce, me enjuagué rápidamente y puse mi vestido negro de verano, corto y ligero, mi favorito. Busqué un calzón limpio en mi maleta desordenada. Encontré una tanga negra, como casi toda mi ropa interior. Me la puse y me detuve mientras iba a abrir la puerta del cuarto para salir. Una chispa de morbo acababa de estallar en mi mente. Sonreí solita, me quité la tanga, salí y alcancé a Lionel que ya me esperaba en su carro.

Me senté a su lado, arreglando mi vestido debajo de mis nalgas desnudas para que no estén en contacto con el asiento de cuero sintético. Siempre me había excitado salir sin ropa interior, llevando una falda o un vestido. Sentir el aire correr contra mi culo y mi sexo vulnerables me volvía loca, tanto como el peligro de que un movimiento mío o una corriente de viento hubiera bastado para revelar mi intimidad a cualquier persona. A mi novio le encantaba que saliera así cuando íbamos a cenar en un restaurante o que íbamos a un bar con amigos y, más aún en invierno, porque llevaba medias. Antes de salir, se sentaba en la cama de nuestro cuarto, ya listo, con camisa planchadita y pantalón formal, y me miraba poner mis atuendos de putita. Era nuestro ritual. Dándole la espalda, sin tanga ni calzón, tomaba mi tiempo para poner mis medias y ajustar mi liguero, agachándome hacía adelante, abriendo las piernas, poniendo un pie en la cama para estar cómoda, mientras él se masturbaba suavemente mirando mi culo desnudo. Me gustaba exhibirme frente a él, más aún llevando liguero, siempre me empezaba a mojar mientras me vestía. Terminaba por poner un vestido de niña buena para esconder nuestro secreto y un par de tacos. Me ponía frente a él, levantaba mi vestido y lo dejaba deleitarse de mi excitación con un par de lenguazos. Salíamos, sabiendo que íbamos a cachar rico regresando a casa, y probablemente empezar en las escaleras del edificio donde vivíamos. Aquellas noches, mi novio no se perdía una ocasión de tocarme discretamente, lo que me calentaba mucho. Me acuerdo que una vez, en una discoteca, mientras estábamos apoyados de espalda en la barra mirando la sala llena, había pasado su mano discretamente debajo de mi falda por atrás y había acariciado mi sexo. No le había sorprendido encontrarlo húmedo y, sin dejar de mirar a la gente que bailaba, fingiendo un aire distraído, había chupado sus dedos, como si acabara de agarrar un pastel lleno de miel…

Volviendo a pensar en esta escena, les dejo imaginar que, al subir en el carro de Lionel, estaba exageradamente excitada.

Manejó hasta el pueblo vecino que quedaba a unos quince minutos. En el camino, conversamos tranquilamente de la calidad de los vinos de la región y de nuestros gustos respectivos. La tensión sexual entre nosotros no se había atenuado para nada con nuestra masturbación simultánea en las colchonetas. Al contrario, nos teníamos unas ganas tremendas que escondíamos debajo de un falso debate sobre el Cabernet. Volví a pensar en un viaje en carro que se había convertido en una mamada memorable con uno de mis amantes. Ahora que había visto a Lionel masturbarse furiosamente y que había descubierto su verga, me moría por tenerla en la boca. Si hubiera agachado mi cabeza hacia su entrepierna, estoy segura de que la hubiera encontrado perfectamente parada. Mi vestido se había apenas levantado debajo de mi culo y sentía que mis labios íntimos tocaban el asiento. No pude resistir a la tentación de hacer un par de movimientos de caderas discretos para sobarme, lo que lamenté apenas llegamos. Me levanté para salir del carro y Lionel miró mi asiento en lo cual había dejado una marca brillante y viscosa. No tuve tiempo para sentirme incómoda cuando me di cuenta de que un bulto consecuente desformaba su pantalón.

—Nunca vi a alguien apasionarse tanto por defender un tipo de cepa… —me dijo, burlón.

—Yo tampoco —le contesté, sonriendo.

El vendedor de la bodega nos entregó una carretilla con una cantidad desproporcionada de cajas de vino. Lionel reía, Rafaela era definitivamente loca. Su encomienda no era para las cien personas invitadas, no, había por lo menos para el triple. Cargamos las cajas en el carro, tratando de ordenarlas lo mejor posible para que entraran todas. En este Tetris tamaño humano, felizmente fuimos buenos. Agarrando las últimas cajas, me agachaba bastante, aprovechando la excusa de lo bajo que era la carretilla para dejar a Lionel adivinar la curva de la parte baja mis nalgas, descubierta por mi vestido. Sabía que me veía y me gustaba dejarle la duda de si llevaba ropa interior o no.

Cuando volvimos a sentarnos en el carro, se puso serio y me dijo:

—Sandra, me gustó lo que pasó en la piscina… Pero me voy a casar en un par de días y no quiero que vuelva a pasar.

De la nada, se arrepentía. Me hizo en efecto de una ducha helada. Estaba confusa. Crucé las piernas, incómoda y avergonzada, contestándole que lo sentía, que claro no iba a volver a pasar, que habíamos tenido un desliz culpable, que lo lamentaba y que… Me cortó.

—No quiero que vuelva a pasar así —repitió. —Sandra, la próxima vez, te la voy a meter.

Continuará…

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