Creo que ha llegado el momento de contar esta historia, nunca he sido capaz de hacerlo, pero han pasado varios años y, sinceramente, ha sido uno de los mejores orgasmos de mi vida…
Tengo 30 años y aunque vivo ahora en Madrid, soy de un pueblo de Cuidad Real bastante pequeño. Soy un chico normal, ni muy alto ni muy bajo, con un cuerpo normal, que me encanta salir con mis amigos a tomar unas cañas de vez en cuando. He tenido varias parejas, pero ahora mismo estoy soltero, que también es necesario.
Estoy trabajando en una empresa de productos químicos y lo que os voy a contar sucedió cuando me contrataron. Como es habitual, me citaron para un reconocimiento médico es una clínica del centro de Madrid.
Acudí en ayunas para un análisis de sangre y después de la analítica y el desayuno me hicieron esperar en una sala a que me viera el médico.
-Francisco Martínez. –Sonó, una voz femenina.
-Sí, soy yo. –Giré la cabeza y me encontré con una doctora muy guapa, morena y juraría que más joven que yo.
-¿Me acompañas por favor?
-Por supuesto.
La seguí por un largo pasillo y aproveché para echar un ojo… Aunque llevaba la bata blanca hasta las rodillas se intuía un cuerpo bastante interesante.
Entramos a una consulta, pequeña, con lo habitual: escritorio, camilla, y poco más. Me hizo las preguntas de rigor en un reconocimiento. ¿Fumas? ¿Bebes? ¿Haces deporte? En fin, lo típico. Me revisó la vista, la espalda y el estómago. Tenía unas manos pequeñas pero muy bonitas, sabían cómo moverse.
-Perfecto Francisco, ya estamos acabando. –Tecleaba el informe en el ordenador, pero de repente se dio cuenta de algo y cambió la cara.
-¿Ocurre algo?
-No, tranquilo. Has comenzado a trabajar en una empresa de productos químicos, ¿verdad?
-Sí, por eso estoy aquí, empecé la semana pasada. –Contesté despreocupado.
-Verás, es que tú empresa nos solicita un reconocimiento adicional para alguien que empieza en vuestra empresa.
-Qué raro, no me han dicho nada, ¿de qué se trata?
-Te cuento: la empresa quiere asegurarse de que los productos químicos no afectan a los espermatozoides, por lo que nos solicitan un análisis de esperma y un chequeo completo de tus genitales.
Mi cara cambió por completo. Me quedé boquiabierto. No sabía que contestar, nunca me habían hecho un análisis de semen ni una revisión de ese tipo. Me puse rojo como un tomate, ella lo notó.
-Tranquilo, -dijo sonriendo– no tardaremos demasiado. ¿Cuándo fue la última vez que eyaculaste?
Estaba incómodo, empecé a moverme en la silla sin saber cómo ponerme.
-Hace 4 días. –Vi una película con varios desnudos y…
-Perfecto. Es suficiente. Déjame hacer una llamada, ¿de acuerdo? ¿Me esperas en la sala de antes? Nos tenemos que cambiar de consulta. Aprovecha para ir al baño, vamos a necesitar que tu vejiga esté vacía.
Asentí con la cabeza y salí a la sala de espera. No era capaz de articular palabra, me temblaban las piernas. Los minutos se me hicieron eternos. ¿Por qué no me habían dicho nada? ¿” Vamos a necesitar”? ¿Va a haber más gente? Nunca me habían revisado las pelotas, ¿qué me iban a hacer? Me sudaban las manos, tenía el pulso a mil.
Estaba con la mirada perdida cuando la doctora se acercó. No la vi hasta que no estaba delante.
-Francisco, vamos.
Caminó por varios pasillos hasta acercarse a la puerta de una consulta: Ginecología 1. Tragué saliva… La doctora llamó a la puerta y asomó la cabeza. “Ya estamos aquí”, escuché decir. Definitivamente, había alguien más.
Entró ella y me hizo un gesto para que pasara yo. El pulso volvió a subir… Esta consulta era muy distinta. En lo primero que me fijé fue en la camilla típica del ginecólogo, la había visto en películas, pero la primera vez en persona. Vi que había otra camilla normal y distintos aparatos por la sala, pero no podía dejar de mirar el potro con los soportes para las piernas… ¿Me iba a tener que subir allí? Volví a tragar saliva.
-Francisco, soy la doctora Hernández. –Del escritorio se levantó una mujer algo más mayor que yo, pero con una apariencia estupenda.– Me ha comentado mi compañera que vamos a echarte un vistazo, ¿verdad?
-No esperaba esto, -balbuceé– estoy un poco nervioso…
-Tranquilo. Te explicaré lo que vamos a hacer. Primero vamos a revisar tus genitales para asegurarnos que está todo bien y después vamos a hacer una extracción de esperma para analizarlo.
¿Vamos? Será que lo voy a hacer… Debió ser una forma de hablar…
-Solo tienes que estar relajado, -continuó– verás como en nada hemos terminado. ¿De acuerdo?
-De acuerdo. –Asentí.
-Muy bien. Estaremos ambas presentes, pero tranquilo, somos dos profesionales que sabemos lo que hacemos. ¿Prefieres que intenté llamar a un compañero? –Me preguntó tras verme mi gesto de asombro.
-No no, así está bien. Es solo que no esperaba esta situación.
-Ya verás como cuando empecemos estás más relajado. Mira, pasa detrás del biombo y te desnudas por completo. Tienes una bata y unas pantuflas de plástico para ponerte.
Detrás del biombo intenté tranquilizarme, pero era imposible. Estaba a punto de salir desnudo delante de dos mujeres espectaculares a que me exploraran aquello. Hacía mucho que una mujer me tocaba, mejor no digo cuánto hacía que no lo hacían dos… Eso, unido a mi timidez, era una suma que podía ser explosiva. “Déjate llevar, disfruta”, pensé. Pues allá vamos.
Me desnudé por completo y cogí la bata que había doblada encima de un taburete. No tenía ni idea de cómo se ponía, pero la entré y la abroché por atrás como pude. Luego me coloqué una especie de fundas para los pies y salí del biombo. Sería un buen comienzo para una escena de una peli porno…
Las dos doctoras hablaban entre ellas y cuando me vieron se acercaron a la camilla.
-Súbete aquí Francisco. Esto es un potro de ginecólogo que usamos para las mujeres, pero también nos ayudará contigo.
Me senté en la camilla y subí los pies a los estribos. Mientras, una de las doctoras subía mi bata por encima de la cintura. El pene y los testículos quedaron a la vista de las dos, pero no lo suficientemente accesible. Noté que la camilla se movía, estaba subiendo y reclinándose hacia atrás. Después de unos segundos, mis genitales estaban a su disposición, a la altura de sus caras, y yo no veía nada, estaba totalmente tumbado.
La doctora Hernández se acercó para que pudiera verla y me puso la mano en el hombro mientras me hablaba.
-Te contaré lo que vamos a hacer. Primero, mi compañera y yo exploraremos tu pene y tus testículos. Buscaremos si hay algún bulto o algo que no deba estar, ¿de acuerdo? No sentirás nada más que algunas manos trasteando por allí abajo… -Sonrió. Tenía una cara preciosa, rubia, con el pelo liso.
-Lo que tengáis que hacer. –Contesté más relajado.
-Cuando terminemos con esto te contaré lo que vamos a hacer a continuación.
¿A continuación? ¿Había más? Me daba un morbo espectacular que dos mujeres estuvieran tocando mis huevos sin que pudiera verlas. Empecé a notar que la sangre bajaba…
Se acercaron a una mesa y cada una cogió dos guantes de látex blancos que se enfundaron con facilidad. Mi excitación seguía creciendo…
De repente, sin avisar, noté las manos de una de ellas bajando mi prepucio y dejando la cabeza del pene totalmente descubierta. Estaba empalmado a tope, sabía que aquello debía estar lleno de líquido preseminal…
-¿Tienes pareja estable, Francisco?
-No.
-¿Cuánto hace que no practicas sexo?
-Emm… varios meses… -¿Me estarían preguntando por mi excitación?– Siento la erección, no esperaba “esto”.
-Tranquilo, -escuché entre alguna risa tímida– es normal. Tú relájate que pronto acabaremos con esta parte.
“Esta parte”. ¿Qué es lo siguiente…? Durante varios minutos noté sus dedos expertos recorriendo mi pene, mis testículos, palpando, apretando. Diferenciaba las manos: unas, más finas, las otras más fuertes… Hablaban entre ellas en susurros, pero no entendía lo que decían. Era una sensación bastante agradable. Seguía empalmado a tope, pero mantenía el orgasmo lejos, no quería darles un baño inesperado…
-Muy bien. Esto está perfecto. Tienes unos genitales muy sanos. –Dijo la doctora Hernández mientras me incorporaba la camilla. -Puedes bajar los pies de los estribos.
Bajé los pies y me quedé sentado en la camilla. No sabía si vestirme o no, pero la doctora se adelantó a mis movimientos.
-Francisco, te diré lo que vamos a hacer a continuación. Como te hemos comentado, necesitamos una muestra tuya de semen para analizarla.
-No hay problema, ¿dónde puedo pasar? –Miré a mi alrededor. Con la excitación que llevaba no iba a tardar ni un minuto en masturbarme.
-No, verás, necesitamos que la muestra no se contamine. Además, queremos ver el flujo de tu eyaculación. –Mi gesto cambió, otra vez volvía a estar rojo…- Vamos a estimular tu próstata con un aparatito que da una pequeña descarga eléctrica para provocarte la eyaculación.
-¿Cómo? –Estaba boquiabierto, no me lo podía creer- ¿Esto es necesario?
-Es un procedimiento habitual, no sentirás ningún dolor, pero primero vamos a revisar tu próstata.
Mis piernas estaban temblando, ¿qué me iban a hacer? No iba a olvidar este día en la vida…
-¿Has ido al baño esta mañana?
-Sí. –Contesté
-Doctora García, prepare el enema por favor. –Se giró hacia mí– Vamos a ponerte un enema para limpiar tu intestino, ¿de acuerdo?
Estaba en shock, ya no sabía qué responder ni cómo. Obedecí, sumiso, sin saber qué vendría después…
Vi a la primera doctora preparar un recipiente de agua y colgarlo de un soporte. Mientras, su compañera lubricaba una especie de dispensador. ¿Todo esto va a entrar en mi culo? Esto no puede estar pasando. Seguía con el pulso a mil, pero había una parte de mi que estaba descubriendo sensaciones que hasta ahora no había sentido…
Intenté cambiar otra vez el chip. “Vamos a relajarnos”, me repetía.
-Francisco, túmbate en aquella camilla y ponte a cuatro patas por favor.
Obedecí, me levanté, la bata volvió a cubrirme y muy despacio me acerqué a la otra camilla. En lo que llegaba, la doctora había puesto una sábana para cubrirla y se estaba cambiando de guantes. En el momento que me relajé, la sangre volvió a bajar… A este le está gustando esto, pensé.
Me puse a cuatro patas en la camilla y las dos doctoras se acercaron a mi trasero. Levantaron la bata dejando mi culo al descubierto.
-Notarás el dedo un poco frío, es por el lubricante.
De repente noté como un dedo entraba en mí. Era una sensación muy extraña, diría que me gustó, pero mis sentidos estaban apagados por los nervios. Todavía…
El dedo salió poco después de mi orificio, pero a los segundos noté el aplicador del enema, mucho más grueso. Arqueé mi espalda. Noté una mano de la doctora, que me acariciaba, para relajarme. Mi excitación volvió a subir…
El enema me llenaba por dentro, notaba el agua fluir en mi intestino, necesitaba ir al baño…
-Necesito ir al baño.
-Un poco más, aguanta. –Me respondieron a mi espalda. La postura era humillante, estaba desnudo a merced de las manos de las doctoras.
Unos minutos después noté que el agua dejaba de entrar. Mi vientre estaba lleno de agua, hinchado.
-Muy bien Francisco, lo has hecho muy bien. Levántate despacio y ve al baño en aquella puerta. –Me dijo la doctora mientras retiraba el aplicador. Me costó mucho aguantar, estaba a punto de estallar.
Fui al baño como pude y vacié mi intestino. Notaba como había quedado totalmente limpio. Salí y volví con las doctoras, estaban hablando entre ellas, esperándome, con sus manos enguatadas. Me sentí dominado por ellas, me tenían bajo su control, pero me di cuenta que me gustaba. ¿Y si todo esto había sido cosa suya? ¿Y si era su esclavo, un juguete para pasar el día?
Cuando me vieron salir, una de ellas hizo un gesto con la mano hacia la camilla.
-Vuelve aquí campeón, ahora viene lo mejor…
Notaba en sus gestos que estaban disfrutando de aquello. Yo también empezaba a hacerlo. Instintivamente, volví a ponerme a cuatro patas en la camilla.
-Vamos a revisar tu próstata. Doctora García, ¿quieres empezar tú?
-Por supuesto.
En mi posición no podía ver nada, solo escuchaba sus voces y los ruidos que hacían. Escuché el bote de lubricante y segundos después… Esta vez fue distinto, no entraba un dedo, sino dos, además llegaban al fondo, buscando la próstata. Sentí como sus dedos la tocaban, provocándome un enorme placer, se movían en mi interior, ya con mi culo relajado era una sensación brutal. Los sacó. ¡Yo quería más!
-Creo que está todo bien doctora Hernández, pero deberías comprobarlo tú también. –Esas palabras me excitaron aún más.
Los dedos de la doctora me penetraron buscando la próstata, mucho más decididos, pero con la misma precisión y delicadeza. Era un espectáculo, ya no había nervios, solo placer. Lo notaron.
-Está todo bien. Se nota además que nuestro paciente está más relajado, yo diría que lo está disfrutando… -Comentó con ironía mientras miraba mi erección.– Pues Francisco, vamos a proceder la extracción. ¿Cómo estás?
-Mejor, más relajado.
-Así tienes que seguir, ahora sobre todo. Siéntate en la camilla y te enseño lo que vamos a hacer.
Abandoné la posición en la que estaba y me senté. Intenté bajar mi erección con la mano, era inútil… Mientras, la doctora sacó de un armario dos aparatos: uno de ellos parecía un consolador y el otro una especie de cápsula con el tamaño y forma del pene.
-Te explicaré lo que vamos a hacer, tú solo tienes que estar lo más quieto posible y disfrutar. Va ser una experiencia única. –Me dijo sonriendo. Qué morbo me daba aquello…
-Lo intentaré. –Dije, abrumado por sus palabras.
-Vamos a colocarte esta especie de cápsula en tu pene, será la encargada de recoger tu semen. Para producir la salida, vamos a introducir este pequeño aparato por tu recto para que dé una pequeña descarga eléctrica en tu próstata. Eso desencadenará la eyaculación.
-¿No será doloroso?
-Notarás como un pinchazo, pero creo que las consecuencias van a ser agradables… Vuelve a ponerte como estabas.
Volví a la posición anterior. La doctora García me desabrochó y quitó la bata, quedé totalmente desnudo en la camilla. Luego cogió la cápsula y la introdujo en pene erecto. Mientras tanto, veía a la doctora Hernández lubricar la sonda y dirigirse a mi trasero.
Sentí como entraba. Estaba tan excitado que no me molestó. Avanzaba por mi recto hasta que tocó con la punta la próstata. Estaba todo preparado. Yo estaba a mil.
-¿Todo listo doctora?
-Todo listo. Vamos allá.
Noté una punzada en mi interior que me hizo alcanzar el mayor orgasmo de mi vida. No pude evitar lanzar varios gemidos de placer, me retorcía sobre mis codos intentando no moverme, arqueando la espalda, mientras salían de mi pene borbotones de semen.
Al borde del mareo, las doctoras me retiraron despacio los aparatos y sin poder aguantarlo más caí rendido bocabajo en la camilla, jadeando, intentando recuperar la respiración. Había sido espectacular.
Las miré. Me miraron. Sonreían, disfrutaban lo mismo que yo. Seguí unos minutos tumbado sin poder moverme. Cuando mi respiración se normalizó escuché la voz de una de ellas que dijo:
-Ya puedes vestirte, hemos terminado.