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El nacimiento de un cornudo
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Era el mes de mayo. El calor, abrazador, quemaba las pestañas. Aun así, yo corría pa’ casa de mi novia. Quería saludarla, abrazarla… estar con ella.

Agitado, con un poco de sudor en la frente tras correr 3 cuadras, llegué a su casa y toqué el timbre. Esperé respuesta mientras pegaba mi cuerpo a la pared para poder aprovechar la poca sombra que esta generaba. Se escucha que abren la puerta. Mi corazón late a mil por hora. Deslumbrado por el intenso sol, solo puedo visualizar una silueta que dice: "¡Marco! Bertha no está. Hoy es sábado, se va a su curso".

Tenía un sentimiento de culpa tan fuerte, que lo había olvidado.

Por las tardes, yo trabajaba en una corporación de gobierno. Ahí conocí a Lourdes, una madre soltera guapísima. Me ganaba por 9 años. ¿Estar con ella en la cama? Solo en mis fantasías.

Ese mismo sábado por la mañana había ido a casa de Lourdes. El día anterior me había pedido que la visitara temprano para auxiliarle con un problema en su computadora. Y así, sin pensarlo, sin planearlo, después de unos minutos de estar en su computadora, terminamos en la cama por cerca de dos horas.

Pedaleando mi bici de regreso a casa, vivía una serie de sentimientos encontrados. Haber cogido con Lourdes había sido como un sueño, pero por otro lado, me sentía terrible por haberle puesto el cuerno a Bertha.

Ya por la noche, en casa de mi novia, aún con el corazón arrugado, quería confesarle lo que había hecho. Quería liberar mi culpa. Se me ocurrió inventar un juego. "Confesiones" le llamé. Cada uno haría una pregunta, y sin importar qué tan dolorosa fuera la respuesta, deberíamos aceptarla. Ella accedió y comenzamos con las preguntas.

Luego de unos minutos de preguntas sin mayor importancia, me sentía listo para preguntarle si ella me había puesto el cuerno. Sigilosamente pensé que, de esta manera, ella me repetiría la pregunta, haciendo de esa mi oportunidad para confesar mi infidelidad.

Es mi turno. “¿Me has puesto el cuerno?”, le pregunté. Sin dudarlo, ella respondió que sí. Sentí un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo, al tiempo que un vacío comenzaba a sentirse en mi estómago.

La regla del juego era una pregunta a la vez. No podía preguntarle más nada. Ella replica la pregunta… respondo que sí, con un poco de drama en mi gesticulación en señal de arrepentimiento. Claramente pude ver en su rostro cómo se le rompía el corazón.

En ese momento se terminó el juego. Comenzamos a confesar abiertamente el cuándo, el cómo y el con quién. Aarón, su exnovio, fue el susodicho. Llevábamos 3 meses de novios cuando lo hizo. Me aseguró que fue solo esa vez.

Yo tenía 20 años, guapo, atlético, simpático… En la universidad podía sentir las miradas de las chicas. Me sentía poderoso y muy seguro de mí mismo. Sin embargo, esa noche, y en un segundo, derrumbó todo mi orgullo.

La noticia fue como un golpe al hígado. Estuve con nauseas sobrellevando la plática. Habíamos acordado aceptar cualquier tipo de confesión, así que todo quedó en reclamos por parte de ella. Principalmente porque lo mío era reciente; lo de Bertha, 5 meses atrás.

Bertha centró más sus preguntas en los porqués; yo en el cuándo y cómo.

El hecho de que ambos fuimos infieles, permitió que la relación continuara. De no haberle puesto el cuerno también, no habría podido perdonarla.

La infidelidad de Bertha fue un domingo de diciembre. Ese día tenía planeado ir al cine con un grupo de amigos. Después de la función, decidieron ir a casa de Aarón a pasar otro rato juntos. Los amigos se fueron marchando uno a uno, hasta quedar Bertha y Aarón solos.

Entre nosotros no hablamos más del tema. Pero a partir de esa noche, intentaba recordar ese día en especial. Quería saber, con precisión, qué estaba haciendo en ese domingo de diciembre… Ponía en mi mente todos los escenarios posibles. Quizá estaba jugando futbol. Quizá estaba navegando en Internet… Repasé hasta el hartazgo cada posibilidad. Quería encontrar el instante justo en el que me habían hecho pendejo. Porque pendejo me sentía en ese momento.

Las primeras dos semanas me sentí fatal. Pensar en el tema me hacía sentir así. Casualmente, por esos días, vi la película “Sexo Pudor y Lágrimas”, lo cual intensificó mis emociones. Nunca había experimentado ese tipo de dolor nauseabundo. Todos esos días había perdido el deseo sexual. Ni siquiera había tenido una erección.

Las malas sensaciones fueron bajando a raíz de un viaje a “Six Flags” en la Ciudad de México. Los juegos mecánicos de emociones fuertes liberaron toda esa energía que tenía atorada por dentro. En el camino de regreso, con la vibración del automóvil, de la nada, tuve una erección. ¡Estaba de regreso! Me alegré por mí.

A partir de ahí, volví al porno por las noches. Quería coger a Bertha cada día en su casa. El dolor intenso había pasado.

Curiosamente, poco a poco, cada vez que veía un video, en cada escena de penetración, pensaba, ¿cómo habrá sido la infidelidad de Bertha? ¿Lo disfrutó como la chica del video? Aún me parecía increíble que, con esa carita hermosa, inocente y angelical, hubiera cogido con su ex al mismo tiempo que ya era mi novia.

Esos pensamientos se hicieron recurrentes. Cada vez me daba más morbo imaginarla disfrutar con alguien más. Poco a poco la fui incluyendo en mis fantasías. Cada vez que me masturbaba, era Bertha siendo cogida por otro.

Estaba muy confundido por esta situación, sin embargo, la disfrutaba. Estaba convencido que algo había cambiado dentro de mí, que había nacido alguien nuevo. Aún no conocía el mundo de los swinger y cornudos. Yo le llamaba “masoquismo sentimental” porque, a la vez que me daba placer y morbo, aún podía sentir esa sensación de nervios y náuseas.

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