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El morbo por el culo de doña Felisa fue mi perdición (2)
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Tiempo de lectura: 10 minutos

El camino del infierno está lleno de buenas intenciones. Me lo repetía una y mil veces cuando recordaba la depresión que tuve inmediatamente después de la revolcada sexual con doña Felisa. Pues a pesar de la misma, mi pensamiento volvía recurrentemente a recordar aquella tarde donde me venció el morbo por el culo de mi vecina. Lo cierto es que ese culo me había dado una tremenda satisfacción y me costaba olvidarlo.

Para aquellos lectores que no hayan leído mi anterior experiencia y que titulé “El morbo por el culo de doña Felisa fue mi perdición”, corresponde decir que la Felisa de marras es una vecina española de 60 años portadora de un culo de esos que difícilmente pasen desapercibidos y que era motivo de mis más locos deseos sexuales.

Como se recordará, mi experiencia sexual con doña Felisa se limitó a un solo encuentro, pues a pesar de haber saciado su apetito sexual esa tarde, Felisa tuvo miedo de que se pudieran anoticiar su marido Pancho o alguno de sus hijos, y el temor se superpuso a sus grandes deseos de vivir nuevamente la experiencia que no le brindaba su marido. Repito que me había prometido a mí mismo no volver al asunto, pero cada tanto venía a mi mente lo sucedido esa tarde y lo mucho que había gozado haciéndole el dichoso culo español de Felisa.

Recordaba cada centímetro de ese portento, su piel suave y su redondez frutal, tanto como su ojete fruncido y luego abierto para la gran faena. Tanta era la fantasía que me había quedado grabada, que una noche recordándolo me tuve que hacer una descomunal paja para calmarme. Aunque quería evitarlo, finalmente me tuve que convencer que ese culo me seguía provocando y quería volver a disfrutarlo. Así estaban las cosas, cuando unos meses después me comentaron que Pancho, su esposo, había dejado este mundo a causa de un fulminante infarto cardíaco.

En la primera oportunidad que nos encontramos después de ese suceso, tuve la ocasión de darle un cariñoso beso y mi pésame a doña Felisa. Recuerdo que la encontré desmejorada, supuestamente por lo mal que lo había pasado. Había perdido unos kilos y se la notaba pálida y desganada. Con el correr de los días la seguía viendo por la calle y en el dichoso almacén de nuestros repetidos encuentros.

Nos cruzábamos saludos amistosos, hasta que, pasado un buen tiempo de la partida de Pancho, nos encontramos nuevamente por la calle y me saludo sonriendo y hasta me guiño un ojo picarescamente. Me quedé pensando en esa actitud y dudé mucho en llamarla para saber de qué motivaba ese guiño.

Mientras yo dejaba pasar los días dudando si hacerlo o no, una noche de esas para sorpresa mía, recibo un llamado suyo.

—¿Hola Marcos, como estás muchacho lindo?

—¿Yo muy bien Felisa y tú? ¿A qué se debe la sorpresa de esta llamada?

—Bueno ahora estoy bastante mejor. Lo de Pancho fue muy sorpresivo y nos afectó a todos en la familia. Pero ya está y no lo podemos remediar, la vida sigue adelante. La soledad te permite pensar y recordar muchas cosas lindas y también de las otras, entre ellas la falta de sexo en que me tenía el finado. Mira no voy a dar rodeos. Te llamo porque desde hace muchas noches vengo soñando contigo y de lo bien que la pasé aquella vez cuando me llevaste a ese hotel. Para que te voy a engañar chaval, aquello me gustó mucho y ahora que estoy sola me pongo cachonda recordándolo, con decirte que hasta me tuve que tocar ahí abajo porque no aguantaba más el picor de mi chocho.

—¿Te hiciste una pajita Felisa? ¿Es para tanto? —le dije haciéndome el sorprendido.

—Y mucho Marquitos. No fue una pajita fue una paja descontrolada a puro dedo en mi raja. Estoy tan caliente que había pensado que tal vez tú querrías repetir ya que decías que te gustaba tanto mi culo. Ahora que estoy libre no tengo ataduras ni miedos.

—Y me sigue gustando Felisa. Qué bueno que hayas perdida el miedo y recuperado el apetito sexual. Por supuesto que estoy por la labor. —dije traicionando mis convicciones previas.

—¿Estupendo, y cuando puedes? Disculpa, pero estoy muy ansiosa. Parezco una chavala.

—A ver, que te parece pasado mañana. Como la vez anterior te recojo en el mismo sitio a las 15 horas, ¿vale?

—Vale mi muchacho, ya sabía yo que no me podías fallar. Ahí estaré esperándote.

Ese día pasé a buscarla como habíamos convenido. Allí estaba puntual luciendo una pollera bien ajustada que resaltaba su poderoso culo y una blusa, prendas livianas teniendo en cuanta el calor que hacía ese día. No bien subió a mi auto, y luego del beso de bienvenida no perdimos tiempo y nos empezamos a toquetear recíprocamente. Felisa me acariciaba la polla por encima del pantalón y yo retribuía levantando su pollera y metiendo mano a su entrepierna hasta tocar su chocho. Poco a poco mi picha fue tomando volumen y su braga empezó a mojarse, era el preludio de un encuentro con mucha carga de ansiedad carnal.

Decidí cambiar de hotel y fuimos a uno más alejado, pero mucho más moderno. Tiene yacusi y unos muebles apropiados para follar en distintas posiciones. No bien entrados a la habitación, Felisa se abalanzó para abrazarme y darme un beso mientras me apretaba la verga con una mano. Mirando en derredor abrió grandes los ojos cuando vio los muebles extraños para ella. Me lanzó una mirada inquisidora.

—Es una sorpresa Felisa. Son para que podamos disfrutar con más facilidad.

—¿Y cómo diablos es eso? —Preguntó.

—Ya lo verás. Te prometo que lo vas a pasar muy bien.

—Si tú lo dices.

Guiñándome un ojo desapareció para el baño, para asearse bien las partes, según me dijo. Al rato reapareció luciendo solo un sostén y un cachetero, ambos de encaje y color negro. Me sorprendió que hubiera conseguido un cachetero que pudiera contener semejante pedazo de culo. Era evidente que la veterana se había preparado para la fiesta, y a decir verdad estaba mucho mejor que la vez anterior.

Los kilos perdidos habían modelado un poco su silueta y respetado la dimensión del hermoso culo, que lucía a mis ojos, mucho más tentador que la vez anterior. Por lo demás su figura parecía haberse mejorado y aparentaba unos años menos. Se vino hacia mí y comenzó a desvestirme al tiempo que me decía.

—¿Qué pasa Marcos que todavía estás vestido?

—Es que me quedé pensando en que cosas te gustaría vivir hoy. ¿Mi bocado será tu culo, pero y tú?

—A mí todo me va bien, pero me encantaría comerte ese pedazo de verga que he soñado cada noche desde hace varios meses.

—Pues vale Felisa. ¿Ves esa silla rara que está ahí? Pues está preparada para que me comas la picha o bien yo te coma tu chumino.

—Pues ahora que ya estás desnudo ven y siéntate, no perdamos tiempo que llevo mucha prisa por comerte ese paquete que llevas.

Me senté en la silla erótica bien abierto de piernas de modo que mis cojones y la verga quedaron colgando a disposición de Felisa quien sin pérdida de tiempo dio manos a la obra. Arrodillada frente a mí, comenzó a trabajar con sus manos y la boca. Mientras me acariciaba los testículos, con su lengua comenzó a lamerme el falo desde la base hasta el glande. Sus labios carnosos recorrían todo lo largo de mi aparato succionándolo y cada tanto me daba suaves mordidas que acentuaban mi goce.

Lo bueno, para mí, era que lo hacía muy despacio como disfrutando de cada milímetro. Y lo disfrutaba enormemente pues sus ojos parecían iluminados cuando me miraba para observar mis reacciones. Y hasta me hacía guiños de complacencia. Tan bien lo hacía que rápidamente mi falo creció en su boca llenándosela.

—¿Te apetece? —preguntó quitándose la verga de la boca por un momento.

—Mucho, muchísimo. Si sigues con esa intensidad me voy a derramar en tu boca.

—Qué más quisiera yo. Me encantaría saborear y beber tu leche.

—No Felisa todavía no. Tenemos otros juegos para gozar antes de derramarme.

Siguió un buen rato dándome y dándose placer. Estaba como enloquecida saboreando mis jugos preseminales y chupando desenfrenadamente. Paseaba su lengua a lo largo de mi falo y se detenía en el glande para chupar y chupar. Sintiendo que empezaba el cosquilleo pre derrame, le ordené que se detuviera.

—¡Qué malo que eres Marcos! Yo quería que me llenaras la boca de tu lechita. Estoy loca por probarla. Sabes, nunca me bebí una corrida.

—Ya te darás ese gusto, pero ahora, si me permites intercambiemos los lugares así puedo comerte el chocho que lo veo muy mojado.

—Es que jugando con tu picha me he calentado mucho.

Me arrodillé frente a Felisa que ya se había sentado y abierto sus piernas para que dispusiera de su almeja. Mi boca y lengua entraron en acción. Lentamente rocé sus pliegues y chupé el veterano chocho. Con una mano le abrí la vulva y ahí sí que comenzó la fiesta. Mi lengua recorrió las profundidades de esa vagina hambrienta de sexo una y otra vez, arriba y abajo, derecha e izquierda. Sabiendo que cuando llegara a su clítoris Felisa estallaría, demoré tocarlo. A todo esto, mi amante gemía y resoplaba y me pedía más y más.

—Sigue, sigue cabrón, que me gusta mucho como me comes el chocho.

—Ya mujer, que recién empiezo —dije sin apartarme de mi cometido.

—Esto es algo fantástico, joder que bueno.

—Y ahora viene lo mejor —dije

y acometí hacía el clítoris Apenas lo toqué con mi lengua, Felisa dio un brinco en el sillón. A partir de ahí pasé y repasé mi lengua por su hinchado clítoris mientras ella se revolvía loca de placer. Cuando con mis labios lo chupé, Felisa no aguantó más y apretando mi cabeza contra su sexo y revolviéndose, se entregó en un orgasmo impresionante mientras repetía una y otra vez.

—La madre que me parió, esto es llegar al cielo. Marquitos eres mi rey. Quiero más, más. Nunca me habían mamado el chocho de esta manera. Que delicia, por favor.

—Tranquila Felisa que ya tendrás más.

—Es que me vuelves loca chaval. Nunca he gozado tanto follando como contigo. Que el cielo me perdone, pero mi Pancho nada sabía de esto.

Ya calmada y habiendo recuperado el aliento, llevé a Felisa a la cama para descansar un poco. Nos entretuvimos haciéndonos caricias. Tomé sus dos grandes tetas y me puse a degustarlas chupando sus pezones y amasándolas, mientras Felisa apoderándose de mi picha, me hacía una suave paja. De pronto me dijo:

—Marcos, hoy quiero que me rompas bien el culo.

—¿Quééé?

—Lo que oíste majo, que me romas el culo. Sé que te gusta mucho y como tú me has dado tanto placer con mi chocho, quiero recompensarte de algún modo. Cuando tú quieras a tu disposición —dijo llevando una de mis manos a uno de sus glúteos.

Ante tal invitación y con mi verga endurecida por las ganas. La llevé a uno de esos aparatos tipo sofá donde la mujer deber echarse y poner el culo en pompis. Ya tenía en mi mano la crema facilitadora de la penetración que unté en su ojete y en mi pene. Abrí sus cachetes y coloqué el glande en su arrugado agujero. La tomé por la cintura y empecé a pujar. Felisa respondía con un ronroneo. De un empujón logré que el glande superara la barrera del esfínter, lo que dio lugar un suave quejido de Felisa. Superado ese escollo, el resto fue puro placer.

Con la ayuda de la crema, la penetración fue más fácil a pesar de lo estrecho del ano de Felisa. A medida que mi polla se introducía lentamente mi veterana amante me dejaba saber su satisfacción.

—Eso Marquitos, así se vale. Siento ese pedazo de carne llenar mi tripa y me está dando una cosa rara que me gusta mucho.

—Más me está gustando a mí. Meter mi picha en ese culo tuyo era obsesión, y ahora que estoy adentro lo estoy gozando muchísimo. Pero ahora viene lo mejor, prepárate que voy a darte candela.

—Pues dale que estoy más caliente que agua hirviendo.

Con todo el pedazo adentro empecé a trajinar con un mete y saca lento. Sacaba mi verga de su ojete y me extasiaba mirando el hueco que dejaba mi pene en su agujero. Luego lo volvía a meter y así sucesivamente para placer de ambos, pues si bien yo estaba en la gloria satisfaciéndome con mi anhelado culo, Felisa me demostraba con profundos suspiros y su respiración agitada que no la estaba pasando nada mal. Cuando aceleré mis movimientos comencé a sentir que me venía el orgasmo. Quité la verga y ayudé a Felisa a arrodillarse frente a mí para llenarle boca con mi semen.

—Me corro Felisa, abre bien la boca que te voy a dar mi leche.

—Pues vente Marcos que estoy ansiosa —gritándome desesperada.

—Ahí voy, voy, voy —y descargué mi semen casi dentro de su garganta.

Con la avidez de esperma que Felisa traía, no dejó ni una gota. Bebió todo luego de saborearlo en la boca, mientras me miraba sonriendo y feliz.

—Te has dado el gusto, ¿no? —alcancé a decir luego de calmarme un poco después de la corrida.

—Estuvo genial, me bebí todo. ¿Sabes? me gusta más tu leche. Me sabe a gloria. Y lo del culo, ha sido muy bueno también. Sentir ese tronco de carne entrando en mi culo es una sensación rara pero placentera. Esta vez ni siquiera tuve una molestia. Fue todo goce. Chaval, te has portado como un semental.

—Es que ese culo tuyo Felisa es monumental, yo soñaba cada noche con este momento.

—Pues sí que la hemos hecho bien, los dos estamos satisfechos. ¿Y ahora?

—Ahora tenemos que esperar que mi polla recupere su vigor para darte por el chochito, ¿no te parece?

—Vale hombre, así será.

En esta oportunidad después del polvo no tuve ningún ataque de conciencia. A decir verdad, estaba satisfecho y quería algo más con la viejita. Vueltos a la cama para recuperar energías, Felisa se ubicó junto a mi dándome la espalda de forma tal que yo pudiera jugar con su hermoso culo. Y así lo hice. Lo acaricié, lo apreté con ambas manos, y hasta volví a meter dedo en su ojete que todavía estaba bien abierto. También jugué con sus tetas, magreándolas y pellizcando sus pezones a pesar de los rezongos de ella.

Mientras mi verga se recuperaba, tuve tiempo de jugar también con su chocho peludo. Con una mano me hice de él y pasaba mis dedos por su raja mientras oía como Felisa ronroneando me agradecía mis juegos. Cuando toqué si clítoris, su cuerpo comenzó a sacudirse entregando otro orgasmo.

—Qué bien lo haces Marquitos, estar contigo es una gozada de placer inmensa.

—Y tú también Felisa. Lo haces muy bien.

—Pensar que tuve que llegar a esta edad para conocer los mejores momentos del sexo. ¡Cuántos años perdidos, joder!

—¿Pero tu Pancho no le daba bien al sexo?

—Que va, el pobre solo sabía meter la picha y derramarse. No salía de ese libreto, y al final ni eso.

—Pues entonces tienes que aprovechar la ocasión Felisa.

—Eso me propongo contigo, claro si tú quieres.

—Mientras mantengas ese culo hermoso aquí estaré para gozarlo.

A estas alturas de la conversación, mi falo ya volvía a pedir candela, así que puse de espaldas a Felisa y me monté sobre ella para darle por su chocho. Ella no quitaba sus ojos de mis movimientos. Se abrió bien de piernas, mejor dicho, todo lo que sus piernas le permitían, y me sorprendió con una movida que no esperaba. Tomó mi picha con una mano y la colocó en medio de sus labios vaginales diciéndome…

—Ahora a pujar Marcos que la quiero toda adentro. Quiero sentir esa barra de carne en mi cueva. Hasta los cojones.

—Tienes la concha algo cerrada, pero de a poco lo lograremos. Ten paciencia.

—Paciencia poca, ganas de que me folles duro, mucha.

—Ya está la cabeza adentro, ahora empieza el meneo.

—Pues yo te ayudo —dijo tomándome de mis caderas tratando de ayudarme.

—De a poco, de a poco, así tiene más morbo la penetración Felisa.

—Ya, ya. Pero yo la quiero toda, toda hasta los cojones.

Le empecé a dar caña con mucha energía. Entraba y salía de ese viejo chocho cada vez con mayor intensidad. Felisa me alentaba pidiendo más y más. Estaba totalmente fuera de sí entregada al placer. Los meses de abstinencia los estaba recuperando rápidamente con mi ayuda. Con el dedo de una mano hice círculos en su ojete y eso dio motivo a que la veterana se volviera a derramar en un bruto orgasmo. Se revolvía de pies a cabeza suspirando y gimiendo con los ojos cerrados y los labios apretados.

—Me estás matando de placer Marquitos, que gozada santo cielo. Esa picha es lo más. Eres mi rey.

—Qué bueno que te guste Felisa. Te veo gozar y yo también gozo.

—Tú sigue por favor, sigue clavándome que me muero de goce. No te detengas. Quiero más candela.

—¡Mujer! ¿Qué pasa hoy que estás tan desatada?

—Es que nunca me han follado de esta manera.

Seguí con mi tarea, pujando cada vez con mayor fuerza e intensidad hasta que empecé a sentir que mis huevos se contraían anunciando mi corrida. No supe si se debió a la locura de Felisa que me contagió, pero me descargué en su almeja como nunca me había ocurrido antes. Fueron cinco a seis lechadas intensas que inundaron su sexo. Ese polvo tan intenso nos llamó a sosiego. No teníamos fuerza ni para hablar. Toda la energía parecía habérsenos ido en ese tremendo polvo. Cuando mi verga flácida después de la faena salió de su encierro, me eché a su lado, tratando de recuperar la respiración mientras Felisa hacía otro tanto.

—Joder Marcos, qué polvo nos hemos echado. Realmente estuvo brutal —dijo Felisa todavía con la respiración entrecortada.

—En verdad Felisa que estuvo genial. Por un momento creí que con mi leche se iba me el alma.

—Madre mía, que manera de gozar, santo cielo. Mira lo que yo me estaba perdiendo con el gilipollas de Pancho. Pobrecito él tan primitivo.

—Es que, a mí, tu culo me calienta tanto que me da fuerzas para follarte como un animal.

—Y tanto. Hoy me has dejado liquidada. Sin embargo, algo me queda por hacer Y uniendo la acción a la palabra, se volvió hacia mi verga para llevársela a la boca y chuparla.

—Es que quedaba un poquitín de semen y no me los quería perder —dijo.

—Tú estás chiflada, mujer.

—Chiflada no, hambrienta de verga.

Después de haber limpiado mi picha con su boca, Felisa se echó a mi lado acariciándome todo el cuerpo y hablando.

—No sabes lo bien que me siento. Parezco otra mujer. Esto del sexo es algo tremendo, y yo me lo estaba perdiendo. En verdad Marquitos eres mi rey. Tú con esa polla tan divina me han hecho gozar como nunca antes. Ya sabes, que, si te sigue apeteciendo mi culo, yo estoy siempre a tu disposición de ahora en más.

—Gracias Felisa por los cumplidos, pero quiero que sepas que tú también me has dado mucho placer. Tu culo, para mí, es un portento de placer. Y de ahora en más será solo mío, ¿verdad?

—Pues claro hombre, solo tuyo para lo que tú dispongas —y agregó— repetiremos, ¿no?

—Por supuesto Felisa.

Interrumpió el diálogo la llamada del conserje anunciando que se nos había terminado el turno. Teníamos solo diez minutos, tiempo para una ducha rápida y marchar, y yo mucho tiempo más para saber si reincidía con el culo de Felisa.

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