En una antigua casa de dos pisos, situada en el corazón de la bulliciosa capital, residía una madre soltera junto a su hijo, un joven de 18 años llamado Marcos. La vivienda, con su carácter añejo y sus pasillos susurrantes, había sido adaptada por necesidad económica para albergar a estudiantes provenientes del interior del país, quienes buscaban en la gran ciudad las oportunidades de estudio que no podían encontrar en sus lugares de origen. Es así que las habitaciones del segundo piso alineadas a lo largo de un corredor estrecho, estaban destinadas a alquilarse a estos jóvenes académicos.
Aunque Marcos parecía un muchacho ordinario, llevaba una vida oculta a la vista de todos. Tenía un pasatiempo perturbador que le impulsaba a explorar algunas habitaciones alquiladas en busca de ciertas prendas que le producían una satisfacción perversa. Con la cautela de un ladrón, se apoderaba del manojo de llaves de su madre y subía al segundo piso cuando los inquilinos que le resultaban atractivos no estaban presentes. Su objetivo era la ropa interior masculina ya usada, un objeto que encontraba en el suelo o en los cestos de ropa sucia de las habitaciones. Aspirar el olor que dejaba el sexo de esos hombres e incluso la orina que quedaba impregnada en la parte delantera de la ropa interior, le proporcionaba una intensa y clandestina excitación.
La llegada de Ricardo, el hermano de su madre que regresaba tras once años en el extranjero, le añadiría un mayor nivel de transgresión al pasatiempo de Marcos.
La última vez que Marcos había visto en persona a Ricardo, era un niño de nueve años, en la boda de la tía Charito. Y en aquella ocasión su tío le resultaba por demás indiferente.
Pero desde que Marcos entró en la adolescencia, experimentó un deseo creciente hacía los hombres y en especial hacia el hermano de su madre. Dándose cuenta de sus inclinaciones homosexuales.
Ricardo, quien aparecía en las videollamadas esporádicas que su madre mantenía con él y en las actualizaciones de sus redes sociales que Marcos seguía con interés, se convirtió en el foco de su fascinación. La apariencia de Ricardo, con su piel cobriza, su cuerpo musculoso y su rostro de facciones rudas, lo atraía de una manera casi obsesiva.
Ricardo se instaló en una de las habitaciones del segundo piso, y Marcos, fiel a su costumbre con los inquilinos que le interesaban, empezó a visitar la habitación de su tío cada vez que tenía la oportunidad. Marcos se movía con sigilo hacia el segundo piso, aprovechando los momentos en que Ricardo salía a la calle.
Las incursiones de Marcos en la habitación de su tío eran meticulosas y cautelosas. Se movía con la discreción de un espectro, buscando rastros de la intimidad de Ricardo. Su excitación aumentó al descubrir que los calzoncillos de su tío eran de los baratos y de colores vivos, típicos de esos que usan los hombres de pueblo. A pesar de los años vividos en un país del primer mundo, Ricardo nunca se había llegado a sofisticar, mantenía esa esencia tosca de macho que se podía apreciar hasta en sus interiores.
Esos momentos en los que Ricardo no estaba en casa se convertían en ocasiones para estar cerca de la figura que había capturado su imaginación y deseo de una forma tan profunda. Pero un día que su tío salió de la casa, Marcos como siempre aprovechó para dar rienda suelta a sus perversiones. Entró en la habitación de Ricardo y, con el corazón acelerado, tomó uno de los calzoncillos usados de su tío. Aspiró profundamente ese aroma fuerte y varonil que lo enloquecía, sintiendo como su mente se nublaba de placer. Se echó en la cama destendida de Ricardo que emanaba un olor a sudor masculino intenso, y con el calzoncillo sobre el rostro comenzó a imaginar como su tío lo sometía con su verga de forma salvaje.
De pronto, la puerta de la habitación se abrió y apareció Ricardo. Marcos se levantó y quitó el calzoncillo del rostro lo más rápido que pudo, pero su tío ya había visto lo suficiente.
Con una sonrisa maliciosa, Ricardo cerró la puerta tras de sí. Marcos, asustado y rojo de la vergüenza, esperó en silencio a que su tío hablara. Ricardo, con una mira inquisitiva, le preguntó qué hacía ahí.
Marcos comenzó a balbucear, incapaz de articular una respuesta coherente. Ricardo, con una voz calmada pero firme, le dijo que se tranquilizara, añadiendo que ya había notado algo en su comportamiento que le indicaba que no era un muchacho convencional. Desesperado, Marcos le pidió a su tío que no le dijera nada a su madre. Ricardo, con una expresión que denotaba superioridad y ventaja, le respondió que no lo haría, siempre y cuando se portara bien con él.
Marcos aún tembloroso, prometió que se portaría bien y que no volvería a repetir esa conducta. Pero Ricardo le dijo que no tenía ningún problema con lo que le había encontrado haciendo. Se acercó a la cama, se inclinó ante él y, con una voz suave pero cargada de intención, agregó: “En vez de andar oliendo mis calzoncillos ¿no te gustaría mejor darme una buena mamada?”.
Marcos, confuso, respondió que no entendía. Ricardo, volviendo a sonreír, le dijo: “Bien que tiendes sobrino. A ti te gustan las vergas. Dime, ¿tu madre no está en casa, cierto?”. Marcos todavía nervioso, le respondió que su mamá había salido a hacer unas compras al supermercado. Ricardo entonces preguntó cuánto tiempo solía tardar en volver a casa. A lo que Marcos le dijo que aproximadamente una hora. “¿Hace cuánto tiempo se ha ido?”, continuó Ricardo. “Casi como media hora”, respondió Marcos. “Excelente”, dijo Ricardo, con una evidente alegría.
Ricardo comenzó a explicarle a su sobrino que había salido a encontrarse con una vieja amiga cariñosa la cual no veía hacía mucho tiempo, pero que cuando llegó al lugar de la cita, la amiga le envió un mensaje cancelando el encuentro. Por eso había regresado a casa tan pronto. Y luego de una breve pausa con una voz cargada de insinuación, le preguntó a su sobrino si quería ocupar el lugar que había dejado su amiga.
En ese momento, Marcos comprendió lo que su tío le estaba proponiendo, aunque casi no podía creerlo. Pero lo que Ricardo hizo a continuación despejó todas sus dudas.
Con un movimiento decidido. Ricardo se desabrochó la correa y se bajó el pantalón hasta los tobillos, dejando expuesta su verga erecta e invitando a su sobrino para que se la mamara.
Marcos observó con asombro y excitación que el miembro de su tío era como se lo había imaginado: grande, oscuro y sumamente velludo.
Con sus manos, Ricardo atrajo la cabeza de Marcos hacía su entrepierna, guiándolo para que comenzara a mamar su verga. Y eso fue lo que hizo su sobrino: mamársela.
Ricardo expresó su satisfacción con una intensidad palpable, sus palabras estaban llenas de un placer visceral cuando dijo: “La mamas mejor que muchas mujeres”, mientras su sobrino continuaba succionando aquel miembro con una devota dedicación.
A medida que la boca de Marcos se movía sobre la verga de su tío, Ricardo le comentó con un tono de admiración: “Eres muy bueno en esto sobrino. Seguramente ya tienes mucha experiencia, ¿verdad?”. Marcos, con una respiración entrecortada y tímida voz negó aquello con sinceridad, explicando que era la primera vez que lo hacía. Ricardo, sorprendido pero complacido, le respondió: “Entonces tienes un talento innato para las mamadas. Sigue sobrino, sigue.”
A pesar de que por momentos el tamaño del oscuro y velludo miembro de Ricardo provocaba arcadas en Marcos, este persistía, determinado en hacer gozar a su tío. Cada vez que parecía a punto de atragantarse, tomaba un breve descanso antes de continuar con renovada determinación. Así transcurrieron unos diez minutos hasta que finalmente Ricardo llegó al clímax, eyaculando su semilla en la boca de su sobrino.
Ricardo observó con satisfacción cómo Marcos se tragaba todo su semen como si se tratara del más delicioso manjar, y mientras se subía de nuevo el pantalón, pensaba que más temprano que tarde tendría que abrirse camino en el culito virgen de su sobrino. Ya buscaría el cómo, cuándo y dónde más adelante, pues la madre de tan buen mamador de verga estaría llegando pronto del supermercado.
No me van mucho los temas de gays, pero reconozco que el relato es atrayente. Gracias por compartirlo.
Hola Monica 🙂 esas palabras viniendo de alguien a quien no le van mucho los temas gays son muy halagadoras. Gracias a ti por tomarte el tiempo de comentar.