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El ladrón de Neumo
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Ocurrió un martes a la noche, el frío normal a mitad de invierno se hacía sentir y el viento intenso acentuaba la sensación del bienestar hogareño. Neumo era un barrio tranquilo a las afueras de un estado que rara vez veía actuar a las fuerzas del orden, salvo algún accidente de tránsito no poseo memoria de haberlos encontrado actuando, también por eso elegimos vivir ahí, y por la cercanía a la fábrica de ensamblado automotriz donde trabajábamos Paula y yo.

Ella tenía 27 años y yo 31 en el desafortunado día del acontecimiento y hacia 5 meses que vivíamos en esa casa grande, antigua de techo de teja y estufa amplia que decoraba el comedor. Era un día más a pesar del clima embravecido de exterior, la leña crepitaba encendida en la estufa cuando nos fuimos a acostar a orillas de las 22 horas. Paula leía una biografía no autorizada y yo trataba de encontrar un capítulo de los Simpson cuando Zeus (nuestro perro) comenzó con un ladrido insistente.

-Te dije que era mejor entrarlo. Avisó mi mujer algo molesta. No le presté atención y continúe cambiando la tv de canal. El can siguió porfiado y agotó mi paciencia.

-A que le ladrará ?… pregunte saliendo de la cama.

-Seguro que a una comadreja o un gato. Dijo mi polilla pasando la página.

Así que salí a ver porque tanto escándalo, bajé las escaleras puse un tronco más al pasar por la estufa y salí apresurado para ver al barbilla enloquecido con la soga estirada enseñando sus colmillos al álamo que se mecía con fuerza, entre la niebla espesa. A unos veinte metros se hamacaba el coloso entre el frío y la lúgubre visión, Zues se aplaco y la curiosidad hizo que fuera a corroborar que era lo que inquietaba al animal. Un golpe seco y fuerte me llevó al suelo de repente y me encontré mirando desde abajo a tipo pardo y con una careta de de payaso.

Totalmente aturdido intente ponerme de pie, y otro golpe aterrizó mi humanidad. El acero de un cuchillo se posó en mi garganta y una voz de ultra tumba resonó en mi cabeza.

-Levántate, despacio. Y vamos a casa. Sugirió el extraño de manera convincente. El errático vaivén de mis pasos llevaron al sujeto dentro de mi casa. Zeus lloró cuando pasamos cerca como presintiendo lo que vendría.

– ¿Cuantos hay? Retumbó la voz dentro de la máscara.

-Dos, mi esposa y yo. Llévese lo que quiera… supliqué.

Momentos más tardes llegamos a la habitación, Paula quedó petrificada. Sus ojos turquesa saltaron de las gafas y la boca tembló cortando un grito aterrador, el libro voló por los aires y de un salto se puso en pie. Se había quitado el pantaloncillo de la pijama probablemente para darme mi premio y las bragas lila adornaban su piel a la altura de sus muslos.

El tipo me ato con un precinto las manos a la espalda y los pies y ante las súplicas fervientes de mi mujer hizo lo mismo con ella. Luego nos empujó a la cama y salió.

-No quiero gritos. Me llevó unas cosas y me voy. Era negro y alto casi un metro noventa, espigado muy atlético. La voz se le distorsionada con la careta, escuchamos sus pasos bajar la escalera a prisa. Teníamos mucho miedo, Paula no dejaba de sollozar y fui preso de una total impotencia.

– que haremos? mira como te dejó… decía mi polilla embargada totalmente en desesperación.

– Tranquila, roba y se va. Le asegure mientras se escuchaba el revoltijo que estaba haciendo abajo.

Cuando pareció haberse ido porque no escuchábamos más nada, otra vez los pasos anunciaron que escalaba la escalera. Traía una bolsa de tela al hombro, repleta de nuestras pertenencias y se quedó parado en el marco de nuestra puerta, contemplándonos. Extrajo la faca de entre sus ropas y Paula grito, él le dijo que no mostrando su juguete y se dejó caer en medio de nosotros. Puso su cuchillo helado, debajo de mi oreja y comenzó a sobarle las nalgas a mi mujer. Cerré mis ojos y oí cuando cortó el precinto de la piernas de ella, cuatro o cinco minutos después se paró, La pija empinada de potente perpetrador relucía cerca de unos de sus muslos y el jogging deportivo delató su imponente presencia…

-Hay dos maneras de hacer esto, dijo quitándose el pantalón y el bóxer de un tirón.

-Una es la rápida sin gritos ni violencia y la otra es mas salvaje. Ustedes elijen.

La suerte estaba echada. Mi corazón empezó a cabalgar extasiado y mi esposa no quitaba la vista del tremendo pedazo del afro que lo de ver cuando apagó la luz. Me tiro de la cama junto con la escaza ropa que le quedaba a Paula.

Los primeros quejidos de mi mujer me avisaron que el payaso había entrado y poco después en un arrebatador vaivén de sacudidas la primera eyaculación del visitante en un venerado grito de gozo. La segunda cogida fue menos intensa pero mucho más larga.

El desgraciado cumplió su palabra, y se marchó sin más daño que ya había hecho. Se llevó su bolsa repleta de cosas y se llevó varios polvos de mi mujer, que a juzgar por lo que confesó mucho más tarde le encantaron, a pesar del miedo en un principio.

Nunca hicimos la denuncia por vergüenza y de vez en cuando , cuando el perro ladra salimos a ver si hay reincidencia.

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